Etiqueta: relatos cortos

  • El despertar de la sed

    Era muy joven cuando ocurrió. Por mera casualidad cayó en mis manos un libro. Era de bolsillo, de tapa blanda, y una horrible portada que no hacía justicia a su contenido. Aun así, decidí leerlo.

    3 de mayo. Salí de Múnich a las 8:35 de la noche, llegando a Viena a la mañana siguiente a las 6:46. Debía tomar el tren de las 8:00 para Klausenburg.

    Así empezó. Y así comenzó mi pubertad: de la mano de Mina y de la maldición de su amante. Recreando pasiones, oscuros misterios, despertando en mí sensaciones que me costaban describir.

    Fue el primer vampiro. El primer pecado siniestro que, sediento de sangre, me acompañaba en sueños. En pesadillas. Pero no fue el único.

    Fui al infierno que se desató en Salem’s Lot, prohibiéndome dormir días después. Conocí una nueva generación de vampiros ancestrales en una peculiar entrevista, donde la carne mandaba a la sangre, y la sabiduría centenaria se disolvía en despertares eléctricos.

    Pasé noches de insomnio en la carretera, en un romance imposible donde un campesino se enamora de su inmortal. Donde el mal es solo supervivencia. Donde no existe más que el hambre, y la vida ya no es vida.

    Hoy pulsé el botón del play, ojeé nuevas entelequias escritas en el declive de la luna. Para jóvenes de hoy, con el dedo firme en la pantalla. Domaron la rabia, encadenaron a la bestia, la vistieron de Prada y la pusieron a la venta. Un triste cuerpo muerto en un escaparate rojo, de frenesí de plástico y sangre vegana.

    Pero seguirá existiendo el misterio en la penumbra. La necesidad morbosa de besar a quien acecha. Historias que volverán a la hoguera de una noche de acampada. Porque aunque queramos proteger a la presa, ella quiere ser cazada.

    Porque en la naturaleza, el bien y el mal no significan nada.
    Ya volverá a salir el lobo. Y morderá de nuevo, aunque a algunos les duela.

    Bauhaus – Bela Lugosi´s Dead

    🎧 PLAYLIST: El despertar de la sed

    Una banda sonora para los que amaron a su primer vampiro,
    para los que no durmieron tras la mordida,
    para los que aún desean con colmillos.

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  • Uno de nosotros

    Uno de nosotros

    El asiento estaba helado. El frío le recorrió la columna vertebral. El olor a desinfectante y el miedo no ayudaban mucho. No debía haber aceptado, pero necesitaba el dinero. Su familia lo necesitaba. Se lo debía.
    Así que no había más remedio: tenía que seguir con el experimento.

    Hubo una preparación previa. Le habían asistido psicológicamente. Le aseguraron que era un procedimiento indoloro e inofensivo, pero ella sabía que no era así. Estaba segura del riesgo y temía al dolor.
    Ya le habían colocado sensores, algunos en la piel, otros inyectados. Le cubrieron la cabeza con lo que parecía un gorro de piscina, solo que lleno de cables de colores colgando.

    —¿Está preparada? —dijo el que parecía llevar el timón.
    —Sí —mintió.
    —Tranquila, va a salir todo bien.

    Ya no había vuelta atrás. Encomendó su alma a un dios desconocido, apretó los dientes y se detuvo a escuchar el sonido de las máquinas.
    Todo comenzó a girar a su alrededor. Había luces en movimiento que se convirtieron en un torbellino de colores. Penetraban en su mente como un instrumento quirúrgico… hasta que terminó, en seco.
    El silencio era absoluto. El terror que sentía también lo era.

    Entonces llegó ese olor extraño: aroma a canela y madera mojada, a algo que no recordaba haber percibido nunca. El olfato le anunciaba presencias y le indicaba dónde estaban.
    Eran tres. No podía definir ni el tamaño ni la forma. No sabía cómo, pero comprendía que estaba en una sala redonda, hecha íntegramente de madera, con las ventanas cerradas.

    —Bienvenida a nuestro mundo. Por favor, no se mueva todavía.

    Su idioma era extraño, mezcla de ronquidos y chasquidos, pero lo entendía. No sabía cómo.
    Dio un respingo, pero notó que estaba aprisionada. Estaba atada. Su rostro, cubierto.

    —Por favor, no se mueva. No queremos que se haga daño —insistió la voz ronca.

    —¿Qué ha pasado? ¿Qué ocurre?

