Capítulo especial de fin de año de:
El Fary y el gato gurú.
—Venga, que van a dar las campanadas. Yo sé que no comes uvas, pero te he traído atún.
—Verás, es que yo…
—Una… ñom.
Las campanadas, como tantos otros años atrás, hicieron repicar la ilusión de las personas. Hubo risas, brindis y algún atraganto. Cada alma tenía una esperanza distinta. Solo coincidían en una cosa: querían un año nuevo mejor, lleno de ilusiones por construir.
En un rincón de la plaza, Javier y su gato brindaban en secreto. No por su futuro éxito, sino porque juntos ya no estaban solos.
Un rayo de luz ensombreció la mirada del gato. El cielo reventó en colores. Cerró los ojos con fuerza y se desplomó en los brazos de su amigo.
—¿Gato? ¿Qué te pasa?
El felino yacía inmóvil, con la respiración débil y el pulso acelerado.
—Gato, responde… ¿qué te está pasando?
Entre la muchedumbre apareció ella. Vestido corto, gafas de marca y ese paso rápido y decidido de las heroínas de los telefilmes de Marvel. Se agachó junto a ellos y, con voz calmada, dijo:
—Soy veterinaria. Déjeme verlo.
—Estaba bien… ha sido de repente.
—¿Coincidió con los fuegos artificiales?
—Sí. Justo cuando empezaron.
—Vale. Tengo la clínica a dos calles de aquí. ¿Vamos y le echamos un vistazo?
—Sí, por favor.
Tardaron unos minutos en llegar, pero durante el camino el gato empezó a reaccionar. Ya en la clínica fue reconocido, auscultado y tratado. Ella le inyectó una sustancia transparente y se lo devolvió a su amigo. El gato temblaba. Javier lo apretó con cuidado contra su pecho.
—No se preocupe. Solo ha sido un susto.
—Menos mal… estaba muy preocupado.
—Debe de tener miedo a los fuegos artificiales. A veces, tras un susto muy fuerte, pueden desmayarse. El corazón está bien.
—Es un alivio. No sé qué haría sin él.
—Les he visto pasear por el parque estos días. Es conmovedor ver a alguien llevar a su mascota a todas partes, pero no es buena idea traer a un gato a una fiesta de fin de año. No le voy a cobrar la consulta… pero me debes una copa.
—Las que quieras.
—Y sería bueno que lo trajeras para un chequeo completo. Cuanto antes, mejor.
—Sin falta.
—El día dos, a las tres y media.
—Perfecto.
—¿Cómo te llamas?
—Javier.
—No, el gato.
—Eh… Bigotitos.
—Ni de coña me vas a llamar así —dijo el gato, saliendo de su letargo.
Ella se quedó paralizada.
—¿O eres ventrílocuo… o tu gato está hablando?
El gato levantó una ceja. Solo una.
LA CASA AZUL – La Revolución Sexual
Hay años que empiezan con propósitos.
Otros empiezan con un gato que decide hablar.
