Etiqueta: sueños

  • El rumor del viento

    El rumor del viento

    Este reptil emplumado tenía los colmillos tan grandes y afilados que nadie entendía cómo podía volar. Pero Tarek sí sabía cómo lograrlo: plegando sus enormes alas cobrizas, haciéndole saltar desde el mayor de los precipicios y disparando hacia el suelo.

    El vértigo le invadió el cuerpo.
    El estómago se le encogió.
    La respiración se detuvo.

    A pocos metros de las rocas, con la orden de un sonido, el monstruo emplumado abrió los brazos. Las membranas se inflaron, la cola chasqueó como un látigo y ascendió entre las nubes. Tarek gritaba de júbilo: la adrenalina le había secuestrado los sentidos. Inclinó el cuerpo a la derecha, trazando círculos en el aire, y volvió a caer en picado.

    La aldea lo estaba esperando.

    Hizo una pasada de vuelo rasante sobre el poblado. Algo iba mal. Había monturas desperdigadas y humo ascendiendo lento. Hizo un gesto a la bestia para que remontara el vuelo. Detrás, varias flechas silbaron. Un giro violento las hizo pasar de largo. El reptil alado lanzó un graznido gutural.

    —Sí, lo sé, preciosa, no te asustes. No te pasará nada —le dijo Tarek a su montura.

    La distancia era segura. Se colocó los cristales de visión cercana y observó el panorama: estaban atacando la aldea. Los Sauren habían aprovechado el fin de la cosecha.

    —Qué hijos de puta… —murmuró—. Va a tener razón el viejo Morzak: son listos.

    Eran siete u ocho, suficientes para destruirlos a todos. Los veía salir de la Sala de los Huesos, destrozada. Perseguían a los que aún respiraban, con sus horribles colas espinosas y su dentadura de cuchillas.

    Giró hacia las canteras. Recogió apresurado todas las rocas que su montura podía transportar y volvió raudo. La mirada cansada de su compañera de vuelos le dio la medida del esfuerzo que estaba haciendo. Pero no había otra forma.

    Los Sauren habían cercado a los supervivientes, al filo del abismo. Se acercaban rápido. Tarek actuó.

    Soltó la roca más grande. El sonido a rama quebrada le indicó que el más cercano ya no era un peligro.
    El segundo cayó igual de fácil, pero los demás comenzaron a esquivar los ataques.

    De las alforjas sacó una lanza y atravesó al tercero. A los dos que estaban más juntos les arrojó las últimas piedras. No los mató, pero los dejó inmóviles.

    Saltó desde el aire hacia el más cercano: una mole de dos metros y medio que abría las fauces con furia. Su espada lo atravesó antes de que pudiera cerrar la boca.

    Ya en tierra firme, corrió hacia el último. Estaba demasiado cerca de sus compañeros: no llegaría a tiempo.
    El Sauren destrozó a la joven con la que soñaba hacerse viejo, a sus amigos, a todos los suyos.

    Una sombra se movió en las alturas. De la cara de Tarek nació una sonrisa de alivio. De la del Sauren, una mueca de espanto.

    El reptil emplumado descendió en picado, arrancó del suelo al invasor y lo devoró en el aire.

    —Ya sabía yo que no me ibas a dejar tirado, guapa —susurró Tarek, con la voz rota entre cansancio y ternura.

    Architects – «Animals»

    A veces, el valor no es volar… sino no cerrar las alas cuando todo arde debajo.

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  • Configuración inicial

    Configuración inicial

    Estaba nervioso.
    La lucecita parpadeó en el dispositivo que tenía en la mano.
    Solo hacía falta un poco más de presión y se activaría.

    Respiró una vez más… y apretó.

    En su cabeza escuchó una melodía conocida.
    Su mirada se volvió borrosa. Era normal: le habían advertido de los efectos de la primera conexión.
    Un poco de mareo, respiración agitada. Todo pasajero.

