
Las velas susurraban un conjuro de sombras sobre la habitación de Kendra, que con los ojos cerrados, frente al pentágono, de sus jóvenes labios, resbalaba una canción.
Una canción que era un sueño con la melodía del trino de un gorrión,
en el que se preocupaba por sus amigos,
por su abuela,
por las risas de la mañana,
por sus desconocidos padres,
por seguir aprendiendo como hasta ahora,
por un futuro feliz, con el brillo de la luna llena siempre, a su lado, protegiéndola.
– Kendra, ¿todavía no te has ido a dormir?
– Estaba rezando abuela.
– Vale, termina que mañana tenemos que madrugar.
– Abuela, ¿Tú crees que La Diosa me escucha?
– Seguro, Kendra, siempre escucha si le hablas con el corazón. Apaga las velas y duérmete.
La niña sopló y se hizo la oscuridad del cielo nocturno cubierto de nubes. Al meterse en la cama, el cielo se despejó derramando un rayo de luna sobre la cara de Kendra que quedó profundamente dormida.
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.