Etiqueta: relatoscortos

  • La granja azul

    La granja azul

    Aquí no había tardes. No había noches. Solo un resplandor de sol eterno y una esfera azul flotando entre miles de estrellas.
    Él se detenía a meditar unos instantes, en silencio, en su amanecer perpetuo, contemplando el firmamento.

    Pero hoy algo cambió.
    Una estrella fugaz se convirtió en un aparato. Cayó despacio desde el cielo oscuro y se posó cerca, como un insecto extraño.
    Él siguió sentado en su mecedora, esperando el encuentro.


    En Houston le habían hablado de la anomalía.
    La misión oficial: estudiar el terreno lunar.
    La real: averiguar qué demonios era aquella estructura que habían detectado. Una cúpula brillante del tamaño de un campo de fútbol.
    Las imágenes satelitales no lograban revelar nada más.

    Sospechaba encontrar algo extraordinario.
    Pero jamás habría imaginado esto.

    El astronauta se detuvo frente a la cúpula. Parecía cristal de copa fina, pero de cerca no era cristal en absoluto: era… nada. Aire sólido. Un borde sin borde.

    Dentro, árboles frutales, cultivos: lechugas, tomates, algo parecido a berenjenas, arbustos desconocidos. Dos ovejas. Un perro. Y un burro con cuernos que masticaba con dignidad lunar.
    Toda una granja protegida por un campo invisible.

    En el porche de una casa de troncos, un hombre con barba anaranjada y sombrero de paja viejo lo miraba. Le hizo señas.

    El astronauta dudó, pero entró. Caminó hasta la entrada.
    Allí lo esperaba aquel imposible habitante de la Luna.

    —Buenos días.
    —Buenos… días —respondió el astronauta, la luz de su casco iluminándole el rostro.
    —Lamento no poder ofrecerle nada; no esperaba visita. Pero por aquí hay oxígeno de sobra. No le cobraré el que use.

    El mensaje estaba claro.
    Se quitó el casco. Su rostro asiático, serio, casi temblando, quedó al descubierto.

    —Usted dirá —continuó el habitante lunar.
    —No sé por dónde empezar.
    —Por el principio, hijo, por el principio.

    —No esperaba encontrar a nadie viviendo aquí. ¿Qué hace en la Luna?
    —Ah, pues soy granjero y vivo aquí.
    —Ya… ya veo que tiene una granja. Lo que no entiendo es cómo puede… vivir aquí.
    —Pues sin muchas comodidades, hijo. Pero es el mejor sitio que encontré.
    —Le aseguro que abajo hay lugares mejores —dijo el astronauta señalando la Tierra.
    —¿Eso? No, no. Esa es solo mi casa. La granja está allí —respondió él, señalando el mismo punto.

    —¿Va todos los días a trabajar allí?
    —Rara vez. Lo controlo desde aquí.

    —No entiendo nada.
    El granjero se rascó la barba, pensó un instante.—Me advirtieron que esto podía pasar.
    —¿Quiénes?
    —Los que me contrataron. No creerá que puedo costearme un planeta.
    —¿Y qué le dijeron que hiciera si aparecíamos?
    —Que empezara el proceso de recolección de la cosecha.

    Oklou – unearth me

    Y tú… ¿qué harías si lo extraordinario te recibiera con un “buenos días”?

    Anuncios
  • El Azul que abandonó el mundo

    El Azul que abandonó el mundo

    Tras descansar en la luna, Zauoek el negro contempló la esfera azul. Se recreó en el blanco de sus nubes y en los reflejos dorados del sol y pensó:
    “Es aquí”.

    Eligió una isla cercana al continente de Papayumak, trotó tan fuerte que hizo girar al astro viejo.
    Y saltó.

    Bajó veloz hacia la capa donde la luz brillaba y ardió en ella. Su cuerpo se volvió carmesí, como fuego descendiendo desde el cielo. El mundo pareció contener la respiración ante la caída de Zouoek el rojo.

    Con sus astas aún llameantes pisó la tierra. El suelo se agrietó y el continente de Papayumak se quebró en cinco partes. El mar empezó a hervir. Entonces Zauoek comenzó a soplar, cubriendo todo con un manto blanco.

    Zauoek en blanco se sintió cansado y durmió.

