
Eva pelaba pensativa los enormes y rojos tomates con los que estaba preparando la cena, mientras manipulaba ceremoniosa los ingredientes, pensaba en las mañanas de verano en su pueblo natal, jugando en la cocina mientras su abuela preparaba la comida. El aroma a azahar desde la ventana, de aceite de oliva y pan de mollete del desayuno. El sol, nuestro sol de La Tierra, iluminándolo todo, permitiendo a una niña jugar en el patio, a la sombra del alcornoque. Donde estaba el columpio en el que soñaba llegar hasta la luna y cruzar la galaxia.
En este mundo la cosecha se daba bien, no solo tomates, los olivos hicieron posible un primer prensado de oro verde, de calidad imposible y olor a serranía andaluza. Troceando el ajo le vino la imagen de su familia, todos juntos, reunidos en el salón entre risas y cantos de almuerzos interminables de Julio y siesta con sabor a vacaciones.
Una lágrima de recuerdo encontrado logró sazonar la cuchara en la que había probado el delicioso salmorejo que había preparado que hoy le sabía a antaño, a la niña que un día fue y a las expertas manos de su abuela que convertía el calor del verano en una perfecta cena.
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