Etiqueta: Onironauta

  • Carta 1: El río inverso

    Carta 1: El río inverso

    Hombre pálido con rostro empolvado, vestido con mallas victorianas, mimando tocar un violín invisible mientras está de pie en agua tranquila hasta las rodillas. Pequeños pájaros azules brillantes revolotean a su alrededor en una escena onírica y etérea con niebla suave y luz pastel, evocando un sueño lúcido y poético.

    Abrió los ojos de repente, la oscuridad todavía dominaba el horizonte. Una musiquilla de violín recorría la atmósfera, no supo si residuo de un sueño todavía latente o una extraña hora de ensayo de un vecino desconsiderado. Eso le hizo recordar, encendió la luz de la lámpara auxiliar, recogió el bloc de notas de la mesilla de noche y empezó a escribir.



    Querido diario,

    Mi terapeuta me ha insistido que es importante anotar cada uno de los sueños que pueda recordar, como soy obediente y creo que la aventura valdrá la pena, aquí empiezo con el primero.

    Con los pies en el agua del río, iba caminando lento, con la dificultad de ir a contracorriente. Habían más personas en este sueño, unos conocidos, otros no, pero todos iban a la dirección contraria. Pasó una dama de traje largo, mojado hasta media pierna, que saludaba con un pañuelo con encajes de color marfil. Un señor con bigote dalinesco, que cruzaba el cauce con una bicicleta antigua, de esas de paseo ingles de finales de los 60, iba haciendo zig zag y tocando el timbre con pasión. El que más me llamó la atención, fue un hombre con la cara empolvada de talco y mayas victorianas que tocaba una melodía con un instrumento imaginario al compas del trino de pajarillos azules que revoloteaban a su alrededor.



    El vecino del violín no quería dar tregua a su ensayo, por mucho que los rayos de un sol perezoso y asustadizo, aun no hubiera hecho más que asomar tímidamente. Pero ya empezó a cantar el gallo, a trinar los jilgueros de la vecina del cuarto y a sonar el motor del utilitario viejo del de la vivienda de enfrente.



    El río empezó a dejar de ser cristalino como las gotas de rocío, pronto empezó a llenarse de humo negro, de carbó tiznado que ensuciaba todo lo que tocara. Al fondo, un antiguo Nissan Patrol de defensas oxidadas y cornamentas impresionantes en el capó amenazaba a rugidos acelerados con arremeter contra mi. Con dificultad empecé a dar la vuelta, pensando en correr, huir de esa monstruosidad motorizada con explosiones humeantes y llamas en el escape, pero el agua se había convertido en alquitrán y me pesaba mucho andar.



    La naturaleza dio luz a la sala, con ella la brisa fresca de la mañana hizo aparición por la ventana abierta y por ahí entraron unos pajarillos que se fueron a posar en las rodillas del escritor del diario que, molesto por el ruido del motor del coche de su vecino, le hacia difícil concentrarse en formar recuerdos.



    No me habia dado cuenta hasta ahora, de que mi cuerpo, o mi vestimenta estaba provisto de un par de alas enormes, dignas de un arcángel. La cercanía del terrible engendro de cuatro ruedas y mis prisas por huir hizo que las batiese con fuerzas, desplazando aire y elevando lentamente mi persona. Aunque el alquitrán que formaba ahora el cauce del río se quedaba pegada en mis pies, dejándome una conexión oscura con el resto del pestilente fluido. Ya estaba cerca el diabólico aparato de resoplido de fuego y rugir de motor y yo estaba frente a su zona de impacto.

    Una de las aves que cantaban con el violinista se posó en mi hombro a pesar de mi desfigurado rostro de miedo. Fue entonces cuando desperté…



    Los párpados eran pesados pero su respiración agitada, se incorporó de la cama con violencia y así dio por finalizado, de repente, su extraño sueño. Era hora de coger la libreta que guardaba en su mesita de noche para poder escribir su primer sueño.

