Etiqueta: Vampiros

  • Azul apagado

    Azul apagado

    En la oscuridad de su hogar la esperaba, cabizbajo, temeroso. Quizás hoy ya no vendría, o quizá fuera la última noche. Guardaba la poca energía que le quedaba para recibirla. El sopor lo arrullaba en una duermevela que parecía la hibernación de su desdicha.

    Ese aura azul tocó a la puerta y lo despertó de inmediato. Ya la sentía cruzando la calle, subiendo las escaleras, dudando frente a la entrada. Cuando abrió, ella se abalanzó a sus brazos, buscando entregarse entera, refugiándose en el sabor de la almohada.

    No hubo saludos, flores ni cenas con velas: solo la desesperación de dos cuerpos devorando la espera. Terminaron en silencio. Ella, con el aura gris, cansada; él, sonriendo por dentro, con un destello azul en la mirada.

    —Jonas, ¿a dónde va lo nuestro?
    —No va, Sofía, simplemente fluye.
    —No sé por qué sigo viniendo.
    —Porque me deseas más allá de lo lógico.
    —Pero podríamos evolucionar, ser algo más que una visita de viernes.
    —Somos distintos. De otro modo no funcionaría.
    —Algún día encontraré a alguien y esto terminará.
    —Mientras tanto seguirás viniendo.
    —Sí, aunque empieza a ser peligroso.
    —No te lo niego.
    —Cuando salgo me siento vacía.
    —Y si nos viéramos todos los días te sentirías así siempre. Lo sabes.
    —Lo intuyo.
    —Es mejor esto.
    —Dime al menos que me quieres.
    —Te quiero. Te necesito más de lo que imaginas. Pero no te puedo dar más.
    —Me tengo que ir.
    —Lo sé. ¿El viernes?
    —Puede.

    Cerró la puerta dejando tras de sí su estela oscura. Hambre de cariño en cada paso, dispuesta a buscarlo afuera para entregárselo luego, cuando su aura vuelva a ser azul y el cielo brille oscuro.

    Lord Gordon – Love Like Ghosts

    Anuncios
  • Criaturas de la noche

    Criaturas de la noche

    Ese fastidioso olor, deshecho de estar vivo.
    Al menos ella lo estaba: fieramente viva.

    Caminaba sola, desprendiendo su aroma a soledad, arrogancia y afán de libertad. Tanto, que tuve que asomarme a verla. Y ahí la encontré: casi desnuda en un peligroso bosque, desafiando a los espíritus eternos de los árboles más viejos.

    Quise acercarme de frente para no asustarla. Me despojé de mi capa invisible de oscuridad y le dije:

    —Bonita noche para pasear por este maravilloso lugar.

    —Joder, me has asustado.

    —Es que debe darte miedo pasear sola en un sitio como este.

    —Ahora ya no, tú me proteges, ¿no es así?

    —Tal vez, si me dices qué te trae a mis tierras.

    —¿Este bosque es tuyo?

    —El bosque es de las criaturas que viven en él. Mi casa está cerca, y sí, es mía. Solo quiero asegurarme de que yo tampoco corro peligro. Hay muy mala gente por ahí.

    —Esto te lo aseguro. Acabo de romper con mi novio. Ese sí que es mala gente.

    —Entonces, ¿vienes huyendo de él?

    Murió el sonido del viento mientras pensaba la pregunta. O quizás no pensaba. Su mirada se tornó triste, pero sus palabras se volvieron firmes:

    —No, no huyo de él. Pero no tengo a dónde ir. Mis pasos me llevaron aquí.

    —¿Te escapaste de casa?

    —Vivía con él, pero últimamente me gritaba mucho. Bebía demasiado y me hacía la vida muy difícil. Me cansé de tanto mal humor y tanta miseria.

    —Y terminaste en un bosque encantado, lleno de criaturas siniestras.

    Caminamos un rato en silencio. Llegamos al páramo más sombrío. Ella aminoró la marcha. Parecía asustada: se veía tan frágil con su minúsculo trajecito y su mirada inquieta.

    —¿Qué sabes tú de criaturas siniestras?

    —Solo sé que están.

    —¿Y te gustan?

    —¿Las criaturas del bosque? Vivo en plena naturaleza, claro que sí.

    Ella sonrió, con inocente picardía, como la joven que espera un beso en el portal de su casa. Y eso hice, sin dudarlo: mordí sus fríos labios con pasión, y ella me empujó. Muy suave, como sin querer evitarlo. Su sonrisa no desaparecía: estaba ahí, acompañándome.

    —¿Te gustaría ser una de ellas?

    —¿Qué?

    —Criatura de la noche.

    Me lo dijo y me abrazó. Yo estaba confundido, no sabía qué pretendía. Pero me sentía cómodo en sus brazos. A pesar del dolor, que se iba acentuando en mi cuello, que desprendía parte de mí en cada succión, y que me imposibilitaba pensar.

    Mi abrazo fue fundido a negro.

    Ese fuerte olor, deshecho de estar muerto. Al menos yo lo estaba: quieto, inmóvil, sin pulso. Hasta que abrí los ojos al pasar la luna y volví a estar despierto. Pero ahora era distinto. Era eterno.

    Kiss – Creatures of the Nigth

    Anuncios