Etiqueta: relatos poéticos

  • Manual práctico para dinosaurios antediluvianos sobre tribus urbanas modernas

    Manual práctico para dinosaurios antediluvianos sobre tribus urbanas modernas

    Gritos.

    Los gritos vivían bajo la mirada feroz que custodiaba el lavabo.

    La puerta se abrió tímidamente, dejando tras de sí una melodía oxidada.

    Se quitó los auriculares.
    Los gritos se aplacaron.

    Su mirada, melancólicamente maquillada, se posó sobre la jovencita que acababa de entrar.

    —¿Qué quieres?
    —¿Qué tienes?
    —Tengo de todo…
    —De todo no me vale. Quiero lo mejor.
    —Lo mejor vale caro.
    —Da igual, broh. Lo quiero.
    —Chocolate.
    —¿Qué chocolate?
    —Ese que tú piensas.
    —Lo quiero. ¿Qué quieres tú a cambio?

    El golpe traicionó el intercambio.

    Tras las dos jóvenes apareció el monstruo.
    La temida profesora de francés.

    Ahora empezaría la matanza.

    —Señoritas, ¿qué se supone que estáis haciendo aquí?
    —Nada —dijo una de ellas.
    —¿Ah, sí?
    —Profe —intervino la que dominaba el baño—. No pasa nada. A María le ha venido la regla y no sabía qué hacer. Yo solo la acompañaba.
    —Es verdad —añadió la otra.

    La profesora las miró en silencio.
    Olfateaba el engaño en el aire.

    —A ver… ¿qué tenéis en ese bolso?
    —Ahí no hay nada.
    —Enséñame lo que hay dentro o hablaré con vuestros padres.

    Se miraron.
    Bajaron la vista.
    Le entregaron el bolso.

    La maestra lo abrió despacio. Observó su contenido.

    Una sonrisa se le escapó de los labios.
    No era maliciosa.
    Era cómplice.

    —Señoritas —dijo bajando la voz—. Yo veo bien el intercambio de golosinas. Quienes no lo aprueban suelen ser bastante estúpidos.

    Las dos jóvenes la miraron, incrédulas.

    —Disfruten de sus calorías vacías.
    —Pero no abusen de ellas, ¿vale?

    Kim Dracula – Land Of The Sun

    🖤 Dark Trap

    No es solo música. Es un estado de ánimo con ritmo.

    Nace del trap, pero sustituye la ostentación por melancolía, ironía y una agresividad estética controlada.
    Sus protagonistas visten oscuro, hablan poco y convierten el dolor en imagen.
    Parecen peligrosos, pero suelen estar rotos con educación.

    Es la tribu del malote triste, del “me da igual” que en realidad significa “me importa demasiado”.


    🖤 Emo Revival

    No confundir con el emo clásico de flequillo y drama explícito.

    El emo revival es hijo de la nostalgia y de internet.
    La tristeza ya no se grita: se curra, se estiliza, se vuelve elegante.
    El maquillaje corrido no es descuido, es lenguaje.
    No buscan llamar la atención: saben que ya la tienen.

    Es una tribu que entiende el dolor como identidad temporal, no como condena.


    🕸️ E-Girl / E-Boy (vertiente oscura)

    Nacidos en redes, criados por el algoritmo.

    Mezclan emo, goth suave, trap, anime y cultura gamer.
    Viven conscientes de la cámara, del encuadre y del gesto.
    No fingen emociones: las representan, que no es lo mismo.

    No es superficialidad: es supervivencia en un mundo que te mira todo el tiempo.

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  • A saber por qué…

    A saber por qué…

    A saber por qué —por tu luz, por tu ser— 
    te quedaste a mi vera, en mi piel, 
    en el camino secreto de mis neuronas. 

    A saber por qué, por tu miel, 
    te quedaste en caricias. 
    Y tal vez yo también 
    me quedé caminando a tu vera. 

    Fueron astros alineándose lento, 
    orbitando en movimiento, 
    con aroma a recuerdos lejanos 
    y a poesía sin letras 
    que el destino insiste en hilar. 

    A saber por qué el tiempo gira 
    y estamos en él. 