    Pasó mucho tiempo. Era una noche estrellada cuando despertó al fin. El tiempo lo había cubierto de musgo. En su lomo florecían encinas y castaños. Entonces Zauoek el verde pensó:
    “Es ahora”.

    Respiró fuerte dos veces, arqueó su cuerpo de toro anciano y vomitó. De su boca resbaló un mono de pelaje blanco, que despertó alegre en su nuevo hogar.

    El mono corrió a los árboles más altos y se balanceó en ellos. Torpe, se cayó de las ramas y volvió hacia Zauoek, diciendo que no quería ser mono.

    Él, con su gruesa lengua rosa, le lamió el cuerpo, ayudándole a caminar más erguido. Al poco tiempo, su pelaje blanco se cayó y sus ojos se volvieron verdes como el prado. Sintió frío y volvió con su creador.

    —Ya no tengo pelo y el aire me congela los huesos.

    Zauoek le enseñó a frotar las ramas de los árboles, y obtuvo fuego. Le enseñó a recolectar las plantas y a trenzarlas, y obtuvo abrigo. También a abatir árboles y construir un hogar, y obtuvo refugio.

    Zauoek se dispuso a marchar, a seguir su camino, pero el mono blanco se interpuso:

    —No me dejes solo.

    Zauoek lo miró serio, pensativo.

    —Te puedo dar un compañero.
    —Eso me gustaría. No estar solo.
    —Pero tiene un precio.
    —Da igual el precio. Necesito alguien a mi lado.

    Zauoek, de una cornada, partió a la criatura. De las dos mitades se crearon dos cuerpos distintos: uno masculino y otro femenino.

    —Vosotros estáis hechos del mismo cuerpo, por lo que os necesitaréis para estar completos.

    Entonces saltó a las estrellas. Dejó sobre su piel el reflejo de la esfera. Zauoek el azul se perdió para siempre en el infinito.

    Pero ha

    bía un trozo restante que las dos nuevas criaturas habían olvidado. Formó un solo cuerpo. No era varón. Tampoco era femenino. Fue, en su momento, simplemente lo que quiso ser.

    Danheim – Kala

    «Hasta los dioses necesitan irse para que algo nuevo aprenda a respirarse solo.«

    Anuncios
  • El profeta del espinazo

    Desde la penumbra llegó y gritó:
    Hola… ejem… soy el terror fagocitador que viene del espacio exterior a exterminar, rasgar y segar la vida a quien me cruce…

    La circulación se detuvo un instante; los rostros mostraron preocupación. Algunos indignados, otros asustados. A muchos les pareció una broma de mal gusto, de esas que hacían en las radios.

    —…demonio de la sombra, acabaré con toda vida, arrastrando la corrupción de la carne y la aniquilación de la…

    —Oye, ¿quién es este tipo? —dijo ella, frenando de golpe.
    —No sé, algún pringao —contestó su compañera

    —. Pues parece que hay quien se asusta.

    La que caminaba delante, que había escuchado parte de la perorata, comentó:

    —Dicen que viene del estómago, que es un virus…
    —¿Un virus? Los virus no hablan; si viene de ahí debe ser una parietal desahuciada.
    —Que va. Dicen que viene de un pollo.
    —¿El individuo se ha comido un pollo?
    —Lo suele hacer y nunca ha pasado nada.

    —Y en la podredumbre resultante escupiré entre vuestros cadáveres, destruiré vuestros restos y cubriré de pústulas la…—

    —¿Por qué se paran todas? —preguntó la de atrás—. No dejan pasar, nos estamos coagulando.
    —Es que nadie quiere acercarse a ese chalao.
    —¿Dónde están los glóbulos blancos cuando se les necesita?
    —¡Vamos a morir, vamos a morir!
    —Que no, joder, solo es un pringao dando un discurso.

    —…arrancaré de las entrañas un maloliente fulgor que os llevará a perecer—

    —¡A ver, tú, documentación! —dijo una célula blanca, apareciendo severa.

    La circulación recuperó su latido habitual mientras se llevaban al extraño preso.

    —Oye, las de adelante, ¿os enterasteis de algo? ¿Quién era el chalao? ¿Un virus o una célula de pollo?
    —Que va. Era una neurona vieja con una sustancia pegada; se volvió loca.

