Ella es… tan pequeña. No sé el día que le dio por crecer. Creando alas en su silueta, que ya se me antoja casi de mayor. Larga como aquellos cuentos de noches de llanto y calma. Aquellos que me inspiraron tanto a seguir mis pasos. A fantasear con ellos y creerme el narrador de tus sueños. Que ahora son otros, y vuelas con ellos. Ella es… tan grande ya, que mi hechizo quedó pequeño.
Lejos, en la nube de algodón que guardo en mi memoria para esconderme cuando quiero silencio, te vi un día llorando.
Siempre tenías una sonrisa; solo recuerdo tu alegre mirada cuando el mundo se hallaba lejos.
Cuando se partió en cenizas y el cielo se hizo oscuro, tú me decías: «Chiquillo, si todo es perfecto».
Me hablaste del tiempo, de las riñas que lo habitaban, del frío día que con pan viejo se superaba.
De las noches cortas, de la música entre velas, de las risas entre olivos entre gente cansada.
De bordar heridas en paños rotos que entre todos se curaban.
Todo lo que aprendiste entre hilo y leña, lo que regalabas tras tu esfuerzo cosechando almas, sin querer más monedas de pago que el feliz secreto de tener un faro para poder encontrarnos.
Hoy, en tu nube, llorabas feliz porque habitamos tus recuerdos.