Etiqueta: DeOniros

  • Milagro y pico

    Milagro y pico

    Mario tenía la expresión triste de quien habla solo.
    Su desgastada ropa, fruto de batallas interminables, contaba historias de un camino con un final impreciso en la cúspide del destino. Sentado un martes por la mañana en un parque que, por no saber qué hacer, se le hacía grande, miró hacia el horizonte y suspiró.

    —¡Cuack!

    En el asiento de al lado subió un pato. Blanco, con plumas desordenadas, un pato más de los que nadan en el pequeño lago del parque, ajenos a quienes los miran curiosos desde la barrera. Este en especial parecía embravecerse con sus congéneres, a juzgar por las cicatrices de su pico. Se acercó a Mario con cuidado. Llevaba una bolsa coloreada en el pico que depositó justo al lado de su pierna.

    Sorprendido, el ocioso caballero miró a su alrededor. Los pajaritos cantaban, las lagartijas hacían carreras con los ratones, ni un alma humana cerca. Abrió curioso la bolsa y sonrió levemente.

    En el interior había un bocadillo cuidadosamente envuelto y una lata de gaseosa con sabor a limón. Miró al pato, y este lo miró con su rostro de ánade. Hambriento como estaba, Mario exclamó al cielo:

    —Gracias.

    —De nada —dijo el pato.

    —Gracias, Dios, por escuchar mis plegarias.

    —Dios escuchará sus plegarias, pero el bocadillo es cosa de nosotros, los patos del lago.

    —¿…De los patos? —dijo Mario, confuso.

    —Sí, los que vivimos en este parque.

    —¿Os ha enviado Dios?

    —No, no tiene que ver. Verás: desde pequeño nos alimentas. No hubo una sola tarde que, viniendo al parque, no compartieras tu bocadillo con nosotros. De adolescente nos invitabas a papas fritas, de esas de bolsa; las que saben a queso eran mis favoritas. Luego venías con tu novia y nos traías pan. Por último, le enseñaste a tu hijo a compartir el bocadillo, como lo hacías tú. Hoy te vimos especialmente hambriento, así que nos permitimos este detalle.

    —¿Cómo…?

    —La gente se empeña en creer que da suerte tirar monedas al agua. Nosotros no las necesitamos, así que usamos unas cuantas de esas monedas. Pedimos uno de jamón serrano, como los que te veíamos comer.

    —Pero… los patos no hablan…

    —Conocemos vuestro lenguaje, pero normalmente no tenemos nada que deciros.

    —Entiendo. Tengo alucinaciones, ¿no?

    —Probablemente, pero… ¿está bueno el bocadillo?

    —Divino.

    The Soft Boys – I Wanna Destroy You

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  • De vuelta

    De vuelta

    Hoy se abrirá un ciclo.
    Los astros se alinearán, terminará el sepelio.
    Se abrirán las puertas del nirvana, las almas se elevarán desde sus oscuros féretros.
    Habrá juicio, júbilo errante, canciones de inicio.
    Nos reencarnaremos en aquello que deseamos.

    La crucifixión quedará atrás.
    No habrá batallas, ni mentiras, ni duelo.
    Solo orden. Solo silencio.
    Un descanso roto en la felicidad de muchos.
    Un sol radiante en un ocaso pactado.

    Y yo… hoy llegaré tarde y cansado.

    Dead Can Dance – The Host of Seraphim

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  • Crónicas de primavera

    El suspiro se lo llevó todo. Una vida de sueños, un rincón donde resguardarse de la fatiga y del viento. También se fueron los nervios de esperarte. Y de tanto esperar, me casé con la ausencia.

    Resbalé sobre una lágrima y caí. Fui a parar al fondo de mi infierno, que de tanto verlo en fotos me resultó familiar. Seguí el rastro de amantes imaginarios que me aguardaban en la brisa de este mundo. Pero yo no quise quedarme: preferí conocer mundo.

