Etiqueta: sueños

  • Carta 10: El objeto transformado

    Carta 10: El objeto transformado

    Querido diario.

    Salí de la cama en pijama y con un gorro de dormir, al estilo de los dibujos animados antiguos: un poco ridículo, un tanto inútil. Salí por la ventana sin pensarlo y comencé a subir por peldaños de nubes grises, que crujían truenos al pisar. Por supuesto, ya sabía que estaba soñando.

    En mis experimentos en el reino de Oniros había ido creando terreno para refugiarme, por si llueve mucho en sueños húmedos. Construí una isla flotante en un mar de nubes, y levanté una posada por si algún día vienen amigos. Tras ella hay una explanada verde, de hierba cortada y flores silvestres con aroma a lavanda.

    Al dirigirme hacia allí, vi aparecer una puerta de madera oscura y remaches dorados. El resplandor me sorprendió al entrar: una fuerte iluminación blanca, paredes acolchadas manchadas de rojo carmín y una puerta metálica con ventanilla enrejada. En la esquina estaba ella, con triste mirada y camisa de fuerza. Me dijo:

    —Vete, van a venir a verme.
    —¿Quién? ¿Quién te va a visitar?
    —El doctor. Me tienen que dar el alta. Yo… yo estoy bien.

    La puerta se abrió de golpe, con un sonido apagado. Entró un señor con bata blanca y un artilugio raro sobre una mesita con ruedas.

    —Señorita, tenemos que hacerle pruebas, no ponga resistencia para que no le duela.

    El facultativo empuñó el extraño instrumento: estaba hecho de cuchillas de afeitar que giraban a derecha e izquierda, formando una terrorífica batidora. Sonrió complacido ante la expresión de terror de la joven. Se aproximó a ella, riendo bajo. De la mesita con ruedas tomé un bisturí y, sin pensarlo mucho, se lo clavé en la espalda al médico insano.

    Sin dejar de lado su hilarante aspecto, giró la cabeza pero no el cuerpo. Me miró a los ojos y me dijo:

    —¿Crees que eso puede detenerme, extraño?
    —No, yo no puedo… pero ella sí.

    Rápidamente me dirigí a ella, me agaché para mirarla a los ojos y ayudarla a levantarse, mientras le decía:

    —No temas, es solo una pesadilla. Tú tienes poder sobre tus sueños. No dejes que tus miedos te hagan sufrir.
    —Pero es mi doctor, me dice que estoy loca.
    —Pero tú no lo crees.
    —Pero yo no lo creo.

    El temible médico empezó a volverse transparente, pero siguió avanzando con su mirada siniestra y su arma cercenadora.

    —En ti está el poder, en él no. Quítaselo todo.

    Ya estaba encima, pero no era más que una sombra.

    —Hazlo desaparecer, no tengas miedo; no hay nada cierto si tú no quieres que lo sea.

    El doctor se hizo humo y se disolvió en el ambiente. El arma cortante cayó justo a mis pies: se había transformado en una inofensiva pistola de plástico, de aspecto futurista, como las que usaban los niños en el pasado. Disparé a la pared y abrí una brecha con el rayo que lanzaba.

    Por el corte entró arena de playa y aroma a Mediterráneo. La cogí de la mano —ya se había liberado de la camisa de fuerza— y la saqué de la habitación sombría.

    Pasamos un buen rato hablando y riendo, sentados en la playa, muy cerca de la orilla. Le conté mis aventuras entre mundos oníricos; ella sonreía complacida, sorprendida de estar en mi mundo. Pero ya era tarde y había que despertar. Así que antes de despedirme, le pedí algo:

    —Esto estaba en tu sueño —le enseñé el arma de juguete—, pero creo que me podría ser útil. ¿Me la puedo llevar?
    —Tómalo como un recuerdo de esta tarde de playa en mi sueño.

    Así lo hice y regresé al mío, apresurando mis pasos. Al llegar me di cuenta de que ya no era una pistola de plástico: ahora era una ballesta de madera de tejo, oscurecida por las sombras de las pesadillas. El gatillo y los remaches eran de plata, color de luna llena reflejada en el lago. Y tenía una sola flecha, eterna, que me defendería en mis peripecias.

