
Querido diario;
Hoy he despertado nublado, triste, con la sensación de abandono de aquel can que, en su afán por encontrar restos de una familia desconsiderada, acabó varado en el asfalto. Supongo que se debe al sueño que tuve esta noche, y como va siendo costumbre, aquí lo dejo por escrito.
Las sombras tocaban mi ventana con un aroma reconocible y dulce: jazmín, azahar y vainilla. Me acerqué, quise verla flotar, esperando entrar, y como si cumpliéramos una cita previamente pactada, la dejé pasar.
Pero al abrazarla se hizo humo. No podía tocarla. Era solo el reflejo de una necesidad antigua: la de querer, y no poder amar.
En una sonrisa apenas distinta de una caricia, se acercó a mi oído y me susurró su forma. Me dio un nombre: el de una súcubo que destierra la frontera entre éter y piel, entre el deseo de valer y la posibilidad de lograr.
Me dijo que solo tenía que desearlo, que gritara su nombre y lo hiciera mío. Pero por más que quería, no podía.
El aire no pasaba por mi cuerpo. No había sonido en mi mundo mudo.
Desirya.
Grité al sol, a los astros, al viento que seguía esperando paciente tras la ventana.
Grité al amanecer, a esa luz escondida entre nubes que apenas asomaba.
Grité también a mi propio lamento.
Pero ya no había nada.
Ya estaba despierto.
Björ – Unravel









