Etiqueta: relatos poéticos

  • Luna roja

    Luna roja

    —¿Pero… qué hostias haces tú aquí?

    Había recorrido kilómetros andando solo para verla, y así me recibía. No lo entendí. Me quedé en shock. Pero algo en mí sabía que lo peor aún no había llegado. Lo intuía.

    La conocí hacía unas semanas. En el centro de la pista era la reina: bailaba sola. Los demás orbitaban a su alrededor con una inercia hipnótica. Ella era el hechizo que mantenía viva aquella noche de viernes en ese antro perdido.
    Yo sentía su embrujo: en la nuca, en el vaso, en la mente. Y entonces me di cuenta —era a mí a quien miraba.
    Desafié mi timidez y le llevé lo que observé que tomaba. Lo aceptó y me besó. Apenas hubo palabras. La conexión fue cósmica, arcana, necesaria… por genética, pensé. Pero la realidad sería otra.

    Como decía la canción: “en mi casa otro beso, en la cama algo más.”

    Volví a verla en el mismo sitio. Ocurrió igual: pocas palabras, mucho deseo. Repetimos la hazaña de tratarnos lo justo. Ella huía cada madrugada, murmurando algún misterio.
    Intenté invitarla a cenar, a un paseo de tarde, a un café. Quise una conversación coherente, algo que no fuera solo correr a follar. Ella me sonreía:
    —Soy muy complicada —decía.
    Pero en el fondo de sus ojos había tristeza. Algo me decía que también quería más.

    Hace unos días dejó de aparecer por el pub. La pista quedó desierta, el local se volvió un cementerio de cadáveres borrachos. Pregunté, investigué, hasta hallar indicios de dónde vivía.
    La senda era tortuosa, la casa estaba aislada en la montaña, lejos de toda civilización.

    —Lárgate. Pero lárgate ya —me dijo al abrir la puerta.
    Más que enfadada, parecía aterrada.
    —¿No te alegras de verme?
    —No lo entiendes. Corres peligro. Vete.
    —Está anocheciendo. He tardado horas en llegar hasta aquí…

    Su mirada cambió. Había en ella pasión, miedo y algo que no conocía. Saltó sobre mí.
    Creí que era un acto pasional, pero su beso se volvió mordida. Sentí un dolor agudo, profundo, animal. Luego salió corriendo por la puerta abierta, perdiéndose entre los árboles.

    Quise seguirla, pero el dolor me vencía. Me senté en el porche, mareado. El hombro ardía.
    La luna se alzaba, llena… y tornándose roja.

    Mi mente se fundió en negro.

    Ghost – Hunter’s Moon

    A veces, la luna no necesita sanar: solo aprender a mirar desde su grieta.
    Cada fase es una forma distinta de recordar lo que ardió,
    y cada herida, un espejo que todavía respira.
    Quizá, cuando vuelva a alzarse, traiga otro nombre,
    otra luz,
    otra manera de sangrar.


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  • Carta 19: Primer contacto

    Carta 19: Primer contacto

    Querido diario:
    Esta puerta era distinta. Redonda, lisa, sin gozne ni manija. Y se abrió desde su centro, en espiral. Una puerta curiosa que conducía a un sueño también distinto.

    Para empezar, el paisaje. El aire era espeso y olía a minerales recién despiertos. Caminaba entre raíces que respiraban, bajo un cielo donde los colores se rozaban sin mezclarse: violeta profundo, verde líquido, ámbar encendido. De los troncos brotaban filamentos de luz, y cada paso hacía brillar el suelo, como si el planeta recordara mi presencia.

    Todo me observaba: las hojas que giraban, los insectos translúcidos, los ríos que cantaban nombres perdidos. En la distancia, un arco de piedra se alzaba sobre un lago que no reflejaba el cielo, sino otro más antiguo. Entonces supe que no estaba solo; bajo la piel del bosque, algo respiraba y me dejaba entrar.

    —Bienvenida tu especie, humano.

