Etiqueta: sueños

  • Carta 4: El eco de un perfume olvidado

    Carta 4: El eco de un perfume olvidado

    Querido diario,

    Desperté, pero quería seguir durmiendo. Tenía el sabor rosa de una aventura que se esfumaba de mi mente, su perfume a rosas se disipaba dejándome solo con la sensación de cansancio. No quise dejarlo pasar; quería recuperar la memoria onírica y atrapar una buena historia para mi diario. Sabía que podía retomarlo aunque lo hubiera olvidado.

    Me relajé y me dejé llevar. Me invadió el frescor de una ventana abierta, de brisas de verano de pueblo con olor a azahar, sonaba una verbena lejana, fiesta de pueblo y alegría vieja. Al girarme en la cama en la que todavía estaba, percibí su calor, el roce de su cuerpo, la caricia de su espalda al aproximarse. Ella se giró y posó su azul sonrisa sobre mí y dijo:

    —Te has quedado dormido.

    La pasión de mis labios explotó sobre los suyos, y ella me los permitió rozar un instante, un largo instante que me hizo querer más, pero ella me apartó, suave como la brisa cargada de risas que entraba por la ventana. Se incorporó y me dijo:

    —Te has quedado dormido.

    No quise conformarme y ella cedió a mi caricia; sus ojos se cerraron y su cuerpo se arqueó entre mis manos. Pero hubo algo en ella que no pudo sostener: una sonrisa que se rompió en risa y le hizo mirarme para decirme:

    —Te has quedado dormido.

    —Pero, ¿no me ves? Estoy bien despierto.

    —¡No! Te has quedado dormido.

    Entonces, frente a su cuerpo semidesnudo, me di cuenta del sueño… y desperté. La luz del sol me abrazaba, el sobresalto llegó con una reprimenda del despertador apagado, contándome que llegaba tarde. Pensé si en verdad era buena idea esto de apuntar mis experiencias en el reino de Oniros; no solo llegaba tarde a trabajar, sino que además no iba a recuperar tan buena compañía esta noche.

    Anni B. Sweet – Buen Viaje

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  • Alienígenas

    Alienígenas

    Están aquí, hoy los he descubierto. Como salidos de una asfixiante película de ciencia ficción de los años 80, los he visto actuar. Existen extraterrestres y están entre nosotros. Camuflados en nuestro mundo, sin una misión que pueda discernirse, pasan por ser tu amigo, el profesor de gimnasia, la vecina guapa del quinto C, el ministro de cultura o quizás también tu escritor favorito. Quizás sean más de los que creo y hayan aprendido un método para ocultarse más efectivo.

    Yo creo que son plantas pensantes, y han venido a alimentarse de humanos, o a violarnos a todos sin que a duras penas nos enteremos. Los concibo como lechugas con ramas tiernas y un cogollo espeso, o como coles dignas de un chucrut fermentado en pensamientos raros. Se alimentan, a mi parecer, de fatiga mental, de cambios de humor y de oscuras manchas de miedo que flotan en las ideas. Se reproducen a raíz de la baja autoestima, con el “quiero y no puedo” y el “él ni un minuto tarde, que tu tiempo es mío”.

    Si quieres conocer a estos infiltrados estelares, y así evitar ser depredado sin compasión, debes saber que no se ocultan en las sombras, ni acechan atravesando el prado, pero no los ves cuando vienen y cuando están, huir es complicado. Atacan verbalizando comentarios mordaces, tristes historias de heridas abiertas y magnas parábolas de autoengrandecimiento sistemáticas. Disparando dardos de culpa y hechizos de empequeñecimiento instantáneo, alimentándose de mente y alma y dejándote en el suelo, esperando a que te reanimes para atacar de nuevo.

    No soy científico, ni eminencia en mística astral, tampoco sé de sucesos extraños ni de lo paranormal. Tan solo sospecho este hecho, pues en mi entendimiento no entra pensar que, en vez de tratar de armonizar nuestro existir, tratemos de fagocitar al desconocido por algo ajeno a poder sobrevivir.

    Steve Vai – Tender Surrender

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  • Inventario de deudas olvidadas

    Inventario de deudas olvidadas

     Cielo nocturno estrellado con palabras fugaces, metáfora visual del agradecimiento y la memoria, evocando el paso del tiempo y los sueños olvidados.

    Sin apenas pensarlo, porque de puro despiste a veces ni recuerdo que respiro, y exhalo al viento sin importarme a dónde irá, descubrí que en este camino extraño, lleno de giros de guion y volteretas en la cama, la soledad —caprichosa— se resiste a acompañarme. Y así, le debo quién soy al destino que ha pasado, sin pedir permiso.