    Travis Birds – Azul Noche

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  • Memorias de una cueva

    Memorias de una cueva

    La pared era un tanto rugosa, pero a él no le importaba. La acarició dándole forma: curvas alargadas, una pasada larga para asegurar el contorno. Se alejó un poco y respiró complacido. Ya estaba adoptando una forma concreta. Cerró los ojos y lo vio: primero una lanza en movimiento; después, la urgencia de sus patas. Aspiró el aroma de paz y comprendió de inmediato lo que faltaba. 

    Miedo. 

    Faltaba miedo en la pared. 

    El miedo que mueve las figuras. La rabia de los brazos lanzando sus armas. El coraje de arriesgar vidas en el intento. Eso era lo que él deseaba, y no le dejaban hacerlo. Agarró cenizas y grasa con rabia, dispuesto a destruir su obra. Pero, al llegar a la pared, solo pudo acariciarla. Rellenó formas, construyó objetos. 

    Se apartó de nuevo. 

    Escuchó el murmullo del viento. El calor del fuego. El aroma de paz que da el alimento. Respiró hondo y comprendió que aún faltaba algo. 

    Sed, frío y cansancio. 

    El rugir de tripas que impulsa a correr. La agonía de la herida. El latido de un corazón descalzo, sintiendo el río helado hasta las rodillas. Agarró el carbón aún ardiendo y lo precipitó sobre su lienzo, con la calma que da la rabia en un lugar tan seguro. 

    Se alejó otra vez, y lo supo completo. 

    Tan completo como podía hacerlo. 

    No podía de otro modo. 

    El niño entonces se sentó en el suelo y se deshizo en llanto. 

    El padre gruñó a lo lejos. 

    La madre se acercó y dijo: 

    —¿Qué haces aquí, lamentando lo que no has vivido? Deberías correr, trepar árboles, hacerte fuerte para cazar con ellos. Deja de manchar las paredes con experiencias que no te pertenecen. 

    El abuelo llegó cojeando. Descansó las piernas junto al niño y observó la obra que lo había tenido tan ocupado. 

    Se quedó sorprendido. 

    En la pared había un bisonte siendo cazado. Había calculado sus heridas, su sufrimiento. El arrojo de los hombres hambrientos que esquivaban sus cuernos. El respeto a los pequeños bovinos que huían. El temor por las heridas de los suyos y las ganas de volver a verlos. Pronto. 

    —¿Hiciste esa ilustración sin haber cazado nunca? —preguntó el abuelo, mirando al muchacho que aún tenía los párpados húmedos. 

    —Ojalá hubiera ido. 

    —Mujer —dijo a la madre—. Tu hijo será buen cazador. Probablemente llegue a ser tan viejo como yo. Cuidará de los suyos y llevará alimento a esta comunidad. Déjale hacer. No solo está aprendiendo: está enseñando cómo se hace. 

    El niño, satisfecho con su obra, buscó refugio junto al fuego. 

    Iron Maiden – Quest for Fire

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  • Un hombre y un destino

    Un hombre y un destino

    Enrique es un buen tipo. 

    —¡Hola! 

    A Enrique le encantaba caminar por el paseo marítimo. 

    —Qué aroma, el del mar. 

    Le gustaba mirar gaviotas, sentir la brisa, contemplar el cielo rojizo sobre la marisma. 

    —Y sacar mil fotos con el móvil. 

    Y, claro, a Enrique le encantaba subir esas fotos a sus redes sociales. 

    —Y que me den likes

    Siempre terminaba en el bar de la esquina antes de volver a casa. 

    —Muchos, muchos likes

    Pedía bravas y una cervecita. 

    —Y corazoncitos rojos. 

    Pero hoy, el destino le tenía algo preparado. 

    —Muchos, muchos… 

    Esta noche Enrique iba a morir. 

    —¿Perdona? ¿Qué? 

    Sí, esta noche Enrique moriría, sin remedio, en su bar favorito. 

    —De coña. Ni muerto entro yo en ese bar. 

    Enrique entró en el bar como cada noche. 

    —QUE NO, que me voy a casa. 

    ¡Enrique entró en el bar! 

    —Que no quiero. 

    Enrique, tienes que entrar en el bar. 

    —Sí, claro, para morirme. 

    ¡Que entres! 

    —Oye, ¿y tú quién coño eres? 

