Etiqueta: Microrrelato

  • Bisonte de invierno

    Bisonte de invierno

    Irrumpió en el espacio con violencia.
    Se exhibió ante todos los habitantes de la cueva, mirándolos uno a uno con descaro furioso.
    Resopló vapor y desapareció por donde había entrado.

    Era un bisonte de invierno.
    Pelaje blanco como manto helado.
    Astas de negro azabache reluciente.

    Se fue, pero dejó la estela de su presencia.

    El sabio del pueblo abrazó el augurio y gritó:

    —Hay que salir a cazar. ¡Ya! Todos preparados.

    Los hombres partieron hacia el sueño de un mito.
    Algunos regresarán.
    Otros no.

    Heilung – Norupo

    El augurio fue claro.
    El precio, no.

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  • Algo en que creer

    Algo en que creer

    —Creo que les mandaron un listado con lo que yo podía comer y lo que no.
    —Claro que sí. Lo que en ningún sitio ponía es que tu alimento debía ser crudo.
    —Perdón, padres de intercambio, pensé que ya lo sabían. No se preocupen, llevo alimento biofilizado por si acaso.
    —Tranquilo, te prepararé una ensalada. Dios mío, qué confusión tan extraña.
    —¿Dijo “Dios mío”? ¿Ustedes también tienen creencias religiosas?
    —¿Ustedes no?
    —Oh, sí. Tenemos al dios Día y a la diosa Noche.
    —Qué interesante, tenéis dos dioses. Aquí solo creemos en uno.
    —En verdad son varios. La diosa Noche tuvo muchos hijos con el dios Día. Hasta que un día pensaron que lo mejor era vivir en reinos separados, por el tema de la superpoblación. El dios Día se quedó en el día y la diosa Noche se quedó en la oscuridad. Ella cuida de sus hijos, que son las estrellas.
    —Nuestro Dios solo tuvo un hijo: Jesucristo.
    —¿Y qué le pasó a la diosa?
    —¿Qué diosa?
    —Si tuvo un hijo tendría que haber una hembra, ¿no?
    —Bueno… lo tuvo con una chica. Se llamaba María.
    —¿Y cuando estuvo con ella vuestro dios no quemó todo vuestro mundo?
    —¿Qué? Nooo. Nuestro Dios no… Además no fue él. Envió a una paloma.
    —¿Fue un pájaro quien fecundó a la humana que dio a luz al hijo de vuestro dios? ¿Cómo era? ¿Tenía pico y plumas?
    —Nooo. Era como nosotros. Tenía barba y pelo largo. No dejan claro cómo fue el proceso. Pero fue algo más bien espiritual.
    —Ah. Es que nuestros dioses son muy… físicos. Dios es el sol. La Diosa es el planeta que orbitamos. Creo que nuestra carrera espacial fue una búsqueda de Dios. Los primeros en llegar se quemaron y hubo un episodio de ateísmo entre los nuestros.
    —Normal. Qué complicado, ¿no? Esperarse encontrar un ser todopoderoso y descubrir que es una bola de fuego.
    —Peor lo tuvo la pobre que esperaba ser fecundada por su dios y se encontró una paloma.
    Espíritu Santo.
    —¿Qué?
    —Que la paloma se llama Espíritu Santo.
    —Pues peor todavía: el fantasma de una paloma.

    El joven extraterrestre de intercambio se quedó pensativo. Sus grandes ojos violetas parpadearon despacio. Su expresión denotaba preocupación.

    —Vuestro proceso reproductivo no tiene que ver con las aves… ¿verdad?

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  • El profeta del espinazo

    Desde la penumbra llegó y gritó:
    Hola… ejem… soy el terror fagocitador que viene del espacio exterior a exterminar, rasgar y segar la vida a quien me cruce…

    La circulación se detuvo un instante; los rostros mostraron preocupación. Algunos indignados, otros asustados. A muchos les pareció una broma de mal gusto, de esas que hacían en las radios.

    —…demonio de la sombra, acabaré con toda vida, arrastrando la corrupción de la carne y la aniquilación de la…

    —Oye, ¿quién es este tipo? —dijo ella, frenando de golpe.
    —No sé, algún pringao —contestó su compañera

    —. Pues parece que hay quien se asusta.

    La que caminaba delante, que había escuchado parte de la perorata, comentó:

    —Dicen que viene del estómago, que es un virus…
    —¿Un virus? Los virus no hablan; si viene de ahí debe ser una parietal desahuciada.
    —Que va. Dicen que viene de un pollo.
    —¿El individuo se ha comido un pollo?
    —Lo suele hacer y nunca ha pasado nada.

    —Y en la podredumbre resultante escupiré entre vuestros cadáveres, destruiré vuestros restos y cubriré de pústulas la…—

    —¿Por qué se paran todas? —preguntó la de atrás—. No dejan pasar, nos estamos coagulando.
    —Es que nadie quiere acercarse a ese chalao.
    —¿Dónde están los glóbulos blancos cuando se les necesita?
    —¡Vamos a morir, vamos a morir!
    —Que no, joder, solo es un pringao dando un discurso.

