
Esta noche quiero contarte algo, pero mi voz no sale, se la lleva viento, se equivoca de camino cuando cruza mi boca y pierde tus oídos. Mis palabras se marchitan, como hojas caídas en mi otoño y se caen tristemente, sin gracia, sin acento, con la triste fragancia de quien aprende refranes y lo convierte en cacofonía, en el desesperado intento de suspirar un sentimiento.
Pensé, que tal vez, si secuestrara tu tiempo para tratar de crear la historia de tus besos cuando eran rojos y se posaban en mis sílabas acentuando mis labios. O si gritase en los prados, buscando animales hambrientos del verbo, y alimentarlos con pasiones lejanas, de otro tiempo, para saberlos felices o que huyan espantados, pidiendo exilio en versos ajenos rimados en curva y huesos o brillos de mísero bronce.
Pero me cuesta que mi mente aprenda del tiempo que no tengo, a alzarse independiente del sabor de la tónica, de tus adjetivos entonada al verbo amar y quizás en un susurro aprenderé la conjugación, amé, amo, amaré. Que sea tu respiración quien me delate la cadencia y el tiempo, si es un efímero infinito o si es un terminar empezando.
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.