
La señora sostenía la mirada al infinito, tristeza no era la palabra, más bien estaba lejana, ausente, profundamente desconectada de lo que estaba ocurriendo, aun así su vestido negro recién planchado y su pelo gris esmeradamente arreglado descartaba cualquier sensación de auto abandono. Su hija, con una juventud de alegría abandonada y ojeras mal disimuladas, la acompañaba en silencio, atenta a lo que estaba ocurriendo alrededor.
La presencia de la señora contrastaba con la habitación, desordenada y llena de sombras, de ventanas tapadas y cortinas gruesas, con una mesa redonda tapizada en tela, llena de trastos sin sentido ordenados al azar y un apresurado espacio despejado justo en medio.
Frente a ellas dos, se sentó una tercera señora, de mirada desafiante y bisutería barata, ornamentada con una bata de colores difusos que recordaba a lejanos países en épocas pasadas. Las miró con un discreto recelo y rompió el silencio.
– ¿Sabéis lo que vamos a hacer?
– Sí. – Contestó la señora mayor
– ¿Y estáis de acuerdo en llevarlo a cabo?
– Sí.
– Bien, comencemos.
Nada más entrar en silencio, sus ojos se volvieron blancos como la nieve y empezó a temblar. Respiraba de manera agitada, y apretaba los dientes que rechinaban hasta el escalofrío. Los espasmos agitaba todo a su alrededor, hacía temblar el suelo y la mesa amenazaba con romperse en pedazos cuando de pronto paró y comenzó a hablar, en susurros, con la voz de otra persona.
– Isabel, ¿eres tú?
– ¿Paco? – Contestó la señora mayor en un sobresalto.
– Sí, Isabel, ¿Por qué me has llamado?
– Paco, ¿cómo sé que eres tú?
– Nos conocimos en el pueblo, en la boda de tu hermana Dolores.
– ¡Eso lo saben todos, demuéstrame que eres tú!
– Me casé contigo al enterarme de que quedaste embarazada del marido de tu hermana Dolores, para evitar que tu padre os pegara un tiro a los dos. – Al escuchar estas palabras, la hija, con los ojos abiertos como platos, confusa, miró a la madre en silencio.
– Así fue.
– Entonces, ¿qué quieres de mí?
– Necesito que me digas donde escondiste el dinero, no nos dejaste nada tras tu muerte y sé que lo tenías escondido.
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