    Frente a él apareció un logo suspendido en el aire, como la luna tras la ventana, solo que demasiado cerca.
    Desapareció, y en su lugar surgió una hilera de letras de comando:
    parámetros a la izquierda, iconos a la derecha…
    y por fin, una voz.

    —Hola, Sergio. Soy LYS, tu asistente virtual. Vamos a configurar el equipo. ¿Está todo preparado en tu dispositivo móvil para realizar la transferencia?
    —Sí.
    —De acuerdo, Sergio. Empezamos.

    En el centro de su campo de visión apareció una barra de progreso ascendente.
    Tiempo estimado: tres minutos y cincuenta y cuatro segundos.

    —Mientras tanto, podemos configurar el entorno. ¿Lo hacemos ahora o prefieres dejarlo para más tarde?
    —Ahora.
    —Bien, empecemos. Por favor, sin mover la cabeza, mire todo lo que pueda hacia la derecha.

    Sergio obedeció.
    En unos segundos se encendió un piloto verde en el margen derecho de su visión.

    —Perfecto. Ahora haga lo mismo hacia la izquierda.

    Repitió el movimiento y el otro piloto se iluminó.

    —Muy bien. Ahora, hacia abajo.

    El usuario siguió las instrucciones: movió piernas y brazos, tocó superficies rugosas y lisas, aspiró aire, olfateó un perfume.
    Pequeñas luces verdes se iban encendiendo en la interfaz, aprobando cada gesto.

    —Por último, Sergio, vamos a configurar la función locutiva. Tienes que repetir en voz alta la frase que aparecerá en el escritorio.

    Frente a él surgió una ventana blanca, y las letras azul marino comenzaron a materializarse:

    Nueve naves nuevas navegaban negras…

    —Por favor, dilo en voz alta.
    —Nueve naves nuevas navegaban negras…
    —Más rápido, por favor.
    —Nueve naves nuevas navegaban negras, nunca ninguna nombró la niebla…
    —Un poco más rápido.
    —Nueve naves nuevas navegaban negras, nunca ninguna nombró la niebla… a ver… ni nadie notó, ni nota, ni nombre…
    —Hay un error en la frase. Por favor, repita.
    —Nueve naves negr… ay, no…
    —Por favor, repita la frase.
    —Nueve naves nuevas navegaban negras, nunca ninguna nombró la niebla, ni nadie notó, ni nota, ni nombre, la nave nueve que es la novena.
    —Perfecto, Sergio. Hemos completado la instalación de tu unidad mental complementaria. Puedes acceder a las instrucciones si me lo solicitas. Para activarme, solo tienes que pensar en mí y estaré inmediatamente contigo. ¿Deseas proporcionarme una apariencia o prefieres que siga siendo un ente invisible?
    —Todavía no. Ya te iré configurando.
    —Como quieras, Sergio. Estaré aquí cuando me necesites.

    Pequeño silencio.
    Luego, con un tono más suave, la voz añadió:

    —A propósito: te he sacado cita con el logopeda el próximo martes a las 12:30.

    Gojira – Born For One Thing

    La pantalla se apagó, pero en el reflejo del cristal, LYS aún seguía mirándole.

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  • El Fary y el gato gurú

    El Fary y el gato gurú

    Capítulo 4: Dar cera, pulir cera

    —Vamos.
    —¿Pero qué hago?
    —Avanza.
    —Si no sé, dime algo.
    —¡Camina!
    —No puedo.

    Las zarpas brillaron al son de la iluminación. Con un feroz movimiento, el gato le clavó las uñas en el trasero. Javier avanzó de golpe, dándose de bruces con la chica que hacía deporte cerca. La vio caer en cámara lenta. El gato puso la mirada en blanco y empezó a lamerse la pata.

    —¡Uy! Perdón, no me di cuenta —le dijo mientras la ayudaba a levantarse.
    —Ten más cuidado, imbécil —respondió ella, volviendo a su rutina.

    Las sombras del atardecer caían en forma de fracaso sobre la mirada de Javier. Su gato sin nombre lo esperaba para animarlo. La cola levantada, el lomo arqueado, un bostezo infinito.

