Este relato forma parte del reto propuesto por Juli Ramos, pulsa en el nombre para acceder a su blog.
La palabra elegida es ergonómico.
El diseño de la máquina era tan simple que no entendía bien el porqué de unos asientos tan sofisticados. En sí era un cubo de color blanco y frío como la nieve, uno de sus lados hacía de puerta, dejaba ver un interior liso, sin mandos ni monitores. En el centro había un solo asiento, ergonómico como el de un deportivo de alta gama, con sus cinturones de seguridad incorporados.
-¿Hace falta tanta comodidad para un trayecto tan corto?
-Siéntese, ya lo comprobará.
La máquina había anunciado ya una cuenta atrás. Tomé asiento y me abroché, por inercia, al sistema de sujeción. Estaba absorto, acariciando el asiento, maravillado por el tacto de cuero del sillón cuando cerraron el artefacto y empezó a activarse.
La iluminación interior se hizo tan potente que no me dejaba ver nada. No había movimiento aparente, tan solo un sordo zumbido blanco como la máquina. Aunque no se estaba desplazando, sentí inercia en mi cuerpo. Todo daba vueltas a mi alrededor, tenía la sensación de caer desde lo alto de un edificio, una montaña rusa sin movimiento que me hacía agarrar con fuerzas al preciado sillón.
La luz se apagó y yo estaba rendido, en el sillón, sin fuerzas para levantarme. Contemplaba desganado la apertura del cubo, donde se asomó una mujer con la misma bata blanca de loa operarios que dirigían el experimento, allá, en el otro lado.
– Buenos días, señor Orellana, acaba de dar un salto a cuatrocientos sesenta y seis años luz de su origen. Tómese su tiempo para levantarse de su asiento, le será más cómodo aclimatarse a su nueva gravedad.
En una nube tengo mi posada, en un pedazo de sueño, regalo de Oniros, está mi hogar. Me dejo ayudar por almas en pena, con buena intención, y pasión por su faena. Más no seré dueño y señor, inexistente ser frente a mi lanza, solo soy yo, y no pretendo nada.
Cambio mi copa por un momento, de luces o de sombras siempre sinceras, pero no te debo más, tan solo tu compañía si es grata, Si no, la senda es larga y ahí tienes tu camino, que no es mi vereda.
He sido rey esclavo, perdí mi corona huyendo de mis cadenas, en el frío mundo de la imposición, por eso en mi posada, todos beben, todos hablan, pero no hay un gesto alto, no hay orden del cielo, no hay quien a todos decrete que ahora deben hacerlo.
Aquí somos melodías al compás disonante, de una odisea sideral con una nota equivocada.
Somos iguales entrelazados en versos armónicos sin rima definida.
Somos antimateria cautivada por las trampas que hizo Penning en una jaula electrificada.
Somos gotas de tinta eléctrica desafiando la carencia de la palabra.
Ocurrió que mis párpados cayeron con el sol sobre el horizonte, y las estrellas guiaron la cansada reminiscencia de mis botas, como astrolabio que sabe de su destino entre las nubes del cielo.
Allí fue hallado, el inconcebible castillo de aquel que le da forma al mundo dormido, soportado por la nube de la remembranza de aquellos que yacen en letargo, de mutable aspecto, de luz y de sombra. Ahí yergue su atalaya desafiante del viento, tocando el cielo con sus torres y en la luna su reflejo.
Aguardaba en silencio, en la circunspección de su solio, a que mis huellas me llevasen a su encuentro. En su mirada, la mía, en sus ojos, el rotar del tiempo, el infinito deambular del firmamento, de esperanzas y tinieblas, girando acompasados en un minueto.
-Bienvenido a mi morada, le estaba esperando.
Su voz era la melodía del coro de un monasterio, era voz de anciano y también de infante, de delicada dama y de recio caballero, era la sincronía de la danza de la brisa esperando al trueno.
Sujetaba en su mano un cincelado frasco de un líquido misterio, de naturaleza radiante y de oscuros secretos, de él extrajo una lágrima, manifiesto de obsequio.
– Parece una gota de lluvia de un paisaje desierto.
-Conozco de tu incansable caminar por la senda de mi reino. Este presente que te entrego es retal del aura heterogénea que componen los sueños. Dale un nombre y podrás componer a tu antojo el lugar de tu descanso. Solo solicito como diezmo un pequeño tributo, que en la tinta de tu pluma interpretes los misterios de aventuras infinitas, del relato de un suspiro, de primaveras eternas o de incesante invierno. Que lo transcribas en grafía para alimento de mi reino.
Airam consiguió alquilar aquella casa en la costa, para aislarse este verano de las pesadillas cotidianas. No soportaba más el infame ruido de cristales rotos que se había instalado en su casa. Decidió planear una escapada de asceta para no permitir que la enajenación ordinaria se convirtiese en insania.
