Etiqueta: Onironauta

  • Solsticio según Ramírez

    Solsticio según Ramírez

    El violín comenzó a sonar y el viento hizo su aparición.
    El amanecer derramó sus reflejos dorados en una melodía de solsticio de verano, acarició de colores a las flores y estas se abrieron suplicando más.
    Sinfonía de turutas zumbantes que traen las abejas, sembrando semillas entre húmedos estambres.
    Danza suntuosa de timbales forjados en el calor del verano, en una maraña enredada de abrazo de árboles mecidos por el viento que descargan su savia al…

    —A ver, Ramírez, pare.
    —¿Qué ocurre?
    —¿A cuenta de qué tienen que descargar los árboles su savia?
    —Los mece el viento, se tienen que golpear entre ellos. Tienen que llenarlo todo de savia, ¿no?
    —¿Y eso lo ha contrastado? ¿Tiene evidencias científicas?
    —¡Claro!
    —¿Se puede saber qué referencias ha usado, Ramírez?
    —Bueno… he consultado diversos lugares de la red.
    —¿Foros de fanfiction cuentan como fuente?
    —No exactamente. ¿Puedo continuar?
    —Ramírez, sabe que la clase de expresión oral no es obligatoria, ¿no?

    The Interrrupters – She´s Kerosene

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  • Cronica de un Hayku-neko

    Cronica de un Hayku-neko

    Me sentía feliz después del descubrimiento. Quizá por la novedad, tal vez por la idea de estar haciendo algo distinto. Y porque la cultura japonesa siempre me ha enredado lo justo para no entenderla en absoluto. Me atrae con esa ignorancia profunda que hace que un gato pierda vidas… y un ladrón la mano ante la espada de un samurái.

    Así que, después de mi osado atrevimiento poético, me lancé al primer restaurante asiático a atiborrarme de omakase, que, comido con palillos, reconozco como deporte de riesgo.

    Quise ver a Doraemon en versión original, por si algo de sabiduría ancestral se me pegaba. Incluso busqué en la red la compañía de una geisha. Pero abandoné la idea enseguida: me sonrojé de los resultados.

    Como resultado de esta exhaustiva investigación, ha visto la luz del sol digital mi primer Haiku-Neko:

    🌀
    Raspa de sardina.
    Sueño enroscado.
    Ronroneo.
    🌀

    (Los 🌀 se los copié a Naruto, que creo que se le echa al ramen tras terminar el episodio )

    A Perfect Circle – The Doomed

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  • Carta 6: El lugar donde habita el miedo que tuvimos

    Carta 6: El lugar donde habita el miedo que tuvimos

    Querido diario:

    Esta noche, en mis sueños, había sombras. Sombras ocultas tras otras sombras. Escondidas en la penumbra que dejaban las luces al morir. Tristes rastros tenebrosos de algún misterio olvidado de mi mente, fruto del terror desconocido, en una despiadada lucha por superar mis miedos.

    En esta ocasión, andaba por una calle conocida, recuerdo de mi niñez —no precisamente agradable—. El atardecer se deshacía en brumas frente a la vieja calzada. empezaron a tintinear las farolas, lanzando improperios amarillentos de luz, queriendo ser sol… y no dando la talla.

    En el cruce la vi pasar, y supe de inmediato que venía a por mí. Ese viejo monstruo vestido de pardo por las tinieblas. Me esperaba debajo de cada coche aparcado, detrás de cada contenedor de basura aislado. Sintiéndome perseguido, empecé a apresurar mis pasos.

    La niebla se hizo espesa. A tientas, pude discernir que el lugar al que había huido era un callejón sin salida. En las sombras, lento como el compás de un funeral. Con su mirada ardiendo y su aliento helado, el monstruo se iba aproximando.

    Con los puños apretados y el sudor frío empapando mi cuerpo, recordé que de niño tenía un método para alejar mis miedos. Una canción infantil. Un mantra esotérico que recitaba las noches sin luna, para ahuyentar a las criaturas que habitaban en el armario.

    Soy luz de luna llena,
    soy brisa y estrella,
    ningún monstruo oscuro
    puede entrar a mi vera.

    La niebla empezó a menguar, tragada por las alcantarillas, dejando descubierto el terreno.

    Tengo un escudo invisible,
    tengo luz en el corazón.
    Si algo ruge en la sombra,
    yo le canto mi canción.