    Nadie lo volvió a ver… aunque, curiosamente, desde aquel día, el gran organismo empezó a toser.

    Extremoduro – Me Estoy Quitando

    Anuncios
  • La última palabra

    La última palabra

    Episodio I – Sentencia en el callejón

    —¿Cómo ocurrió?
    —Pero usted ya lo sabe.
    —Sí, quiero escucharlo. A veces las palabras son otro tipo de verdad.
    —Bien, se lo explicaré.

    Llevábamos tiempo siguiéndolo. Salía de la joyería y siempre acababa tomando un atajo por el callejón. Allí lo esperábamos esa noche.

    Yo llevaba la navaja. Los otros, armas falsas: una pistola de juguete y un cuchillo de cocina. Él se percató de nuestra presencia y aceleró el paso. Yo lo llamé:
    —Eh, colega.

    No respondió. Caminaba cada vez más rápido. Por un momento pensé en abandonar, pero recordé mis deudas. Apreté el paso, lo alcancé y lo empujé. Me miró de frente:

    —No sé lo que pretendes. Soy un trabajador. No gano mucho y no voy a ceder ante matones.

    Trabajador, decía. El dueño de la joyería, explotador de los suyos, traficante de piezas robadas. Aquel miserable nos lo debía.

    Intenté arrebatarle la bolsa. Retrocedió y dijo:
    —Chaval, te estás equivocando.

    Los otros lo rodearon. Yo saqué la navaja. Entonces él abrió la chaqueta y vi el revólver. Mis compañeros huyeron al instante. Yo me quedé paralizado. Hice un movimiento torpe. Un gesto extraño bajo su americana negra. El disparo tronó.

    —Por eso estás aquí, ¿verdad?
    —Sí.
    —¿Tenías deudas?
    —Sí.
    —¿Y por eso atracaste a ese hombre?
    —Sí.

    —¿Qué deudas eran?
    —Debía dinero a quienes me trajeron del otro lado. Los que me hicieron cruzar el estrecho.

    —¿Cómo esperaban que las pagaras?
    —Al principio vendiendo baratijas y algo mas… a turistas. Después, me pusieron en la puerta de un colegio. No quise hacerlo.

    —¿Te obligaron?
    —No. Pero me dieron un plazo. Mi familia como aval. No quiero ni pensar qué les habrán hecho.

    —Has tenido una vida dura, pero tus actos te condenan. No irás al paraíso. Te propongo un pacto. Un pequeño castigo.
    —¿Cuál será?
    —Nacer de nuevo.

    Bohren & Der Club Of Gore – Prowler

    Anuncios
  • Crimson Deluxe tricromatico

    Crimson Deluxe tricromatico

    (Mostrador de papelería. El Cliente entra. El Dependiente sonríe con solemnidad exagerada.)

    Cliente:
    —Hola, buenos días, ¿tienen esto?

    Dependiente:
    —Hola, buenos días, señor. ¿A ver? Sí, nosotros tenemos el Crimson Deluxe tricromático.

    Cliente:
    —Ah, pues bien, deme uno.

    Dependiente:
    —¿Desea el modelo Rojo Pasión Suprema, Rojo Ejecutivo Fúnebre o Rojo Revolución de Bolsillo?

    Cliente:
    —Pues no sé, déjeme el último que dijo.

    Dependiente:
    —Excelente elección, señor. ¿Desea usted alguna otra cosa? Tenemos el paquete de 500 unidades de Aurora Inmaculata de oferta.

    Cliente:
    —No, con esto tengo, ¿cuánto es?

    Dependiente:
    —32,99 €. ¿En metálico o con tarjeta?

    Cliente (escandalizado):
    —¿Treinta y tres euros? ¿Qué tiene, oro?

    Dependiente (con solemnidad):
    —Caballero, la precisión, la duración y el diseño avalan el coste de nuestro Crimson Deluxe tricromático.

    Cliente:
    —Pero si compro uno de estos en el chino…

    Dependiente:
    —Señor, no existen Crimson Deluxe tricromáticos en el chino. De hecho, pocos son los sitios elegidos para vender semejante maravilla.

    Cliente:
    —Esta maravilla es un puto bolígrafo rojo, y me quieres cobrar 33 € por él.