    Ozzy Osbourne – Diary of a madman

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  • Gallo viejo no teme al pollito

    Gallo viejo no teme al pollito

    La sala estaba reluciente. El eco de los primeros pasos retumbaba en el vacío y, con un encender de luces, el reportero más intrépido de la radio nacional comenzaba su emisión:

    —Bienvenidos, señores, a esta edición de la habitual pelea de gallos para octogenarios que, como todos los años, se celebra en la sala El Corralón. Ya saben que esta edición ha sido retrasada dos años. El motivo está claro: la pandemia mundial del “colon-a-virus”, ese virus que se agarraba del colon y que nos ha costado tantas bajas… pero al que, por fin, hemos puesto remedio con una vacuna que ha producido más muertes que la propia pandemia.

    —Por ahí asoma el primer participante: MC Mula, que viene a trote ligero con su bastón chapado en oro. ¡Vamos, MC Mula, que es para hoy! ¿Qué? ¿Me dicen desde la organización que nos da tiempo a entrevistarlo? ¡Claro! Esperando que llegue antes del comienzo… porque ni con tres patas la mula llega al río.

    —¡Atjo, atjo, atjo!

    —Uy, esa tos tan fea… Venga acá, abuelo… esto… MC Mula. ¿Qué le parece que por fin hayamos podido tener una pelea de gallos?

    —Pues… atjo, atjo, estoy muy animado… atjo, atjo, me hace mucha ilusión… atjo, atjo.

    —Ya le vemos, MC Mula. Si es que está hecho un chaval.

    Atjo.

    —Pero… ¿qué vemos? Empieza a entrar el público, ¡qué emocionante! Vienen arrastrados por sus taca-tacas. ¿No le parece fantástico, MC Mula?

    Atjo.

    —Me imaginaba que diría eso. Fíjese: por ahí bajan por los pasillos. ¿No le recuerda a algo esta escena?

    —Sí… atjo. Recuerdo una escena de The Walking Dead que… atjo, atjo.

    —Acojonante, sí señor. Por aquí me dicen que ya está en la puerta otro de los participantes… ¿Qué? ¿Que no hay más? ¿Que los que no han muerto en la pandemia lo han hecho de viejos? En fin… Ya está aquí. Lo vemos cruzar por la puerta: MC Trueno Sordo. ¡Trueno Sordo corre al escenario! Increíble para sus 89 años… Oiga, pero… este no es Trueno. ¿Quién eres, niño?

    —Soy el nieto. Truenito Bífido.

    —Pero… esto es una pelea de gallos para octogenarios, y tú no tienes ni diez años.

    —Nueve y medio.

    —No es posible… ¿Qué le ha pasado a tu abuelo?

    —Está malo, en casa, viéndonos por la red. Vengo en representación de él.

    —Pero niño…

    —Truenito, por favor. Mi yayo me llama así.

    —Eso, Truenito, pero eso no está permitido.

    —En las condiciones del concurso dicen que, en caso de indisposición, el participante tiene derecho a designar un sustituto.

    —Sí, pero del mismo rango de edad.

    —Eso no lo pone en ningún sitio. Y si no consta, es legal.

    —Resabido el niño… Bien. Me dicen que vamos a comenzar ya. ¡Todos al escenario! Cuidado, abuelete… esto… MC Mula, no tropiece con el escalón.

    Atjo.

    El público ruge —o eso parece, porque algunos solo roncan—. Las luces parpadean, no por efecto dramático, sino porque el técnico tiene Parkinson. El escenario tiembla bajo el peso combinado de dos competidores y media docena de marcapasos.

    —¡Señoras y señores! —brama el reportero, con la voz ya un poco ronca—. ¡Empieza la batalla! A mi izquierda, el mito, la leyenda, la mula con más achaques que rimas: ¡MC Mula!

    Atjo.

    —Y a mi derecha… un sustituto inesperado, mitad niño, mitad trampa legal: ¡Truenito Bífido!

