
Querido diario:
Mi sueño hoy estaba oscuro. Era un mal presagio. Las nubes emborronaban el horizonte, y el sol era apenas una minúscula estrella que alguna vez existió. Llovía en el jardín de las puertas, empapando los senderos que llevan hacia otras mentes durmientes.
Una de esas puertas me era desconocida. El aire se respiraba entrecortado, oscureciendo el entorno. Algo enfermo habitaba allí, rezumando maldad y ganas de huir. Pero yo me negaba a renunciar a mi espacio secreto. Tendría que enfrentarme a ese destino.
Abrí la tenebrosa puerta. Era la pesadilla de un demente: viento arrasando un lugar olvidado por las lágrimas, polvo en las aceras, herrumbre en las señales de tráfico. En ese lugar yo vestía cuero negro. Mi linterna se había convertido en un farol de mano, y la pistola de plástico, ahora, en una ballesta con flechas luminosas.
Caminé por la carretera hasta encontrar un edificio en medio del vacío. Una casa muerta, enorme y deforme, no una torre que buscara el cielo. Escupía sombras por su puerta y de sus ventanas supuraba una sangre oscura, enferma.
Me acerqué con cautela. Entrar no era mi idea, así que esperé. A ver si el mal que habitaba allí quería mostrar su rostro.
Y lo hizo. De su interior emergió algo que una vez fue humano, mirándome con ojos infectados de penumbra.
—Has entrado en el sueño de un insano. Pronto estarás con nosotros.
Dijo la horrenda criatura, acercándose lentamente. Disparé cerca, a sus pies. Sabía que el daño que le hiciera a la criatura también lo recibiría el dueño de esta pesadilla. El dardo rozó su pierna y se clavó en el suelo, incendiando la oscuridad con un destello.
La criatura sonrió, inmóvil. Le afectaba la luz tanto como a nosotros el fuego.
—¿Crees que eso nos va a detener? —respondió, avanzando cojeante, riendo.
Hurgué en mi bolsillo. Era el momento. Allí no estaba la campanilla que me había entregado el extraño visitante, sino un teléfono viejo. Sonó de repente, con un timbre áspero y gastado.
Contesté la llamada, asustado por la cercanía del ser oscuro.
—¿Quién es?
—Veo que por fin te has enfrentado a tu primera sombra. ¿Es muy grande? ¿Está sola?
—Es poco más alta que un hombre, pero salió de una casa viva, que destila oscuridad.
—Esa es su guarida, la puerta por la que ha entrado. ¿Tienes algo que ilumine?
—Sí.
—Bien. Si no es muy grande, temerá la luz. Hazla retroceder, que vuelva a su refugio. Luego ingeníatelas para quemarla. Si la sombra te toca, estarás perdido. No dejes que ocurra.
Reaccioné rápido. Dos disparos frente a sus pies hicieron que retrocediera. Disparé entre sus piernas, varias veces, hasta levantar un muro de luz. La criatura avanzaba a trompicones hacia atrás.
Mi gatillo se hizo ligero. Dos flechas más ocuparon el lugar donde ella había estado, y la sombra terminó por retirarse. Ya cerca de la casa, fue arrancada del cuerpo que poseía: una espesa criatura de humo negro, atravesada por mis dardos, fue engullida por la mansión tenebrosa.
El cuerpo quedó desplomado en el suelo. Corrí a socorrerlo. Antes, estampé mi farol en la puerta del edificio, que ardió al instante. El hombre, recobrando su forma humana, abrió los ojos con miedo. Fue entonces cuando comprendí que estaba despertando.
Corrí hacia la puerta de mis sueños. Crucé sin aliento. Desperté sudando, en un instante.
Murcof – Cosmos II

