    Y ahí estaba ella: capas de piel de hojas formando un contorno femenino, que sonreía confiada, con una mirada sin esclerótica aparente. Era de una belleza inaudita, extraña y salvaje. Pero la sensación de paz junto a ella era innegable. Éramos amigos cósmicos, y lo habíamos sido desde antes de que existiera el cosmos. Era la distancia la que nos brindaba calma; no podía ser de otra forma.

    —Un placer conocerte, a ti y a tu… ¿mundo? ¿Es una invitación a conocerlo?
    —Sí, en la medida en que los sueños nos dejen.
    —Es un honor haber sido elegido para iniciar un primer contacto.
    —En verdad no es así. No eres el primero en conocernos.
    —¿Quieres decir que nosotros ya sabíamos de vuestra existencia?
    —Sí. Hace mucho tiempo, nuestras razas se comunicaban con naturalidad, a través de los sueños. Nuestras civilizaciones avanzaban juntas, compartiendo conocimientos, resolviendo los mismos dilemas. Hasta que un día nos separamos y dejamos de lado el enlace. No sé por qué.
    —Nuestra especie se ha vuelto demasiado… mundana.
    —O quizá la nuestra perdió el interés. No lo sé. Tenemos percepciones distintas. Es natural: somos distintos.
    —Pues me alegra que hayamos retomado el contacto. ¿Qué necesitáis de mí?
    —Hemos observado tus experiencias. Te hemos visto enfrentarte a esos espectros oscuros que también nos atemorizan a nosotros.
    —¿Habéis conocido a las sombras?
    —Sí. Hace poco comenzaron a infiltrarse también en nuestros sueños. Como ocurre en tu mundo, no todos somos capaces de controlar el sueño, ni mucho menos de saltar entre portales como hacemos unos pocos. A algunos les hacen daño, los someten.
    —No sé cuáles son sus intenciones, pero ya veo que están organizadas y planean algo.
    —Eso tememos. Nos asusta pensar que algo pueda atacarnos desde ese lugar.
    —¿Necesitáis ayuda?
    —Y vosotros también. Necesitamos estar unidos.
    —No soy nadie para hablar por toda la humanidad, pero por mi parte —y creo que también por la de mis amigos— estamos dispuestos a formar una alianza.
    —Nosotros también somos pocos los que podemos hacerles frente. Será un placer colaborar con vosotros.

    Esta mañana, al despertar, tenía el sabor salobre de un mundo distante en el paladar. No tan distinto al nuestro. Quizás solo en apariencia.
    Aun así, me queda el sentimiento de Magallanes al surcar los siete mares: la certeza de haber descubierto rutas secretas que solo estarán abiertas a unos pocos.

    Jóhann Jóhannsson – Flight From The City

    Todas las estrellas unidas en una figura:

    Diario de sueños

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  • Pequeño hechizo de ojos inquietos

    Pequeño hechizo de ojos inquietos

    Ella es… tan pequeña.
    No sé el día que le dio por crecer.
    Creando alas en su silueta, que ya se me antoja casi de mayor.
    Larga como aquellos cuentos de noches de llanto y calma.
    Aquellos que me inspiraron tanto a seguir mis pasos.
    A fantasear con ellos y creerme el narrador de tus sueños.
    Que ahora son otros, y vuelas con ellos.
    Ella es… tan grande ya, que mi hechizo quedó pequeño.

    Saurom – Soñando Contigo

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  • Corazones en la sombra

    Corazones en la sombra

    Un episodio mas de la saga «Manual práctico para dinosaurios antediluvianos sobre tribus urbanas modernas«