    Como apenas tengo nada, solo soy palabras desordenadas, metáforas sin dueño, con sabor a limonada de huerto y brisa marina cargada de relente de luna llena. Canciones olvidadas que, de pronto, una noche de buen vino, vuelven a sonar. Solo tengo días, años girando al sol, recuerdos que me apropié por el roce y las ganas de aventuras en el confín de la realidad, y que no serían nada si no me los hubiera inventado.

    Y como no tengo más, eso entrego: un circunloquio de agasajos merecidos para quienes cruzaron conmigo y dejaron su rastro en mi designio. A los que caminaron a mi lado, a los que sin saberlo surcaron galaxias en una nave de sueños, a quienes esperaron que saliera de mis babias de mirada nublada, y también a los que se marcharon a otros mundos, pero aún me recuerdan. A todos ellos —imaginarios, artificiales, animados o consanguíneos— quiero explicarles que, al transcurrir del misterio del tiempo, al abrazar mis recuerdos, al raspar mis neuronas en busca de méritos, sé que son tan míos como lo son vuestros. Porque toda historia vivida, incluso la que soñamos, nos pertenece a todos los que la compartimos, aunque a veces solo la escuche el silencio.

    Muse – Maps of your head

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  • El guardián del puente

    El guardián del puente

    La mirada del orco parecía apagada, miraba distraído una mariposa azul posarse en una flor roja como sus heridas. Tras él, unos pasos. Al girarse se encontró un paladín de brillante armadura plateada con tabardo de cruz y una bruja con un vestido tan oscuro que parecía desviar la luz. Los ojos del orco se encendieron de fuego y cólera.

    —Nadie pasa el puente sin enfrentarse a mi garrote.

    Los dos exploradores se quedaron sorprendidos al percatarse del enorme orco que les tapaba el camino a su destino. Vestía con cuero viejo de láminas de dragón gris y su arma no era más que parte del tronco de un árbol.

    —Pero… ¿Qué haces aquí? Anda, déjanos pasar —exclamó el paladín.

    —Nadie pasa por este puente —reafirmó el orco con un rugido.

    —Mira, niño, quítate de en medio ya que llevamos prisa —dijo la bruja, haciendo alarde de su falta de paciencia con un conjuro de invocación en ciernes.

    —Tranquila, Velisse, déjame hablar con él —susurró el paladín, intentando calmar los nervios de la elfa bruja. Luego habló en alto para el defensor del puente—. Tú sabes que nosotros tres hemos jurado lealtad a la misma bandera, ¿verdad?

    —Sí.

    —Y eso nos hace estar en el mismo equipo, ¿no?

    —Sí.

    —Y que mis enemigos son tus enemigos, ¿es así?

    —Sí.

    —¿Nos vas a dejar cruzar entonces?

    —¡No!

    —¡Entonces muere!

    El paladín desenvainó sus dos espadas y conjuró a la luz sagrada, emitiendo un destello que bañó su armadura con el resplandor del hechizo. La elfa también se puso en guardia, convocando a las fuerzas demoníacas en forma de diablillo de fuego. El orco los miró con indiferencia y les espetó:

    —Sabéis que no podéis conmigo, ¿verdad?

    Hubo un momento de tensión, de miradas, de silencio incómodo que precedía a la batalla. Las ranas en el río croaban ajenas a la tragedia; el viento quiso dar una nota épica arrastrando la maleza entre ellos. El paladín rompió el silencio con un ruego:

    —¡Joder, Jose Luis! ¡Déjanos jugar!

    —Y os dejo, Javi, pero no podéis cruzar el puente.

    —¿Qué quieres de nosotros? —le dijo la bruja, con su diablillo en el hombro.

    —Que me dejéis jugar con vosotros, Marta —dijo el orco mirando hacia otro lado—. Siempre os vais de aventuras sin mí. Mamá dice que no es justo.

    —Pero es que nos fastidias las misiones, matas a todo lo que hay alrededor, eres muy bruto.

    —Pues claro, soy un orco.

    —Vale, Jose Luis, ven con nosotros. Pero a la primera que no nos hagas caso te echamos del grupo.

    —Vale.

    Elfa, humano y orco pasaron por el puente viejo en paz, pero dispuestos a la batalla.

    Powerwolf – Army of the Night

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  • Karma con leche condensada

    Karma con leche condensada

    —El karma está pudriendo el mundo.

    —¿Qué?

    —Digo que el karma está demasiado oscurecido, que todo el mal que hacemos nos está siendo devuelto.

    —¿Y te estás dando cuenta de eso mientras observas cómo esa señora discute con el camarero?

    —Claro. ¿Conoces el concepto de karma, no?

    —Es una fuerza mística que hace que cualquier acción que cometas, buena o mala, te sea devuelta.

