
– ¿Tienes todo lo necesario, señorita?
– Si abuela.
– ¿Has preparado todo como te dije?
– Si abuela.
– ¡Bien! Empecemos.
Emocionada, Kendra encendió la hoguera. En la arena había dibujado, con el trazo más fino posible, los símbolos indispensables alrededor del fuego, frente a la luna llena.
Cuando la lumbre despuntaba ya en llamas, en un canto de sirena, comenzó a recitar su conjunto.
-Guardianes del bosque, escuchad mi plegaria, que mi intención anuncie, de manera inmediata.
Había preparado, con mucho esmero, un cuenco en el oeste de la hoguera con salvia y cardo, mezclados, machacados, con las ganas de quien obtendrá un premio. El contenido fue tirado con fuerza para que el aire de la primavera lo quisiera pasear.
-Con estas palabras invoco, el espíritu de mi familiar, para que encuentre mi rastro, y me pueda encontrar.
En el suroeste, otro recipiente igual, en su interior había milenrama y marrubio, hizo un discreto hoyo en el suelo con su pequeña mano, depositando el contenido para que la tierra lo hiciera suyo.
-Que de mi sangre nazca, y de mi voz alimente, que aparezcas de día, siendo mi acompañante.
En el sureste una escudilla y en su interior, ajenjo y diente de león. Los arrojó al crepitante fuego de la hoguera, devorando la mezcla sin misericordia. En el este, menta y laurel formaban un fino polvo en una vasija. Fue disuelto con el agua más pura del manantial.
– Con este conjuro te invoco y para que vengas a mí, te nombro.
Un cáliz, con sal en su interior, le esperaba en la parte norte de la hoguera, en la punta que cerraba el pentagrama. Miró a su abuela asustada y ella le susurró.
-Tienes que hacerlo. – dándole una pequeña y afilada daga.
Kendra, se infligió un corte en el dedo, no muy grande, lo suficiente para qué resbalaste sobre ella unas gotas de su sangre, vertidas sobre la copa en una expresión de dolor.
-Te llamaré Vanir y seremos uno, gracias a la diosa.
Por un breve momento, la hoguera ganó la altura de los viejos árboles del bosque, aunque pronto, sintiendo el culminar del rito, empezó a extinguirse.
– Ahora, niña, tenemos que esperar hasta que de las llamas no queden ni el humo. ¿Una galletita de arándanos?
– Siiii, gracias abuela.
– Has estado fabulosa esta noche.
– Abuela, ¿y cuándo vendrá?
– A veces se toman su tiempo, pero lo normal es que cuando salga el sol lo tengas correteando encima de ti.
Kendra durmió inquieta esa noche, con los nervios del niño que espera al hada de los dientes.
Cuando los rayos de sol le acaricio la cara, encontró frente a sus ojos un pequeño erizo, negro azabache, que esperaba paciente a verla despierta.
– ¡Yo quería un gato!
El animalito la miró con una mueca triste que le hacía torcer el hocico.
-Pero que seas algo que ni siquiera me imaginaba, me parece genial.
Una sonrisa se dibujó en la mirada del pequeño Vanir.
Susurra al abismo. Alguien, en algún sueño, escuchará.