    Escalé por las grietas de mis heridas que, de tan hondas, abrían salida. Al otro lado estaba el mar, y sin dudarlo comencé a nadar.

    Era de noche cuando llegué a la orilla. Entre la arena negra y el brillo del romper de las olas encontré a una sirena llorando, sola. Me senté a su lado, pero el miedo la devolvió al mar de su pasado. Seguí mi rumbo sin pensarlo. Mejor con los peces que con piernas de plástico.

    Subí el sendero, crucé el desfiladero, alcancé la cima primero. Y ahí estaba yo, sentado, mirando al cielo, con mi luna lejana alumbrando el firmamento.

    El eco me prometió luces de palmeras meciéndose sobre la vereda; me mostró el camino de regreso y me insistió en una vida nueva. Donde otros labios me esperan, al final de la primavera.

    The Black Angels – Young Men Dead

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  • Carta 13:  Sombras en los sueños

    Carta 13: Sombras en los sueños

    Querido diario:

    Mi sueño hoy estaba oscuro. Era un mal presagio. Las nubes emborronaban el horizonte, y el sol era apenas una minúscula estrella que alguna vez existió. Llovía en el jardín de las puertas, empapando los senderos que llevan hacia otras mentes durmientes.

    Una de esas puertas me era desconocida. El aire se respiraba entrecortado, oscureciendo el entorno. Algo enfermo habitaba allí, rezumando maldad y ganas de huir. Pero yo me negaba a renunciar a mi espacio secreto. Tendría que enfrentarme a ese destino.

    Abrí la tenebrosa puerta. Era la pesadilla de un demente: viento arrasando un lugar olvidado por las lágrimas, polvo en las aceras, herrumbre en las señales de tráfico. En ese lugar yo vestía cuero negro. Mi linterna se había convertido en un farol de mano, y la pistola de plástico, ahora, en una ballesta con flechas luminosas.

    Caminé por la carretera hasta encontrar un edificio en medio del vacío. Una casa muerta, enorme y deforme, no una torre que buscara el cielo. Escupía sombras por su puerta y de sus ventanas supuraba una sangre oscura, enferma.

    Me acerqué con cautela. Entrar no era mi idea, así que esperé. A ver si el mal que habitaba allí quería mostrar su rostro.

    Y lo hizo. De su interior emergió algo que una vez fue humano, mirándome con ojos infectados de penumbra.

    —Has entrado en el sueño de un insano. Pronto estarás con nosotros.

    Dijo la horrenda criatura, acercándose lentamente. Disparé cerca, a sus pies. Sabía que el daño que le hiciera a la criatura también lo recibiría el dueño de esta pesadilla. El dardo rozó su pierna y se clavó en el suelo, incendiando la oscuridad con un destello.

    La criatura sonrió, inmóvil. Le afectaba la luz tanto como a nosotros el fuego.

    —¿Crees que eso nos va a detener? —respondió, avanzando cojeante, riendo.

    Hurgué en mi bolsillo. Era el momento. Allí no estaba la campanilla que me había entregado el extraño visitante, sino un teléfono viejo. Sonó de repente, con un timbre áspero y gastado.

    Contesté la llamada, asustado por la cercanía del ser oscuro.

    —¿Quién es?
    —Veo que por fin te has enfrentado a tu primera sombra. ¿Es muy grande? ¿Está sola?
    —Es poco más alta que un hombre, pero salió de una casa viva, que destila oscuridad.
    —Esa es su guarida, la puerta por la que ha entrado. ¿Tienes algo que ilumine?
    —Sí.
    —Bien. Si no es muy grande, temerá la luz. Hazla retroceder, que vuelva a su refugio. Luego ingeníatelas para quemarla. Si la sombra te toca, estarás perdido. No dejes que ocurra.

    Reaccioné rápido. Dos disparos frente a sus pies hicieron que retrocediera. Disparé entre sus piernas, varias veces, hasta levantar un muro de luz. La criatura avanzaba a trompicones hacia atrás.