    —Sí, algo así. Si lo aplicamos filosóficamente, es más bien que todo lo que hacemos tiene una consecuencia que nos va a afectar. Mira a la señora: está enfadada con el camarero —vete tú a saber por qué— y el camarero responde a la defensiva.

    —Vale, es un enfrentamiento entre ellos. ¿Qué tiene que ver eso con el karma?

    —Bueno, existe un malestar general. Todos estamos sensibles, nos afectan cosas, acumulamos tensión… y de buenas a primeras, la soltamos con cualquiera.

    —Pero eso se escapa del significado del karma.

    —¡Qué va! No es más que karma amontonado. Fíjate, hay dos versiones. La más fácil: ella se queja de que había pedido un café con leche condensada, él se disculpa. Ella le dice que, además, se lo había traído frío, y él contesta que le hará otro a su gusto. Ella lo mira con arrogancia y suelta, en alto: “¡Faltaría más! Con el precio que le ponéis a un puto café y el despiste que lleváis siempre, es lo mínimo que podéis hacer: haceros cargo de vuestros errores”. Y ahí salta el camarero.

    —Veo una pelea, no una intervención divina.

    —Verás cómo, dentro de un segundo, vendrá el encargado del local y, antes de que le expliquen lo sucedido, le servirá a la señora un café a su gusto, caliente y con leche condensada. Ella se lo tomará contenta e ignorante del condimento extra que lleva.

    —No… Escupió en el café.

    —Lo he visto con mis propios ojos. Es lo que tiene ser antipática: que le caes mal a todo el mundo. Y ahora tú te estás alegrando.

    —Oye… ¿y la versión larga?

    —Esa tiene como final una explosión nuclear, así que reza para que no ocurra, pecador del karma. Mira que alegrarte por lo que le ha pasado a la señora…

    Niña Polaca – Madrid si Ti

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  • Siempre estás en la luna

    Siempre estás en la luna

    Una pequeña huella en un planeta imposible.

    Siendo niño, los mayores me decían: “Siempre estás en la luna”. Y era cierto.
    Me pasaba las mañanas de verano persiguiendo criaturas insólitas en escenarios imaginados. Caminaba por la arena de la playa, ocultando mis pequeñas huellas para no dejar rastro, para poder esconderme entre estatuas de cobre mohoso, mal enterradas en la costa.

    Fabricaba monstruos de plastilina, de movimientos entrecortados y colores antiguos, brillantes como volutas de polvo. Perseguían a aventureros temerarios y a damas en apuros. Los escondía en cuevas olvidadas o en selvas vírgenes de paso estrecho y piel de felino extinto, atravesadas por un enorme primate coronado, que gritaba entre golpes de pecho al cruzar los árboles enanos.

    Pero si algo me apasionaba era mirar el brillo de la noche. Esperaba estrellas fugaces y las veía surcar el horizonte. Quería atraparlas cuando aterrizaban entre luces circulares colgadas de infinitos hilos invisibles, llevándose vacas flotantes bajo un foco blanco.
    Quería conocer a los fabulosos corsarios verdes, dueños de esos artefactos galácticos, que venían buscando aventuras en otras orillas siderales, con espadas de fluido líquido para rescatar princesas interplanetarias.

    Y siendo mayor, aún me dicen: “Siempre estás en la luna”. Y sigue siendo verdad.
    Estoy entre cráteres, disfrutando de la falta de gravedad, soñando con que la luna se llena y brilla. Esperando una señal que no llega —pero que en camino, debe de estar.Mientras tanto, me invento que, en el camino, con la mirada de un niño, se pueden descubrir mundos fantásticos en los que poder habitar.

    Floating in Space – Rubén Caballero

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  • El rubor del silencio

    El rubor del silencio

    Tienes esa sonrisa perfecta, que con el rubor de no atreverse a cruzar la mirada, sé que apunta a mí y se dispara con un casual roce de manos, en el equinoccio de la despedida.

    Love of lesbian – La niña imantada

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  • Carta 3: Todo cae

    Carta 3: Todo cae

    Querido diario,

    Doy gracias por haber podido despertar hoy. Aunque el sueño fue confuso y recuerdo bien poco, el sabor de la angustia por la experiencia pasada quedó conmigo, y así lo plasmo en estas líneas matutinas que se van convirtiendo en un acto diario.

    Fue muy simple: solo me sentí caer en la oscuridad. No veía estrellas, árboles, luces… nada. Me derrumbaba en un escenario tenebroso, girando sobre mí mismo, sintiendo el aire traspasar mi cuerpo, y un final duro de trayecto que nunca llegaba.

    El terror de sentirme descender fue cediendo a una sensación de pérdida, como si el tiempo se escurriera como la arena de un reloj entre los dedos de una mano incapaz de sujetar nada. Es así como empecé a ver mi vida proyectada frente a mí, por completo, desde el principio.