Le enamoró la inmensidad del mar, el olor a sal y el rumor de las olas que entraban desde la orilla hasta la ventana del dormitorio. Algún velero se divisaba en la línea donde se mezclaba el mar con el cielo, convertía el paisaje, en una digna postal de recuerdo de una feliz estancia.
No era tan idílico este paraje al caer el sol. La marea había bajado tanto que el mar parecía un inmenso y negro charco de alquitrán fundido con el horizonte. La luna llena reflejaba dejando una estela que, junto al canto de las pardelas, hacía de la costa un siniestro cuadro de Beksinski.
El llanto de un bebe en forma de canto de pardela terminó perturbando su sueño, muchas leyendas cuentan historias relacionadas con el sonido que hacen por las noches estas aves pelágicas, de brujas que raptaban niños, o de duendes que acechaban en las costas imitando el llorar de los infantes.
La segunda noche, con vistas a un “no pasa nada, no hay que temer”, decidió pasear por la orilla, armado con una linterna reveladora de inexistentes monstruos, volando a la sombra de la noche. El incansable chirrido de las aves y el resplandor de luces en la playa hizo que volviera a la casa con tanto miedo que le hizo encerrarse en su habitación y taparse los oídos con las manos.
Decidido a no dejarse vencer, la tercera noche se armó de valor y con ayuda de los auriculares pasó el inicio de la noche escuchando el concierto de Brandeburgo número seis de Bach. El sonido de las violas llegó a sincronizarse con el canto de las pardelas, que esa noche estaban más agitadas. Frustrado, se quitó los auriculares y se asomó por la ventana. Un golpe en el cristal le hizo saltar hacia atrás. Una de las molestas aves había chocado con la ventana, dejando grietas en el vidrio y el animal agonizaba entre espasmos en el suelo.
Armado de valor, quiso no ver el gigante en las aspas del molino y que esta cuarta noche fuera el comienzo de unas vacaciones en calma. Tras una cena ligera, caminó por la orilla de la playa en plena puesta de sol, con el objetivo de enfrentarse a sus más temidos miedos. Su linterna le acompañaba por si la noche se hacía oscura y en la otra mano, a modo de tranquilizante, un martillo como posible arma defensiva.
Se había alejado unos kilómetros de la casa, los últimos rayos de sol daban la bienvenida a la oscuridad de la noche. Fue entonces cuando reconoció la melodía incansable de sus atormentadores alados, que le habían acompañado todas estas noches. Sus extraños trinos se localizaban ahora enfrente de él, donde descubrió el resplandor de una hoguera.
Intentando no perder la calma, decidió acercarse al refulgir del fuego, que asomaba desde la esquina del acantilado. Arropado por la oscuridad y la geografía de la costa, se acercó hasta poder ver que ocurría a una distancia prudencial.
Varias mujeres daban vueltas a la hoguera. Jóvenes algunas, otras ya adentradas en años. Bailaban y corrían alrededor de la lumbre. Algunas vestían harapos oscuros, otras estaban desnudas o casi desnudas. De pronto pararon. La más vieja empezó a graznar como si de una pardela se tratase, le siguieron las demás creando una espeluznante conversación grotesca e irreal. Airam se asustó tanto que echó a correr todo lo rápido que pudo, hasta llegar a la casa desfallecido y sin aliento, cerrando puertas y ventanas en cuanto recobró las fuerzas.
Se dispuso a recoger rápidamente lo que pudo y partió de vuelta a su casa sin mirar atrás. Al amanecer, cansado y todavía asustado, entró a su morada. Para sorpresa de su familia, que sabían del necesario descanso que Airam había elegido tomar. No hubo muchas preguntas, su aspecto era más la de un hombre enfermo y decidieron dejarle descansar.
Durmió durante todo el día y toda la tarde. Por la noche despertó con el malestar de quien se levanta tras una siesta muy prolongada. Con la tranquilidad de estar en casa abrió la puerta del balcón, encontrándose con la figura de su mujer, que se asomaba en la terraza a espaldas de él. Le inquietó encontrarla totalmente desnuda. – ¡Alba! – la llamó con cierto temor. Ella se giró lentamente y le miró fijamente a los ojos un instante. De su boca, como si de una pesadilla se tratara, empezó a fluir un estremecedor canto de pardela.
La mente de Airam se rompió en mil pedazos, nunca se supo si la locura estaba latente en él o fueron las aves de aquel paraje marino las que hizo que terminase con su mirada perdida en el infinito y su alma muy lejos, en algún lugar más allá del horizonte.
-Una copa de vino para mí, y esencia de rosas para mi amigo.
-¿Para quién? Yo aquí no veo a nadie.
– Ah, sí, es que mi amigo es un espíritu.
– Pues anda un poco des materializado
-Claro, es incorpóreo.