    🎤 MC Mula da un paso al frente. Bueno, más que un paso, un desliz lento con pausa para respirar.

    —Yo soy MC Mula, y vengo cabreado, me ha dicho el doctor, que estoy bien jodido…

    —¡Alto, alto! Que pare la música.

    Atjo, ¿qué pasa?

    —Que según la ley de ocio y eventos culturales, no se pueden decir palabras malsonantes si compites con un menor de edad.

    —Pero… ¿Qué puñetas he dicho? ¡No he dicho ninguna palabra malsonante!

    —Sí, ha dicho “jodido”.

    —¡Me cago… atjo, atjo, arjo…!

    —Lo dicho, nada de palabrotas ni alusiones sexuales delante de los niños. Violencia, sí; esa batalla la ganaron los abogados de las empresas de videojuegos. Continúe, MC Mula.

    —Yo soy MC Mula, el del bastón dorado,
    no corro ni andando, pero nunca me han ganado.
    Vine desde el asilo, esquivando a la enfermera,
    si me quitan el café, ¡les declaro la tercera!
    Atjo.

    El público estalla en aplausos… o en ataques de tos, no queda claro.

    🎤 Truenito Bífido agarra el micro como si fuera una espada láser:

    —Me llamo Truenito, nieto del trueno caído,
    pero traigo más punch que un abuelo resentido.
    Tú rimas con polvo, yo con videojuegos,
    mientras tú buscas las llaves, yo hackeo tus juegos.

    La gente grita “¡ooooh!”… aunque visto el panorama parece una revisión de Amanecer Zombie.

    —¡Qué nivel, señores! —anuncia el reportero—. En un lado, la sabiduría de mil arrugas; en el otro, la frescura de quien aún confunde la realidad con Minecraft. Esto promete…

    Las luces suben. El público se inclina hacia adelante… aunque algunos es porque el asiento se les ha plegado solo. El ambiente huele a linimento, sudor y palomitas sin sal.

    🎤 MC Mula carraspea… El carraspeo dura lo suficiente como para que Truenito se ponga a beber Acquaviva, la nueva bebida energética con menos calorías y más cafeína. Luego, con voz de ultratumba, dispara:

    —Escucha, chaval, no me vengas con consolas,
    que yo ya rimaba cuando Franco hacía olas.
    Mis rimas son puras, de la vieja escuela,
    tú solo sabes hacer TikToks con abuela.
    Atjo, atjo… (se seca la frente).
    Y si pierdo hoy, que me entierren con honores,
    ¡y que pongan en mi lápida “Me ganó el mocoso de los cojones”!

    —¡¡¡MC Mula, las palabrotas…!!!

    La multitud explota en risas, y un señor del público lanza un audífono al escenario en señal de respeto.

    🎤 Truenito Bífido no se achica:

    —Abuelo, tranquilo, no te suba la tensión,
    que esto es rap, no una maratón.
    Tú tienes bastón, yo tengo talento,
    y lo que no tengo en años lo tengo en movimiento.
    Cuando quieras, te enseño Fortnite y Roblox,
    te apuesto tus pastillas, que mientras te gano, rapeo.

    El público grita “¡Duro, duro!”, y una señora desde la primera fila grita: “¡A ese niño lo adopto yo!”.

    🎤 El reportero interviene, tosiendo un poco:

    —Esto está que arde, señores… literalmente, que el aire acondicionado murió en 2003 y nadie lo ha sustituido. MC Mula… ¿está usted bien?

    MC Mula levanta el dedo, jadea, y empieza una última rima… pero a mitad, se le corta el aire:

    —Yo… atjo… vengo… atjo… con más fu… cof cof cof.

    El micro cae al suelo. El público contiene la respiración. Una señora del fondo grita:

    —¡Dale el Ventolín, que se nos va!

    Los organizadores corren al escenario, uno tropieza con un taca-taca y provoca un efecto dominó de abuelos que caen como fichas de dominó. En el caos, Truenito levanta las manos como campeón no oficial… mientras MC Mula, entre sorbo y sorbo de oxígeno, murmura:

    —Esto… no… ha… terminado, mocoso… atjo.