    Contemplé el imposible momento de mi nacimiento. Desde el primer llanto me vi creciendo, recreando escenas olvidadas: el sabor del calor de mi madre, el frío de una habitación vacía cuando llegó el momento. Imágenes en blanco y negro de una caída en bici, de las olas del mar entre mis pies descalzos, con ese tono sepia que tienen los recuerdos antiguos que un día se perdieron en la memoria y solo dejaron el olor a mueble viejo.

    Mi primer beso fue ya a color. Sonaba la melodía de despedida y el ruido de cristales rotos que, aunque restaurados con pegamento, nunca volvieron a sonar igual las veces que se rompieron después. Pasaron las tardes de verano paseando por la alameda; esos días de ocio y calor desaparecieron en la oficina. De monitor de pantalla verde se reflejó entonces mi vida.

    La danza de cortejo a golpes de tambor con sonido envolvente terminó en marcha nupcial, en telarañas en los bolsillos, y en dejar las risas en casa, acomodadas en el sofá sobre películas eternas de falsos documentales de vidas ajenas.

    Con el primer crujido de espalda, el primer suspiro de aliento difícil entre escalones, el tiempo se hizo más rápido y el camino más adverso. Me advirtieron del acecho aceitoso de sabores tradicionales y de la conspiración dulce del café amargo. Quisieron que caminara rápido, sin descuidar el trabajo, sin descansar en tramos largos, porque a fin de mes llegaba descalzo.

    Cuando ya quise intuir un final de cruces plantadas en fosas comunes y palabras de ánimo para la familia, caí en la cuenta de que no había pasado todavía. Que me daba tiempo a seguir con mi vida, a domar mi destino. Decidí despertarme ya y no esperar a ver el final del abismo.

    El olor a café desde mi ventana me supo a victoria.

    Lacuna Coil – Swamped

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  • Zalamera en sueños

    Zalamera en sueños

    Otra vez estás aquí, zalamera, preñada de velas azules de cuentos chinos e incienso sabor a mares del sur, con tu mirada intensa, descaradamente pícara, y tu brillo de carmín sangrando en los labios, cubiertos de deseo. Llenándome la cabeza de pajaritos traviesos, de risas de aventuras que no ocurrieron, de ganas de la vida fácil, con veredas en el mar y sabor a sal de playa, a juramento tenso y oración en la capilla por la necesidad imperiosa de que resbale la toalla.

    Pero siempre vienes a mí en el lugar impreciso, en el momento urgente de una pluma flotante y tintas lejanas, donde solo soñar es posible, pero no recordar el momento ni apuntar un segmento de esbozos. Solo mantenerme despierto.

    Por eso, tus caricias son el efímero recuerdo del fragmento de un sueño.

    St. Vincent – Marrow

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  • Surcando el universo

    Surcando el universo

    Otra vez sonaba. No sé qué tenía esa melodía… vieja, rasgada como la corteza de los árboles, llena de musgo, de aroma de niño. Las notas subían por la barriga y se instalaban en el pecho. ¿Quién dijo que se escucha con los oídos? Era un hechizo que irradiaba el alma desde la punta del vello, electricidad estática que navegaba por la yema de los dedos.

    —Papá, ¿puedes ponerla otra vez?
    —Ponla tú. ¿Sabes hacerlo?
    —No…
    —¿Ves esa palanca? Sube la aguja con cuidado. La canción es la tercera de esta cara. Tienes que contar los surcos. ¿Ves ese espacio, justo ahí?
    —¿Ese? ¿Entre los dos más grandes?
    —Exacto. Coloca la aguja justo antes de que empiece. Baja la palanca… despacio.

    El vinilo giró. Un leve crujido, como el murmullo del universo al despertar, dio paso a los primeros acordes. Las palabras flotaban, en un idioma antiguo y nuevo a la vez, como mantras en voz baja: Words are flowing out like endless rain into a paper cup…

    Me recorrió un escalofrío. Las imágenes se volvían líquidas, en blanco y negro al principio, como si fueran recuerdos de otra vida, y luego estallaban en colores suaves y vivos. El disco giraba, la aguja arañaba el tiempo, y yo flotaba.

    —¿Podemos ponerla otra vez?
    —Claro que sí. Esa canción la escribió un joven llamado Lennon. La compuso como quien lanza un hechizo al cielo. Nosotros la escuchamos por primera vez en una fiesta —una de esas que llamábamos guateques— sin entender del todo qué decía. Pero no hacía falta. Su magia se fue pasando de alma en alma. Y ahora, al verla vibrar en ti, sé que el conjuro seguirá vivo.
    —¿La ponemos otra vez?
    —Sí.

    Evanescence – Across the Universe (V.O. The Beatles)

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