—¿Recuerdas las acampadas en el lago? —dijo Pedro sonriendo a Laura.
—Parece una canción de Melendi —observó Marta, con el ceño ligeramente fruncido—.
—Éramos muy críos —puntualizó Laura, sacándole la lengua a Marta—. Hacíamos locuras como bañarnos desnudos en primavera.
—Pues allí debía hacer frío —comentó Marta en voz alta—. En pleno Somiedo.
—Salíamos encogidos, pero el frío se quitaba jugando —dijo Pedro, sosteniendo la mirada de Laura.
—El juego iba antes del baño —aclaró Laura—. Era un juego de dados. ¿Te enseñó Pedro a jugar al Kinito?
—No.
—Espera, que creo que guardo algo. —Laura sonrió, mientras Pedro abría el armario bajo la escalera. Entre estanterías recién ordenadas encontró un cubilete de cuero bordado y un par de dados blancos. Lo agitó con cuidado y, de un golpe, los dejó sobre la mesa.
Las dos lo miraron. Los dados hablaban por sí mismos.
—Ha salido doble seis. ¿Quién bebe?
—¿Te acuerdas de las reglas, Pedro?
—Con la de veces que las cambiábamos ya ni me acuerdo. Pero un doble seis es imbatible.
—Sí, pero no lo podías destapar y podías mentir —recordó Laura.
—Esperad, voy a preparar kalimotxo —dijo Pedro, levantándose.
Ambas se miraron. No estaban seguras de que beber ahora fuera buena idea; había secretos que el alcohol podía sacar a la luz. Pedro regresó con la jarra de la bebida morada y tres vasos de chupito, que tendió con una sonrisa. Marta agitó el cubilete con desgana.
—Empiezas tú, que eres la novata —le indicó Laura.
Golpeó la mesa y destapó.
—¡Ostias, 5 y 6! —dijo Laura.
—¿Y qué pasa?
—Bebe quien tú quieras.
—Pues hala, tú, por hablar.
Durante un rato, dispararon dados, bebieron el elixir de sus recuerdos e intercambiaron miradas cómplices. Quisieron hacer beber a Marta, pero ella se alió con el destino y fue la que menos alzó el codo. Cuando la jarra quedó vacía, Pedro tuvo una idea:
—Bueno, ¿qué? ¿Nos vamos de fiesta?
—Yo no conduzco ahora —dijo Marta.
—Hay una discoteca a diez minutos andando —apuntó Laura.
—La de música electrónica, ¿no? —preguntó Marta.
—Sí, fuimos el otro día y nos lo pasamos bien —sonrió Laura—. Venga, un ratito.
—¿Llamo un taxi?
—Mejor caminamos —dijo Pedro—. Así aprovechamos la noche.
Avanzaron hacia la diversión. Cantando viejas glorias callejeras, ofrendas al espíritu del vino y al calor de la barra del bar. En un instante, se reflejaron los tres en el escaparate de La Casa de Los Espejos. Se sorprendieron de la sincronía de sus manos, dejando un halo de misterio kármico, de sentimientos alados que pasaban de aliento a aliento.
Una copa más, un salto a la pista, luces de colores que vibraban en las paredes. Entre el rugir de los tambores se abrazaron al ritmo. Mezclaron sudor y licores, y salieron casi al amanecer, queriendo prolongar la noche.
—¿La última en casa?
—Mientras no juguemos de nuevo al Kinito ese, ya sabéis que os gano.
Subieron las escaleras con el cansancio de buscar calma y el fuego en los ojos, ocultando las ganas. Pedro miraba a Laura, Laura a Marta, Marta a ambos. Entrando en la casa quisieron fundirse entre ellos, hacer uno solo de sus tres cuerpos. El sereno les pidió calor. No se conformaron con un beso.
Un beso a tres los sorprendió en la cama. Entre mentes heridas por el licor y manos inquietas, crearon un sueño confuso, sin reconocer quiénes eran. No importaba nada, solo descargar lo que su instinto dictaba.
Despertó desnudo entre las dos damas. Quiso pensar, pero le dolía la cabeza. Dejó que el sol del mediodía le dijera qué pasaba. Salió de casa sin hacer ruido y se despidió con una mirada confusa.
Extremoduro – Al Día Siguiente
«Y mientras la noche se apagaba, una chispa quedó encendida entre ellos… ¿quién se atreverá a soplarla primero?»
Por si a alguien le interesa el funcionamiento del juego, el Kinito crea historias por el simple hecho de participar. En el blog de mariacabados lo explican con mucho cariño. Beban con moderación, por favor.