    Su voz sonó como el chirriar de un tenedor en un plato. Su cabeza era una explosión de imágenes solapadas, que amenazaban con reventar.
    Intentó calmarse. Respiró hondo. Exhaló con un ruidoso borboteo.

    —No se preocupe. Todo ha ido bien. Se está adaptando a su nuevo cuerpo. Se sentirá diferente, pero en poco tiempo lo dominará.

    —Pero… es distinto. No sois parecidos a los humanos como se nos había dicho.

    —No. Nuestra fisonomía es distinta. Nuestras intenciones también. Lo sabrá en cuanto empiece a aprender a usar nuestro cerebro. No puedo ocultarlo.

    —¿Qué es lo que quieren? ¿Por qué estoy aquí entonces?

    —Nuestro mundo se muere. Nuestras aguas están envenenadas y no podemos seguir viviendo en él.
    Nuestro enviado nos preparará el camino.
    Estás aquí porque, si no, él no podría estar allá.

    —Pero… el enlace de cuerpos es temporal. Se han hecho estudios sobre ello. Volveré en unos días y…

    —No. No es temporal.
    Nuestro enviado será considerado un mártir.

    —¿Y a mí? ¿Qué me va a pasar?

    —Bueno…
    Ahora eres uno de nosotros.

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  • Cenizas Bajo el espejo (IV parte)

    Capítulo IV: Donde la noche se quebró.

    Nadie los echó de menos. No hubo palabras, ni miradas, ni manos que intentaran retenerlos. El sonido del fuego y el rumor lejano de la música los volvió fantasmas, recorriendo el sendero inverso a las risas y el cantar.

    Caminaron por la vereda que bordea la fuente, como si siguieran un destino soñado, hasta que apareció el silencio. El viñátigo los recibió otra vez.
    La luna se reflejaba en el agua, y el viento soplaba con un temblor nuevo.

    Ella temblaba también. No de frío, sino de algo más antiguo y visceral.
    Él no hablaba, pero su pecho ardía como un volcán dormido.

    Cuando sus manos se encontraron, lo hicieron como si el mundo fuera sencillo.
    Y entonces, sin ceremonia ni anuncio, sus labios se tocaron.

    No fue largo. Pero iluminó el alba.
    Una chispa que encendió la noche y el alma de todos los presentes. Porque, aunque nadie los viera llegar, todos sintieron el estallido. El aire cambió. La tierra vibró. Y el claro enmudeció, como si una verdad demasiado grande hubiese cruzado el umbral de lo permitido.

    Alguien gritó.
    Una anciana se llevó las manos a la cara.
    Los del agua retrocedieron.
    Los del fuego, tensos, formaron un círculo.

    No era solo la unión de un beso.
    Era el principio de un pacto roto.

    Una guardiana avanzó con los brazos abiertos, invocando la calma.
    Pero entonces, el cielo respondió. Desde la isla hermana, una columna de fuego se alzó con furia. El volcán despertó con un rugido que partió la noche en dos. Las llamas dibujaron en el horizonte una herida abierta.

    —¡Es la señal! —gritó alguien.
    —¡Debéis iros! —sentenció otro.

    Y el caos se impuso.
    Los visitantes fueron rodeados, empujados, separados.

    Ella gritó su nombre, que no sabían.
    Él intentó volver, pero los suyos lo retuvieron.

    El viñátigo fue testigo del desgarrón.
    Y la fuente, muda, guardó en su espejo roto el rastro de lo imposible.

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  • Cenizas Bajo el espejo (III parte)

    Capítulo III: Latido en fuga

    Las guardianas del rito tomaron sus lugares, con la solemnidad de quienes conocen los gestos que hacen girar los astros, los engranajes ocultos que dominan las almas. Se acercaron al agua, y el manantial las recibió con reflejos serenos, exactos, como si la piedra y la lluvia reconocieran en ellas una promesa cumplida.

    Pero una de ellas no se movió.
    Permanecía entre las sombras, con la mirada anclada al borde del estanque. Sabía que algo le aguardaba en la profundidad. No era miedo.Tampoco duda. Era una certeza callada, la raíz de romero en el centro del pecho.

    Solo cuando el silencio se hizo demasiado largo, dio un paso al frente. Se inclinó.
    Y el manantial olvidó su reflejo. No emergió imagen alguna. Solo un temblor en la superficie, como si el agua recordara algo que nadie más podía ver.