    —Todavía te falta subir la montaña, Javi-san.
    —Mira, gato-Miyagi, llevamos un mes en el parque. Corro todos los días, subo escaleras, hago flexiones… Pero todavía no sé cómo acercarme. No me digas “cómo”.
    —No pretendas coger moscas con los palillos si todavía no puedes con el arroz.
    —¿Qué me quieres decir con eso?
    —Que es hora de comer, campeón. Mira, esa chica que se ha sentado enfrente. Mis instrucciones son claras: siéntate a su lado con cara de haber corrido la maratón de Nueva York y dile hola.

    El joven simuló una carrera hasta el banco. Con cara de cansancio, dijo “hola”.
    Ella arqueó la ceja y le escupió un “hola” seco. Pero su expresión cambió por completo cuando un lindo gatito saltó a sus piernas. Le guiñó un ojo y empezó a ronronear.

    —Pero… ¡qué monada! ¡Qué cosita más bonita!
    —Ahí donde lo ves, es mi compañero de fatigas.
    —¿Te traes al gatito a hacer deporte?
    —Él me anima.
    —Ah, sí, he oído hablar de ti, el chico que corre con el gato encima. ¿Es tu gatito de apoyo emocional?
    —Algo así.
    —Qué encanto. Oye, me tengo que ir, pero si vienes por aquí a menudo, si quieres corremos juntos.
    —Será un placer.
    —Pues nos vemos estos días. Adiós, cosita rica.

    Le dijo al felino acariciándole el lomo y salió corriendo.
    Javier se quedó en estado catatónico.
    Una sonrisa lejana se dibujó en su cara, y el resto de él se fue persiguiendo en sueños a la corredora.—¿Lo ves, Javier-chan? Acabas de comerte tu primer plato de arroz.
    —¿Y ahora?
    —Ahora aprende a pelar las gambas.
    —¿Y eso cuándo será?
    —Esta noche. Para mí.

    Fresones Rebeldes – Al amanecer

    Javier miró el horizonte. El gato, su plato. Cada uno con sus prioridades espirituales.

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  • Latido cero

    Latido cero

    El primer latido fue débil, minúsculo. Una pequeña chispa sin sentido.
    El segundo sonó a susurro.
    El tercero golpeó las paredes de su pecho, obligando al aire a entrar.

    Abrió los ojos y rezó un momento. Una mirada atenta le sorprendió en su lamento. Respiró hondo, miró al frente y dijo:

    —¿Dónde estamos?

    —En Cassiopeia A, Comandante.

    —Pero… —dijo, intentando encontrar claridad en su mente— nos hemos desviado unos 30 parsecs.

    —Lo sabemos, señor.

    —¿Han despertado al ingeniero de servicio?

    —Sí, comandante. No hay anomalías en los sensores de viento solar. El corrector de gravedad está compensando la deriva.

    —Vale, vale… ¿Despertaron al jefe de ruta? ¿Al oficial de sistemas?

    —Sí, están despiertos, y no hay errores en sus cálculos.

    —Entonces, ¿qué pasa? ¿Por qué me han despertado?

    —Estamos siendo atraídos hacia la supernova muerta.

    El comandante se frotó los ojos. Intentó incorporarse, pero solo logró levantarse un poco.

    —Pásame aquí la imagen, por favor —dijo, señalando el monitor más cercano.

    Lo que vio lo dejó desconcertado. Gesticulando, controló el movimiento de la pantalla, acercando y alejando determinadas zonas hasta que quedó fija en un punto concreto.

    —Sí —dijo la alférez médico encargada del despertar—. Es lo que piensa: es artificial.

    —Es como un enjambre Dixon envolviendo los restos de la estrella. ¿Han estudiado la actividad que pueda tener?

    —Sí. Se escuchan señales de radio, movimientos lumínicos y actividad energética intensa.

    —¿Han intentado contactar?

    —No, se nos han anticipado. Han enviado un mensaje solicitando comunicación, está programada a TCS 124 356 478.

