Etiqueta: DeOniros

  • Diario de un soñador lúcidoCarta 20: De la sombra a la luz

    Diario de un soñador lúcidoCarta 20: De la sombra a la luz

    Nos perseguían. No podíamos parar. Nos habían rodeado en un sueño que no era nuestro. Una trampa mortal vestida de terciopelo azul. No nos dimos cuenta de la oscuridad que emitía aquella puerta hasta que caímos en el abismo. El mismo que estaba ahora frente a nuestros pies. No podíamos cruzar.

    —¡Salta!

    Pero allá abajo se revolvía la oscuridad.

    —¡Que saltes!

    Las sombras llegaban ya, a punto de apresarnos. Yo, con los pies en el acantilado. Sentí un empujón y me vi caer.

    —Idiota, a ver si confías más en mí.

    Sentí cómo me agarraban, pero no eran los monstruos que nos perseguían. Mi compañera de aventuras —la chica del vestido verde, la misma que una vez me ofreció pastel en aquella casa del árbol y juró que ya me había dicho su nombre— flotaba a mi lado. Me abrazó con fuerza y me guió por el cielo.

    Las sombras saltaron tras nosotros. Las vi aparecer, como pulpos tenebrosos surcando el espacio. Ella aumentó la velocidad. No sé cómo lo hacía hasta que noté que, de su traje, salían alas de libélula.

    —Estás llena de trucos.

    —A que te gustan.

    —Mucho.

    —Espero que esta vez hayas traído armas.

    Busqué como pude en el interior de mi chaqueta. Saqué la pistola de juguete que, como en todos los sueños, había mutado. Parecía ahora un artefacto de película de ciencia ficción. Disparaba rayos y, cuando lo hacía, el trueno retumbaba. Alcancé al espectro más cercano, que se disolvió en humo. El segundo lo esquivó, pero la electricidad lo persiguió y quedó chamuscado al instante.

    —Qué maravilla. Con este cacharro las exterminamos enseguida.

    —Pero hay más. Cada vez más.

    —Hay que encontrar al huésped.

    Cruzando el espacio nos adentramos en la penumbra, entre nubes que tronaban gracias a mis descargas. Los monstruos caían, pero seguían apareciendo sin descanso. Aun así, podíamos avanzar.

    Entonces la vimos: una casa de madera podrida, retorciéndose sobre una pista de asfalto, trepando hacia el cielo como una pesadilla arquitectónica. Allí estaba encerrada la víctima de este sueño, agonizando bajo la enfermedad oscura que entraba por sus noches.

    —¿Qué hacemos? ¿Entramos? —pregunté.

    —No. Vamos a sacarlo.

    Arrancó un trozo de su vestido verde y con él taponó la ridícula chimenea. Abrió una ventana y me pidió que disparara dentro. El interior comenzó a arder. Cerró la ventana y esperamos.

    Entonces surgió. Una forma grotesca, mitad humana, mitad otra cosa. Reventó la puerta, golpeándola contra la pared podrida. Era un títere de carne manejado por una sombra que se pegaba a su espalda, hinchándolo, volviéndolo más fiero.

    Ella se lanzó sobre él, blandiendo su arma: un cuchillo de filo brillante, casi vivo. Sin tocar la piel del huésped, cortó al espectro en dos. Al desprenderse la criatura, el humano gritó con fuerza y la casa empezó a desmoronarse.

    Yo, aún en el techo, perdí el equilibrio y caí. Ella saltó para cogerme en pleno vuelo. Tropezamos y quedé encima de ella, cara a cara, respiración contra respiración. Mirándonos. Deseando —yo en secreto, ella quién sabe— el misterio de sus labios.

    Sonrió.

    —Me estás aplastando.

    —Perdón —dije sin moverme.

    No se apartó. Sonreía como si disfrutara del juego. Pero algo nos nubló la luz. No estábamos solos.

    —Ejem…

    Nos levantamos rápido. El huésped de la sombra, ya recuperado, era ahora una ancianita adorable que nos miraba con indignación. Habíamos salvado su sueño para meterla en otro… menos adecuado.

    —Jovencitos, por Dios. ¡Búsquense un motel!

    Korn – Lost In The Grandeur

    Salvar un sueño puede acabar con la casa… y con la paciencia de los vecinos imaginarios.

