
– ¿Ves Willy? Este es pajarito, nuestra nueva mascota, se lo regaló un amigo que hizo papá cuando estuvimos en Nueva Kenia.
La niña estaba entusiasmada, el animalito alado, en su jaula, tenía aspecto triste. Su color negro azabache contrastaba con su blanca mirada, mas que hacer honor a su nombre, recordaba las antiguas leyendas de La Tierra sobre dragones y caballeros, pero como casi toda forma de vida Kerpliana, tenía tentáculos.
Las instrucciones que le habían dado sobre los cuidados de la criatura eran breves y claras, la primera y más importante, el animal tiene que reconocer el olor de su dueño, para eso en la jaula estaba el peluche con el que dormía Vega. La segunda y también imprescindible, el animal debía permanecer en la jaula el menor tiempo posible. Era hora de soltarlo.
– ¡Vuela pajarito, vuela!
Al verse libre, el ser alado se apresuró a alzar el vuelo, como una golondrina buscando su primavera cruzó en piruetas imposibles rozando a Willy y a la niña, luego desapareció en la lejanía del horizonte, Vega espero, no quería moverse por sí su nueva mascota volvía y no la encontrase, hasta que a la hora de la cena, Adam preocupado fue a buscarla.
– Papá, papá, pajarito se fue.
– Igual siente añoranza de su tierra y ha querido volver.
– Pues qué mala mascota, yo le habría querido y cuidado.
– A lo mejor prefiere que le quieran los que son como él.
– Pero aquí no hay animales parecidos, se va a sentir solo.
Al día siguiente, Vega volvía a casa por la tarde después del colegio, cuando una sombra alada se le posó en el hombro.
– ¡Pajarito!- Exclamó la niña entusiasmada
El animal, cansado del vuelo, se anidó con sus alas entre los brazos de Vega y se quedó dormido.
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.