    – Hola.
    – Hola.
    – ¿Te apetece que pidamos hoy pizza?
    – No tengo hambre.
    – Venga, Mara, algo tendrás que comer.
    – Vale, me comeré un trocito de la tuya.
    – ¿Y vemos una peli?
    – ¿Ponemos “Pesadilla antes de Navidad”?
    – La hemos visto como doscientas veces.
    – Doscientas veinticuatro veces, para ser más exactos.
    – Tantas tenían que ser.
    – Era la favorita de mamá.
    – Bueno, la veremos de nuevo.
    – Papá, ¿cómo era ella?
    – ¿Ya no te acuerdas?
    – Sí, pero digo antes, cuando tenía mi edad.
    – Pues era muy parecida a ti.
    – ¿Vestía de negro y llevaba flequillo azul?
    – No exactamente, en eso era más como yo.
    – Tú eras heavy, ¿verdad?
    – Sí, llevaba el pelo largo y chaqueta de cuero negra.
    – ¿Qué te hizo cambiar?
    – Verás, ser heavy estaba bien en otra época. Era algo fantástico para un niño perdido.
    – Como los de Peter Pan?
    – Sí… y a veces siento que tú también lo eres, aunque de otra manera. Necesitaba algo con lo que arrancar mis días, para sentirme fiero.
    – Ahora eres un carroza inmerso en tu trabajo.
    – Sí, ríete… por eso a veces todavía pongo en el coche a Ozzy Osbourne, para agarrarme a la vida. ¿Lo mismo te pasa a ti con tu sonrisa emo que tanto me gusta?
    – Eres bobo.
    – Y tú una llorona.
    – Papá…
    – Dime, Mara.
    – ¿Crees que mamá habrá conocido a Ozzy?
    – Seguro que sí.

    Yungblud – Changes

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  • El Fary y el gato gurú.

    El Fary y el gato gurú.

    Capitulo II – Dulce despertar

    Con la ventana abierta, el fresco de la mañana descendía en un alegre remolino para posarse sobre la cama. Javier roncaba apacible. Soñaba plácido, y las sábanas, con su relieve traicionero, dejaban adivinar que el sueño venía con curvas incluidas.

    Una figura felina llegó al son de su propio ronroneo. Observó la escena con calma, y de pronto le propinó un mordisco cariñoso en la nariz.

    La expresión de angustia fue instantánea. Javier saltó del sobresalto y, de un manotazo, derribó la mesilla entera. El gato esquivó los objetos con elegancia olímpica y lo miró fiero, como quien reprende a un niño maleducado.

    —Te parecerá bonito dormir hasta tan tarde.

    —¡Qué susto, joder! No te esperaba.

    —Pero yo sí —dijo el gato, malhumorado—. Tenemos que empezar tu entrenamiento y no puedo hacerlo con el estómago vacío. ¿Para cuándo mi salmón?

    —¡Oh! ¿Mi rey quiere salmoncito?

    —Tanto como tú quieres mojar el churrito. Venga, corre: desayunamos y nos ponemos al lío.

    Javier abrió la nevera y empezó a preparar algo.

    —¿Con la panza que tienes crees que te conviene salmón? No, no, no. Primer paso del entrenamiento: mens sana in corpore sano.

    —El salmón tiene omega 3.

    —Buenísimo para los gatos —reflexionó el felino—. A los humanos como tú os crea panza. A partir de ahora, solo comida verde.

    —¿Ecológica?

    —No. Verde de color.

    —Este queso está verde, ¿sirve?

    —¡Perfecto! —sentenció el gato con un brillo malévolo en los ojos—. Come rápido, que hoy te toca correr.

    Arde Bogotá – Los Perros

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  • Epílogo para un poeta muerto

    Epílogo para un poeta muerto

    Añoranza de luna y frases de poeta. Como aquel que acuñaba hasta cien pesetas y que ahora, en el olvido, contempla triste cómo se diluyen las letras. Me hubiera gustado ser como él, pero mejor sigo mi camino.

    Love of Lesbian – El Poeta Halley

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  • 29 de Febrero

    29 de Febrero

    Me encanta cuando vienes a mí, arrancando palabras sin quererlo, dejando que las melodías que susurras se evaporen antes de que pueda atraparlas, mientras yo recojo de ti las esporas invisibles que convertiré en secretos. Cada gesto tuyo siembra misterio en las líneas de mis manos, dibujándome sonrisas arcanas que parecen esperar un epitafio. Entre constelaciones de trazos que se cruzan como ofrendas, sostengo la esperanza de que me quieras más en los días grises, en los veintinueve de febrero, y permanezco atento, deseando el sabor de tus besos como si fueran lo único que pudiera sostenerme en este instante suspendido.