    Linkin Park – In The End

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  • Que el alba me espere en la cama

    Que el alba me espere en la cama

    Mujer con mirada pícara en cama onírica, mariposas de luz emergiendo de armario abierto, escena mágica y etérea al amanecer. Imagen simbólica de libertad, transformación y sueños, perfecta para blog de poesía, relatos oníricos y narrativa emocional

    Se me olvidó la tristeza. Me aburrí de ella al asomar, ya de tarde, mi mirada por el balcón.
    Encontré entre los recovecos mariposas azules anidando en flores de blanco, roto por la brisa y el oscuro rostro de una noche de primavera, que amanece en verano y se estira entre el otoño y el invierno.

    Sin más prisas que las de mis ansias por volar, quise abrir el armario para vestirme de gala, hacer resbalar en la ducha las penas por mi espalda y dirigirme a la oscura senda del ruido, allí donde las luciérnagas bailan y el espíritu se sirve en vaso de tubo.
    El turbio color del fracaso ya era pasado, y grité futuro en un mar de espíritus alados.

    Duende de estrella perdida, buscando reyes de barro, llegarás a verme pasar esta noche a tu lado.
    Duende de risas perdidas, cartas de ajuste con melodía de fin de año y principios de la mañana, donde, con tu mano prendida, pasearemos por la orilla a ver cómo el sol despierta.

    Wolf Alice – Don´t Delete the Kisses

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  • Crónicas de un probiótico, una araña mansa y otros naufragios

    Crónicas de un probiótico, una araña mansa y otros naufragios

    Hombre solitario en un sofá antiguo cubierto de polvo, acompañado por una gran araña que teje una telaraña brillante. De fondo, una costa volcánica iluminada por lava y una luna llena en un cielo estrellado. Maleta abierta con granos de arena negra y elementos oníricos flotando, creando una atmósfera melancólica y surrealista.

    Aquella vez que desapareciste en silencio, dejándome una nota que decía algo del espacio exterior, hizo que me arrinconara en aquel sofá. Quedé sepultado por el polvo del amanecer, con la única compañía de la araña que tejía el tapete de mi tristeza.

    Desperté de mi letargo invernal cuando, con tono desconocido, quebró el silencio mi móvil para decirme que venías de camino. Pidiendo disculpas a mi arácnido amigo, abrillantando cada hebra de seda, convertí el suelo en espejo y zurcí las cortinas de falsa indiferencia.

    Quise preparar algo rico para merendarnos el destino, pero al asomarme a la nevera solo pude ver un brick medio vacío de leche entera. De tan fermentada que estaba, no solo hervía con furia descontrolada: había criado un bífidus cabreado que ahora me atacaba con desagrado.

    Dejé a la bacteria atrincherada en la huevera y, sin un mal bocado que darte, fui a recibirte a la puerta. Total, para nada: viniste a recoger la maleta. Me contaste de aventuras por vivir, de mares por salar tu piel y de amaneceres a perseguir. Saliste sin reparar en la mugre de mi soledad latente, de corazón zurcido en la vera del resquicio de la puerta, dispuesto a avanzar sin tu mirada.

    De pura rabia, cogí a mi araña con su tela a media asta, a mi probiótico glotón de fermentos lácteos y a la mota de polvo que quedó en la cornisa de mi alma. Corrí rumbo a la playa, donde me contaron sobre el inicio del despertar de la senda, no por encontrarte en el camino, sino por descubrir que el mar no puede conmigo.

    La marea me llevó olvidado, el hambre me devoró las entrañas, pero al fin llegué hasta la costa de una tierra extraña, donde las sombras calman y el resplandor busca abrazos de labios salados, sedientos de ayuno perpetuo. Lugar de caricias sin más a cambio que un guiño, una palabra con rima fácil y una mención al oído de lo tanto que te necesito hoy, y mañana pasearás por la orilla de otra alma perdida.

    Volví a casa tras mis hazañas en otras tierras, bronceado por la luna llena que, aullando feroz, logré seducir, con la maleta llena de efímeros granos de arena negra, de volcanes encendidos iluminando mis sentidos, con lava de tres días y cuarto menguante. Llevaba la mente alta y la vista serena, para volver al mar cuando quiera, en busca de sal ardiente, sol oculto y suspiros de sed de partida inmediata.