    —O sea que me habéis despertado para recibir la llamada de ET.

    Boards of Canada – Reach for the Dead

    “El sistema de comunicación parpadeó una vez más. La señal no provenía de ellos.”

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  • Los tres reflejos Capitulo 1: Sonotone

    Los tres reflejos Capitulo 1: Sonotone

    Marta: Te echo de menos.
    Pedro: ¡Hey! ¿Qué te pasa? ¿Hoy no habías salido con tus amigas? ¡Noche de chicas!
    Marta: Sí, hemos cenado. Quieren salir al puerto. Pero yo no tengo ganas.
    Pedro: Vamos, Marta. En cinco días volveré. Hoy pásatelo bien. Ve y diviértete.
    Marta: ¿Y tú, cómo estás?
    Pedro: Bien, sin tiempo para aburrirme. Ya sabes, trabajo.
    Marta: Bueno, al menos me tomaré una copa con ellas.
    Pedro: Eso es. ¿Dónde está la reina de la fiesta que conocí aquella noche de desenfreno? Sal y arrasa.
    Marta: ¿Te acuerdas?
    Pedro: Claro. Hale, déjame ya, que seguro que te están esperando.
    Marta: Sí, ya me están llamando.
    Pedro: Pero si bebes, que te lleven de vuelta, ¿vale?
    Marta: Siiii. Te quiero.
    Pedro: Y yo a ti. Mañana te llamo y me cuentas.

    Bloqueó su móvil y suspiró. Laura la esperaba en la puerta del coche. Era una amiga de Silvia, con quien solía salir ahora. Las demás ya habían llegado.

    —Entonces, ¿te vienes?
    —Sí, saldré un ratito con vosotras.
    —Estupendo, lo pasaremos bien. ¿Te llevo? Así usamos solo un coche.
    —Vale.

    Al arrancar, una vieja melodía olvidada fue escupida por la radio.

    “Well, the kids are all hopped up and ready to go…”

    —Coño, los Ramones.

    “They’re ready to go now…”

    —¿Te gustan?

    “They got their surfboards…”

    —Los escuchaba mucho cuando salía antes.

    “They got their surfboards…”

    —Pues vamos a arrasar esta noche.

    “And they’re going to the Discotheque Au Go Go…”

    Las dos amigas coreaban a gritos la canción. El aparcamiento era escaso. La melodía acompañaba. Habían encontrado una conexión sin buscarlo: amor por el ruido.

    “Sheena is a punk rocker now.”

    Las luces de neón dominaban la ciudad. Saludaron de lejos a sus amigas, que hablaban con unos chicos en la puerta del Sonotone. Hacía años que Marta no pisaba su sucio suelo. Seguía igual: olor a cerveza rancia y sudor, música insoportablemente deliciosa y chicos mirando a chicas.
    Todas bailaban, reían, susurraban las miradas de los demás.

    Laura se quedó atrás, apoyada en uno de los barriles que el antro hacía funcionar como mesa, sujetando una cerveza.

    Marta sonreía para sí misma. Danzaba para el espejo. Soñaba con el ayer.
    Los chicos la rodearon sin darse cuenta. Miró disimulada a uno, y eso fue suficiente para que él se lanzara.

    La mirada de Laura se desvió desde el fondo de la barra al lugar donde aquel tipo intentaba ligar con Marta.
    Dejó sus recuerdos de lado y se fue acercando.

    Demasiado cerca, demasiado rápido.
    A Marta no le importaba coquetear.
    El ruido hacía imposible escuchar, pero permitía un aliento a ron rancio y tabaco barato.

    Laura apartó al joven interesado con un suave empujón. Se acercó a Marta y, bajo la atenta mirada de los pretendientes de barra, la besó con pasión.

    Paladeó la sorpresa en silencio.
    Tenía sabor a desenfreno del pasado.
    A chicas gritando slogans de guerra y jauría de perros detrás.
    A risas por caras pasmadas.
    A adolescencia de hormonas rotas y hambre de vida.

