
Knox bajó de un salto de su vehículo oruga que, embadurnado de barro, se quejaba chirriante por un descanso. Con su equipo meticulosamente preparado, alzó la mano al tocar el suelo y de los laterales del todoterreno salieron volando, ruidosas e inquietas, las redondas cámaras de rastreos.
Peinaron, con su mirada inquisitiva y sus veloces turbinas, toda la zona alrededor del valle, mapeando sin descanso mientras él paseaba en el linde del terreno, admirando el paisaje con el mismo entusiasmo del que saborea un manjar desconocido.
Perteneciente a la primera colonia, Knox, era un exo-geólogo multidisciplinar con el cargo de investigar lugares de interés común, o como a él le gustaba llamarse a sí mismo, el explorador del planeta Kepler. Ahora andaba a seis mil kilómetros de cualquier lugar habitado en busca de materia prima, yacimiento de minerales y emplazamientos seguros para construir otras colonias. También daba acceso a los xenobiologos a zonas de interés por la diversidad de su fauna.
Fue entonces cuando la vio, destrozando la nube que la contenía. Bajó a plomo, situándose a un metro del suelo, cerca de donde Knox tenía su transporte. Era una roca flotante, de diversos colores terrosos, abrió un fragmento de un costado, por donde bajó ella, caminando por el vapor que exhalaba el hueco abierto y que se derramaba hacia el suelo.
Había oído hablar de ellos, seres provenientes de una galaxia cercana, generalmente se acercaban a los humanos para intercambiar información, pacíficos y un tanto reservados. Ella era alta, de un color azul cielo del mediodía, de mirada atenta y largas orejas.
Se acercó a él, lenta y ceremoniosa, con un caminar de danza de la brisa, se puso justo en frente y sonrió seductora. El aventurero tenía un poco de miedo, pero no presentía peligro. En un lento movimiento de brazo, como dibujando el aire, posó su dedo índice en la frente de Knox.
Ahí empezó la conversación, si lo podemos llamar así. De su mente surgió la imagen de ella en un planeta de bosques frondosos, la luz de dos soles y atmósfera serena. La vio subir a la nave de piedra y elevarse tan rápido que enseguida pudo ver su planeta con dos satélites alrededor, su sistema planetario y su constelación, desconocida para él.
-¿Puedo saber de ti?
Preguntó ella en su cabeza, él asintió con la cabeza, no sabía cómo debía comunicarse. Entonces notó cómo involuntariamente su cabeza se llenaba de recuerdos, de su planeta natal y de su actual hogar.
-Si necesitas algo, puedes hablarme, no conozco tu lengua, pero puedo leer en tu mente el significado-
-¿Quién eres?- Dijo lanzando la frase al aire
-Soy exploradora, como tú. – Dijo haciendo fluir su melodiosa voz en la mente de Knox- Sé que este planeta es vuestro, pero nosotros tenemos una colonia cerca, y queremos aprender de vosotros, intercambiar conocimientos y empezar una relación cordial. – Las palabras iban entrelazadas con imágenes, sonidos y emociones. La rapidez comunicativa era tal que parecía conocerla de toda la vida.
-En ese caso, lo mejor es poder colaborar en nuestro trabajo.
-¿Explorar juntos?
-O aprender nuestra forma de ser y métodos de trabajo.
-Qué fácil es tratar con los humanos.
-Solo cuando no tenemos nada que perder.
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