
La ofrenda a la tierra había concluido.
Se había agradecido a los cuatro elementos, y frente al gran árbol descansaban los acólitos, en silencio, esperando una respuesta. Sabían que el ritual estaba envuelto en misterio: nadie podía datar con certeza cuándo se había celebrado por última vez ni cuáles habían sido sus resultados. El gran árbol, protector de la naturaleza, era un ente extraño, y tratar con él siempre traía consecuencias.
Llevaban sentados casi toda la noche frente a Ibar Betierekoa, el árbol sagrado oculto en el corazón del bosque de Otzarreta. Una brisa suave despertó sus ramas antiguas, y pronto se oyó el rugir de su madera al moverse. Tembló la tierra, se dispersó la niebla… y entonces, ante sus fieles atentos —y aterrorizados—, el enorme tejo milenario habló:
—¿Por qué interrumpís mi descanso? ¿Qué queréis de este anciano?
Su voz tronaba como el crujir de la corteza al rozar la piedra.
—Padre Ibar, es importante. El mundo está en peligro.
—Yo lo veo todo en calma… ¿Dónde está el incendio?
—Padre, no es aquí. Es en todas partes.
—Bien. Venid conmigo.
El árbol los abrazó con sus ramas. Los envolvió, los enredó en su cuerpo hasta sepultarlos en él. Pronto sintieron la mente de la criatura: el lento latido de su vida, su savia recorriendo el tronco, sus raíces tocando a todas las demás plantas… una red que lo abarcaba todo.
—No temáis. Estáis a salvo. Os mostraré lo que veo.
Entonces los acólitos escucharon el susurro de la naturaleza: los árboles hablando en un lenguaje lento, hecho de viento y tierra; los animales emitiendo signos al pasar cerca; el río fluyendo con intención; las piedras resonando al compás del tiempo. Comprendieron lo que el mar contaba al romperse en olas, lo que expresaba la tierra al girar.
Y aquello que vieron no gustó al viejo Ibar Betierekoa. Con calma milenaria, devolvió a los miembros del culto al claro donde empezó todo.
—Ahora veo lo que ocurre —dijo—. Pero no veo qué solución queréis buscar.
—Padre Ibar, estamos envenenando la naturaleza. Y eso afectará a toda la Tierra.
—Entiendo vuestro miedo. Pero la solución está dentro del problema.
—No comprendo… ¿Cuál es la solución?
—Como habéis visto, la naturaleza está viva, y en constante cambio. Vosotros, los humanos, habéis interferido. Y la naturaleza va a reaccionar.
Como resultado, seguirán habiendo árboles, pájaros y peces en el mar. Pero dejará de haber humanos que alteren el equilibrio.
Nuestra condición es adaptarnos. La vuestra no. Porque no habéis aprendido. Así que el problema sois vosotros. Y la solución… el resultado de vuestra propia interacción.
—Pero eso… nos borraría de la naturaleza.
—Dejaréis vuestra huella. Hemos sentido vuestros pasos. Nos haréis más fuertes.
Y quien tenga que desaparecer, desaparecerá.
El viejo Ibar se disponía a volver a su sueño cuando uno de los acólitos le habló:
—¿Y si cambiamos? ¿Y si somos capaces de coexistir con la naturaleza?
—Si podéis detener el daño que os habéis causado, tal vez. Pero puede que ese no sea vuestro cometido. Lo que tenga que pasar… pasará.
Heilung – Alfadhirhaiti