    Dependiente:
    —No es solo un bolígrafo rojo, es el arte de escribir. Con él acariciará una lámina de Aurora Inmaculata acariciando la piel de las letras al nacer de su mano. Venga, sosténgalo, verá cómo se siente con él.

    Cliente (probándolo):
    —Sí, sí, muy suave, pero yo no pago…

    Dependiente (señalando discretamente):
    —Acérquese, ¿ve esa señora de allá?

    Cliente:
    —Sí.

    Dependiente:
    —Desde que le vio con el Crimson Deluxe tricromático en la mano, lo mira como si quisiera que le invitase a cenar… y la cena fuera usted.

    Cliente (decidido):
    —Deme cuatro.

    Dependiente:
    —Vale, no se olvide de suscribirse y comentar en nuestro Instagram. Por favor, comente bonito que tengo hijos.

    (Oscuro. Se oye un aplauso solitario que tarda demasiado en terminar.)

    Anuncios
  • Yo, tras mi espejo.

    Yo, tras mi espejo.

    Adoraba los sábados en que la mañana era para ella. Con el sabor del café todavía reciente saludaba a su imagen en el espejo como objetivo: elegir ropa —la que quería para salir esa misma noche, la de la visita de los domingos, algo formal para la reunión del lunes—. Seleccionaba estrategias de seducción, miradas de complicidad e inocentes gestos de apariencia improvisada para repartir en su día a día a lo largo de la semana.

    En esta ocasión había preparado un vestido largo como la noche, suave como el mar en calma. Giró sobre sí misma y se observó. Su reflejo le devolvió una sonrisa de Mona Lisa y ella dio un respingo; no creía haber sonreído. No le dio importancia, se calzó esos imponentes tacones perlados con los que tenía previsto combinar el vestido y frunció el ceño.

    Algo no estaba bien: ahora se daba cuenta. Los reflejos eran ligeramente distintos, las tonalidades se diferenciaban; incluso intuía que los gestos que hacía estaban descompasados. Por primera vez en muchos años sintió la necesidad de tapar su reflejo.

    Un recuerdo olvidado quiso aparecer en su cabeza, demasiado vago para reconstruir la escena. Aunque su madre le decía que su amigo invisible vivía tras el espejo, recordó que por las noches tapaba la imagen para poder dormir tranquila.

    —No te asustes, sabes que ya me conoces —dijo de repente la imagen del espejo.

    —¿Quién eres? —preguntó ella, con el temor evidente en la cara. En cambio, en el espejo la imagen parecía tranquila; sonreía discretamente.

    —Somos la misma persona, pero en otro sitio. No podemos hacernos daño; en verdad sería algo estúpido, ¿no? Lo que te pase a ti me pasará de alguna forma a mí. Y tú lo sabes: estoy muy a gusto conmigo misma para desearte el mal.

    —¿Tú me visitabas de pequeña? —musitó ella.

    —Nuestras almas están conectadas; no todo el mundo puede, pero algo nos ha elegido para poder interactuar.

    —¿Dónde estás? ¿Qué quieres de mí?

    —Conoces la teoría de dimensiones paralelas, ¿verdad?

    —Algo he oído.

    —Pues, cariño, es cierto. Yo vivo en una realidad distinta a la tuya.

    —Vale, pero ¿cómo es que podemos comunicarnos? ¿Qué quieres de mí?

    —¿A qué te dedicas? ¿En qué trabajas?

    —Dirijo un grupo de trabajo en una empresa relacionada con tecnología de consumo.

    —Bien, pues yo hago lo mismo, salvo que mi comunidad transforma hallazgos científicos en bienes comunes. Nuestra realidad es ligeramente distinta; la mía es tecnológicamente más avanzada: comprendemos conceptos que ustedes no manejan.

    —¿Y en qué te beneficia comunicarte conmigo?

    —Vamos al grano, ¿no? —sonrió la otra—. Yo te enseño y tú me enseñas. Tengo tecnología que puedo compartir: esquemas, fórmulas… imagínate avances patentados por ti.

    —¿Qué ganas tú con esto?

    —Avanzar en la investigación. Quiero demostrar la interacción entre mundos paralelos.

    —Pero eso es algo que ya estamos haciendo, ¿no?

    —Sí, podemos ver otros planos; lo que yo quiero demostrar es que podemos interactuar. Entrar en otros mundos.