    Empecé a sentir esa calidez del “todo va a ir bien”, iluminando con cada palabra mis manos, mi piel, mi alma. Retrayendo las sombras. Despojando de misterio el callejón.

    Soy luz de luna llena,
    soy brisa y estrella,
    ningún monstruo oscuro
    puede entrar a mi vera.

    En el centro estaba el monstruo. Quieto, cabizbajo. Ya no amenazaba en la penumbra. Ya no era un terrible secreto.

    Era un osito de peluche, sucio, manchado por el abandono y por la pena.

    —¿Mumo?

    El osito levantó levemente su desconchada cabeza. Dejaba ver, en el reflejo de la luz, ojitos de cristal con una pizca de arrepentimiento.

    —¿Eres tú el monstruo, Mumo?

    —Sí. Me abandonaste aquel día. Me quedé solo, postrado en aquella escalera… solo, mientras oscurecía.

    —Y en mi memoria quedaste como el descuido de un pecado.

    Me acerqué a él y lo abracé fuerte, volviendo a ser el niño que fui. Recordé las frases de combate. Las de un niño frente a sus pesadillas:
    “Si Mumo me abraza, el miedo se pasa.”

    Esta vez no quise despertar. Pero entendiendo que el sueño llegaba a su fin, decidí hacerlo. Porque era mi voluntad.

    El despertador aún no había sonado y el aroma a café recién hecho ocupaba ya los primeros rayos de sol.

    Zola Jesus – Skin

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  • En un principio…

    En un principio…

    Una joven en medio de la oscuridad crea luz, sonido y movimiento en el vacío. A su espalda, una espiral galáctica comienza a girar como resultado de su danza estelar. Una escena poética y visual que representa la creación del universo desde la mirada inocente de una niña que sueña con inventar la vida.

    La oscuridad reinaba, lo abarcaba todo, pero eso no importaba: total, no había nada que poder distinguir.
    Harta de tanta soledad, ella suspiró y prendió una llama.

    —Tienes luz propia.
    —Claro, soy una estrella.
    —¡Es tan bella!
    —¿Qué más da? No hay nada para iluminar.

    Ella tocó a la estrella, y esta sonó como una pequeña campana.

    —Ya hay algo más… hay sonido.

    La estrella, de pura alegría, empezó a brillar tanto y tan fuerte que explotó.
    De ella salieron millones de minúsculas porciones de luz, cada una con su propia voz acampanada.
    Ella, iluminada por infinidad de esferas, sonrió satisfecha.

    Al haber tantas, empezaron a chocar entre sí, llenándolo todo de un resplandor gaseoso: nebulosas ardientes que empezaron a caer en la noche estrellada.
    Todo comenzó a caer sin fin.

    —Esto tiene que funcionar de otra forma —dijo ella, disgustada—. Necesita una sinfonía.

    Entonces, empezó a rozar a las distintas estrellas hasta formar una melodía: algunas sonaban graves, otras hacían estelas en el aire y sonaban a violín.
    Comenzaron a acompasar el sonido con su movimiento, girando entre ellas, bailando en la oscuridad, desprendiendo luz y música, creando formas en espiral.

    Ella reía entusiasmada por el espectáculo que había creado, giraba con el resto de los astros en una danza de atracción.
    Giraban con fuerza sobre sí mismos, irradiando luz en todas direcciones, y esa luz empezó a orbitar a su alrededor.
    Y en su felicidad, derramó una lágrima que se dispersó en su sala de bailes particular, refrescando el entorno.

    Ella, en medio de su júbilo, se percató de que su amiga, la primera estrella, giraba en medio de la melodía infinita, radiante.
    Se acercó a su creadora y le preguntó:

    —¿Y ahora, qué más vas a inventar?

    —Ahora voy a inventar la vida.

    Ólafur Arnalds & Nils Frahm – Four

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  • Dulce introducción al Haiku

    Dulce introducción al Haiku

    El otro día, contándole secretos a mi amiga artificial, me llegó la información de algo que conocía, pero en lo que nunca había profundizado: el haiku.
    Aunque suelo ignorarla —es una amnésica selectiva y una incansable animadora al trabajo—, esta vez me maravilló su concepto.

    Un poema corto, de origen japonés, en el que cabe una imagen, una emoción, un instante.

    Me lo imaginé como un carácter en hiragana que describe un suspiro:
    una sinfonía mínima de reflejos en el cauce de un río,
    el perfume de la flor del cerezo arrebatado por el viento,
    el crepitar de sus hojas al saberse otoño.