    Pero en esta ocasión hubo algo distinto: liberó una pequeña mariposa azul aletargada en el estómago. Revoloteó hasta el techo del local, pidiendo más.

    Entre risas nerviosas y empujones, las dos fugitivas salieron en busca de aire fresco.
    Se sentaron en un muro, cansadas del rumor de los bares.
    Pasaron horas hablando de las noches del pasado, de los templos del ruido eléctrico y de las personas que habían pasado por su lado.

    —¿Vamos a otro lado? ¿Algún sitio donde se pueda bailar?
    —No sé… ¿Y las demás?
    —Les decimos que vamos a dar una putivuelta.

    Rompieron en carcajadas.
    Y también la noche.

    Danzaron al ritmo de los cascabeles. Los destellos de colores las hicieron bailar solas, abrazadas por la música, entre tambores y reverberación.
    Como una danza ancestral que conectaba el todo y la nada.
    El olvido de los días pasados y de los que vendrán.
    Quedando solo ellas dos, frente a frente, en presente.

    Eran más de las seis cuando aparcaron frente a la casa de Marta. Querían noche eterna, pero el resplandor del sol les dijo que no.
    Y se despidieron con un recuerdo del rescate pasado, en los labios.
    Con la promesa de un tal vez y la esperanza de un deseo.

    Se dijeron adiós.


    Marta: Buenos días, Pedro, ya llegué a casa.
    Pedro: Buff, yo me despierto ahora. Al final veo que te lo pasaste bien.
    Marta: Sí. ¿Sabes dónde estuvimos?
    Pedro: No, ¿dónde?
    Marta: En el Sonotone.
    Pedro: Qué bueno era aquel antro.
    Marta: Ya te digo.
    Pedro: ¿Siguen con la misma música?
    Marta: Sí, pusieron aquella de Barricada que te gustaba a ti.
    Pedro: Qué buenos tiempos. ¿Te acuerdas?
    Marta: Sí.
    Pedro: Como aquel día que te rescaté de aquella pandilla de babosos con un beso.
    Marta: Así fue como empezamos.

    Ramones – Sheena is a Punk Rocker

    «Se dijeron adiós, pero en el aire quedaba un deseo que ni la noche ni el olvido podían apagar.»

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  • Susurros carmesí

    Susurros carmesí

    —Buenos días, ¿es verdad lo que dice el letrero?
    Le brillaba la mirada; casi no podía disimular la ilusión. Al entrar reparó en que la tienda estaba algo descuidada: mucho polvo en las estanterías, una luz lúgubre y llena de interferencias, un olor rancio a moho y humedad. El dependiente, un señor oscuro de apariencia vetusta, le ofreció la sonrisa pervertida de quien descuartiza a sus clientes. Se acercó deslizándose tras el mostrador y le dijo:
    —Sí, es verdad. Vendemos espectros.

    La joven, con el entusiasmo de quien encuentra un tesoro, quiso saber más.
    —¿Cómo funciona? ¿Qué tipo de espectros tenéis? ¿Un espectro es lo mismo que un fantasma?
    —No, señorita, no. Una cosa es un espectro y otra bien distinta es un fantasma. Vendemos espectros y fantasmas, pero no al mismo precio.
    —¿Qué diferencia hay?
    —¿Vale, ves esto? —le enseñó una antigua botella llena de mugre con una etiqueta escrita a mano—. Es un espectro. Como todos los espectros, no tiene un nombre reconocido ni una forma clara. No se comporta con lógica aparente, no responde a ningún estímulo conocido y es difícil saber de él más que lo que muestra. Este se llama “Espectro de la casa de Guittenville” y cuesta £23.

    —¿Y ese de allí? —dijo la chica señalando un bote verde luminoso.
    —Eso sí es un fantasma —dijo el señor, acercándole el tarro—. Aquí pone claro un nombre: Elisabeth Brown. Murió en 1952, tragada por la gran niebla cuando tenía 58 años. Por lo general tiene buen carácter, pero a veces monta en cólera si se la contradice mucho. Precio: £254.
    —Qué caro.
    —Es un fantasma.