    Un murmullo recorrió el círculo.
    Las más ancianas bajaron la vista.
    Un susurro antiguo se escurrió entre los labios de un sabio:

    —Quien mira al fondo, despierta al origen.

    Desde el otro extremo del claro, uno de los recién llegados se adelantó.
    No hacia ella. Hacia el agua.

    Y entonces, por primera vez, el manantial encendió un reflejo nuevo:
    Dos llamas en espejo. Una del sol. Otra de la luna.
    Y el viento de la cumbre cambió de dirección.

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  • Cenizas Bajo el espejo (II parte)

    Capítulo II: El espejo del agua

    El alba los expulsó a la orilla.
    El verano los arropó de arena y sal, de sabor a mar y presagio. Soñaron con el llanto de la pardela y descansaron su indomable espíritu en honor a la festividad que, en ciernes, se abría paso por la senda de los herederos de la lluvia.
    Había todavía un camino que recorrer y un presente que imponer.

    La piedra vomitaba agua en la fuente de los siete caños.
    Allí, donde las guardianas del ritual ofrecían sus ojos al manantial, los recién llegados aguardaban sin saber que el destino ya los había convocado.

    La fuente, en su silencio de siglos, esperaba el comienzo de la ceremonia.
    La prueba ardiente del reflejo decidiría si los visitantes eran dignos de permanecer o si debían regresar al abismo de donde vinieron.

    Los rostros de quienes venían del fuego sorprendieron a todos: eran nítidos, sólidos como el azul de primavera en lo alto del cielo, como si el mar hubiese purificado sus almas en lugar de desgastarlas.Entonces, en un gesto de reciprocidad, los herederos de la lluvia quisieron mostrar también su voluntad de apertura.
    El ritual del espejo sería compartido.
    Y la corriente volvería a hablar.

    Pumuky – Gara

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  • El Hada Madrina

    Las prisas del día a día, la presión en el trabajo, aquella sensación de necesitar un respiro, hacía que, todas las mañanas, a la misma hora, ella se encerrara unos diez minutos en el baño de la oficina. Respirar profundo unos minutos y dedicar tiempo a imaginar algo bonito era suficiente para darle fuerzas para continuar. Aunque esta vez se encontró con algo extraordinario.

     – Hola, soy Capuchina, tu hada madrina.

     – ¡Aaaah! ¡Qué horror! ¡Una cucaracha!

     – Rara reacción la de la humana, debería haberme quedado en la cama.

     – Y encima habla. Es una cucaracha mutante, no solo es fea, además es contestona.

     – Señora, por favor, que sigo aquí, y si vine por algo es por ti.

     – ¿Eres una hada madrina? No sois como yo os imaginaba.

     – Antes éramos como vosotros o parecidos, gráciles criaturas humanizadas, con alitas de libélulas y varitas de cedro, al vernos pasar gritaban, “¡mirad, hadas!”, concedíamos deseos a nuestros protegidos, llenábamos de ilusiones las moradas, hasta que vino un gracioso que deseo; “convertíos en cucarachas” 

     – ¿Qué fue de las varitas?

     – Nos la cambió por antenitas.

     – ¿Y no estáis traumatizadas?

     – ¿Vas a pedir un deseo o te quedas con las ganas? 

     – ¿Solo tengo derecho a uno?

     – Solo uno y más bien pequeño, además, la magia no es mucha desde que somos alimañas.

     – ¿Cómo de pequeño?

     -Puedes desear que tu planta no se muera, que la cena esa especial no se convierta en salmuera. Puedes pedirme que te salgan tres números en la primitiva, o que tu jefe no te despida, una cosa sencilla, de andar por casa.

     – Pues vaya piltrafa.

    – La culpa de todo la tenéis vosotros, que pedir deseos tan ausentes de sentido, no solo tiene resultados horrorosos, también resta en el cometido.

     – Pues vaya mierda. En fin, deseo…

     -Un momento, porque primero…

     – Al final habrá hasta que pagar.

     – No es eso humana falaz, para que pueda conceder una regla tendrás que acatar.

     – Pues tú dirás.

     – Como en un cumpleaños, pedirás en secreto, y cuando lo tengas decidido, emitirás un soplido.

     -Como la firma del banco, vamos.

     -En las antenas tendrás que soplar para que tú deseo se vuelva verdad.

    En forma de beso dirigió el viento de sus pulmones al peculiar insecto, se escuchó la melodía del polvo de hadas en el escusado. Y con una sonrisa esperó el resultado.