    De ti supe poco o nada: que tu aventura fue corta, que tu viaje te llevó al deportivo flamante del dueño del bar de la esquina, y que no volviste a salir de allí. Fuiste presa de la mala prensa, y la resaca del mar te dejó varada sobre el coral de la buena vida.

    Triangulo de Amor Bizarro – Estrellas Misticas

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  • Primera sesión

    Primera sesión

    “Primera sesión de un tratamiento experimental dentro de un paisaje mental.”

    – …Fuego, sin control, encaramándose a las paredes, a los árboles, a las figuras de porcelana que solía tener su abuela en las estanterías. El humo lo cubría todo, el calor se hacía insoportable. Y siempre, siempre, terminaba de la misma forma: rompiendo los cristales y saltando por la ventana.

    – Según pone en el informe anterior, las sesiones de terapia han sido un éxito. ¿Usted también lo cree?

    – Desde luego que sí. Vivía con miedo, temía estar en sitios cerrados y prácticamente me era imposible dormir. Ahora llevo una vida normal… salvo por las pesadillas. No son muy frecuentes, pero cuando ocurren, me dejan desestabilizado durante días.

    – Por eso le han traído hasta mí. ¿Conoce el concepto de sueño lúcido?

    – He oído hablar algo… tiene que ver con controlar tu destino en el sueño, ¿verdad?

    – Sí. Es la capacidad de desarrollar conciencia dentro del sueño. Estamos introduciendo, en pacientes con TEPT, un tratamiento que ayuda a adquirir esa habilidad. Se llama Terapia con sueños lúcidos —o LDT—. Es pionera en el país, aunque ya lleva tiempo aplicándose con buenos resultados. ¿Qué le parece? ¿Estaría usted dispuesto a tomar las riendas de esas pesadillas que tanto le atormentan?

    – Me parece una buena idea… aunque complicado. ¿De verdad es efectivo? No sé si yo tendría la capacidad para conseguirlo.

    – Tranquilo. Lo haremos de forma gradual y bajo mi supervisión.

    – ¿Y es útil? ¿Dejaría de tener esas pesadillas?

    – Con el tiempo. Lo esencial es que, cuando vuelva a soñar con el incendio, sea capaz de controlar la situación que tanto le aterroriza. Y convertirla en algo distinto. Incluso en algo placentero.

    – Bien. ¿Cuándo empezamos?

    – Ya lo ha hecho. Está usted soñando.

    – ¿Cómo?

    – Que está usted dentro de un sueño… O es que siempre viene a consulta como Dios lo trajo al mundo.

    Cigarettes after Sex – Don´t Let Me Go

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  • Humo

    Humo


    Yo no soy, que por ser solo soy palabras, que no sé por qué se diluyen en verso. Formando los tonos de tus labios, acariciando en sílabas tu cabello, naciendo en pos de tu deseo. Yo no soy eso, tan solo un lejano recuerdo de lo que fue un sueño. En el que tú quisiste estar, y yo solo fui humo.

    Magdalena Bay – Death & Romance

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  • Quisiera ser melodia

    Quisiera ser melodia

    Me gustaría ser mujer.
    Tenéis un camino largo, intenso, tortuoso.
    Pero conocéis las reglas del sendero,
    y hacéis de vuestros pasos vuestro credo.
    También me gusta ser hombre,
    y quiero aprender a hacerlo.

    Me gustaría ser mujer,
    ser la melodía del verbo,
    la dualidad del pensamiento,
    la claridad confusa que siempre busca, o bien acaba.
    Pero soy hombre de ideas fijas,
    y tan solo imito vuestras palabras.

    Me gustaría ser mujer:
    respiráis belleza y exhaláis lágrimas,
    transformáis vuestra esencia,
    no os conformáis con ser: os renováis.
    La luz da vida, la sangre castiga,
    encarnáis almas.
    Y aunque amo mi ser,
    me siento estéril si mis brazos
    no valen para sostener vuestras sombras.