    —¿Y este otro? —La joven señaló el segundo recipiente del tercer estante.
    —Este es el fantasma de un niño —dijo el dependiente, agitando el frasco con un latido azul—. Son los más caros. Se llama Albert Dawn y murió en la postguerra. Era el séptimo hermano de una familia londinense. Se le escucha llorar en noches de tormenta y dormirá abrazado a ti las noches sin luna, si se lo permites. Si no, removerá objetos hasta que cedas o hasta que salga el sol. Precio: £372.
    —¿Y qué me puedes vender por £52,35? —preguntó ella—. Sin ser un espectro, claro.
    —Pues por ese precio tenemos esto. —El dependiente golpeó el mostrador con un tarro de resplandor carmesí—. Es un demonio menor.

    —Eso no es un fantasma.
    —No, no lo es. Pero aun así es más interesante que un espectro. Se llama Murmulín.
    —Qué nombre más chulo.
    —Sí. Además, si lo sabes cuidar, es totalmente inofensivo.
    —¿Qué he de hacer? ¿Cómo se cuida?
    —Se alimenta de susurros. Tendrás que hablarle en voz baja para mantenerlo saludable. A veces incluso te hará caso. ¿Te gusta? —El tendero le acercó el recipiente. Se distinguía una figura ligeramente humana; era fuego líquido y se escuchaba un respirar.
    —Sí, mucho —respondió la chica contando el dinero del bolso.—Bien. Esta es la regla principal: para interactuar con él hay que invocarlo. El conjuro está en la etiqueta. Saldrá y volverá cuando tú se lo ordenes. Aunque no siempre obedece; no suele hacer más estragos que tirar algún cuadro o desordenar un armario. Alguna vez concederá un deseo, aunque también puede darte dolor de barriga. Pero sobre todo hay algo que no debes hacer.
    —¿Qué no se puede hacer?
    —No abrir la tapa. El tarro debe permanecer siempre cerrado.
    —¿Y si la abro?
    —Liberarás toda su esencia —dijo el dependiente en voz baja— y te devorará el alma.

    Poe – Haunted

    ¿Qué comprarías tú en esa tienda, sabiendo que cada objeto guarda algo que alguna vez fue alguien?

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  • Diario de un soñador lúcido
Carta 21:  Sobre una mirada verde

    Diario de un soñador lúcido Carta 21: Sobre una mirada verde

    Querido diario:
    Me encanta el momento de taparme con mi grueso edredón y dejarme llevar por el cansancio. Tras cepillarme los dientes y, en el espejo, ver este cuerpo que tan poco me gusta, me dejo arrastrar por el sueño. Sé que allí seré distinta. Seré Desyria, la guerrera del vestido verde. Ceñida con daga corta y agilidad felina. Aquí no soy lo que soy, sino quien quiero ser.

    Abandono el mundo de los despiertos y caigo en mi casa-árbol, en mitad de la jungla hecha del material secreto que rige la fantasía. Bajo a tierra firme lanzándome en una liana y empiezo a elegir. En el hueco del tronco de cada árbol hay un portal: me transporta al subconsciente aletargado de otras personas. Hoy visitaré a un amigo y probaré el efecto de mi verde mirada sobre su piel.

    La puerta se abre de par en par. Soy bienvenida, y su sueño lo sabe. Su casa es distinta a la mía —todos los navegantes en el mar de Morfeo fabricamos una—. He visto mansiones victorianas, rascacielos neoyorquinos, hasta madrigueras bajo tierra. La suya es una posada medieval montada sobre una cima.

    Él me espera. Su lugar le ha avisado de mi presencia. Le sonrío con picardía. Él simula pudor y me mira con disimulado deseo. Los rayos de un sol distante nos alumbran entre las nubes. Él prefiere sombras y frío; mi acuarela es de colores cálidos. Pero me gusta el paisaje que ha dibujado para habitar, y la caricia de su viento sobre mi cara.