    Alt-J – Fitzpleasure

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  • Melodía enraizada.

    Melodía enraizada.

    No hacía falta estar dormido.
    En la quietud, en el silencio, volvían a enturbiar su mente.
    Las pesadillas lo habitaban: manos ensangrentadas al compás de un cronómetro, el filo brillando sobre la piel del inocente. Una fuga imposible bajo un sendero retorcido.

    Caminaba sin descanso, hora tras hora, invocando a sus demonios sin quererlo.
    Ya se lo habían advertido: es largo el sendero cuando la mente enferma.
    Solo quedaba coronar la cima y hallar allí su descanso.

    —No será suicidio, será expiación —le había dicho la bruja—.
    Si dentro de ti hay fantasmas, tendrás que expulsarlos. Si no puedes, vivirán en ti.

    Ella solo quería ayudar, a su manera. Le ofreció el olvido; él se negó. Le pidió un milagro, y ella respondió: todo tiene un precio. Quería morir, y le dio lo más parecido.

    La colina se alzaba como frontera.
    Ella lo observaba desde la distancia, mientras él elegía el lugar del cambio.
    Sacó de su estuche de trapo una semilla —no mayor que una almendra— y se la tragó sin dudar.

    El cielo se cerró. Las nubes lloraron.

    La metamorfosis comenzó entre espasmos y crujidos. Huesos que se rearmaban, piel que se endurecía, ramas que brotaban de un cuerpo rendido.

    Los fantasmas regresaron con un último golpe de sangre y culpa, recordándole su error humano, su error mortal al filo del monitor cardiaco. Dudó un instante, pero la voz de la bruja volvió en su memoria:

    …te hará libre.

    Abrió los brazos y dejó de resistirse.
    En su último aliento, sus pulmones se transformaron en tronco, ramas y raíces que buscaron la tierra con avidez.

    Entonces comenzó su canto.

    Un himno de hojas, corteza y viento.

    La tierra le respondió al momento.

    Y de algún modo —oscuro, silencioso, secreto— lo perdonó.

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  • La última palabra

    La última palabra

    Episodio I – Sentencia en el callejón

    —¿Cómo ocurrió?
    —Pero usted ya lo sabe.
    —Sí, quiero escucharlo. A veces las palabras son otro tipo de verdad.
    —Bien, se lo explicaré.

    Llevábamos tiempo siguiéndolo. Salía de la joyería y siempre acababa tomando un atajo por el callejón. Allí lo esperábamos esa noche.

    Yo llevaba la navaja. Los otros, armas falsas: una pistola de juguete y un cuchillo de cocina. Él se percató de nuestra presencia y aceleró el paso. Yo lo llamé:
    —Eh, colega.

    No respondió. Caminaba cada vez más rápido. Por un momento pensé en abandonar, pero recordé mis deudas. Apreté el paso, lo alcancé y lo empujé. Me miró de frente:

    —No sé lo que pretendes. Soy un trabajador. No gano mucho y no voy a ceder ante matones.

    Trabajador, decía. El dueño de la joyería, explotador de los suyos, traficante de piezas robadas. Aquel miserable nos lo debía.

    Intenté arrebatarle la bolsa. Retrocedió y dijo:
    —Chaval, te estás equivocando.

    Los otros lo rodearon. Yo saqué la navaja. Entonces él abrió la chaqueta y vi el revólver. Mis compañeros huyeron al instante. Yo me quedé paralizado. Hice un movimiento torpe. Un gesto extraño bajo su americana negra. El disparo tronó.

    —Por eso estás aquí, ¿verdad?
    —Sí.
    —¿Tenías deudas?
    —Sí.
    —¿Y por eso atracaste a ese hombre?
    —Sí.

    —¿Qué deudas eran?
    —Debía dinero a quienes me trajeron del otro lado. Los que me hicieron cruzar el estrecho.