    —Lo que sí ha terminado es la función de hoy. Señores, levántense despacito y diríjanse a la puerta que las ambulancias ya les están esperando. Yo diría que es un empate técnico, pero entre el público se murmura que, en esta ocasión, la juventud ha ganado. Devolvemos la conexión a radio nacional… Atjo, atjo. Hostias, abuelo, me ha pegado el resfriado.

    VKR – La Puta Poesia

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  • El despertar de la sed

    Era muy joven cuando ocurrió. Por mera casualidad cayó en mis manos un libro. Era de bolsillo, de tapa blanda, y una horrible portada que no hacía justicia a su contenido. Aun así, decidí leerlo.

    3 de mayo. Salí de Múnich a las 8:35 de la noche, llegando a Viena a la mañana siguiente a las 6:46. Debía tomar el tren de las 8:00 para Klausenburg.

    Así empezó. Y así comenzó mi pubertad: de la mano de Mina y de la maldición de su amante. Recreando pasiones, oscuros misterios, despertando en mí sensaciones que me costaban describir.

    Fue el primer vampiro. El primer pecado siniestro que, sediento de sangre, me acompañaba en sueños. En pesadillas. Pero no fue el único.

    Fui al infierno que se desató en Salem’s Lot, prohibiéndome dormir días después. Conocí una nueva generación de vampiros ancestrales en una peculiar entrevista, donde la carne mandaba a la sangre, y la sabiduría centenaria se disolvía en despertares eléctricos.

    Pasé noches de insomnio en la carretera, en un romance imposible donde un campesino se enamora de su inmortal. Donde el mal es solo supervivencia. Donde no existe más que el hambre, y la vida ya no es vida.

    Hoy pulsé el botón del play, ojeé nuevas entelequias escritas en el declive de la luna. Para jóvenes de hoy, con el dedo firme en la pantalla. Domaron la rabia, encadenaron a la bestia, la vistieron de Prada y la pusieron a la venta. Un triste cuerpo muerto en un escaparate rojo, de frenesí de plástico y sangre vegana.

    Pero seguirá existiendo el misterio en la penumbra. La necesidad morbosa de besar a quien acecha. Historias que volverán a la hoguera de una noche de acampada. Porque aunque queramos proteger a la presa, ella quiere ser cazada.

    Porque en la naturaleza, el bien y el mal no significan nada.
    Ya volverá a salir el lobo. Y morderá de nuevo, aunque a algunos les duela.

    Bauhaus – Bela Lugosi´s Dead

    🎧 PLAYLIST: El despertar de la sed

    Una banda sonora para los que amaron a su primer vampiro,
    para los que no durmieron tras la mordida,
    para los que aún desean con colmillos.

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  • Uno de nosotros

    Uno de nosotros

    El asiento estaba helado. El frío le recorrió la columna vertebral. El olor a desinfectante y el miedo no ayudaban mucho. No debía haber aceptado, pero necesitaba el dinero. Su familia lo necesitaba. Se lo debía.
    Así que no había más remedio: tenía que seguir con el experimento.

    Hubo una preparación previa. Le habían asistido psicológicamente. Le aseguraron que era un procedimiento indoloro e inofensivo, pero ella sabía que no era así. Estaba segura del riesgo y temía al dolor.
    Ya le habían colocado sensores, algunos en la piel, otros inyectados. Le cubrieron la cabeza con lo que parecía un gorro de piscina, solo que lleno de cables de colores colgando.

    —¿Está preparada? —dijo el que parecía llevar el timón.
    —Sí —mintió.
    —Tranquila, va a salir todo bien.

    Ya no había vuelta atrás. Encomendó su alma a un dios desconocido, apretó los dientes y se detuvo a escuchar el sonido de las máquinas.
    Todo comenzó a girar a su alrededor. Había luces en movimiento que se convirtieron en un torbellino de colores. Penetraban en su mente como un instrumento quirúrgico… hasta que terminó, en seco.
    El silencio era absoluto. El terror que sentía también lo era.