    Mi gatillo se hizo ligero. Dos flechas más ocuparon el lugar donde ella había estado, y la sombra terminó por retirarse. Ya cerca de la casa, fue arrancada del cuerpo que poseía: una espesa criatura de humo negro, atravesada por mis dardos, fue engullida por la mansión tenebrosa.

    El cuerpo quedó desplomado en el suelo. Corrí a socorrerlo. Antes, estampé mi farol en la puerta del edificio, que ardió al instante. El hombre, recobrando su forma humana, abrió los ojos con miedo. Fue entonces cuando comprendí que estaba despertando.

    Corrí hacia la puerta de mis sueños. Crucé sin aliento. Desperté sudando, en un instante.

    Murcof – Cosmos II

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  • The White Witch Inn

    The White Witch Inn

    No fue un verano cualquiera. Pero, como cualquier otro, pensaba en descansar, divertirme un poco y huir de la monotonía. Así que puse rumbo al norte, buscando el fresco sabor de una aventura.

    Para no engañar a nadie, contaré que no pretendía estar solo. Hace unos meses había conocido a alguien. Presumida, coqueta, llena de locas ideas y encerrada en un minúsculo pueblo donde todos se conocen.

    Pensé que iba a ser un poco más grande. Pues no: una calle que giraba en torno a una iglesia, un colmado y un pub inglés con grietas en la madera de sus paredes. The White Witch rezaba su letrero.

    Y ahí llevaba yo cinco horas, seis pintas y un montón de lluvia esperando. El serio camarero miraba el reloj con impaciencia. Ya eran las cinco de la tarde y todo estaba cerrado.

    Dinna ken who ye’re waitin’ fer, but they’ll no’ be comin’ the day.

    Estas fueron las amables palabras con las que el camarero me echó del pub. Sin ganas, recogí mi maleta y me dirigí calle abajo. Mi intuición me hizo tener un plan B: había reservado una habitación en un hotel rural a pocos kilómetros. Un castillo a medio reformar me haría de refugio.

    Casi habían cerrado el restaurante cuando llegué. Me conformé con las sobras, con una larga ducha, y luego me dispuse a dar un pequeño paseo por el jardín. Quería reflexionar sobre si dar por terminadas mis vacaciones o abrirme a la aventura.

    Y ahí estaba ella. Con su pelo negro ondeando al viento. Sentada en un columpio, soñando con no sé qué misterio. Yo, como no conozco la palabra “vergüenza” y el impulso es mi apellido, me acerqué sin dudarlo demasiado. Y le dije en mi pésimo inglés:

    —¿A ti también te han dado plantón esta noche?
    —Puede ser. Pero no esta noche. Tú has venido.
    —Pues si es así, me quedo y te hago compañía.

    Las palabras, como invocadas desde el cielo, vinieron solas. Entablamos una conversación que duró horas. Pronto me sorprendí contándole mis aventuras en el pueblo. Ella me habló de amores imposibles y de pasiones secretas. Yo le dije que nos había juntado el destino. Ella me dijo que estaba escrito.

    A la bruma del amanecer nos despedimos, con la promesa del nos volveremos a ver, el delirio de unos minutos más y el sello de un beso. Y desapareció en la nube blanca de la niebla matinal.

    Me metí en la cama con un sueño y desperté con una corazonada.

    Bajé a recepción, adormilado, y pregunté por ella. Por una joven de cabello negro y acento antiguo, que se llamaba Alba y que estuvo toda la noche conmigo.

    La recepcionista parecía asustada. No había registro de nadie así. Allí no estaba. Esa tarde, en la cafetería, noté que me miraban raro. Que no era bienvenido. Que querían que me fuera. Uno de los camareros se acercó y me dijo:

    —Solo los brujos son capaces de ver a los fantasmas.

    Fue una invitación a abandonar ese castillo que habían convertido en hotel… para no querer albergar a turistas.