    Me gustaría ser ruiseñor,
    ser la batalla
    donde se postran vuestros miedos
    al calor de la esperanza.
    También quiero ser rosa roja de espinas mansas,
    luz de cobre, madera noble,
    caricia al alba y navaja de luna de plata,
    para herir a quien os dañe.
    Quiero ser cántico estelar,
    susurrar el conjuro del viento que deba llevarte,
    y dejarte ir, si así lo quieres.
    Y si decides quedarte,
    ser quien lo celebre.

    Lhasa de Sela – La Marée Haute

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  • Piel rasgada

    Piel rasgada

    —¿Madre?

    La vieja iba encorvada, caminando lento bajo el peso de la edad. Suspiraba a cada paso, arrastraba ruidosamente las suelas de sus zapatos por la oscura cueva, en un agónico trayecto.

    —¿Por qué me abandonaste, madre?

    —Yo no te abandoné, criatura del demonio —quiso gritar la vieja—. Si estoy aquí, es por tu bien —dijo entre susurros, jadeos y toses, y siguió su camino cabizbaja.

    —¿Y por qué no volviste?

    La anciana sostenía una llave antigua, pesada. La introdujo en la puerta negra, vieja como su nombre y oscura como el mal de sus pesadillas. Pero sus fuerzas no eran suficientes para abrirla del todo.

    Se escuchó el lamento de una bisagra: la puerta se abrió hasta la mitad. Lo que apareció no era una niña. Era una muñeca, de plástico amarillento y mechas oscurecidas por el tiempo.

    —Mírate —dijo la anciana, con los ojos humedecidos por un dolor sincero—. Estás tan…

    —Madre, te he echado de menos.

    —No pude… —la anciana se deshizo en llanto—. Me capturaron los míos, y no obtuve el apoyo de los tuyos…

    —Podías haberte quedado conmigo.

    —Hubiéramos muerto los dos.

    Sus miradas coincidieron: la cara inexpresiva de la muñeca frente a la pasión rota de la madre vieja. La verdad se hizo silencio, y el silencio iluminó sus rostros.

    —Hija, es hora de que crezcas.

    La señora sacó de su bolsillo un instrumento: un conector que terminaba en círculo. Buscó con cuidado en la espalda de la niña de plástico y le clavó el aparato sin miramientos.

    —Esto podría acabar con tu gente, madre.

    —Qué más da. A mí me queda poco.

    La muñeca cayó. Se le quebró la piel, y de su interior salió una minúscula mariposa de luz. Plegó sus alas sobre sí misma y, al desplegarse, apareció la muñeca hecha niña. Se transformó en mujer y voló alrededor de la oscura sala, iluminándolo todo.

    La vieja se sentó en el suelo, sin dejar de mirar la metamorfosis de su hija, que ya era solo de luz. Se encendieron las máquinas de la sala, brillaron luces de monitores verdes, y se abrió el ventanal del techo, dejando entrar el aire fresco de la noche.

    —Gracias, madre.

    La anciana cruzó la mirada con la criatura. La cara de luz expresaba dolor y alivio, una pasión desconocida por proyectar su vida al exterior. Revoloteó por la estancia y desapareció entre las estrellas de la noche.
    La vieja suspiró y cerró los ojos.

    Massive Attack – Butterfly Caugth

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  • Cenizas bajo el espejo (VIII parte)

    Cenizas bajo el espejo (VIII parte)

    (Capitulo VIII) Donde cruzan los que arden

    El mar los depositó en la orilla, dos cuerpos inertes con un destello de vida latente, en la arena chamuscada de aquella playa desconocida que brillaba como si de una premonición se tratara. Quedaron allí, tendidos, cubiertos de sal y ceniza, sin saber si seguían vivos o si solo habían cruzado a otra forma de existencia.

    Él abrió los ojos al cielo, con una sonrisa tenue al notar la respiración de la dama. Ella soñaba con muñecos de ramas y tela, lanzados desde la cima, jugando a crear la leyenda.
    Una caída cuidadosamente preparada para contar una mentira a medida,
    una muerte simbólica a cambio de una libertad real.

    Recordaron la noche del descenso, el pacto sellado en silencio,
    y el frío contacto del océano,
    con la isla a salvo a sus espaldas
    y un futuro incierto frente a ellos.

