
Capítulo 3: Hasta que duela… y luego un poco más
Perlaba el sudor sobre su frente. Su respiración empezaba a perder el ritmo. Quiso reponer el aliento, pero una zarpa le rozó la oreja izquierda. Javier paró en seco y exclamó, cabreado:
—¡Auuu!
—Deja de quejarte y a correr.
—Bien, entiendo lo de correr. Llevamos algunos días y siento que ya voy cogiendo fondo —reconoció el coachee—. Lo que no entiendo es que tengas que estar sobre mi cabeza mientras me entrenas.
—Joven padawan, recuerda que, como mentor, tengo que estar siempre encima tuya.
—Claro, claro. Pero… ¿tiene que ser tan literal? Tengo que mantener el equilibrio porque, cuando te resbalas, te agarras a mi cabeza con las garras.
—Es parte del entrenamiento. Además, por ahora es tu única baza para atraer a las féminas al pasar. Recuerda: sembrar semillas… Hale, ponte a correr.
—Vale. Pero… ¿qué tendrá que ver atraer a las mujeres con un gato en la cabeza?
—¿Ves a esa chica que pasa por allí?
—Claro, como para no verla. Menudo cuerpo…
—Fíjate en su mirada, pedazo de salido.
—¡Nos está mirando!
—¡Error! Me mira a mí.
—¡Nos está sonriendo!
—También a mí. Pero, a su vez, cuando ve mi cuerpito portentoso encima de tu cabeza, siente ternura por el hombre que lo transporta.
—Oh, eso está muy bien.
—Cuando tengas el corpore sano, empezaré a tratar también tu mente. Entonces, de friki de ciudad pasarás a ser alfa.
—Mira, mira, también sonríen aquellas dos.
—¿Quieres dejar de mirar y ponerte a correr?
—Oye, ya que te tengo en casa pienso que te voy a llamar “Miki”.
—Haz eso y te desfiguro la cara.
Ginebras – La Ciudad Huele a Sudor
No siempre tendrás claridad. A veces solo tendrás un gato gritándote que corras. Con eso basta para empezar.