    An Danzza – O Fortuna

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  • Haiku de calima y viento

    Haiku de calima y viento

    Ese insoportable viento, arena en suspensión que seca los ojos. Aquí lo llamamos calima, y quienes la sufrimos la tememos. Llega en días tristes, con bruma áspera, y se prolonga en noches cálidas de sueño difícil y sudor pegado a la almohada.

    De niño no lo soportaba. Recuerdo aquel día en que tu mirada, con lágrimas secas, se escondía bajo el sol oculto. El aire arañaba espaldas con su aliento, y camino del colegio lo padecíamos entre el silbido furioso del nublado caliente. Nos empujaba por el sendero, entre chistes y juegos.

    Nos sentíamos cometas: parecíamos volar en su soplo. El viento nos arrancaba el aliento cuesta arriba, y nos lanzaba cuesta abajo. Nos acercábamos al cielo con la caricia de nuestros propios ojos. Tú y yo, de la mano, desafiábamos la maldición del calor sin soltarnos.

    Y de pronto recordé que, a pesar del bochorno, a esa edad todo era júbilo cuando llegaba la hora del recreo.

    Ichiko Aoba – Chi No Kaze

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  • Claro de luna

    Claro de luna

    Hay un lugar donde el invierno es eterno.
    La primavera se esconde, esquiva, y el otoño despliega sus ramas caídas en la rutina de hojas secas.

    El camino fue largo, y la humedad calaba en mis huesos cansados. Pero ya alcanzaba el claro: allí donde los sueños se filtraban con la lluvia constante, en medio de la batalla del viento.

    Mi agotamiento exigió una tregua. Me senté en un tronco húmedo, roto, cubierto de musgo.

    Fue entonces cuando me azotó el recuerdo. Una mustia luz de luna me susurró que era cierto. Yo no quise creerlo. Dejé escapar el aliento helado de lo que se había ido, convertido en polvo… aunque estaba allí, frente a mí, sonriendo.

    El amanecer estremeció mis sentidos. Era solo un reflejo.
    Yo ya me había marchado.

    Wardruna – Helvegen

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  • Exilio de luna

    Exilio de luna

    La luz respiró penumbra, desafiando el acecho de las criaturas de la noche.
    Agradecidos quedaron los habitantes del día,
    mientras todas las alimañas se refugiaban en estrechas cuevas.

    Las mariposas revoloteaban sin cesar
    y el abismo guardaba su secreto.

    El sol se hizo centro,
    exilio de luna llena envuelta en tristeza:
    surco de calor, fuego abrasador
    que transformó la dicha en desierto.

    Abrasadora fue la luz,
    y líquida fue la salvación.

    Lágrimas de nube,
    cielo gris desgarrado en trueno,
    fluido furioso apagando el incendio.

    La tristeza fue vida,
    porque la vida no es sólo brillo.

    Entonces salió la luna,
    de afilada sonrisa,
    a escuchar los lamentos
    de quienes rompieron su encierro.

    Death can Dance – The Host of Seraphim

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  • Señales después de la señal

    Señales después de la señal

    (En un salón modesto. Pedro está sentado en el sofá, con gesto inexpresivo, como en trance. Carmen lo observa de pie, con los brazos en jarra.)

    Pedro (monótono, como un robot):
    —Hola… mmm… soy el contestador automático de Pedro. Deje su mensaje después de la señal. Piii.

    Carmen (sorprendida):
    —¡Ostias, Pedro!

    Pedro (serio, sin mover un músculo):
    —Que no, que no soy Pedro.

    Carmen (riendo incrédula):
    —Venga, Pedro, déjate de tonterías.

    Pedro (exaltado, casi enfadado):
    —¡Que no soy Pedro, coño! ¡Soy el contestador!

    Carmen (señalándolo con burla):
    —Mira, cariño: tienes la cara de Pedro, la voz de Pedro y hasta la misma tontería de Pedro. ¿Es por lo que dije de tu madre? Que sí, coño, ¡que es muy pesada!