    Cuando lograron sentarse en la arena,
    ella le preguntó:

    —Escapamos juntos, nos juramos amor eterno… pero no sé tu nombre.

    Él la miró con cansancio y certeza.

    —Mi nombre es Jonay, hijo del mencey Alhogal.

    Ella asintió, con la sal en los labios.

    —Yo me llamo Gara, hija de Agalán, guardián de las brumas de Agana.

    Habían cruzado la línea.
    Ya no eran solo los que amaban:
    eran los que sobrevivieron al fuego.

    Los habitantes de la isla llegaron al poco tiempo. Traían agua y mantas,
    y una expresión entre la acogida y el asombro. No sabían quiénes eran,
    pero algo en ellos les decía que estaban ante dos figuras distintas,
    dos jóvenes marcados por algo más antiguo que ellos mismos.

    Un niño, al verlos, susurró:

    —Vienen de donde arde el mundo.

    Y nadie dijo nada más.

    Desde algún lugar en lo alto —quizá un risco,
    o una sombra entre los almendros—
    una voz se dejó oír.
    Una risa breve, seca.

    —Buen sitio este para despertar.

    Y las gaviotas, con su llamada larga, cruzaron el cielo
    desde la isla de las cumbres altas,
    como partícipes de un presagio
    firmado en fuego
    y sellado en lava.

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  • La plaga

    La plaga

    —Pues tiene un color azul precioso.
    —Sí, pero acércate y verás.
    —No veo nada raro… Bueno, quizá un poco de polución.
    —No, no. Fíjate bien.
    —¡Hostias! ¿Qué son esos bichos? ¡Coño, humanos! ¡Te han salido humanos!
    —Sí, son una plaga. Haga lo que haga, siempre salen.
    —Pues yo tengo uno a unos cientos de pársecs. Está habitado por unos reptilianos muy agradables. Comen chirimoyas y cantan a las dos lunas a coro cuando están en cuarto creciente.
    —Sí, pero es que a mí me vino un meteorito y me lo jodió todo. Casi no quedan más que amebas y ratas.
    —¿Y qué vas a hacer?
    —Pues no sé… ¿Hay algún humanicida bueno? No quiero que afecte al resto de organismos. Con un poco de suerte empiezan a tomar consciencia los calamares. O las nutrias. Imagínate: nutrias golpeando piedras en un cántico al solsticio de verano.
    —Pero es que tienes muchos. Va a ser difícil acabar con ellos.
    —Me va a tocar hervir la atmósfera o desplazar la órbita. Creo que no aguantan mucho el calor.
    —No, fíjate en el grado de evolución que tienen. Si siguen así, ya se las apañan ellos para extinguirse.
    —Vale, es una opción. A ver si escapa alguno de los demás seres vivos.
    —Eh… ¿Te gustan las cucarachas?

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  • Cenizas bajo el espejo (VII parte)

    (Capitulo VII) Donde miente la cima

    La espuma del mar expulsó un cuerpo y lo abrigó con su manto blanco.
    La joven que aguardaba en la orilla lo rescató sin palabras.

    —Traigo una tregua —dijo él antes de desfallecer.

    Ocultos por la caída del sol, desaparecieron entre las grietas del barranco.
    Pero ya había ojos que los habían descubierto.
    Ojos que silbaron con urgencia: de la costa al acantilado,
    del acantilado a la cresta,
    de la cresta al cantón de Orone.

    El miedo al fuego protagonizó el amanecer.
    Mientras los amantes se prometían eternidades,
    los hijos de la lluvia descendieron la ladera en busca del intruso ardiente.

    Entre la bruma encontraron sus huellas:
    la marca de su paso en el brezo,
    el temblor del musgo aún tibio bajo los pies del forastero.

    Y en el claro los hallaron.
    Eran dos figuras encaramadas en Garagonohe,
    unidas en la agonía.

    —¡Se van a matar! —gritó un anciano.

    La caída fue inevitable.
    Se disolvieron en la niebla,
    y jamás volvieron a ser vistos.
    Ni en vida,
    ni en la sombra sin nombre de la muerte.

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