-¿Y entonces cómo se va a tomar la esencia de rosas?
-Usted póngaselo y él ya sabrá.
-¿Cómo que le da por llevarse de copas a los espíritus?
-Verá, Yo andaba aburrida en casa, y vi un anuncio en el móvil que ponía, curso de médium intensivo, comuníquese con sus difuntos por medio de la ouija, y claro, ya he aprendido.
-¿Desde entonces se va de marcha con los fantasmas?
-Exacto, desde entonces son mis amigos.
-¿Utiliza ese tablero para conversar con ellos?
-Al principio sí, ahora es más fácil, utilizo el método de la posesión.
-No quiero a nadie en este local con la cabeza dando giros de 360 grados, ¿Eh?
-Tranquilo, eso es solo en las películas, el único efecto es que cambio la voz ¿Quiere saludar a mi amigo?
-Si no hay más remedio.
– (voz gruesa) Hola, soy Fulgencio, el fantasma, ¿me pone ya esa esencia de rosas? Se me está secando ya el ectoplasma.
-Fantasma y exigente, lo tiene usted todo señor Fulgencio.
-(Voz gruesa) Encima que ando penando por ahí, usted se mofa, mire que le monto un poltergeist aquí mismo.
-Anda, póngame usted con la señora que yo ya le pongo la copa.
-A que es un encanto el señor Fulgencio.
-Muy espiritual me parece.
-(Voz Gruesa)Que conste que no pienso volver a este antro.
-No he sido yo quien le ha invocado.
-¿Queréis dejar de pelear? Parecéis niños. (Voz gruesa) ¡Es él que se mete conmigo!
Presa de la mala fortuna, decidió abandonar la senda, apearse en una nube y observar desde allí mi maltrecha figura de hombros caídos por el transcurrir de latidos oxidados de mi desgastado reloj. Me advertía que ya era tarde, que me espera la reina de corazones.
Y yo, sin más que hacer, que ya hice bastante, pensé en construir una escalera inmensa, descomunal, desorbitada, para subir a tu lado cuando me sienta cansado. De estructura simple, sin adornos, peldaño a peldaño, sin forma definida y sin descanso.
Será elaborada en noble madera de sentimientos perdidos al viento con añoranza de los besos que te doy cuando te recuerdo en esas noches de invierno frío, con sabor a cálidos momentos. Para sujetar escalones usaré los abrazos que hallé recordando en el olvido, el color de tu mirada perdida en un sueño y el sonido de tu risa de fresca brisa de verano.
Subiré cuando termine de seguir las líneas de mis manos, que creando peldaños se han agrietado. Me sentaré a descansar en el filo del horizonte para encontrar resuello en tu aliento.
De pronto me di cuenta de que mis padres, cuando yo era adolescente, me gritaban exactamente lo mismo. Pero… ¿por qué no soporto la música de mis hijos si escucho Slayer o Sepultura?
Mis padres escuchaban música, creo que más por inercia que por gusto. Antonio Machín sonaba a todas horas: Dos gardenias para ti, eternas gardenias que retumbaban en mi cabeza una y otra vez.
Luego llegaron los cuarenta principales. Al principio me satisfizo: Bob Dylan como número uno, bueno, no estaba mal… habrá que estudiar inglés, eso sí. Rocío Jurado me parecía un misterio; letras incomprensibles para un niño de 8 años, una pena tan profunda que parecía pesar sobre sus hombros.
Cuando descubrí a los Beatles, fue gloria para mis oídos. Disfrutaba con Paul y John tanto que terminé rayando los discos preciados de mi tío.
En la escuela me llamaban “carroza” por escuchar música antigua, así que busqué algo moderno: Ozzy Osbourne en Back at the Moon. No confundir con Bertín, que también pertenecía a la época.
Tras varias búsquedas frustrantes, y siguiendo ciertas pistas entre los surcos de los vinilos, invocé al mismísimo diablo. Claro que no estaba dispuesto a venderle mi alma por tan poco:
—¿Y qué me puedes ofrecer si no es mi alma? —Todo mi apoyo incondicional a la música que te represente. —¿Acceso a discos? —Tres al mes y entradas a conciertos cada dos años, pero tendrás que predicar el camino de la bestia. —¿Dónde firmo? —Hágase un corte por aquí.
Después de eso, empecé a recibir visitas de mi azufrado amigo con material inédito y espectacular, y mi colección creció. Yo me convertí en un fiel divulgador de su palabra y obra.
Pero a mediados de los 90, algo cambió. El Rock Gótico perdió popularidad y comenzó a llegar música que no me llenaba igual: ritmos electrónicos simples, voces alteradas, melodías que recordaban vagamente a mi aborrecido señor Antonio Machín. Y más tarde… reggaetón.