    Pedro (suspira, bajando el tono):
    —Que no soy Pedro.

    Carmen (cruzada de brazos):
    —Entonces, ¿dónde está?

    Pedro (solemne):
    —Está… de viaje astral.

    Carmen (irónica):
    —¿Y tú quién coño eres?

    Pedro (enderezándose, orgulloso):
    —Soy un espectro.

    Carmen (arqueando una ceja):
    —¿Un qué?

    Pedro (teatral):
    —Un fantasma.

    Carmen (riendo):
    —¿Fantasma de quién? ¿Del Conde Lucanor? ¿Un caballero medieval caído en batalla?

    Pedro (carraspea, serio):
    —No, señora. Soy Ramón. Morí de un ataque al corazón cuando me subieron la jornada laboral, allá en la postguerra.

    Carmen (curiosa):
    —¿Republicano?

    Pedro (orgulloso):
    —Repueblerino. Vine a Madrid a atormentar falangistas, pero ya casi no quedan.

    Carmen (mordiéndose el labio, acercándose):
    —¿Y qué haces cuando posees el cuerpo de mi marido?

    Pedro/Ramón (con calma):
    —Poca cosa. Siento la brisa en la cara, paseo, leo libros modernos.

    Carmen (susurrante):
    —¿Y… tienes sexo?

    Pedro/Ramón (escandalizado, se lleva la mano al pecho):
    —¿Sexo? ¡No, señora! ¡Por Dios! ¿Ha visto la cara de su marido? Parece el Fary con sobredosis de lima.

    Carmen (avanzando con decisión):
    —Anda, empieza.

    Pedro/Ramón (retrocede, nervioso):
    —¡Señora, no haga eso!

    Carmen (tentadora):
    —Te va a gustar, lo sé.

    Pedro/Ramón (desesperado):
    —Señora, vístase por Dios.

    Carmen (cada vez más encima):
    —Sí, así, venga… sigue.

    Pedro/Ramón (grita, casi suplica):
    —¡Que está casada!

    Carmen (sonríe, burlona):
    —Sí, pero a ti te gusta.

    Pedro/Ramón (suspira, derrotado):
    —Bueno… claro… después de cincuenta años en el limbo…

    (De pronto, Pedro sacude la cabeza, vuelve en sí y se queda mirando la escena horrorizado.)

    Pedro (gritando):
    —¡Carmen! ¿Qué coño pasa aquí? ¿Qué estás haciendo con Ramón?

    Carmen (inocente):
    —¿Ramón? ¿Qué Ramón?

    Pedro (duda, rascándose la cabeza):
    —Nada… por un momento pensé…

    Carmen (quitándole importancia, se acerca con picardía):
    —Es que empezaste a hablar como un contestador y me puse como una moto.

    Pedro (titubeante):
    —¿Te gusto, mi vida?

    Carmen (guiñando un ojo):
    —Ya le daré yo al Ramón a ver si también le gusta…

    Pedro (aturdido):
    —¿Qué dices, cariño?

    Carmen (cogiéndolo del brazo):
    —Nada, nada… al lío.

    (Se apagan las luces, mientras ella lo arrastra fuera de escena. Pedro se escucha de fondo, resignado.)

    Pedro (en la oscuridad):
    —Oye… me tienes que enseñar eso de las proyecciones astrales…

    (Oscuro. Suena un “Piiiip” de contestador.)

    Hidrogenesse – A los Viejos

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  • Tempo lento

    Tempo lento

    Hoy soy viento, frase cortada al azar, desvarío del mar, en tempo lento. Sin ver espejismos, acariciando estrellas al pasar, cayendo en sal, queriéndome en olvido. Creyendome suspiro, surcando en huellas al pasar, no busco más, solo abismo.

    Hoy fui viento y mañana sal.

    Cigarettes After Sex – Apocalypse

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