    Entonces llegó ese olor extraño: aroma a canela y madera mojada, a algo que no recordaba haber percibido nunca. El olfato le anunciaba presencias y le indicaba dónde estaban.
    Eran tres. No podía definir ni el tamaño ni la forma. No sabía cómo, pero comprendía que estaba en una sala redonda, hecha íntegramente de madera, con las ventanas cerradas.

    —Bienvenida a nuestro mundo. Por favor, no se mueva todavía.

    Su idioma era extraño, mezcla de ronquidos y chasquidos, pero lo entendía. No sabía cómo.
    Dio un respingo, pero notó que estaba aprisionada. Estaba atada. Su rostro, cubierto.

    —Por favor, no se mueva. No queremos que se haga daño —insistió la voz ronca.

    —¿Qué ha pasado? ¿Qué ocurre?

    Su voz sonó como el chirriar de un tenedor en un plato. Su cabeza era una explosión de imágenes solapadas, que amenazaban con reventar.
    Intentó calmarse. Respiró hondo. Exhaló con un ruidoso borboteo.

    —No se preocupe. Todo ha ido bien. Se está adaptando a su nuevo cuerpo. Se sentirá diferente, pero en poco tiempo lo dominará.

    —Pero… es distinto. No sois parecidos a los humanos como se nos había dicho.

    —No. Nuestra fisonomía es distinta. Nuestras intenciones también. Lo sabrá en cuanto empiece a aprender a usar nuestro cerebro. No puedo ocultarlo.

    —¿Qué es lo que quieren? ¿Por qué estoy aquí entonces?

    —Nuestro mundo se muere. Nuestras aguas están envenenadas y no podemos seguir viviendo en él.
    Nuestro enviado nos preparará el camino.
    Estás aquí porque, si no, él no podría estar allá.

    —Pero… el enlace de cuerpos es temporal. Se han hecho estudios sobre ello. Volveré en unos días y…

    —No. No es temporal.
    Nuestro enviado será considerado un mártir.

    —¿Y a mí? ¿Qué me va a pasar?

    —Bueno…
    Ahora eres uno de nosotros.

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  • Carta 9: El  sueño de un alma perdida.

    Carta 9: El sueño de un alma perdida.

    Querido diario
    Hoy me incorporé en la cama y me dispuse a desayunar. Pero el despertador, que tenía alas, salió volando apresurado. Quise poner los pies en el suelo… pero mi cama también flotaba en el aire. Entonces empecé a comprender.

    No es fácil empezar a tomar las riendas, pero ya tengo a Morfeo calado. Así que, suspirando un conjuro, hice aterrizar mi lecho sobre una nube y salí de él. Frente a mí apareció una puerta. Sabía que no era la salida al mundo real: conducía a otro sitio.

    Mi deber era cruzarla. Me adentré en la oscuridad que se derramaba al abrirla. Era un camino amarillento en un paisaje sombrío. Las nubes se retorcían de rabia y los relámpagos señalaban la soledad.
    Había una joven perdida que se asustó al verme.

    —No temas, solo quiero ayudarte —le dije al ver el miedo en su mirada.
    —Tenemos que huir —me dijo, y al instante me agarró de la mano.

    El terreno se volvió árido, el camino se retorcía. Las sombras ocultaban alimañas que nos perseguían. El sendero terminó de golpe, un afilado precipicio nos dijo que no había más.

    Tocaba enfrentarse a quien venía detrás.

    De una bolsa que no sabía que llevaba saqué una linterna. La miré y le hice una promesa:

    —Si me das el poder de este sueño, te prometo que te sacaré de aquí.
    —Esto no es una pesadilla —respondió ella.
    —Sí lo es, solo tienes que entender qué hay de verdad en ella.

    La linterna se encendió. Su luz disolvió la oscuridad. El cielo se volvió azul. Las nubes, blancas. La sombra que nos perseguía ya no era más que un anciano. Él recorría la senda, confuso. Era como un alma errante.

    —¿Qué haces aquí? —preguntó ella, con el corazón en vilo.
    —No lo sé… Solo acudí a tu llamada.
    —¿Por qué me persigues entonces?
    —No soy yo. Eres tú quien me ata. Mi camino no está aquí. Solo necesito que liberes mi alma.