     – No pasa nada.

     – Seguro que has pedido una chorrada.

     – Pues no, listilla, ¿ya te lo puedo contar?

     – Sí, por favor, la curiosidad me iba a matar.

     – Pedí que volvierais a vuestra forma original, al menos así no me quedaré con las ganas de ver un hada.

     – Vosotros, los humanos, o sois sordos o atontados, ¿qué no entendiste de deseo pequeño?

     – Bueno, cómo eres pequeñita …

     – En fin, a ver qué pasa, la magia es escasa.

    Ocurrió como la canción, las patitas de atrás se cayeron como hojas secas un día de otoño. Pero no se quedó así la cosa, del hueco que dejaron crecieron dos piernas dignas de una vedette, con medias verdes de duende irlandés. Le apareció un traje de campanilla y en la terminación de las antenas, una estrella, como la de las varitas.

     – ¡Joder! ¡Qué pintas!

     – ¡En fin!, hoy la mejor canción es la resignación. 

    Goldfrapp – Utopia

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  • Cenizas bajo el espejo

    Capítulo I: Donde el fuego desea temer

    El demonio llevaba un sol despertando al amanecer y escupía sobre la isla su oscura lava. Lo hacía con la esperanza de alimentarse de los gritos de miedo de los lugareños.
    Pero ignoraba la ausencia de cobardía que habitaba en estas tierras bañadas por el Atlántico.

    Y esta vez, el mar era cruzado a nado por simple cortesía: el cielo tronaba en llamas, y los hijos del fuego, deseosos de abrazar las tradiciones cercanas, arriesgaban sus vidas – entre feroces tiburones – por asistir a la fiesta de la cosecha de la isla hermana.

    La danza de la luna llena, el momento en el que Moneiba reclamaba su tributo, donde Achaman pedía presencia de sus fieles, unir los pueblos en un intercambio justo de bienes y risas, de vino y cosecha como ayuda mutua de supervivencia. Nadaban deprisa, con ardiente deseo de asistir.

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  • The amazing Lagartijoman

    Nuestro personal investigativo ha llegado al fondo del asunto, del hasta hoy llamado «El misterioso reptiloide». El cual ha sido visualizado un par de veces, saliendo del bar Las mejores Croquetas junto con algunos parroquianos de buen nombre, a los cuales, según testimonios de los mismos, los ha salvado en varias ocasiones. Nuestro equipo investigativo y de redacción, nos tiene una reseña exacta del misterioso superhéroe.

    A continuación la historia completa.

    Cada uno de los habitantes de la ciudad lo había visto por lo menos alguna vez, sin percatarse de su existencia. Su nombre no llama la atención, su apariencia corriente: un metro setenta y cinco, desgarbado, casi siempre con jeans y con gafas graduadas. Cada mañana circula por las calles de la ciudad, con su SEAT 127 dirección a la oficina donde trabaja.

    Estuvimos atentos el pasado miércoles, 6 de marzo. Desde su coche y con la ventanilla baja, Felipe Sierra mira al pasar el espectáculo cotidiano. Unos jóvenes empujaban a un anciano para robarle la cartera, todos los viandantes miraban para otro lado, mientras el señor acaba golpeado.

    En este momento, Felipe aparca su antiguo utilitario cerca, fijándose en el altercado, sin perder de vista al grupo de delincuentes que empezaban a propinar una paliza al abuelo. Felipe guardaba un secreto, y sin darse cuenta de que lo seguíamos, siguió caminando dirigiéndose al callejón. Pudimos ver que algo empezaba a cambiar en su cuerpo. Sus ojos marrones se tornaron verdes, su cara empezó a alargarse, escamas en la piel y sus dedos se modificaron en garras. Estábamos estupefactos sin hacer ruido, y en seguida escuchamos un grito.

    – ¡Hostias! ¡Un dinosaurio!

    El delincuente juvenil no sabía que era sentir el látigo de la cola de nuestro héroe, que se abalanzó encima de la pandilla de malhechores, con dentelladas y puñetazos hasta hacer huir a los agresores del desvalido anciano que, arrodillado en el asfalto, le agradecía a nuestro protagonista su rescate con estas palabras.

    – Por favor, no me coma, no me coma.

    – Señor, ¿qué le voy a comer? Yo solo me comería ahora unas croquetas de jamón.

    – ¿Entonces no viene a devorarme?