    —¿Qué aventuras me propones hoy? —me dijo, devolviéndome la sonrisa.
    —No sé, algo de calma. Ya son muchos días persiguiendo sombras. ¿Nos quedamos viendo algo al fuego de la chimenea?
    —¿Aquí también se puede pasar un domingo de manta y películas?
    —Aquí puedes hacer lo que quieras, ya lo sabes.
    —¿Qué quieres ver?
    —Un recuerdo.

    El salón era enorme, con paredes de piedra antigua y columnas de madera. No hacía calor, pero el aroma de las brasas inundaba la estancia. Se hizo la oscuridad en la sala. Un proyector antiguo empezó a mostrar imágenes en color sepia: una caída en bicicleta, las risas de estudiante en un instituto de pueblo, el mar Mediterráneo con su olor a sal y su calma templada.

    —No sabía que podía rescatar recuerdos tan vívidos.
    —Es un truco. Tu subconsciente está muy presente en este sitio, y se le pueden pedir cosas.
    —Me encanta. A ver si consigo algo más actual.

    Aparecieron unas imágenes en la calle, de noche. Vestía un traje negro y había fuegos artificiales. Felicitaba a los demás con efusiva alegría. Era fin de año, pero no supe de cuál. Qué guapo estaba, con esa sonrisa perenne.

    —Eres igual que en tus recuerdos —le dije, sin apartar la vista de la proyección.
    —¿Por qué no lo voy a ser? El próximo domingo de descanso te toca a ti: sesión de cine de recuerdos en tu casa-árbol.
    —Es que… yo… bueno… la mayoría de nosotros somos distintos en el sueño.
    —¿Entonces no eres como te veo ahora?
    —No.

    Se quedó pensativo un instante.
    —Vale… a mí me gusta mucho tu interior. Pero alguna vez tendré que verte a ti.

    Glass Animals – Dreamland

    A veces los sueños no son refugios, sino espejos.
    Ella, Desyria, lo sabe bien: cada recuerdo que rescata brilla un instante… antes de desvanecerse.
    Pero mientras exista alguien que la sueñe, seguirá volviendo.
    Verde, invencible y efímera.
    ¿Y tú? ¿Qué harías si pudieras cambiar en sueños?

    Todas las estrellas unidas en una figura:

    Diario de sueños

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  • Memoria en Do Sostenido

    Memoria en Do Sostenido

    No sé cómo lo harás tú —somos tan diferentes…
    El otro día, contándonos secretos al oído, descubrí el desparrame de imágenes que me narras. La superficie rugosa de tu camino, esa prosa impulsiva sobre el mar de tu mente.

    Y yo, folio en blanco. Silencio sobre la herida que, si no sana y tampoco empeora, si se marchita, no es por falta de amor: es que le grito desde tan lejos que ya no escucha.

    Yo, para invocar momentos, necesito la melodía de los elementos. Los rasgos perdidos de rostros viejos se ordenan en partitura secreta; en el sonido eterno del expandir primigenio, detonado en Do sostenido.

    No puedo evocar aroma, ni verbo ni cielo sin hacer sonar primero la vibrante sinfonía de la esencia del recuerdo.

    Baiuca + Carlangas – Fisterra

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  • No quiero ser un poeta

    No quiero ser un poeta

    ¿poesía dice? ¿Qué poesía?
    La que recita ese tipo que ya casi la conquista, con versos de ese tal Neruda que no comprende nadie y ni él mismo se cree.
    Pues no es tan difícil, yo pienso. Alardear de palabras, eso es lo que es. Meterlas en líneas montadas, rimbombantes, casadas entre ellas por el azar de formas sonoras.
    ¿Y qué más? Nada más fácil, lo voy a intentar.

    Yo te amo.

    No.

    Sí, sí te amo.

    Me refiero a que encuentro absurdo explicar mi amor si primero lo resumo.

    A ver…

    ¿Qué es el amor?

