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  • La última palabra

    La última palabra

    Episodio I – Sentencia en el callejón

    —¿Cómo ocurrió?
    —Pero usted ya lo sabe.
    —Sí, quiero escucharlo. A veces las palabras son otro tipo de verdad.
    —Bien, se lo explicaré.

    Llevábamos tiempo siguiéndolo. Salía de la joyería y siempre acababa tomando un atajo por el callejón. Allí lo esperábamos esa noche.

    Yo llevaba la navaja. Los otros, armas falsas: una pistola de juguete y un cuchillo de cocina. Él se percató de nuestra presencia y aceleró el paso. Yo lo llamé:
    —Eh, colega.

    No respondió. Caminaba cada vez más rápido. Por un momento pensé en abandonar, pero recordé mis deudas. Apreté el paso, lo alcancé y lo empujé. Me miró de frente:

    —No sé lo que pretendes. Soy un trabajador. No gano mucho y no voy a ceder ante matones.

    Trabajador, decía. El dueño de la joyería, explotador de los suyos, traficante de piezas robadas. Aquel miserable nos lo debía.

    Intenté arrebatarle la bolsa. Retrocedió y dijo:
    —Chaval, te estás equivocando.

    Los otros lo rodearon. Yo saqué la navaja. Entonces él abrió la chaqueta y vi el revólver. Mis compañeros huyeron al instante. Yo me quedé paralizado. Hice un movimiento torpe. Un gesto extraño bajo su americana negra. El disparo tronó.

    —Por eso estás aquí, ¿verdad?
    —Sí.
    —¿Tenías deudas?
    —Sí.
    —¿Y por eso atracaste a ese hombre?
    —Sí.

    —¿Qué deudas eran?
    —Debía dinero a quienes me trajeron del otro lado. Los que me hicieron cruzar el estrecho.

    —¿Cómo esperaban que las pagaras?
    —Al principio vendiendo baratijas y algo mas… a turistas. Después, me pusieron en la puerta de un colegio. No quise hacerlo.

    —¿Te obligaron?
    —No. Pero me dieron un plazo. Mi familia como aval. No quiero ni pensar qué les habrán hecho.

    —Has tenido una vida dura, pero tus actos te condenan. No irás al paraíso. Te propongo un pacto. Un pequeño castigo.
    —¿Cuál será?
    —Nacer de nuevo.

    Bohren & Der Club Of Gore – Prowler

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  • 980 puntos

    980 puntos

    Mi cabeza, en constante deterioro, no retiene mucha información. Sé vagar por las calles, a duras penas caminando, arrastrando los pies mientras ando. Emito un sonido lastimero; es así como se sabe que he llegado. El olor es lo peor: la descomposición es lenta, pero avanza; lo veo. Es el mayor síntoma de estar muerto.

    Hace poco no lo estaba. Pero la mala fortuna me quitó ese don: resbalar en el instante preciso, hacer crujir el cráneo contra un asfalto lo suficientemente duro y, como resultado más fatídico, morir en un chiste. Ya está hecho; ahora mi cuerpo vaga en silencio.

    Tuve elección, lo sé. Hubo un túnel oscuro, una luz que guiaba, un juicio y la posibilidad de escoger un destino.

    —Recapitulemos.

    • Amor a una madre ausente: 50 puntos
    • Ansias de tenedor y cuchara: −15 puntos
    • Sacrificio por mantener la familia: 80 puntos
    • Mal genio al despertar: −30 puntos

    —En total tenemos 980 puntos. Es una cifra decente. Tenemos además el atenuante del sentido de la ética muy desarrollado y el agravante de no haber seguido ninguna religión mayoritaria.

    —Pero veo que todas son válidas; no existe una única religión.

    —Sí, pero tú te inventabas la tuya. ¿Qué es eso de que Dios perdona por acariciar perritos? ¿Cómo que robar está bien si a la víctima no le afecta?

    —Yo veo que aceptas religiones con mandamientos muy distintos.

    —En verdad son solo guías de conducta. Simplemente te ayudan a conseguir puntos para tu calificación final.

    —Vale, tengo 980 puntos. ¿Qué hago con ellos?

    —Pues al paraíso no puedes ir; para eso necesitas superar los 1.000. Pero te puedo ofrecer un limbo de 900 puntos, con posibilidad de revisión cada 500 años. Con 950 tienes la opción de hacer un curso puente para el paraíso de alguna religión menor. Hay uno en la que te encierran en una cueva con la copia de tus familiares; la emitimos en la televisión local y la gente apuesta.

    —¿No existe la reencarnación?

    —Sí, pero debes tener al menos 1.500 puntos (1.600 si te reencarnas en gatito). Puedes reencarnarte en bicho por 100, pero no te lo aconsejo: vuelves aquí al mes sin apenas puntos.

    —¿Y volver como fantasma?

    —Para eso hace falta una muerte traumática; se concede prórroga si justificas que dejaste algo importante por hacer.

    —Mi muerte ha sido traumática —dije yo.

    —No confundamos términos: tu muerte ha sido absurda.

    —¿No hay alguna forma de volver?

    —Bueno, sí hay una, pero no sé si te va a gustar. Aunque tienes un buen recuento luego, hay que esperar algo.

    —A mí me parece buena idea —respondí.

    —Tú sabrás. ¡Miguel! ¡Gabriel! Aquí tenéis un candidato para el Apocalipsis.

    “Vamos”.

    Laibach – Jesus Crhist Superstar

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