    —…arrancaré de las entrañas un maloliente fulgor que os llevará a perecer—

    —¡A ver, tú, documentación! —dijo una célula blanca, apareciendo severa.

    La circulación recuperó su latido habitual mientras se llevaban al extraño preso.

    —Oye, las de adelante, ¿os enterasteis de algo? ¿Quién era el chalao? ¿Un virus o una célula de pollo?
    —Que va. Era una neurona vieja con una sustancia pegada; se volvió loca.

    Nadie lo volvió a ver… aunque, curiosamente, desde aquel día, el gran organismo empezó a toser.

    Extremoduro – Me Estoy Quitando

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  • La última palabra

    La última palabra

    Episodio I – Sentencia en el callejón

    —¿Cómo ocurrió?
    —Pero usted ya lo sabe.
    —Sí, quiero escucharlo. A veces las palabras son otro tipo de verdad.
    —Bien, se lo explicaré.

    Llevábamos tiempo siguiéndolo. Salía de la joyería y siempre acababa tomando un atajo por el callejón. Allí lo esperábamos esa noche.

    Yo llevaba la navaja. Los otros, armas falsas: una pistola de juguete y un cuchillo de cocina. Él se percató de nuestra presencia y aceleró el paso. Yo lo llamé:
    —Eh, colega.

    No respondió. Caminaba cada vez más rápido. Por un momento pensé en abandonar, pero recordé mis deudas. Apreté el paso, lo alcancé y lo empujé. Me miró de frente:

    —No sé lo que pretendes. Soy un trabajador. No gano mucho y no voy a ceder ante matones.

    Trabajador, decía. El dueño de la joyería, explotador de los suyos, traficante de piezas robadas. Aquel miserable nos lo debía.

    Intenté arrebatarle la bolsa. Retrocedió y dijo:
    —Chaval, te estás equivocando.

    Los otros lo rodearon. Yo saqué la navaja. Entonces él abrió la chaqueta y vi el revólver. Mis compañeros huyeron al instante. Yo me quedé paralizado. Hice un movimiento torpe. Un gesto extraño bajo su americana negra. El disparo tronó.

    —Por eso estás aquí, ¿verdad?
    —Sí.
    —¿Tenías deudas?
    —Sí.
    —¿Y por eso atracaste a ese hombre?
    —Sí.

    —¿Qué deudas eran?
    —Debía dinero a quienes me trajeron del otro lado. Los que me hicieron cruzar el estrecho.

    —¿Cómo esperaban que las pagaras?
    —Al principio vendiendo baratijas y algo mas… a turistas. Después, me pusieron en la puerta de un colegio. No quise hacerlo.

    —¿Te obligaron?
    —No. Pero me dieron un plazo. Mi familia como aval. No quiero ni pensar qué les habrán hecho.

    —Has tenido una vida dura, pero tus actos te condenan. No irás al paraíso. Te propongo un pacto. Un pequeño castigo.
    —¿Cuál será?
    —Nacer de nuevo.

    Bohren & Der Club Of Gore – Prowler

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  • Hasta 500

    Hasta 500

    La oscuridad acechaba en el bosque. La luna llena iluminaba el sendero. El niño corría sin parar, sus huellas lo delataban sin remedio.

    Tras un árbol salió de las sombras, saludó con la mirada al reflejo de Selene y se acercó al río a beber. Su olfato le advirtió que no estaba solo.

    Cansado, buscó escondrijo. Encontró árboles huecos, pero no se sintió seguro. Trepó por caminos escarpados en busca de altura que lo mantuviese a salvo. Un feroz aullido le advirtió del peligro.

    Su instinto conocía los secretos de aquellos que huyen; aun así lo hizo lento, deslizándose bajo la penumbra de los robles más viejos, intentando ser silencio en los recovecos.

    En lo alto, encontró un escondite perfecto: una enorme piedra frente al acantilado.

    Su oído le dio una respuesta.
    Se tapó con la maleza como pudo.
    Saltó sobre los pasos encontrados.
    Se encogió en silencio.
    Sintió el calor de su cuerpo.
    Cerró los ojos.

    Arrancó la tapa de su escondrijo y…

    …allí estaba, con los colmillos afilados y las garras amenazantes. El niño lo miró un instante y le gritó:

    —¡José Miguel, eres un tramposo de mierda!
    —¡Coño, he contado hasta quinientos! ¡Nadie cuenta hasta quinientos! Te has escondido fatal, te toca a ti contar.
    —No se puede jugar contigo, ganas siempre, lo tienes todo.

    El silencio se hizo entre los dos.—¿Jugamos a otra cosa?
    —No. ¿Quieres un chicle?
    —¡Uy! Vale.
    —¿Vamos a asustar a las viejas?
    —Siiiiiii.

    The 69 Eyes – Gothic Girl

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