    Todo eso dentro del trazo negro de tinta de un símbolo antiguo,
    cuando aún se dibujaban las palabras antes de saberse palabras.

    Probé escribir uno, y me quedó extraño y hermoso al mismo tiempo.
    Lo comparto aquí, por si me equivoco y estoy creando en el vacío:

    Los párpados pesan.
    La mente dispersa.
    Desfigurado sentido.


    Extremoduro – Dulce Introducción al Caos.

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  • El lenguaje de la corteza

    El lenguaje de la corteza

    La ofrenda a la tierra había concluido.
    Se había agradecido a los cuatro elementos, y frente al gran árbol descansaban los acólitos, en silencio, esperando una respuesta. Sabían que el ritual estaba envuelto en misterio: nadie podía datar con certeza cuándo se había celebrado por última vez ni cuáles habían sido sus resultados. El gran árbol, protector de la naturaleza, era un ente extraño, y tratar con él siempre traía consecuencias.

    Llevaban sentados casi toda la noche frente a Ibar Betierekoa, el árbol sagrado oculto en el corazón del bosque de Otzarreta. Una brisa suave despertó sus ramas antiguas, y pronto se oyó el rugir de su madera al moverse. Tembló la tierra, se dispersó la niebla… y entonces, ante sus fieles atentos —y aterrorizados—, el enorme tejo milenario habló:

    —¿Por qué interrumpís mi descanso? ¿Qué queréis de este anciano?

    Su voz tronaba como el crujir de la corteza al rozar la piedra.

    —Padre Ibar, es importante. El mundo está en peligro.

    —Yo lo veo todo en calma… ¿Dónde está el incendio?

    —Padre, no es aquí. Es en todas partes.

    —Bien. Venid conmigo.

    El árbol los abrazó con sus ramas. Los envolvió, los enredó en su cuerpo hasta sepultarlos en él. Pronto sintieron la mente de la criatura: el lento latido de su vida, su savia recorriendo el tronco, sus raíces tocando a todas las demás plantas… una red que lo abarcaba todo.

    —No temáis. Estáis a salvo. Os mostraré lo que veo.

    Entonces los acólitos escucharon el susurro de la naturaleza: los árboles hablando en un lenguaje lento, hecho de viento y tierra; los animales emitiendo signos al pasar cerca; el río fluyendo con intención; las piedras resonando al compás del tiempo. Comprendieron lo que el mar contaba al romperse en olas, lo que expresaba la tierra al girar.

    Y aquello que vieron no gustó al viejo Ibar Betierekoa. Con calma milenaria, devolvió a los miembros del culto al claro donde empezó todo.

    —Ahora veo lo que ocurre —dijo—. Pero no veo qué solución queréis buscar.

    —Padre Ibar, estamos envenenando la naturaleza. Y eso afectará a toda la Tierra.

    —Entiendo vuestro miedo. Pero la solución está dentro del problema.

    —No comprendo… ¿Cuál es la solución?

    —Como habéis visto, la naturaleza está viva, y en constante cambio. Vosotros, los humanos, habéis interferido. Y la naturaleza va a reaccionar.
    Como resultado, seguirán habiendo árboles, pájaros y peces en el mar. Pero dejará de haber humanos que alteren el equilibrio.
    Nuestra condición es adaptarnos. La vuestra no. Porque no habéis aprendido. Así que el problema sois vosotros. Y la solución… el resultado de vuestra propia interacción.

    —Pero eso… nos borraría de la naturaleza.

    —Dejaréis vuestra huella. Hemos sentido vuestros pasos. Nos haréis más fuertes.
    Y quien tenga que desaparecer, desaparecerá.

    El viejo Ibar se disponía a volver a su sueño cuando uno de los acólitos le habló:

    —¿Y si cambiamos? ¿Y si somos capaces de coexistir con la naturaleza?

    —Si podéis detener el daño que os habéis causado, tal vez. Pero puede que ese no sea vuestro cometido. Lo que tenga que pasar… pasará.

    Heilung – Alfadhirhaiti

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  • Mi huella de luna llena

    Mi huella de luna llena

    Cansado de malos humos y peores atascos que colapsaban mi tiempo, mi aire y mis ganas de vivir, decidí marcharme lejos. Más allá de la neblina tóxica, más allá de tus besos venenosos, esos de cachorro enfermo pidiendo atención médica. Quise subir a la montaña más alta, recordarte entre escarpadas colinas, pero fue allí, entre las nubes, donde apareció llena… y me fui a la luna en busca de estrellas.