    El viejo y la joven se fundieron en un abrazo.
    Y yo, que sé cuándo sobro, me fui a buscar otra puerta abierta. Camino a mi despertar.

    La sombra lo cubrió todo de nuevo, pero ya no había miedo.
    Solo quedaba el duelo.

    Alva Noto & Ryuichi Sakamoto – Aurora

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  • Canción alternativa para el haiku del verano

    Canción alternativa para el haiku del verano

    Calor. Ruido de ventilador cansado, de aspas que no cesan. Maldición en forma de arena, que oscurece el cielo, ensucia mi rostro y da aspereza a mis labios. Los mismos que recuerdan tu mirada, en esta noche de giro constante entre el techo y la cama.

    Atrapado entre risas vacías, de una promesa cumplida y de viejos recuerdos obligados. Me arrastraron con palabras al templo, y yo, ya sin fe, no pude esquivarlas. Y aunque la barriga andaba llena, el corazón pedía su tonada. Tarareé aquella balada extraña y me escabullí entre rostros sin cara.

    Tropecé contigo en la salida. Me arañaste con tus ojos de gata. Quise pedir auxilio, pero me atrapaste con la mirada. Y ya no pude salir del templo de las almas rotas.

    No quise creer que fuera fácil. Tú movías mis cuerdas, yo tan solo bailaba. Al son de los cascabeles que tú dominabas. Y se hizo la noche pequeña, y amanecimos en la playa, contando arena negra y queriendo nadar en tu agua. Quise conjurar una idea con hielo en copa ancha. Invocando tu deseo, te dije “vente”, a ver qué pasa. Hechizados, partimos juntos rumbo a romper la mañana.

    El café y las tostadas se quedaron solos, mirándonos en la cama, ruborizados y ardiendo. No entendían del sudor de nuestros cuerpos, que giraban con las aspas del ventilador, que se aferraban a las sábanas, que no conocían el calor, solo las ganas.

    Desperté creyéndome en sueños, y quise sentir tu piel en mi mirada. Pero al rodear mi almohada, encontré que ya no estabas.

    samuraï – Corazón Quemado

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  • Like for alien love

    Like for alien love

    —Hola, mi amol. 😘
    —¿Qué? ¿Quién eres? ¿Dónde estás?
    —Tranqui, mi amol. Estoy a años luz, pero contigo.
    —¿De qué me estás hablando? ¿Quién eres?
    —Mi nombre real es impronunciable. Nos pareció más estético que me llames Yesenia, nombre común de tu planeta.

    —¿Y por qué suenas en mi cabeza?
    —Usamos una proyección telepática, muy soft, sin lag. Felicidades, broh: estás en un primer contacto.

    —¿Primer contacto de qué? ¿Quién o qué eres?
    —Relájate, broh. Detectamos residuos de vuestra comunicación global. Dijimos: si esto es vuestra lengua oficial, pues respondemos.

    —¿Qué residuos? ¿De qué comunicación hablas? ¡Yo no me he comunicado con nadie!
    —¿No? ¿Eres algún tipo de filósofo desconectado, rollo ermitaño digital?
    —No, soy alguien normal que no entiende ni la mitad de esto.
    —¿Los normales no entienden?
    —Claro que sí. Pero no nos habla un alien cada mañana. Porque… eres una alien, ¿verdad?

    —Sí, una extraterrestre con ganas de conoceros. Vivo en Cdrëwfaesf, barrio oeste de la Nebulosa de Orión. Y traemos solo buen rollo: un intercambio cultural.
    —Ah, vale. ¿Y el intercambio empieza con susto? ¿Dónde está el regalo?
    —Es metafórico.
    —¿Como el metaverso?
    —Casi. Queremos obsequiaros con algo útil.
    —Yo quiero un coche.

    —¿Qué?
    —Que si vais a regalar cosas, que sea un coche.
    —¿Cómo puñetas íbamos a mandaros un coche a través de una señal mental?
    —¡No sé! ¡Fuiste tú quien ofreció algo!
    —Me refería a conocimiento útil.
    —Pues un coche sirve.

