
Esta noche, saboreando momentos, a la espera de que el mar de los sueños alzara su marea sobre mí, me sorprendí rememorando una antigua sintonía, que en su tiempo, me hizo abrir mi particular caja de Pandora.
Tiempos de pasiones vomitadas sobre un micrófono nuevo, roto por mi oscura voz, hecha de mañanas de tierra mojada, donde caminaba descalzo sin miedo a herirme, de tantos cristales rotos, de botellas con mensaje, arrojadas con rabia. Algunas rotas por mí y otras por quienes me acompañaban en esas noches alegres, confusas, de exceso y arena de playa.
Allí estabas tú, tejiendo telarañas con tus labios rojos, carmín desgastado por el roce. Allí estaba yo, equilibrista sonámbulo, en hilo de nailon de caña de pescar, cambiando de caricias como tú de color de uñas, esas que cicatrizaron en mi espalda, de las que ya no era alérgico, pero sí estaban presentes, afiladas, porque tú eras resistente al olvido y yo no me acordaba.
Te encontré tras noches de insomnio por no querer verme ni en sueños. Preciosamente enferma, de pasarela de brillos de flashes, con la parca delante, expectante, inquieta de ansias de tenerte en su alcoba. Tan dulce y tan asustada, tan feroz en la batalla, que te rendiste de miedo al prometer que tú tendrías mi bálsamo para extirpar tu preciada pesadilla. Huiste al precipicio y ahora te asomas, a veces, a contemplar lo que rompen las olas.
Te conocí por tu voz, la que más se escuchaba, la que quería ir antes, por encima, más alta. Coleccionabas pasiones robadas y dejabas sobras de corazones rotos, en pequeños frascos de perfume y los tirabas a cansados buitres, para engordar sus egos. Solías sonreír a tus víctimas mientras devorabas su pasado, también te largaste lejos, a donde tus perros te guiaron, buscando cazar otras presas, en busca de piel curtida.
Tímida luz desolada, pequeño imperio disuelto en la calima, desastre sonoro de aroma a ron viejo de La Habana, con limón y menta y burbujas de soda. A esos tribales que tanto odiaba, a antiguas melodías de ancianos, que morían cantando para jóvenes ebrios por ser amados. Yo quería estar tiempo después, siempre en el mañana, contigo aprendí que el ayer siempre gana. Todo se repite, todo gira y gira y no descansa, hasta que me quede sin fuerzas para repetir otra hazaña. Y morí de hambre de cariño al verte.
Poco quedó tras la tormenta, hoy son recuerdos locos, de fotografías que no fueron reveladas, siempre me quedó esperanzas, en esa caja, encerradas.
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.