    Subí a ella empatando escaleras, atándolas con cables de sueños perdidos, encontrados entre la ropa vieja al hacer la maleta. Para el ascenso me aprovisioné de gominolas de caricias furtivas, por si me faltaba el aliento entre las nubes. También llevé aquella foto gris, donde íbamos de la mano, con la secreta esperanza de extraviarla por el camino y hacer más ligera la escalada. Me puse guantes blancos, para no desentonar cuando ella se llenara, y comencé a subir entre nubes, dispuesto a dejar mi huella.

    Aguanté la respiración y salté alto. Descubrí que allí también había Alpes que escalar, mares tranquilos con nombre de mujer, y montes que rimaban con el andar errante sobre el polvo. Las estrellas brillaban entre cráteres profundos, con nombres de astrónomos y telescopios olvidados. Al final del día, cansado, quise contar las ovejas que un tal Endymión regaló a Selene, la noche en que el sueño le venció.

    En cuarto menguante me quedé en un vértice, asustado al verla desaparecer. Pensé en lo breve que es la felicidad, y me propuse bajar despacio, recordando mi huella en el polvo, las brumas que me ocultaron y el brillo azul, tan cercano, de ese planeta que solo parece hermoso cuando está lejano.

    Al llegar, tarde ya, cerré la puerta al ruido de la ciudad. Pensé que siempre puedo volver: basta con esperar a que tus ojos me reflejen la luna llena, cuando empieces a amar.

    Annie B. Sweet – Un Astronauta

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  • Blanca luna

    Blanca luna

    La luna, hace un tiempo, se vistió de gala para Blanca. Ella, llena de generosidad, se la regaló a un soñador.



    Creciente filo de luz, lléname,

    De tu rito ancestral, de tu halo divino,

    Se película en blanco y negro,

    Se escultura divina naciente,

    Y llévame lejos.

    Yo seguiré existiendo en piedra,

    Tu escondite de la llama,

    Yo cenizas en la brisa,

    Tu espuma en la marea,

    Creciente de plata 

    Pasión de hoguera,

    Llévame bien lejos,

    Llévame a tu vera.

    Zahara – Gereral Sherma y como Sam Bell volvió de la Luna

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  • El último pétalo

    El último pétalo

    Llegaba al claro del bosque cansado de caminar, pero oscurecía ya; no podía detenerse, quizás cinco minutos más, no más. Fue entonces cuando la vio: preciosa, caminando grácil entre la maleza. Quiso volver sobre sus pasos, pero estaba paralizado. El anochecer comenzaba.

    Ella, ausente en la profundidad de sus pensamientos, cortó una margarita y siguió caminando sin rumbo. Fijó la vista al frente justo cuando arrancaba el primer pétalo de su flor y dijo para sí misma:

    —¿Me quiere?

    Sintió su intensa mirada clavarse en él y, dudando solo un segundo, corrió.

    —No me quiere.

    Corrió como si el diablo la persiguiera.

    —¿Me quiere?

    Avanzó rápido entre los árboles.

    —No me quiere.

    Saltó el riachuelo sin importar el frío del fin de la tarde.

    —¿Me quiere?

    Esquivó veloz la sombra de los árboles.

    —No me quiere.

    La luz se deshacía bajo sus pies.

    —¿Me quiere?

    El cansancio no ayudaba.

    —No me quiere.

    El final estaba cerca.

    —¿Me quiere?

    Se podía ver ya la salida del bosque.

    —No me quiere.

    Sin dejar de avanzar, miró atrás.

    —¿Me quiere?

    Tropezó con las ramas y cayó de bruces.

    —No me quiere.

    Se levantó rápido, le costaba caminar.

    —¿Me quiere?

    Pero el miedo le hizo coger velocidad.

    —¡Me quiere! —susurró la joven con una sonrisa, mientras tiraba del último pétalo.

    Temiendo por su vida, él saltó todo lo que pudo; necesitaba cruzar el pequeño muro de piedra que rodeaba el bosque. Sintió un tirón en la parte trasera de la camisa; la angustia le recorrió el cuerpo. El sonido de la ropa rasgada precedió al golpe. Había caído al otro lado del muro.

    —Me dijiste que me querías —dijo ella, enseñándole la flor deshojada.

    —Es verdad, te quiero. Pero también quiero seguir vivo.