    Soy tu destino. Y el destino está escrito. Hoy mueres en el bar. 

    —Ajá. ¿Y de qué, listillo? 

    De envenenamiento. 

    —Joder, qué feo. Que uno con veneno se queda con la lengua fuera, ¿no? 

    Una croqueta envenenada será la causa de tu muerte. 

    —¿Croquetas? ¿Y quién me quiere matar con croquetas? 

    Un hater de tus redes. Te odia tanto que ha decidido matarte con lo que más amas: atiborrarte de croquetas. 

    —Como decía el poeta: “Caminante no hay camino…” 

    A Enrique le gusta la poesía. 

    —Ahí te quedas, destino. 

    Oye, Enrique… te estás pasando el bar. ¿A dónde vas? 

    —¡A casa! 

    Pero que tienes que morirte, Enrique. ¡Vuelve al bar! 

    —Claro, claro… 

    Enrique subió las escaleras, abrió la puerta de casa. Allí lo esperaban. 

    —María, ¿qué hay para comer? 

    —Hombre, Enrique, llegas temprano y sobrio. 

    —Sí, es que el bar ha dejado de gustarme. 

    —Perfecto. Hoy toca croquetas. Te quiero ver comértelas todas. 

    The Divine Comedy – National Express

    ¿Y si lo inevitable solo necesita un “no hoy”?

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  • Nana triste para un niño viejo

    Nana triste para un niño viejo

    Hoy no me toca soñar.

    El aire surca extraño y, entre sábanas, se dispersa en remolinos.
    Mi mente se derrite en gotas de cansancio herido:
    no quiere darme reposo, solo gira y gira, sin motivo y sin caducidad.
    Invoco ovejas blancas aladas, un ejército inútil
    cuando los párpados no me pertenecen
    y son presa del capricho de un tal Cortisol.

    Entre tanto, flotan imágenes en tonos pardos,
    carcomidas por el baúl que las guarda,
    que hoy, traicionero, ríe satisfecho.
    Mientras yo sigo rotando, ellas se proyectan en el techo:
    mirada distraída, flequillo en los ojos,
    pantalones de pana gruesos
    y unas ganas de volar contenidas en un salto.

    Lo dejé escapar, a ver si así me canso.
    Quise enseñarle los días presentes del futuro pasado.
    Y él, sentado en la duda, mirando desde mis ojos,
    comprendió que era yo.

    —¿Todavía no vuelan los coches? —preguntó,
    como quien sostiene una promesa rota.

    —No. Pero hay ojos en el cielo —respondí.

    Pareció animarlo.

    —¿Vive gente en la luna? ¿Ya consiguieron habitarla?

    —¿Para qué alcanzarla? Es más bonita lejana.

    —¿Y robots? ¿Ya los inventaron?

    —Sí. Y hablan con nosotros, aunque no tengan cuerpo.

    Le conté inventos osados que nos acompañan en el bolsillo,
    de cómo ya no hace falta hablarles:
    nos entienden por gestos.
    Le hablé de un oráculo tejido en una telaraña.
    De cómo nunca estamos solos,
    aunque cada vez estemos más lejos.

    Y yo, al ser soñador, esperaba que algún día, hablando,
    nos entendiéramos todos.
    Que estábamos aprendiendo a hacerlo.

    —Si eres un soñador, ¿por qué no estás durmiendo? —dijo.

    Y solo entonces entendí
    que ya no estaba despierto.

    Pauline en la Playa – Quién lo iba a Decir

    A veces el sueño llega cuando dejamos de perseguirlo.

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  • Ella ya no está

    Ella ya no está

    Hoy no estaba.

    No estaba.

    Se fue para siempre.

    Mi alada compañera de sombras.

    Sin despedirse, sin siquiera suspirar mi nombre.
    Tan bien como me conocía… y no pudo decirme su adiós.

    Pinté una cruz en su ausencia:
    recuerdo de las veces que me contesté por ti.
    Cuando una mañana gris apareciste y yo grité tu nombre.
    Me escondí en mis principios difamados.
    Deseé tu muerte y desaparecí de tu lado.

    Pero volviste.
    Y me esperaste, silenciosa, a que pasara.
    Me asustaste de nuevo y huí como un cobarde,
    deseando veneno para tu especie
    y para ti un final más cruel.

