Etiqueta: insomnio

  • 3:33

    RAÚL: Hola, buen día, amor.

    Nada más despertar, pese a la neblina que envolvía su mente, pensaba en ella. Pasaba un rato en la cama. Girando. Evitando el frío de la mañana. Esperando una respuesta. Pero esa respuesta no llegaba.

    Antes de que el despertador sonara de nuevo, ya tenía un pie en el suelo. Estaba listo para salir antes de que el primer rayo de sol atravesara su ventana. Era entonces cuando volvía a pensar en ella.

    Raúl: No sabes el frío que hace. Pero bueno, las nubes dejan un bonito amanecer.

    Sus ocupaciones diarias eran muchas. No dejaba descansar su cabeza hasta el café de mediodía. Solo, con un poco de azúcar y un poco de tranquilidad. Buscaba en las redes sociales aquellos vídeos de gatos que tanto les hacían reír y le enviaba uno. El que más le hubiera gustado.
    No tenía respuesta.

    A mediodía se quejaba de la cantidad de vinagre de la ensalada. Sabía que a ella no le gustaba más que con un toque sutil. Fotografíaba el menú del día y se lo enviaba junto con un corazón. Suspiraba en el postre y se apresuraba a volver a trabajar.

    Raúl: Te hubiera encantado el tiramisú…

    Por la tarde, tras salir de trabajar, se cambiaba de ropa y salía a correr. La playa estaba desierta en invierno y aprovechaba los últimos rayos de sol para ejercitarse en soledad. Cuando no quedaba más que una franja rojiza en el horizonte, se sentaba en la arena y suspiraba.
    Enviaba una fotografía una vez más.
    Sin respuesta.

    Cenaba ligero y se iba pronto a la cama. Antes de apagar la luz miraba esa fotografía una vez más. Los dos reían. Él hacía una mueca y ella le miraba de reojo. Hubo muchos selfies ese día, pero ese era el que más le gustaba. Esta vez no volvió a mandarlo.
    Simplemente le envió un corazón.

    Siempre pensaba en ella justo antes de dormir.

    En sus sueños todo estaba oscuro. Sentía la lluvia en la cara, esperando un instante que ya conocía. Escuchaba el ruido de un coche al derrapar. Rojo. Blanco. Un cielo roto. Luego sangre, cristales y restos metálicos.

    Despertaba con el golpe a las 3:33. A veces se volvía a dormir, pero hoy no lo hizo. Recogió el teléfono del cargador. Apretó el botón de desbloqueo, se reflejó en la pantalla azul y escribió.

    Raúl: Zoe, te quiero mucho, pero no puedo seguir con esto.

    Raúl: Espero que allá donde estés seas feliz. Hoy te dejaré marchar.

    A continuación, borró su número de la agenda. Respiró hondo.
    Y se volvió a dormir.

    Vetusta Morla – La deriva

    Anuncios
  • Nana triste para un niño viejo

    Nana triste para un niño viejo

    Hoy no me toca soñar.

    El aire surca extraño y, entre sábanas, se dispersa en remolinos.
    Mi mente se derrite en gotas de cansancio herido:
    no quiere darme reposo, solo gira y gira, sin motivo y sin caducidad.
    Invoco ovejas blancas aladas, un ejército inútil
    cuando los párpados no me pertenecen
    y son presa del capricho de un tal Cortisol.

    Entre tanto, flotan imágenes en tonos pardos,
    carcomidas por el baúl que las guarda,
    que hoy, traicionero, ríe satisfecho.
    Mientras yo sigo rotando, ellas se proyectan en el techo:
    mirada distraída, flequillo en los ojos,
    pantalones de pana gruesos
    y unas ganas de volar contenidas en un salto.

    Lo dejé escapar, a ver si así me canso.
    Quise enseñarle los días presentes del futuro pasado.
    Y él, sentado en la duda, mirando desde mis ojos,
    comprendió que era yo.

    —¿Todavía no vuelan los coches? —preguntó,
    como quien sostiene una promesa rota.

    —No. Pero hay ojos en el cielo —respondí.

    Pareció animarlo.

    —¿Vive gente en la luna? ¿Ya consiguieron habitarla?

    —¿Para qué alcanzarla? Es más bonita lejana.

    —¿Y robots? ¿Ya los inventaron?

    —Sí. Y hablan con nosotros, aunque no tengan cuerpo.

    Le conté inventos osados que nos acompañan en el bolsillo,
    de cómo ya no hace falta hablarles:
    nos entienden por gestos.
    Le hablé de un oráculo tejido en una telaraña.
    De cómo nunca estamos solos,
    aunque cada vez estemos más lejos.

    Y yo, al ser soñador, esperaba que algún día, hablando,
    nos entendiéramos todos.
    Que estábamos aprendiendo a hacerlo.

    —Si eres un soñador, ¿por qué no estás durmiendo? —dijo.

    Y solo entonces entendí
    que ya no estaba despierto.

    Pauline en la Playa – Quién lo iba a Decir

    A veces el sueño llega cuando dejamos de perseguirlo.

    Anuncios