    —Te vamos a dar algo mejor: la fórmula química para generar energía a través de tubérculos, cariño.
    —¿De ver culos?
    —Tú no estás bien. TUBÉRCULOS. Malangas, en concreto.
    —Eso ya está en OnlyFans. ¿Quieres abrirte cuenta?
    —No, mi amor. Quiero darte la fórmula y cerrar este contacto en plan elegante.
    —Bueno, pues dame la dichosa fórmula.

    —Apunta:
    C₆H₁₀O₅(n) + δ(enz-A₃) → ΔΨ + vapor de raíz + 1,2 mol de jugo conductivo (Jₙ)

    —¿¡Qué coño es esto!?
    —Una fórmula, ¿qué va a ser?
    —No entiendo nada. Ni sé cómo se escribe ese delta-pene-ene cosa rara.
    —Nos dijeron que eras una eminencia en comunicación. Uno de los humanos más representativos. ¿Cómo es posible que no sepas ni transcribir un símbolo griego?

    —Hombre, es verdad que soy uno de los más vistos en TikTok… pero yo hago lipsync, edits de anime y bug exploits de Minecraft. Fórmulas, ni una.

    Die Antwoord – Pitbull Terrier

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  • Cómo invocar a un demonio por error (y que se quede a dormir)

    Cómo invocar a un demonio por error (y que se quede a dormir)

    El pentagrama se iluminó. Encendieron las velas, y el viento las apagó.
    Dio gracias al aire, al fuego que se había extinguido, al agua de la lluvia y a la tierra que pisaba descalza.
    En la penumbra del círculo, él la esperaba en silencio.
    Con facciones delicadamente duras y un cuerpo delgado, tenía una apariencia muy humana para ser un demonio. Solo lo delataban los pequeños cuernos que asomaban por encima de su frente. Al verla, se le iluminó la cara.

    —Veo que me has llamado de nuevo. ¿Qué necesitas hoy?
    —Me sentía sola y no sabía a quién llamar.
    —Mientras esté dentro de este círculo soy tu sirviente… y tú necesitas un amigo.
    —Solo quiero hablar.
    —Invítame a una copa y sentémonos.

    Ella barrió, de manera elegante, una esquina del círculo que lo apresaba. Él le regaló una oscura sonrisa.
    De un paso, intentando no tocar las líneas que decoraban el suelo, se puso a su lado. Le cogió suavemente las dos manos y dijo:

    —Ha sido una muestra sincera de confianza. ¿Qué tal si soy yo quien te invita a ti?
    —¿A qué?
    —A salir de aquí, a distraerte un poco.
    —¿A dónde me vas a llevar?
    —Es una sorpresa.

    La oscuridad nubló su mente y la niebla la expulsó a un lugar distinto.
    Un desierto de arena roja y matorrales bajos, donde el viento arrastraba suavemente el polvo cálido en el extraño anochecer de dos lunas gemelas.

    —¿Dónde estamos?
    —Este es el lugar que habito.
    —No pensaba que el infierno podía ser tan… hermoso.
    —Y lo es. Pero aún no has visto nada. Ven conmigo.

    De nuevo le cogió de la mano, y ella se estremeció al contacto.
    Se dejó llevar hasta la entrada de una cueva. En su oscuridad, vio reflejos azules en las paredes que marcaban el camino.
    Bajaron durante un buen rato por unas escaleras talladas en la roca, hasta que la luminosidad terminó por parecer la del día.

    Un enorme lago plateado reflejaba el brillo que parecía brotar del propio techo de la caverna. Irradiaba luz, calor… y vida.
    Alrededor se amontonaban plantas de cristal y, con ellas, diversos animales: insectos luminiscentes que en el techo parecían estrellas, batracios de colores y canto melódico. Incluso creyó ver un pequeño felino rondando entre las rocas.

    —No pensaba que tanta belleza…
    —¿…estuviera en el corazón del Averno?
    —Sí.
    —Eso es porque tu reflejo ahora embellece el lago.

