
El pequeño erizo se asomaba asustado, desde el rodapié de la vetusta barandilla de madera, que la abuela tenía en la escalera de su casa. Vanir, al ser el familiar de Kendra, tenía que ayudarle en lo que necesitara, como ser mágico podía afrontar diversos tipos de conflictos, pero temía tener que enfrentarse a una bruja experimentada. Y ahora su ama estaba revolviendo en sus pertenecías, buscando no sé qué información.
-¡Corre Kendra! Está cerca.
Como siempre, la voz del animal llegó a su cabeza, como un susurro, como el eco de una infantil voz que paseaba por su mente. Eso la hizo poner más nerviosa. Revolver en los asuntos de su abuela no era algo que le gustase hacer, más cuando lo tenía prohibido.
-Vamos Kendra, ¡termina ya!
Busco entre los papeles y los documentos que la anciana guardaba en el mueble de su habitación. Cuando ya lo creía todo perdido lo encontró. Un certificado de adopción, en el que el adoptante era su propia abuela y sus difuntos padres no tenían sus mismos apellidos.
-Está subiendo, Kendra.
El erizo bajó las escaleras a saltos, se cruzó con la veterana bruja llamando la atención, mientras, apresurada, la niña recogía y ordenaba el cajón del mueble que había curioseado, ya tenía la información que buscaba.
-Vanir, ¿Qué haces aquí? ¿Dónde está Kendra?
El erizo, sin saber cómo entretenerla, daba vueltas alrededor de la anciana. La niña, tras dejar todo como estaba, saltó por la ventana usando un conjuro de desaceleración y entró por la puerta principal. La Abuela se quedó mirando a la aprendiz de bruja. Kendra supo que le había descubierto y agacho la cabeza presa de remordimientos y culpa.
– Vanir, has sido un fiel familiar, te has arriesgado por tu ama. Te felicito por ello.
Dijo la abuela mirando al sorprendido erizo. Luego posó una mirada profunda sobre la niña, ella sintió como de su mente salían recuerdos difusos, dibujados con acuarela, pintados por un confuso niño asustado y solitario, garabateados. Pensamientos proyectados hacia su abuela que iba comprendiendo poco a poco que pasaba.
– Sospechabas algo, ¿verdad Kendra?
– Si
– ¿Qué descubriste?
– Que tú no eres mi abuela.
– Verdad, soy tu madre. Bueno, tu madrastra. Pero me sentía más como una abuela y puestos a suavizar tu situación como huérfana te dije lo que creí conveniente.
– ¿Por qué no me lo contaste?
– Pensaba que me lo ibas a preguntar con el tiempo. Solo estaba esperando a que estuvieras preparada. Ahora que sabes la verdad. ¿Quieres que te siga tratando como a mi nieta?
– Sí, Abuela.
– Me has desobedecido y tendrás un castigo.
– Sí, Abuela.
– Bien, desde hoy y hasta que llegue la luna llena, tú serás el sirviente de tu familiar, Vanir, Y para que esto se cumpla imploro el beneplácito de la Diosa.
– Así sea. – Respondió Kendra algo sorprendida. Comprendió que su familiar necesitaba un premio, lo había pasado mal, pero que esa gratificación fuera a costa de su castigo era algo extravagante. Pensó que quizás era parte de su aprendizaje.
El erizo trataba de asimilar lo que la abuela había ordenado, Kendra sería ahora su familiar y el aspirante a brujo él? Una sonrisa se le dibujó en la cara a nuestro amigo con pinchos.
– Kendra, ¿me puedes traer unas lombrices? Tengo mucha hambre.

Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.