    Todas las estrellas unidas en una figura:

    Diario de sueños

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  • Clase de literatura universal. Año 2400

    Clase de literatura universal. Año 2400

    “Lección de historia”

    —Hoy recitaremos una de las pocas obras que nos ha dejado el siglo XXI: Libros en blanco.
    —Buag, seño, es muy aburrido.
    —Ya, Jaimito. Pero comprende que después de la guerra poco más se pudo salvar.
    —¿No quedaron más autores, sita?
    —Sí, Raquelita. Quedaron algunos… pero casi ninguno sobrevivió a la censura de la IA Electra. A finales de ese siglo sólo estaba permitido leer lo que cupiese en un TikTok.
    —¿Y de siglos pasados?
    —Solo quedó El Lazarillo de Tormes y Cincuenta sombras de Grey. Que, a propósito, entran en el examen. ¿Sabéis algo de DeOniros, creador del verso?
    —Sí, sita. Que murió en la más absoluta pobreza, al final de la guerra.
    —Exacto, Cristinita. ¿Quién sabe algo más?
    —Lo devoraron los cerdos salvajes.
    —Julito, eso es solo un mito. Según los indicios, vivió hasta los noventa años. Trabajaba recortando filamentos membranosos para las máquinas. Parece que siguió publicando de forma clandestina.
    —¡Qué va, sita! Dicen que tonteaba con una de ellas, y que esta le dejaba escribir si le ajustaba bien los circuitos.
    —¿Quién te dijo eso, Cristinita?
    —Mi papá.
    —Hay que reconocer que tras la guerra quedó destruida gran parte de la civilización… y de la gran red, donde habitaban las máquinas, no quedó nada.
    —¿Y fue ahí donde se extinguió la raza humana?
    —No, Nicolasito. Ellos se extinguieron luego, cuando les dio por experimentar con la genética.
    —Ya decía yo que no hacían nada bueno. Quedaron mutados y esterilizados.
    —Vale, Jaimito, pero gracias a eso existimos nosotros. Por favor, Julito, deja de perseguirte la cola.
    —Perdón, seño.

    Pink Floyd – Welcome to the Machine

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  • El señor Coelho y la Congregación de las Bestias

    El señor Coelho y la Congregación de las Bestias

    —El señor Coelho, supongo.
    —Está en lo cierto. Usted debe de ser Thomas Wolf.
    —Entre, le enseñaré las instalaciones.

    La mansión era más grande de lo que esperaba: un bosque de varias hectáreas rodeaba en secreto aquella edificación gigantesca. Misterioso lugar para insólitos huéspedes.

    —Tras la entrada, el recibidor y este salón, que usamos cuando organizamos algún evento.
    —Lo veo como un lugar tranquilo.
    —No se deje engañar por las apariencias. Si no hubiera distracciones, este sería un lugar con problemas. La armonía existe gracias a tener a todos bien ocupados.

    Tras enormes pasillos, miles de puertas. En hileras, como en un viejo hotel olvidado. En cada una, una respiración diferente.

    —Como ya sabrá, no estamos solos, señor Coelho. Somos muchos y muy diversos. En la congregación nos dedicamos a rescatar y guiar a este tipo de… personas. Gracias a su generosa donación podremos aumentar las cifras de rescates.
    —Me imagino que fue una sorpresa al solicitarles más implicación por mi parte.
    —No se crea. Tras la donación, me di cuenta de que no había otra posibilidad. Es usted uno de nosotros. Por lo tanto, también tiene derecho a ser rescatado. Le asignaremos una habitación. Pero, para eso, necesito saber…
    —¿Qué necesita saber?
    —Sus características. Necesitamos saber dónde ubicarlo.
    —No entiendo… ¿no somos todos iguales?
    —Solo en parte.
    —¿A qué se refiere?
    —A su metamorfosis, claro. Queremos saber a qué criatura nos enfrentamos. ¿Ve esa puerta?
    —Sí, claro.
    —Esa habitación pertenece a un ursu panaru, un hombre oso ruso. Es muy simpático; se llama Sergey. Pero, por supuesto, no se lleva bien con Tritón, el hombre reptil, ni con Elena, la mujer pantera.
    —Ah, ¿entonces hay más tipos de animales?
    —Por supuesto. Mire, yo soy de los clásicos: un hombre lobo de transformación en luna llena. Necesitamos saber qué es usted. No lo discriminaremos; solo lo pondremos con los más parecidos a su… especie.
    —Bueno, es que yo…
    —Necesitamos una transformación. Esa es la norma. ¿Qué necesita para hacerlo?
    —Pues… lo puedo hacer aquí, si quiere.
    —Adelante.
    —Me da un poco de vergüenza.
    —Piense que aquí somos todos como usted.