    Se quedó pensativa un momento, intentó disimular una sonrisa y le contestó:

    —¿Estás intentando ligar conmigo?
    —¿Yo?

    Ella le dio un empujón y él, fingiendo perder el equilibrio, le lanzó una semilla que reventó en purpurina de colores brillantes.

    —¿Qué me has tirado?
    —Nada que dañe tu cuerpo astral.

    Con expresión de indignación, agarró una de esas semillas y se la estampó justo en el pecho, dejándole el torso brillante.

    —Niña insolente.

    Pasaron un buen rato en una verdadera guerra de colores, donde cada explosión estaba hecha de juego y risa.
    Hasta que, cansados, decidieron sentarse en una enorme roca plana que iluminaba en un azul apagado.
    Contemplaron el ondulante círculo del agua del lago y los peces fluorescentes que saltaban al compás.

    —Bueno… ¿y de qué querías hablar? ¿Qué era eso tan importante por lo que me habías invocado?
    —Te vas a reír.
    —¿Más que cuando te estampé la semilla en la cabeza?
    —Mucho más.
    —¿Qué fue entonces?
    —Que no me acuerdo en absoluto de mis preocupaciones.
    —Será porque no eran importantes.

    Chelsea Wolfe – Feral Love

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  • Sueños de amapola, lecho de alquitrán

    Sueños de amapola, lecho de alquitrán

    Era una mezcla de pulgas y hueso, y ladraba por soleares.
    Caminaba las mañanas tras los turistas, por las tardes molestaba a las chicas del elástico, y por la noche ya no estaba.
    Desaparecía por la vereda de los ventanales rotos, se escondía entre océanos de desechos, era engullido por el viento y escupido luego por el amanecer.

    Se alimentaba de humo, se regaba al sol con una botella roja, de marca flamenca y banderillas por castigo.
    Alzaba el vuelo con miradas indiscretas, dormía discreto entre puertas entreabiertas y las vías del tren.

    Desapareció un día, riñendo entre luces azules.
    Las miradas de paso lo olvidaron.
    Tan solo lo echó de menos el asfalto. Y el viento.

    Si expiró su aliento, si conoció un lamento, fue el de la calle en la que no terminó de crecer.

    Marea – La Rueca

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  • Carta 8 – Canto al abismo

    Carta 8 – Canto al abismo

    Querido diario
    El camino se retorcía de dolor bajo mis pies. Las nubes se alzaron negras, y mi piel se erizó con las primeras gotas de lluvia. El viento castigaba los árboles circundantes, y el sonido del trueno recorrió mi espalda en forma de escalofrío.
    Fue entonces cuando me di cuenta:
    Las sombras me perseguían. Otra vez.
    Pero esta vez, ya estaba harto de huir.

    Me di la vuelta para esperar… y me encontré con algo que no esperaba.
    Ya no había camino, solo un precipicio que terminaba en oscuridad. Las brumas devoraban todo: el paisaje, las piedras, los matorrales… incluso la propia oscuridad era tragada por la niebla.
    Ya no quedaba nada.
    Hasta el terreno que pisaba comenzaba a disolverse en aquella bruma densa y azulada.
    Quedé suspendido en el aire.
    Y ahí lo comprendí.
    Estaba en un sueño sin construir.

    Sabía lo que necesitaba para edificar un sueño. Siempre lo había sabido.

    Empecé a tararear una melodía.
    Una que conocía desde niño.
    Una que aún vibraba en mi pecho.
    Sonaba a grillos en la oscuridad, al despunte de chispas de estrellas en notas de piano golpeando el cielo.

    Se hizo el viento.
    Susurró arena de playa e hizo vibrar palmeras, doblándose bajo la luna llena.
    El mar bramó salvaje, percutiendo contra la costa en explosiones salinas, llorando de pasión marina.

    El sol nacía en el horizonte, conjurando cánticos de rayos dorados.
    Ofreciéndome la luz de un lugar nuevo, creado desde mis recuerdos.

    Paseando, marcando mis huellas sobre la arena mojada, apareció frente a mí, majestuosa:
    La puerta de mi despertar.

    Hildur Guðnadóttir – Elevation

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