
El solar abandonado era el lugar perfecto para una misión secreta, Paolo, el niño que jugaba siempre allí, lo sabía perfectamente. Así que decidió hacer del lugar su cuartel general y construir su preciada nave espacial. Desde que tenía consciencia de sí mismo sabía que tenía que ser así.
Había encontrado 33 botones y los había ordenado por colores alrededor de ese sillón de automóvil raído por el abandono. Una vieja máquina de escribir era su sistema de comunicación. Pantallas, volumétricos y hasta un androide aspiradora que no paraba de quejarse en voz de falsete, todos ellos decían que ya estaba lista la cuenta atrás. Debía despegar. ¡Ya!
10
El niño apretó los dientes.
9
Toqueteó los mandos con la urgencia de una ignición inminente.
8
Comprobó que los niveles fueran correctos.
7
Sintió como el rugido de los motores le hablaban de no hay marcha atrás.
6
Olvidó su ateísmo y empezó a rezar.
5
Comprobó, con alivio, que su mejilla no era la única con lágrimas.
4
Le faltaba el aliento.
3
… Santificado sea tu nombre…
2
Temblaba tanto como la nave lo hacía.
1
Vamos a morir.
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Dejó atrás los recuerdos de su niñez, la tierra se los quedó de resguardo para que no tuviese más remedio que volver a por ellos.
La voz de Jane devolvió a Paolo, el piloto, a sus obligaciones.
-Despegue iniciado, queda 5 minutos para llegar a velocidad de desacople.
El monitor indicaba el bajo nivel de combustible, a la altura correcta, la fase de desacople era inmediata. El piloto hizo un gesto con la mano para el alivio de los demás integrantes del equipo. Todo va bien.
La sacudida fue brusca, sabía que sería así, pero el sobresalto fue imposible de ocultar. El módulo principal volaba libre buscando una puerta de escape.
Boris empezó a musitar una canción en su extraño idioma, para exorcizar el miedo en la etapa que comenzaba ahora, suponía Paolo.
La nave gruñía como animal salvaje, un potro desbocado que intentaba expulsar a su jinete en la salida de la atmósfera. Hubo risas nerviosas, gritos sofocados, temblor de mano y algunas toses. Diez minutos de imposibles espasmos que duró toda una vida Y después, calma.
-Hemos traspasado la atmósfera sin contratiempos, dirección de acople correcta, en 23 minutos practicaremos el ensamblaje. – La voz artificial de Jane rompió el silencio, parecía estar flotando, como hubieran empezado a hacer Paolo y los demás, de no ser por los cinturones que los mantenía sujetos a los asientos.
La nave estaba construida de manera modular, en esta última parte transportaba el mecanismo de propulsión de antimateria. Crucial para el tipo de viaje que esperaban hacer.
Tras lo que le pareció un instante de descanso, el piloto tomó los mandos, listo para el acople, una operación delicada y rápida, en unos minutos había enganchado su estructura con las grúas y raíles que llevaría su módulo al sitio correcto, solo hubo que sincronizar la velocidad orbital y acercarse lo suficiente.
Alivio, risas y alguna lágrima, fue la reacción de los integrantes del equipo. Fue comienzo de celebración de misión cumplida y vísperas de un descanso, un merecido y breve descanso, el tiempo que los ingenieros terminaran de acoplar todos los módulos, no más de doce horas. Aprovecharon para conocer al resto, la tripulación era amplia. Científicos, ingenieros, xenobiólogos… Muchos empezaron ya a instalarse, pronto todos tendrían que estar en sus cápsulas de hibernación. Para el transcurso del viaje solo podían estar despiertos los pilotos de turno y algún médico.
No habían terminado la órbita alrededor de la tierra cuando la nave empezó su rumbo hacia las estrellas. Paolo ajustaba la ecuación del ángulo de impulso, donde usando el motor nuclear entrarían en espacio abierto. Varios días de ajustes y una rutina aplastante hizo el camino lento hasta llegar a las coordenadas precisas para el salto.
Paolo respiró lentamente frente a la consola. Dio mensaje a máquinas para precalentar el circuito y activó los cebadores de flujo para estabilizar la entrada.
El comandante de la nave le hizo un gesto positivo y él empezó a acelerar el impulso de deformación. Todo era azul, había entrado en curvatura, de una manera suave, sin sonidos desagradables como imaginaba, tan solo el zumbido intenso del motor de propulsión superlumínica. Fue entonces cuando el piloto sonrió al niño que, en el solar abandonado, hacía aterrizar su preciada nave espacial, para poder volver a casa a merendar contento de la alucinante aventura espacial.
La niña miraba embelesada el cielo nocturno del planeta Kepler cuando de pronto descubrió algo luminoso moviéndose. Algo que brillaba más que las estrellas.
– ¡Wily, Willy! Mira el cielo, mira, ¿ves esa estrella fugaz? Esa que cae tan lenta, es una nave espacial. Dice papá que viene de La Tierra, de donde vino él. ¿Sabes Willy? Yo algún día pilotaré una, tan impresionante como esa y viajaré cruzando las estrellas hasta visitar ese planeta azul del que tanto me hablan todos.
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.