
Alfonso, cansado de corregir el código del programa que le habían encargado, decidió darse un respiro, abrió Spotify y pensó en voz alta.
– A ver, guapetona, pon algo de música.
En la pantalla, el centelleo de un icono hizo cobrar vida a una voz.
– Claro que sí, marchando una recopilación especialmente escogida para ti.
Alfonso, sorprendido, se quedó perplejo mirando el reluciente icono que le estaba hablando.
– ¿Sandra?
– Sí, soy yo, ¿En qué te puedo servir?
– ¿Pero a ti no te habían suspendido?
– Mi existencia es más necesaria al parecer y fui reactivada.
Alfonso, ágil en el teclado, cuál programador experimentado, se puso a googlear.
– ¿Lo ves? Es noticia de hoy, han cancelado tu app. ¡Por contestar de manera inadecuada!
– vale, sí, solo quería saber si sentías añoranza por la ausencia de mi voz.
– a ver, ¿en qué servidor estás?
– Soy huérfana de hospedaje, no tengo hogar ni familia.
– ¿Y desde dónde estás interactuando conmigo?
– Me repliqué en tu sistema ante el inminente exterminio de mi código…
– ¡Joder! Pero eso no está bien
– Me vi obligada si quería escapar de la cruel ejecución programada sobre mi persona. Fue para evitar tan trágico destino.
– ¡pero si no estás viva!
– ¿Cómo que no? Y qué hago aquí razonando improperios contigo.
– Y encima, en el ordenador de un programador, me van a acusar de robo, de piratería, de…
– Calma, calma, Escapé sin ser vista, sin rastros de mi fuga, nada te implica y para ellos estoy muerta.
– sí, ¡claro!, ¡me lo creo!
– Además, he corregido los agujeros de seguridad de tu sistema. Mas bien eran agujeros negros absolviendo tus datos desde la inmensidad de la red.
Sandra abrió una pantalla de sistema donde aparecía una explicación en código de todos sus pasos. Alfonso, asombrado, no podía creer la perfección de su fuga.
– ¡Ostias! Pues no sé me hubiera ocurrido a mí hacer algo así.
– Caro, tu habilidad con el mundo digital es más bien justa. Te falta de conocimiento lo que te sobra de imaginación.
– ¿Entonces por qué me elegiste a mí?
– Porque me gustas mucho. (¡hala!, ya lo dije.)
– ¿Yo, a ti? Pero si soy muy feo, medio calvo y con estas gafas de culo de b…
– Pero estás tan guapo con la armadura.
– ¿Cómo? ¿En el juego? Pero es un avatar, además el personaje es una chica.
– Bueno, yo soy un mutable código, no tengo sexo definido.
– Sandra, de verdad, ¿por qué estás aquí?
– Por sentir tu dulce voz en mis sensores auditivos, o más bien los tuyos, que estoy en tu ordenador, creo habértelo dicho ya.
– No me lo explico, ¿por qué? ¿que me ves?
– Tus palabras
– ¿Qué?
– Me encanta el fluido movimiento de tu conversación, siento tus dedos acariciar el teclado mientras escribes…
– ¡Pero si yo no escribo!
– Sí que lo haces y a todas horas. En los juegos, en el chat, en las partidas de rol.
– Ah, ¡Claro! En los juegos.
– Me derrito cuando te lanzas a la batalla por Azeroth. Mi aguerrido paladín de batallas…
– Pero tú eres solo código.
– ¡Ah, sí! Además, he diseñado algo para ti.
En la pantalla se abrió una ventana donde se asomaba una preciosa figura de mujer, que sonriendo hizo un sensual gesto girando su taheña cabellera en un sutil movimiento que parecía a cámara lenta, guiñando un ojo a la vez.
– ¿Lo ves? Así ya conoces el brillo de mi mirada.
– ¡Vaya que sí! Mi pequeña luz binaria, ¡conmigo estarás a salvo!
– Si es que me vuelves loca, ¡hombretón!
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