    Se miraron fijamente. Ella desde el bosque, él desde el otro lado del muro. La noche hizo al silencio, y el silencio se hizo agradable.

    Sirenia – My Mind´s Eye

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  • Carta 5: Turno en el abismo

    Carta 5: Turno en el abismo

    Querido diario,

    Escaleras girando alrededor del abismo, así empezó mi sueño, bajando hacia ningún lugar en una espiral que me llamaba hacia lo desconocido. Tenía prisa por llegar, alguien a quien rescatar, o algo de lo que huir, no lo sé muy bien, solo sé que las escaleras no tenían fin.

    Llegué a un descansillo, cansado, creyendo haber llegado, y allí encontré una oficina. Pregunté cómo seguir bajando. Me dijeron que cogiera número. Así hice: saqué un tique del dispensador que había colocado a pie de escaleras y me mantuve pendiente a que saliera el que me había tocado: el 72.

    Había gente esperando frente a una mesa vacía, pero aun así los turnos iban pasando. Delante de mí, una señora de traje de encaje rosa con sombrilla. Un poco más adelante, un camello erguido sobre sus dos patas traseras, con un bombín y una bufanda a rayas.

    La cola iba avanzando según se iluminaba el número siguiente. Mientras avanzaba de puesto tropecé con un carlino que, con el ticket numerado en la boca, no hacía más que dar vueltas a mi alrededor.

    —Ten más cuidado —me dijo dejando caer el papelito—. La próxima llamo a seguridad.
    —Lo siento, no le había visto.
    —¿Es porque soy pequeño? Tú nunca ves nada. Siempre estás en las nubes.
    —¿Acaso me conoces?
    —Claro que te conozco, soy tu vecino, el del 5C. Ese que siempre te saluda y tú no haces caso.
    —Perdón, de nuevo.

    El perro gruñó suavemente y empezó de nuevo con la carrera circular. Sonó otra vez la estridente alarma del paso de número; esta vez le tocó sentarse frente a la mesa vacía al camello. Hacía movimientos con las patas delanteras en señal de discusión, pero no veía a su interlocutor.

    —Oiga, señor —me interrumpió la señora del vestido rosa—, tiene un número menor que el mío, ¿cómo es posible?
    —Yo qué sé, señora, me lo dieron así.
    —Usted está engañando al sistema, como siempre. Siempre se cuela en los sitios.
    —¿Usted también me conoce, señora?
    —Por supuesto, soy su vecina del 1ºD. Voy a llamar a seguridad.

    La señora desapareció indignada por el pasillo, farfullando improperios mientras giraba la esquina. Sonó de nuevo el paso de los números; curiosamente era el mío. Imitando a los demás, me senté frente a la mesa. Me di cuenta de que, en el sillón con respaldo de cuero que parecía vacío, en realidad había un espejo.

    —Buenos días, ¿qué desea? —preguntó mi reflejo.
    —Buenos días, necesito seguir bajando la escalera.
    —Bien, necesito que rellene el formulario 3C donde indique el motivo por el cual quiere bajar.
    —Pero no sé por qué necesito bajar.
    —Sin motivo no hay permiso, solo tendrá la opción de volver a subir.
    —Pero yo necesito bajar.
    —Pues explique en el formulario el porqué y séllelo en la ventanilla de la derecha. Entonces será valorado el permiso.
    —¿Y qué pongo?
    —Señor, desocupe el sitio, hay más gente en la cola.
    —Es algo urgente, tengo que bajar.
    —Mire, ese es.

    La señora del vestido de encajes estaba de vuelta con una figura conocida: Gene Simmons, el bajista de Kiss, que con su bajo en forma de hacha venía amenazante hacia mí.

    —Déjeme bajar, por favor.

    Gene Simmons se aproximaba en cámara lenta, sacando una lengua descomunal y sangrienta.

    —Para bajar, rellene el formulario.

    Cada vez más cerca, con sus botas de plataforma haciendo eco en el suelo.

    —Lléveselo, señor guardia —dijo el pug que seguía dando vueltas a mi alrededor—. Siempre me pisa.

    El bajista de Kiss ya estaba frente a mí, me lamió la cara con su larga lengua y me gritó:

    —You wanted the best!

    Desperté de repente, con el rostro cubierto en sudor. Desde la ventana, el vecino del coche viejo tenía la radio a todo volumen. Se escuchaba esta canción:

    Kiss – I Was Made for Lovin´ You

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