    El amor en el estómago son mariposas.
    También la necesidad de tu presencia.
    Las ganas de verte.
    Las ganas de comerte.

    ¿Es esa la idea? No queda bien, qué soso, qué absurdas palabras para un amor tan torpe.
    Quizás deba comprender cómo lo harían otros. ¿Qué tal el Neruda este, que tanto le gusta a quien ronda a mi amada?

    “Mujer, yo hubiera sido tu hijo, por beberte
    la leche de los senos como de un manantial”

    Pues sí, eso también lo haría yo. ¿Por qué no se me ha ocurrido a mí?
    ¿Es algo que enternece tanto a las damas? Que confusión.
    Seguiré buscando en el amor de otros.
    Volvamos con Neruda:

    “Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
    y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.”

    ¿Qué? ¿Qué tipo de amor prefiere el silencio? Cualquiera diría que es un “no te soporto”. No quiero referirme a eso.

    Quevedo escribió al amor, a ver qué dice:

    “Es una libertad encarcelada,
    que dura hasta el postrero parasismo;
    enfermedad que crece si es curada”

    El señor poeta aquí sufre de amor aun teniéndolo.
    ¿Qué diantres es el amor?
    ¿Es lo mismo el amor en sí, que el amor que siento yo por ella?
    Si es la más bella, ¿por qué el propio amor se obstina en marchitarla?

    Encadenando letras, me quedo.
    Atormentado,
    queriendo ver en tus labios
    versos pasados,
    en tu piel mi deseo,
    y en mi mente nada.
    Solo confusas
    las líneas de mi memoria.

    Marea – No Quiero Ser un Poeta

    Amor que te hace derretir… Despecho que te hace vomitar.
    Suéltalo en un verso cada uno. Dos líneas, dos bofetadas de emoción.
    Atrévete, que aquí no hay reglas, solo fuego en palabras.

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  • Ofrenda a la luna llena

    Ofrenda a la luna llena

    Bajo esta luna que los antiguos llamaron del castor o de la escarcha, tejemos un hilo de luz.
    Hoy celebramos esta magnífica noche llena gracias a las letras y la mirada de Blanca y su blog Un Rincón Para Pensar, cuya fotografía eleva el cielo y nos devuelve el asombro.
    Gracias por capturar no solo la luna, sino el instante donde el mundo se detiene y el alma se abre. Disfruten de ésta colaboración.




    Desde el balcón, trenzas brindando al viento, suspiraba sin remedio sobre los olivos.

    Nubes que al pasar dejaban ver una redonda silueta:

    tan blanca que era casi azul.

    —Te veo triste. ¿Qué te pasa?

    —Nada. Melancolía de viernes sin bailar. Y sin la luna de testigo.

    —Estoy aquí, boba. ¿No ves que soy yo quien te habla?

    —Ah… Pues ni eso me alivia. Penada me quedo.

    —Pero ¿por qué tantas ganas? Si bailas hasta en tu casa.

    —Pero esta noche estará él. Esperando, espero.

    —¿Y quién es él?

    —Quien me ama.

    O eso creo —dijo un suspiro.

    —Quien te ama, te espera.

    —Pero no puedo. No me dejan salir y por eso triste me muero.

    —Pobre niña ahogada en su pesar.

    —Si tan solo pudiera escapar una hora… mejor dos —suspiró.

    —Tal vez pueda hacerlo —dijo la luna.

    —¿Qué, luna mía?

    Un resplandor tan espeso la envolvió que pudo deslizarse dentro de él.

    Corrió entre nervios para romper la distancia que la separaba de su amado.

    La luna la vio partir y murmuró:

    —Ve. Y vuelve.

    Que yo te guardaré el cielo.

    En tu cuarto creciente se comienza a ver tu belleza. 

    Luna llena, protectora de mis noches en vela. 

    Cuarto menguante, te resistes a abandonar a aquellos que te admiran. 

    Luna nueva, elegantemente das la espalda para después volver a brillar con más fuerza.

    B.D.E.B.

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