    – No, los humanos me sientan mal, sabéis a cordero degollado.

    – Entonces permítame invitarle a unas croquetas, en ese bar las hacen muy ricas.

    – Hombre, empezamos bien, encantado.

    – Perdóneme la inscripción, pero es usted muy raro. ¿Es un alienígena de las series de televisión de los años ochenta?

    – No

    – ¿Un velocirator tal vez?

    – No, esos se extinguieron todos en Parque Jurásico.

    – ¿Entonces?

    – ¡¡¡SOY LAGARTIJOMAN!!! El inimitable Hombre Lagartija. Bueno, ya lo he dicho, que a gusto me he quedado, vamos a por las croquetas.- Dijo Felipe haciendo pose de superhéroe, consciente de que, como cualquier persona de este país, va a llegar tarde a trabajar por andar de vinos y tapas con la persona que ha salvado la vida.

    Esta ha sido una historia de Juan Pedro, para el periódico «Particulares visitas a los bares de la ciudad».

    Esta historia fue escrita en colaboración entre DeOniros (El descanso del Onironauta) y Paola (Primavera en Barcelona, Otoño en Bogotá), tras una intensa sesión de investigación, croquetas y debates sobre si Lagartijoman debería tener o no capa. (Decidimos que no. Por ahora.)

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  • El Cubo

    Este relato forma parte del reto propuesto por Juli Ramos, pulsa en el nombre para acceder a su blog.

    La palabra elegida es ergonómico.

    El diseño de la máquina era tan simple que no entendía bien el porqué de unos asientos tan sofisticados. En sí era un cubo de color blanco y frío como la nieve, uno de sus lados hacía de puerta,  dejaba ver un interior liso, sin mandos ni monitores. En el centro había un solo asiento, ergonómico como el de un deportivo de alta gama, con sus cinturones de seguridad incorporados.

     -¿Hace falta tanta comodidad para un trayecto tan corto?

     -Siéntese, ya lo comprobará.

    La máquina había anunciado ya una cuenta atrás. Tomé asiento y me abroché, por inercia, al sistema de sujeción. Estaba absorto, acariciando el asiento, maravillado por el tacto de cuero del sillón cuando cerraron el artefacto y empezó a activarse.

    La iluminación interior se hizo tan potente que no me dejaba ver nada. No había movimiento aparente, tan solo un sordo zumbido blanco como la máquina. Aunque no se estaba desplazando, sentí inercia en mi cuerpo. Todo daba vueltas a mi alrededor, tenía la sensación de caer desde lo alto de un edificio, una montaña rusa sin movimiento que me hacía agarrar con fuerzas al preciado sillón.

    La luz se apagó y yo estaba rendido, en el sillón, sin fuerzas para levantarme. Contemplaba desganado la apertura del cubo, donde se asomó una mujer con la misma bata blanca de loa operarios que dirigían el experimento, allá, en el otro lado.

     – Buenos días, señor Orellana, acaba de dar un salto a cuatrocientos sesenta y seis años luz de su origen. Tómese su tiempo para levantarse de su asiento, le será más cómodo aclimatarse a su nueva gravedad.

    Kim Dracula – Industry Secrets
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  • Mi Vereda

    Sugerencia de escritura del día
    ¿Eres líder o seguidor?

    En una nube tengo mi posada, en un pedazo de sueño, regalo de Oniros, está mi hogar. Me dejo ayudar por almas en pena, con buena intención, y pasión por su faena. Más no seré dueño y señor, inexistente ser frente a mi lanza, solo soy yo, y no pretendo nada.

    Cambio mi copa por un momento, de luces o de sombras siempre sinceras, pero no te debo más, tan solo tu compañía si es grata, Si no, la senda es larga y ahí tienes tu camino, que no es mi vereda. 

    He sido rey esclavo, perdí mi corona huyendo de mis cadenas, en el frío mundo de la imposición, por eso en mi posada, todos beben, todos hablan, pero no hay un gesto alto, no hay orden del cielo, no hay quien a todos decrete que ahora deben hacerlo.

    Aquí somos melodías al compás disonante, de una odisea sideral con una nota equivocada.

    Somos iguales entrelazados en versos armónicos sin rima definida.

    Somos antimateria cautivada por las trampas que hizo Penning en una jaula electrificada.

    Somos gotas de tinta eléctrica desafiando la carencia de la palabra.

    Ozzy Osbourne – You´re No Different
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