    —¿Y es posible?

    —Sí.

    —¿Cómo?

    —Con una transferencia de consciencia entre cuerpos.

    —¿Y eso cómo se hace?

    —Fácil: solo tienes que pulsar donde tengo ahora mismo mi dedo.

    —¿Así?

    La sensación fue como tocar una toma de corriente. Su cuerpo se tensó por completo; un dolor lacerante la hizo precipitarse al suelo. Alrededor de ella ya no había nada: oscuridad. Solo la ventana del espejo permanecía. Se asomó con gran esfuerzo y ahí estaba ella, sonriendo.

    —¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? —tartamudeó.

    —En el otro lado del espejo: eres simplemente eso, un reflejo.

    —No —dijo ella, con voz apagada—. Yo soy quien está al otro lado.

    —Ahora ya no.

    Health – Stonefist

    Anuncios
  • Esa música tan de moda

    Esa música tan de moda

    Sugerencia de escritura del día
    ¿Qué te aburre?

    —¡Baja ya ese ruido!

    —Si, ya está bajito.

    —¡Que bajes eso o sale el móvil por la ventana!

    De pronto me di cuenta de que mis padres, cuando yo era adolescente, me gritaban exactamente lo mismo. Pero… ¿por qué no soporto la música de mis hijos si escucho Slayer o Sepultura?

    Mis padres escuchaban música, creo que más por inercia que por gusto. Antonio Machín sonaba a todas horas: Dos gardenias para ti, eternas gardenias que retumbaban en mi cabeza una y otra vez.

    Luego llegaron los cuarenta principales. Al principio me satisfizo: Bob Dylan como número uno, bueno, no estaba mal… habrá que estudiar inglés, eso sí. Rocío Jurado me parecía un misterio; letras incomprensibles para un niño de 8 años, una pena tan profunda que parecía pesar sobre sus hombros.

    Cuando descubrí a los Beatles, fue gloria para mis oídos. Disfrutaba con Paul y John tanto que terminé rayando los discos preciados de mi tío.

    En la escuela me llamaban “carroza” por escuchar música antigua, así que busqué algo moderno: Ozzy Osbourne en Back at the Moon. No confundir con Bertín, que también pertenecía a la época.

    Tras varias búsquedas frustrantes, y siguiendo ciertas pistas entre los surcos de los vinilos, invocé al mismísimo diablo. Claro que no estaba dispuesto a venderle mi alma por tan poco:

    —¿Y qué me puedes ofrecer si no es mi alma?
    —Todo mi apoyo incondicional a la música que te represente.
    —¿Acceso a discos?
    —Tres al mes y entradas a conciertos cada dos años, pero tendrás que predicar el camino de la bestia.
    —¿Dónde firmo?
    —Hágase un corte por aquí.

    Después de eso, empecé a recibir visitas de mi azufrado amigo con material inédito y espectacular, y mi colección creció. Yo me convertí en un fiel divulgador de su palabra y obra.

    Pero a mediados de los 90, algo cambió. El Rock Gótico perdió popularidad y comenzó a llegar música que no me llenaba igual: ritmos electrónicos simples, voces alteradas, melodías que recordaban vagamente a mi aborrecido señor Antonio Machín. Y más tarde… reggaetón.

    Curioso, pregunté a mi amigo con cuernos:

    —¿Qué cambio es este? —le dije, enseñándole un CD de Don Omar.
    —Bueno —respondió—, es la música que me representa ahora.
    —Pero no habla de ti, no ensalza tu filosofía.
    —Los tiempos han cambiado. Ahora la gente joven prefiere divertirse. Esta música habla de enfrentamientos, celos y engaños.
    —Pero el rock y sus variantes tienen solera de culto.
    —Sí, y siguen representándome… solo que mi público ahora pide más variedad.

    Fue entonces cuando rompí mi contrato con el diablo y decidí buscar mi propia música. Desde entonces prefiero grupos independientes, como Love of Lesbian. ¿Entiendes, hija?

    —Papá, déjame de comerme el coco y ábrete una cuenta de TikTok.

    Iron Maiden – The number of the Beast

    “Entre vinilos y TikToks, siempre habrá un diablo dispuesto a darte pistas.”

    Anuncios