    El señor Coelho se desabrochó los botones de su camisa nueva, se desprendió de la americana beige y puso los ojos en blanco. Su cuerpo empezó a temblar, su rostro comenzó a burbujear y sus orejas se alargaron.

    —Dios mío… no —susurró Thomas Wolf, intentando contener sus instintos.


    Una liebre salió a toda velocidad, tropezando con dos caballeros que subían las escaleras. Se perdió en el bosque sin dejar rastro.
    Tras ella, raudo como el viento, un colosal lobo negro, que con mirada penetrante pasó de largo, adentrándose entre los árboles.

    —Pero… ¿ese que va con tanta prisa no es el señor Wolf?

    —Parece. Tenía ahora una cita con un tipo nuevo.

    —Pues parece que le ha salido conejo.

    Nick Cave & The Bad Seeds – Red Right Hand

    ¿Y tú… de qué animal te transformarías si te invitaran a esta mansión?

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  • Cuarto creciente

(Cuarta fase de «Fases de una luna herida»)

    Cuarto creciente (Cuarta fase de «Fases de una luna herida»)

    La luna estaba llena, azul, radiante. La niebla me abrazaba. Sentía el viento en la cara y, con él, una presencia inquietante. Al principio parecía dulce, de aroma festivo, sabor a asado… pero pronto supe que había algo más. Mi estómago rugía, y mi instinto también. Una sombra desgarró mi sueño. Rugido, respiración entrecortada, dientes afilados en la oscuridad: no era yo quien corría, sino un monstruo que habitaba en mí. Con el cuarto creciente dibujado en la ventana, me incorporé en la cama, sudando mi pesadilla.

    Eran las tres y treinta y tres. Me levanté a preparar algo de comer. Mis padres se habían marchado, hartos de escuchar mis lamentos. —Niño, te veo muy bien, ya no hacemos falta aquí —me dijeron— y se fueron. Creo que con miedo. No sabía de qué. Yo estaba perfecto. Mejor que nunca.

    Un ruido intenso me obligó a mirar por la ventana. Alrededor del contenedor de basura algo se movía. Salí al callejón en pijama y distinguí la sombra de un gato callejero. Mi instinto se tensó: lo vi como amenaza y mi cuerpo reaccionó. Lo acerqué en silencio, lo agarré del cuello en un acto reflejo. Me bufó, me arañó, y logré soltarlo. No quería convertirme en un asesino, pero sabía que ya no podía ignorar lo que despertaba dentro de mí.

    Me quedé mirando la calle. La noche aún reinaba, los jóvenes regresaban de la fiesta del barrio. Recordé la cabaña, sus caricias, su aroma, su dulzura y su animalidad. Sentí un escalofrío recorriendo mi espalda. Algo había cambiado en mi cuerpo. Algo que nacía sin que yo lo buscara, creciendo en cada latido, cada recuerdo, cada sombra.

    Un grupo de chicas pasó riéndose, lanzándome miradas curiosas y burlonas. Me di cuenta de lo que ya no podía ocultar, de lo que había nacido en mí aquella noche: un deseo imposible de disimular, que me hizo huir avergonzado.

    Corrí a casa, mientras el sol empezaba a iluminar mi rostro. Sabía que la noche me había dejado marcado: un cuerpo distinto, un instinto renovado… y un hambre que apenas comenzaba a comprender.

    Nekromantix – Howlin’ at the Moon

    El espejo no miente: el reflejo respira.
    La piel recuerda lo que la mente niega.

    Bajo el pulso azul de la luna, el alma se estira, se tensa, se desgarra.
    Y en ese silencio donde sólo aúlla la sangre,
    comienza la verdadera fiebre:
    la de ser otro.

    Completa el ciclo de la luna

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  • Luna negra

(Tercera fase de «Fases de una luna herida»)

    Luna negra (Tercera fase de «Fases de una luna herida»)

    Llegué a casa triste. Sin tener claro lo que había ocurrido.
    Todavía sentía dolor, pero los médicos, asombrados por mi rápida recuperación, insistieron en que en casa sanaría mejor.
    Tendría a mis padres y a mi hermana instalados por unos días, así que me preparé para un ambiente de lo más familiar: reproches por aquí, desconfianza por allá, todo ello regado con ese irónico miedo que tanto une.