Curioso, pregunté a mi amigo con cuernos:
—¿Qué cambio es este? —le dije, enseñándole un CD de Don Omar. —Bueno —respondió—, es la música que me representa ahora. —Pero no habla de ti, no ensalza tu filosofía. —Los tiempos han cambiado. Ahora la gente joven prefiere divertirse. Esta música habla de enfrentamientos, celos y engaños. —Pero el rock y sus variantes tienen solera de culto. —Sí, y siguen representándome… solo que mi público ahora pide más variedad.
Fue entonces cuando rompí mi contrato con el diablo y decidí buscar mi propia música. Desde entonces prefiero grupos independientes, como Love of Lesbian. ¿Entiendes, hija?
—Papá, déjame de comerme el coco y ábrete una cuenta de TikTok.
Iron Maiden – The number of the Beast
“Entre vinilos y TikToks, siempre habrá un diablo dispuesto a darte pistas.”
En las Bodegas Nueva Tierra, situadas en el Valle de la Nueva Tierra, en el Planeta Kepler, nace el inmejorable vino azul de bayas. Fruto de años de investigación y trabajo de la familia Newman, consiguiendo una adaptación al medio y una producción funcional con una calidad inimaginable en tan poco tiempo.
Elaborado con las más selectas bayas, el producto estrella de las Bodegas Nueva Tierra, y de nombre Azul, como su color, es elaborado en barricas de baobab kerpliano, con el que se consigue una madera parecida a la del castaño. Su mosto tiene una fermentación alcohólica con levaduras seleccionadas procedentes de la tierra, su maceración carbónica dura 15 días, Una vez en la barrica, es envejecido durante tres años kerplianos (un año terrestre).
De aspecto terso y sin brillo y un intenso color azul, deja un suave aroma cítrico y azahar nada más llenar la copa. Sorprende el carácter y la complejidad digna de cualquier caldo clásico y un cuerpo sutil y delicado. Ideal para largas charlas después de cenar en buena compañía.
Disponible por primera vez en La Tierra desde hace pocos días, se convertirá en uno de los vinos exclusivos más codiciados del momento.
Era la estación más colorida del año en Kepler, en esa fecha tan señalada, invadía el valle un torrente de flores con tan alegre semblante que Vega no podía evitar pasar las tardes paseando, arrebatada por tan deslumbrante paisaje. Allí tirada, entre el embriagador aroma silvestre, en la hierba que crecía a pies de aquel bosque, observaba los retorcidos árboles que lo formaban, sus padres no querían que entrase en él, Pero la niña, más que valiente, era atrevida.
– Vamos Willy, que no nos va a pasar nada.-
Willy que andaba olfateando unas plantas en busca de insectos, corrió raudo y alegre tras la niña, que ya se adentraba entre los extraños árboles que formaban el bosque. Parecidos a los baobabs, aunque de troncos curvos y hojas carnosas que llegaban al suelo. El crepitar de la maleza y el aullar de las criaturas empezó a asustar a Vega.
– Willy, vamos, nos volvemos ya –
La mascota de la niña estaba quieto, señalando con sus tentáculos a un poblado matorral lleno de espinas. Ululaba como un gato enfadado y retrocedía sin dar la espalda a la maleza. Entre ramas, una horrible criatura empezó a salir del matorral, de ojos brillantes y colmillos afilados .
– ¡Corre Willy!-
La niña, presa del pánico, quiso volverse y correr, pero otro monstruoso animal le cortaba el paso, un mustélido enorme con sucia pelambrera que arrastraba por el suelo, un morro canino con afilados dientes y una mirada incandescente daba forma a esa pesadilla, que con un sonido gutural amenazaba con darle caza. Tras ella apareció Willy, valiente y feroz protector, saltando con sus ondulantes tentáculos al cuello de la criatura. Hubo el reflejo azulado y el sonido chispeante de corriente electrostática. El ya no tan espeluznante monstruo, huyó despavorido y chamuscado tras el ataque del animal de compañía de Vega.
– Willy, no sabía que podías hacer eso –
La niña cogió a su amigo de uno de sus tentáculos y caminaron a la salida del bosque, dejando atrás una humeante criatura aturdida y asustada, escondida tras el matorral.
Mis gastadas botas, manchadas de polvo y de nube, caminan hasta el horizonte en su lento arrastre de envejecidas suelas. Perdiendo el cemento, procrastinando el paso del tiempo, camino para nunca llegar despierto. Cruzando cordilleras y valles en las eternas tierras que forman la piel de Hipnos.
El paisaje me contempla, avezado de crear sendas en el viento, de navegar en el canto del mirlo mientras caza un lamento. Recreando en mi mente instantes y momentos que la pluma perdida de algún ave con prisa dejó olvidada en su vuelo, en algún momento dibujará grafemas de tinta sobre lienzo de pliego.
Mis cansadas botas escriben secretos, bordados con la fina hebra que hilan tus sueños.