    Otra vez estabas. Y otra más.
    Intenté luchar. Conseguí escapar.
    Me oculté en la luz y me dejaste en paz,
    inmóvil en tu rincón.

    Hubo un pacto:
    una firma de sangre,
    de tolerancia con margen lateral.
    Con cláusulas de distancia
    y letra pequeña.
    Muy pequeña.
    Insignificante y oculta.

    Esta vez saludaste.
    Lo hiciste con mi voz, claro,
    pero educada, moviendo flagelos de ritmo lento,
    respetando distancias
    y evitando enfados.

    Hubo tiempo de conversación fugaz,
    ritmo de ascensor y sonido disperso.
    Psicotronía del atardecer cálido y ventoso,
    arena pesada en mis párpados
    y en ti mis lamentos.
    Y tú ahí estabas, dándome espacio,
    escuchando atenta mi desaliento.

    El tiempo te convirtió en aliada.
    Ideas obtusas de hadas absurdas.
    Caricia del son de una nana.
    “Invadiréis el mundo”, dije entre risas un día,
    y al siguiente me pareciste más bella.

    Hablabas sin voz.
    Mirabas atenta.
    Quisiste ser mi musa y pensé:
    “buena idea”.
    ¿Qué puedo perder?
    ¿Mi cordura, tal vez?
    Qué va.
    Imposible hallar donde nunca existió un tal vez.

    Tósigo en el ambiente,
    señal aséptica de la masacre.

    ¡Corre!
    ¡Huye!

    Asesinos con máscara,
    de bata blanca y desinfectada fragancia.

    ¡No le hagáis daño,
    ella no ha hecho nada!

    Venían a llevarla
    entre las celdas de una escoba.

    Pero no estaba.

    Ella ya no estaba.

    Hoy hago memoria de un lamento.
    Mañana tu nombre se habrá olvidado.

    Tulsa – Autorretrato

    A veces las ausencias duelen más que los miedos que las preceden…
    y tú, ¿qué criatura imposible te ha dejado un hueco impensable en tu alma?

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  • Susurros carmesí

    Susurros carmesí

    —Buenos días, ¿es verdad lo que dice el letrero?
    Le brillaba la mirada; casi no podía disimular la ilusión. Al entrar reparó en que la tienda estaba algo descuidada: mucho polvo en las estanterías, una luz lúgubre y llena de interferencias, un olor rancio a moho y humedad. El dependiente, un señor oscuro de apariencia vetusta, le ofreció la sonrisa pervertida de quien descuartiza a sus clientes. Se acercó deslizándose tras el mostrador y le dijo:
    —Sí, es verdad. Vendemos espectros.

    La joven, con el entusiasmo de quien encuentra un tesoro, quiso saber más.
    —¿Cómo funciona? ¿Qué tipo de espectros tenéis? ¿Un espectro es lo mismo que un fantasma?
    —No, señorita, no. Una cosa es un espectro y otra bien distinta es un fantasma. Vendemos espectros y fantasmas, pero no al mismo precio.
    —¿Qué diferencia hay?
    —¿Vale, ves esto? —le enseñó una antigua botella llena de mugre con una etiqueta escrita a mano—. Es un espectro. Como todos los espectros, no tiene un nombre reconocido ni una forma clara. No se comporta con lógica aparente, no responde a ningún estímulo conocido y es difícil saber de él más que lo que muestra. Este se llama “Espectro de la casa de Guittenville” y cuesta £23.

    —¿Y ese de allí? —dijo la chica señalando un bote verde luminoso.
    —Eso sí es un fantasma —dijo el señor, acercándole el tarro—. Aquí pone claro un nombre: Elisabeth Brown. Murió en 1952, tragada por la gran niebla cuando tenía 58 años. Por lo general tiene buen carácter, pero a veces monta en cólera si se la contradice mucho. Precio: £254.
    —Qué caro.
    —Es un fantasma.