    —¿Cómo esperaban que las pagaras?
    —Al principio vendiendo baratijas y algo mas… a turistas. Después, me pusieron en la puerta de un colegio. No quise hacerlo.

    —¿Te obligaron?
    —No. Pero me dieron un plazo. Mi familia como aval. No quiero ni pensar qué les habrán hecho.

    —Has tenido una vida dura, pero tus actos te condenan. No irás al paraíso. Te propongo un pacto. Un pequeño castigo.
    —¿Cuál será?
    —Nacer de nuevo.

    Bohren & Der Club Of Gore – Prowler

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  • Carta 17: La casa del árbol y los nombres prohibidos

    Carta 17: La casa del árbol y los nombres prohibidos

    Querido diario:

    En esta ocasión el sueño me llevó a una gran casa árbol. Colgaba de un sauce llorón como una campana inmensa. En una de sus terrazas tomaban té de recuerdos. Mi amiga del traje verde, cuyo nombre aún no sabía, había quedado en presentarme a sus amigos.

    En ese mismo instante llegó un hombre alto, vestido de azul marino y armado con una gran lanza perlada. Su sombrero de ala ancha le tapaba los ojos. Nosotros hablábamos con una pareja, él y ella, idénticos como dos gotas cayendo al océano. Se hacían llamar Wilson, y narraban juntos sus hazañas en el mundo onírico.

    —Este es Don, es el más viejo de nosotros. Aprendimos de él, aunque no sea mucho de contarlo.

    Se sentó en una de las sillas de mimbre, invocó una taza con un gesto de la mano y se sirvió de la tetera de la que todos habíamos bebido.

    —¿Y estos dos son gemelos? ¿O en verdad son una sola persona? Debe de ser complicado sincronizarse para dormir.
    —Más difícil todavía: son pareja.
    —Pero… se parecen tanto…
    —No deja de ser un disfraz.
    —Es un homenaje a unos personajes de dibujos coreanos —dijo la Wilson mujer.
    —¿Podéis transformaros? ¿Rostro y cuerpo?
    —¿Tú no lo haces? —preguntó la anfitriona.
    —¿Yo? No sé hacerlo. Bueno… no se me había ocurrido…
    —¿De verdad? Interesante —observó Wilson mujer—. Estás muy bueno.

    Enseguida noté el rubor en mis mejillas. Wilson hombre miró de reojo a su pareja y soltó una carcajada nerviosa.

    —Me parece que ha llegado la invitada que faltaba.

    De una rama se descolgó, se balanceó en una pirueta imposible y cayó de pie. Katty, la chica gato. Vestía poco, casi nada. Si lograbas apartar la vista de su cuerpo, descubrías sus orejas felinas y sus garras negras. Sonrió y me dijo:

    —Prrrrrrr.
    —¿Nos conocemos, no?
    —No sé… creo que coincidimos alguna vez… en tus sueños.
    —Bueno, ya estamos todos —dijo mi amiga—. Ahora haré la presentación oficial. Este es… Bueno, tienes que ponerte un nombre.
    —Me puedo llamar Oniros.

    Todos protestaron. Ella me dijo, sonriendo:

    —Esos nombres están vetados. Además, ya hay un DeOniros por ahí, aunque no se entere de mucho: anda escribiendo historias absurdas de sus sueños. Y Morfeo no es un nombre de persona, es un sitio. Anda, sé original.
    —Debería llamarme Olvido.
    —Eso es de chicas —dijo Wilson hombre.
    —A mí me parece sexy —dijo Katty, la gata.
    —¿Por qué Olvido?
    —Cuando empecé a caminar en sueños, lo hice para olvidar mis pesadillas.
    —Buen nombre, entonces —me dijo, acariciándome con sus ojos verdes.
    —Ahora faltas tú. No sé tu nombre.
    —Ya te lo dije una vez.

    Fever Ray – When I Grow Up

    Todos los pasos del viaje quedan grabados en estas páginas.
    Aquí encontrarás cada carta, cada encuentro y cada sombra de la saga “Diarios de un soñador lúcido”

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