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  • Yo, tras mi espejo.

    Yo, tras mi espejo.

    Adoraba los sábados en que la mañana era para ella. Con el sabor del café todavía reciente saludaba a su imagen en el espejo como objetivo: elegir ropa —la que quería para salir esa misma noche, la de la visita de los domingos, algo formal para la reunión del lunes—. Seleccionaba estrategias de seducción, miradas de complicidad e inocentes gestos de apariencia improvisada para repartir en su día a día a lo largo de la semana.

    En esta ocasión había preparado un vestido largo como la noche, suave como el mar en calma. Giró sobre sí misma y se observó. Su reflejo le devolvió una sonrisa de Mona Lisa y ella dio un respingo; no creía haber sonreído. No le dio importancia, se calzó esos imponentes tacones perlados con los que tenía previsto combinar el vestido y frunció el ceño.

    Algo no estaba bien: ahora se daba cuenta. Los reflejos eran ligeramente distintos, las tonalidades se diferenciaban; incluso intuía que los gestos que hacía estaban descompasados. Por primera vez en muchos años sintió la necesidad de tapar su reflejo.

    Un recuerdo olvidado quiso aparecer en su cabeza, demasiado vago para reconstruir la escena. Aunque su madre le decía que su amigo invisible vivía tras el espejo, recordó que por las noches tapaba la imagen para poder dormir tranquila.

    —No te asustes, sabes que ya me conoces —dijo de repente la imagen del espejo.

    —¿Quién eres? —preguntó ella, con el temor evidente en la cara. En cambio, en el espejo la imagen parecía tranquila; sonreía discretamente.

    —Somos la misma persona, pero en otro sitio. No podemos hacernos daño; en verdad sería algo estúpido, ¿no? Lo que te pase a ti me pasará de alguna forma a mí. Y tú lo sabes: estoy muy a gusto conmigo misma para desearte el mal.

    —¿Tú me visitabas de pequeña? —musitó ella.

    —Nuestras almas están conectadas; no todo el mundo puede, pero algo nos ha elegido para poder interactuar.

    —¿Dónde estás? ¿Qué quieres de mí?

    —Conoces la teoría de dimensiones paralelas, ¿verdad?

    —Algo he oído.

    —Pues, cariño, es cierto. Yo vivo en una realidad distinta a la tuya.

    —Vale, pero ¿cómo es que podemos comunicarnos? ¿Qué quieres de mí?

    —¿A qué te dedicas? ¿En qué trabajas?

    —Dirijo un grupo de trabajo en una empresa relacionada con tecnología de consumo.

    —Bien, pues yo hago lo mismo, salvo que mi comunidad transforma hallazgos científicos en bienes comunes. Nuestra realidad es ligeramente distinta; la mía es tecnológicamente más avanzada: comprendemos conceptos que ustedes no manejan.

    —¿Y en qué te beneficia comunicarte conmigo?

    —Vamos al grano, ¿no? —sonrió la otra—. Yo te enseño y tú me enseñas. Tengo tecnología que puedo compartir: esquemas, fórmulas… imagínate avances patentados por ti.

    —¿Qué ganas tú con esto?

    —Avanzar en la investigación. Quiero demostrar la interacción entre mundos paralelos.

    —Pero eso es algo que ya estamos haciendo, ¿no?

    —Sí, podemos ver otros planos; lo que yo quiero demostrar es que podemos interactuar. Entrar en otros mundos.

    —¿Y es posible?

    —Sí.

    —¿Cómo?

    —Con una transferencia de consciencia entre cuerpos.

    —¿Y eso cómo se hace?

    —Fácil: solo tienes que pulsar donde tengo ahora mismo mi dedo.

    —¿Así?

    La sensación fue como tocar una toma de corriente. Su cuerpo se tensó por completo; un dolor lacerante la hizo precipitarse al suelo. Alrededor de ella ya no había nada: oscuridad. Solo la ventana del espejo permanecía. Se asomó con gran esfuerzo y ahí estaba ella, sonriendo.

    —¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? —tartamudeó.

    —En el otro lado del espejo: eres simplemente eso, un reflejo.

    —No —dijo ella, con voz apagada—. Yo soy quien está al otro lado.

    —Ahora ya no.

    Health – Stonefist

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