    —¿Y este otro? —La joven señaló el segundo recipiente del tercer estante.
    —Este es el fantasma de un niño —dijo el dependiente, agitando el frasco con un latido azul—. Son los más caros. Se llama Albert Dawn y murió en la postguerra. Era el séptimo hermano de una familia londinense. Se le escucha llorar en noches de tormenta y dormirá abrazado a ti las noches sin luna, si se lo permites. Si no, removerá objetos hasta que cedas o hasta que salga el sol. Precio: £372.
    —¿Y qué me puedes vender por £52,35? —preguntó ella—. Sin ser un espectro, claro.
    —Pues por ese precio tenemos esto. —El dependiente golpeó el mostrador con un tarro de resplandor carmesí—. Es un demonio menor.

    —Eso no es un fantasma.
    —No, no lo es. Pero aun así es más interesante que un espectro. Se llama Murmulín.
    —Qué nombre más chulo.
    —Sí. Además, si lo sabes cuidar, es totalmente inofensivo.
    —¿Qué he de hacer? ¿Cómo se cuida?
    —Se alimenta de susurros. Tendrás que hablarle en voz baja para mantenerlo saludable. A veces incluso te hará caso. ¿Te gusta? —El tendero le acercó el recipiente. Se distinguía una figura ligeramente humana; era fuego líquido y se escuchaba un respirar.
    —Sí, mucho —respondió la chica contando el dinero del bolso.—Bien. Esta es la regla principal: para interactuar con él hay que invocarlo. El conjuro está en la etiqueta. Saldrá y volverá cuando tú se lo ordenes. Aunque no siempre obedece; no suele hacer más estragos que tirar algún cuadro o desordenar un armario. Alguna vez concederá un deseo, aunque también puede darte dolor de barriga. Pero sobre todo hay algo que no debes hacer.
    —¿Qué no se puede hacer?
    —No abrir la tapa. El tarro debe permanecer siempre cerrado.
    —¿Y si la abro?
    —Liberarás toda su esencia —dijo el dependiente en voz baja— y te devorará el alma.

    Poe – Haunted

    ¿Qué comprarías tú en esa tienda, sabiendo que cada objeto guarda algo que alguna vez fue alguien?

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  • Diario de un soñador lúcido
Carta 21:  Sobre una mirada verde

    Diario de un soñador lúcido Carta 21: Sobre una mirada verde

    Querido diario:
    Me encanta el momento de taparme con mi grueso edredón y dejarme llevar por el cansancio. Tras cepillarme los dientes y, en el espejo, ver este cuerpo que tan poco me gusta, me dejo arrastrar por el sueño. Sé que allí seré distinta. Seré Desyria, la guerrera del vestido verde. Ceñida con daga corta y agilidad felina. Aquí no soy lo que soy, sino quien quiero ser.

    Abandono el mundo de los despiertos y caigo en mi casa-árbol, en mitad de la jungla hecha del material secreto que rige la fantasía. Bajo a tierra firme lanzándome en una liana y empiezo a elegir. En el hueco del tronco de cada árbol hay un portal: me transporta al subconsciente aletargado de otras personas. Hoy visitaré a un amigo y probaré el efecto de mi verde mirada sobre su piel.

    La puerta se abre de par en par. Soy bienvenida, y su sueño lo sabe. Su casa es distinta a la mía —todos los navegantes en el mar de Morfeo fabricamos una—. He visto mansiones victorianas, rascacielos neoyorquinos, hasta madrigueras bajo tierra. La suya es una posada medieval montada sobre una cima.

    Él me espera. Su lugar le ha avisado de mi presencia. Le sonrío con picardía. Él simula pudor y me mira con disimulado deseo. Los rayos de un sol distante nos alumbran entre las nubes. Él prefiere sombras y frío; mi acuarela es de colores cálidos. Pero me gusta el paisaje que ha dibujado para habitar, y la caricia de su viento sobre mi cara.

    —¿Qué aventuras me propones hoy? —me dijo, devolviéndome la sonrisa.
    —No sé, algo de calma. Ya son muchos días persiguiendo sombras. ¿Nos quedamos viendo algo al fuego de la chimenea?
    —¿Aquí también se puede pasar un domingo de manta y películas?
    —Aquí puedes hacer lo que quieras, ya lo sabes.
    —¿Qué quieres ver?
    —Un recuerdo.

    El salón era enorme, con paredes de piedra antigua y columnas de madera. No hacía calor, pero el aroma de las brasas inundaba la estancia. Se hizo la oscuridad en la sala. Un proyector antiguo empezó a mostrar imágenes en color sepia: una caída en bicicleta, las risas de estudiante en un instituto de pueblo, el mar Mediterráneo con su olor a sal y su calma templada.

