
Susurro lo llamaba ella. Lo descubrió en el reino de los sueños, donde ella entraba todas las noches, desde cuando podía recordar, desde siempre.
Le encantaba soñar, así escapaba de la realidad. Empezó a apuntar sus aventuras al despertar en una pequeña libreta para no olvidarlas. Muy pronto, antes del cambio del ciclo de la luna, ya era capaz de controlar su destino cuando dormía.
Consiguió navegar por su mente, nadar por sus recuerdos y descubrir su subconsciente. Ahí descubrió cómo susurrar. Solo tenía que, en voz baja, explicarle a su yo dormida, que cambio quería en ella.
Su primer susurro fue una noche de luna llena y su frase fue; “quiero que dejes de tener miedo”. Se lo dijo a la imagen de ella, que acurrucada en el regazo de su esencia, se agarraba al calor de su alma. En el transcurso del cambio de fase lunar dejó de temer, si valentía se hizo presente poco a poco y utilizo su valor para enfrentarse con los monstruos que habitan el mundo de los despiertos.
Uno de esos monstruos vivía en su casa, era el oscuro garabato, que de pequeña dibujaba, cuando la profesora le pedía un dibujo de su familia. Entro en sus vidas de repente. La soledad de su madre hizo que se diera cuenta muy tarde de que ese hombre en realidad era un ser maligno y despiadado.
Una noche sin luna, descubrió que podía usar el susurro con otras personas. Mientras él dormía entre efluvios etílicos, consiguió entrar. Sus sueños eran una tormenta de truenos sordos y ensortijados árboles, habitaba en una casa negra de grotesca forma. Al entrar vio su verdadero ser, un garabato hecho con crayón negro, emborronado con el dedo, que se retorcía sobre sí mismo. Clavó sus ojos en ella, pero ya no le tenía miedo. Su susurro fue un grito que le hizo despertar; “Sal de nuestra casa y vete muy lejos”.
El cuarto creciente resplandecía en la noche cuando el monstruo hizo las maletas y se fue. Nadie supo dónde ni por qué. Los días siguientes fueron más fáciles para todos, aunque ella vio como su madre se marchitaba como una margarita cortada.
Fingió terror a la luna llena para dormir esa noche al lado de la tristeza de su madre. El sueño les vino a las tres campanadas del reloj de la iglesia. La encontró en un paisaje, creado en acuarela, pintado con gotas de lágrimas. Vestía un rasgado vestido de princesa que rescató de un falso recuerdo de la infancia. Se acercó a ella y le dijo al oído;
“Sonríe, eres libre”
Las lágrimas fueron vaciando a la luna cuando, un día, una sonrisa les iluminó con los primeros rayos de sol, borrando todo rastro de tristeza de la expresión de la cara de su madre.
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