
El invierno se precipitó entre luces parpadeantes.
No fue bien recibido: fue inevitablemente aceptado.
El dolor de tripa hizo el resto y lo arrastró hasta ese lugar tan frío, donde cosían con hilo negro la agonía que trae el destino.
Era hora de dormir para despertar nuevo.
O tal vez, para no hacerlo.
Suspiró lento. Se aferró al sonido que lo mantenía vivo.
Imaginó agarrarse a la tierra, al aire, a la raíz de un árbol… pero se desvaneció pronto y comenzó el sueño.
—Todo va a ir bien —decía alguien, blandiendo una aguja.
—No pasa nada —susurraban las máquinas.
—Tranquilo… —dijo su corazón, agotado de galopar.
El olor a desinfectante y el silbar de los aspiradores se fueron apagando.
Se volvieron calor.
Calor de manos en la frente.
Abrasos que te devuelven al cielo de la infancia.
Aroma de clavos y miel, de anís y fuego.
La textura de la harina en las manos hábiles, arrugadas por el tiempo.
Se vio niño, en aquella casa.
—Hola, mi niño.
—¿Abuela? ¿Eres tú?
—¿Quién voy a ser si no?
—¿Estoy muerto?
—Oh, no. —Entornó la mirada y sonrió—. Siempre tan dramático.
—Entonces… ¿por qué estoy aquí?
—No estás aquí. Yo solo quería que comprendieras que no estás solo. Que la vida fluye, y que lo malo casi siempre tiene remedio.
—¿Entonces…?
—Despertarás. Y sanarás.
—Y me perderé tus roscones de vino…
—Y ganarás una sonrisa cuando abras los ojos.
La figura de la anciana empezó a desvanecerse.
—Espera, abuela… dime qué pasa luego. ¿Qué hay cuando ya no estemos?
—¿Y perder la sorpresa? —rió—. Mejor espera. No pienses en eso.
La voz se alejó hasta volverse un murmullo.
Se confundió con el ruido de las máquinas, las luces intensas y el zumbido del aire fresco.
Una dama de bata blanca se acercó.
En una sonrisa radiante le dijo:
—Ya pasó lo malo. Todo fue bien. Ahora toca reposo.
—¿Qué pasará ahora?
—Tranquilo. Yo cuidaré de ti.
Popol Vuh – Kyrie
Sonrió. Todo estaba bien. O al menos, eso quiso creer cuando el silencio volvió a quedarse a su lado.