    —No sabía que podía rescatar recuerdos tan vívidos.
    —Es un truco. Tu subconsciente está muy presente en este sitio, y se le pueden pedir cosas.
    —Me encanta. A ver si consigo algo más actual.

    Aparecieron unas imágenes en la calle, de noche. Vestía un traje negro y había fuegos artificiales. Felicitaba a los demás con efusiva alegría. Era fin de año, pero no supe de cuál. Qué guapo estaba, con esa sonrisa perenne.

    —Eres igual que en tus recuerdos —le dije, sin apartar la vista de la proyección.
    —¿Por qué no lo voy a ser? El próximo domingo de descanso te toca a ti: sesión de cine de recuerdos en tu casa-árbol.
    —Es que… yo… bueno… la mayoría de nosotros somos distintos en el sueño.
    —¿Entonces no eres como te veo ahora?
    —No.

    Se quedó pensativo un instante.
    —Vale… a mí me gusta mucho tu interior. Pero alguna vez tendré que verte a ti.

    Glass Animals – Dreamland

    A veces los sueños no son refugios, sino espejos.
    Ella, Desyria, lo sabe bien: cada recuerdo que rescata brilla un instante… antes de desvanecerse.
    Pero mientras exista alguien que la sueñe, seguirá volviendo.
    Verde, invencible y efímera.
    ¿Y tú? ¿Qué harías si pudieras cambiar en sueños?

    Todas las estrellas unidas en una figura:

    Diario de sueños

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  • No quiero ser un poeta

    No quiero ser un poeta

    ¿poesía dice? ¿Qué poesía?
    La que recita ese tipo que ya casi la conquista, con versos de ese tal Neruda que no comprende nadie y ni él mismo se cree.
    Pues no es tan difícil, yo pienso. Alardear de palabras, eso es lo que es. Meterlas en líneas montadas, rimbombantes, casadas entre ellas por el azar de formas sonoras.
    ¿Y qué más? Nada más fácil, lo voy a intentar.

    Yo te amo.

    No.

    Sí, sí te amo.

    Me refiero a que encuentro absurdo explicar mi amor si primero lo resumo.

    A ver…

    ¿Qué es el amor?

    El amor en el estómago son mariposas.
    También la necesidad de tu presencia.
    Las ganas de verte.
    Las ganas de comerte.

    ¿Es esa la idea? No queda bien, qué soso, qué absurdas palabras para un amor tan torpe.
    Quizás deba comprender cómo lo harían otros. ¿Qué tal el Neruda este, que tanto le gusta a quien ronda a mi amada?

    “Mujer, yo hubiera sido tu hijo, por beberte
    la leche de los senos como de un manantial”

    Pues sí, eso también lo haría yo. ¿Por qué no se me ha ocurrido a mí?
    ¿Es algo que enternece tanto a las damas? Que confusión.
    Seguiré buscando en el amor de otros.
    Volvamos con Neruda:

    “Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
    y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.”

    ¿Qué? ¿Qué tipo de amor prefiere el silencio? Cualquiera diría que es un “no te soporto”. No quiero referirme a eso.

    Quevedo escribió al amor, a ver qué dice:

    “Es una libertad encarcelada,
    que dura hasta el postrero parasismo;
    enfermedad que crece si es curada”

    El señor poeta aquí sufre de amor aun teniéndolo.
    ¿Qué diantres es el amor?
    ¿Es lo mismo el amor en sí, que el amor que siento yo por ella?
    Si es la más bella, ¿por qué el propio amor se obstina en marchitarla?

    Encadenando letras, me quedo.
    Atormentado,
    queriendo ver en tus labios
    versos pasados,
    en tu piel mi deseo,
    y en mi mente nada.
    Solo confusas
    las líneas de mi memoria.

    Marea – No Quiero Ser un Poeta

    Amor que te hace derretir… Despecho que te hace vomitar.
    Suéltalo en un verso cada uno. Dos líneas, dos bofetadas de emoción.
    Atrévete, que aquí no hay reglas, solo fuego en palabras.

