
Un radiante día despliega su luz sobre la soñolienta ciudad, que despierta entre el ruido del camión de la basura y las prisas de los cláxones de las carreteras. Entrando por el barrio de Los Infantes, el aroma a café recién hecho embriaga nuestros sentidos. Ahí es donde empieza nuestra historia de hoy, justo encima de la cafetería.
– Cariño, debemos darle más espacio a los niños.
– Que no, que no es buena idea.
– Es que están creciendo, Renato, necesitan espacio.
– ¿Pero es que no lo entiendes Matilde? Que no podemos.
(de lejos) Lo que pasa es que no te gusta correr riesgos, ¡cobarde!
– ¡Cállese abuela!
– Yo creo que ni se van a enterar de que están ahí.
– Vamos a tener problemas si los dejamos campar a sus anchas por aquí.
– Imagínate, tú y yo, con más intimidad, ¿entiendes?
– Ya me gustaría, pero no podemos dejar a los niños ahí, es peligroso.
– Pero estarían cerca, estamos a unos metros de distancia. Cariño, piensa en la pareja. Podemos hasta pensar en tener más hijos.
– Si ya tenemos diecisiete, ¿te parecen pocos?
(De lejos) ¡Disfunción eréctil diría yo!
– ¡Cállese abuela!
– Bueno, pero ellos ya son mayorcitos, deben tener libertad.
– Si eso me parece bien, lo que no me parece lógico es invadir ese espacio ¡Que no es nuestro!
– Si nunca hay nadie, no van a notar ni que estamos.
– ¿Qué no? ¿No te acuerdas lo que le pasó a la tía Enriqueta? ¡Le rociaron con gas tóxico! Y solo por pasear por su casa.
(Voz de Fondo) Se lo tenía bien merecido por cotilla.
– ¡Cállese abuela!
– Pues yo no lo veo tan peligroso, Mira como no me pasa nada.
Matilde caminaba a toda prisa dando vueltas sobre el salón, corría frenéticamente a todas direcciones, De repente un inmenso zapato oscureció el resplandor de la claridad de la ventana. Con un desagradable estallido sonoro, Matilde se encontró con La Parca, su negro cuerpo quedó aplastado en el centro del azulejo donde terminó su rabieta.
De lejos Renato a lágrima viva, contemplando la dantesca escena mientras el descomunal pie trazaba otro rumbo.
– ¡Matilde! Si ya te dije que andar a la vista de los humanos es peligroso.
Él se acercó lentamente al cuerpo de su amada, al que todavía se le movía una de las patas, la acarició dulcemente con las antenas y volvió a entrar en la grieta donde hasta ahora fue su hogar feliz.
(voz de fondo) Recuerda que tengo siete hijas más.
– Calla Abuela.
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