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  • Diario de un soñador lúcidoCarta 20: De la sombra a la luz

    Diario de un soñador lúcidoCarta 20: De la sombra a la luz

    Nos perseguían. No podíamos parar. Nos habían rodeado en un sueño que no era nuestro. Una trampa mortal vestida de terciopelo azul. No nos dimos cuenta de la oscuridad que emitía aquella puerta hasta que caímos en el abismo. El mismo que estaba ahora frente a nuestros pies. No podíamos cruzar.

    —¡Salta!

    Pero allá abajo se revolvía la oscuridad.

    —¡Que saltes!

    Las sombras llegaban ya, a punto de apresarnos. Yo, con los pies en el acantilado. Sentí un empujón y me vi caer.

    —Idiota, a ver si confías más en mí.

    Sentí cómo me agarraban, pero no eran los monstruos que nos perseguían. Mi compañera de aventuras —la chica del vestido verde, la misma que una vez me ofreció pastel en aquella casa del árbol y juró que ya me había dicho su nombre— flotaba a mi lado. Me abrazó con fuerza y me guió por el cielo.

    Las sombras saltaron tras nosotros. Las vi aparecer, como pulpos tenebrosos surcando el espacio. Ella aumentó la velocidad. No sé cómo lo hacía hasta que noté que, de su traje, salían alas de libélula.

    —Estás llena de trucos.

    —A que te gustan.

    —Mucho.

    —Espero que esta vez hayas traído armas.

    Busqué como pude en el interior de mi chaqueta. Saqué la pistola de juguete que, como en todos los sueños, había mutado. Parecía ahora un artefacto de película de ciencia ficción. Disparaba rayos y, cuando lo hacía, el trueno retumbaba. Alcancé al espectro más cercano, que se disolvió en humo. El segundo lo esquivó, pero la electricidad lo persiguió y quedó chamuscado al instante.

    —Qué maravilla. Con este cacharro las exterminamos enseguida.

    —Pero hay más. Cada vez más.

    —Hay que encontrar al huésped.

    Cruzando el espacio nos adentramos en la penumbra, entre nubes que tronaban gracias a mis descargas. Los monstruos caían, pero seguían apareciendo sin descanso. Aun así, podíamos avanzar.

    Entonces la vimos: una casa de madera podrida, retorciéndose sobre una pista de asfalto, trepando hacia el cielo como una pesadilla arquitectónica. Allí estaba encerrada la víctima de este sueño, agonizando bajo la enfermedad oscura que entraba por sus noches.

    —¿Qué hacemos? ¿Entramos? —pregunté.

    —No. Vamos a sacarlo.

    Arrancó un trozo de su vestido verde y con él taponó la ridícula chimenea. Abrió una ventana y me pidió que disparara dentro. El interior comenzó a arder. Cerró la ventana y esperamos.

    Entonces surgió. Una forma grotesca, mitad humana, mitad otra cosa. Reventó la puerta, golpeándola contra la pared podrida. Era un títere de carne manejado por una sombra que se pegaba a su espalda, hinchándolo, volviéndolo más fiero.

    Ella se lanzó sobre él, blandiendo su arma: un cuchillo de filo brillante, casi vivo. Sin tocar la piel del huésped, cortó al espectro en dos. Al desprenderse la criatura, el humano gritó con fuerza y la casa empezó a desmoronarse.

    Yo, aún en el techo, perdí el equilibrio y caí. Ella saltó para cogerme en pleno vuelo. Tropezamos y quedé encima de ella, cara a cara, respiración contra respiración. Mirándonos. Deseando —yo en secreto, ella quién sabe— el misterio de sus labios.

    Sonrió.

    —Me estás aplastando.

    —Perdón —dije sin moverme.

    No se apartó. Sonreía como si disfrutara del juego. Pero algo nos nubló la luz. No estábamos solos.

    —Ejem…

    Nos levantamos rápido. El huésped de la sombra, ya recuperado, era ahora una ancianita adorable que nos miraba con indignación. Habíamos salvado su sueño para meterla en otro… menos adecuado.

    —Jovencitos, por Dios. ¡Búsquense un motel!

    Korn – Lost In The Grandeur

    Salvar un sueño puede acabar con la casa… y con la paciencia de los vecinos imaginarios.

    Todas las estrellas unidas en una figura:

    Diario de sueños

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