    Desde la planta baja escuché llorar a mi madre.
    Mi padre, tan bruto como siempre, decía entre dientes:
    “…un día se nos mata…”
    Pensé que mi imaginación me jugaba una mala pasada, porque vivo en un octavo piso.
    Al entrar, me los encontré con lágrimas en los ojos, intentando guardar la compostura.

    —¿Qué te ha pasado, hijo mío?
    —Nada, mamá… que me he peleado con un oso.
    —Pero adentrarte en el bosque solo… —dijo mi padre con cierto aire de enfado—. Para haberte matado el animal aquel.
    —Pues no sabes tú cómo lo dejé —respondí, quitándole hierro—. Ahora me ve y echa a correr.
    —Anda, niño, vente a comer, que estás muy flaco. Te traemos chorizo del pueblo.

    Un rugido profundo me recordó que tenía hambre.
    Una vez sentado en la mesa, devoré un plato del potaje de mi madre en segundos. Luego, unas chuletas de cordero con su guarnición de verduras. Casi no dejé ni los huesos.

    —Pues sí que tenías hambre… —dijo mi madre, extrañada—. ¿Quieres más?

    Le quité de las manos un trozo de chorizo que traía y lo devoré a mordiscos, sin apartar la mirada de ella.

    —Niño… no me mires así, me estás asustando.

    Aún con hambre, me detuve.
    Había algo raro.

    Con la excusa de una ducha me encerré en el baño.
    Al desnudarme y quitarme las vendas, me quedé sin aliento: no había ni una sola cicatriz.
    Ni rastro del ataque.

    Esperaba verme más flaco, más débil.
    Pero, pese al dolor residual, mi cuerpo estaba distinto: más firme, más fuerte.
    Y ese aspecto feroz que empezaba a gustarme…
    estaba ahí, respirando conmigo frente al espejo.

    Austra – Home

    El espejo no mentía. La herida había desaparecido, pero no el recuerdo de la fiebre, ni la sombra del bosque. Algo había despertado en mí que no podía volver a dormir. La fuerza que brotaba de mi cuerpo parecía un río subterráneo, oscuro y constante, recordándome que las cicatrices no siempre se ven… pero siempre marcan.

    Completa el ciclo de la luna

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  • Salto hacia el otro lado

    Salto hacia el otro lado

    Como poder quererte —pensaba— si no me quiero ni yo.
    Si me quedaba sentado, frente al relente de la luna, viendo pasar las nubes mientras tú te escapabas.
    Si respiraba despacio para darle más aire, y caminaba de puntillas a tu vera por no molestar.
    Todo eso quebró mi presencia, y me hice invisible.
    Pasaste a través de mí, y te fuiste.
    Lejos.
    Muy lejos.
    Hasta perderte de vista a tiempo.
    Saludando a otros con la mano… y a mí, ni eso.

    Me quedé frente al acantilado.
    Quería saltar al mar, pero no me atrevía.
    Veía las olas romper, las gaviotas cruzar el aire, buscando nubes en el cielo.
    Y yo, paralizado en el filo, queriéndome muerto.

    —Salta.
    —¿Qué? —dije yo, asustado, escuchando la voz.
    —Que saltes. Si es lo que quieres, hazlo.
    —¿Quién eres?
    —Eso no importa. Salta de una vez y deja saltar.
    —Si salto, me mato.
    —¿Y cómo lo sabes? ¿Ya has saltado?
    —Porque caeré sobre las rocas y me destrozaré… o al mar, y me tragará.
    —Entonces, antes de saltar, has de saber nadar. O volar, quizás. Como esa gaviota… mírala.

    Tardé en voltearme.
    La curiosidad venció al miedo, ese miedo que siempre me paraliza cuando intento vivir.
    Y en sus ojos verdes vi un mar de tristeza.
    En sus labios, un deseo lejano de salir corriendo y no poder hacerlo.
    Brilló su pelo al sol, y a mí se me olvidó el resto.

    —¿Y tú? ¿Por qué quieres saltar?
    —Porque si no lo hago, me ahogo.
    —¿Te ahogas?
    —Sí. De querer vivir y no poder hacerlo.
    —Pero si te tiras, te matas.
    —¿Y eso es peor?
    —Quizás haya otra solución.
    —No la hay. Busqué libertad en la familia, pero me decían qué hacer.
    La busqué en los brazos de uno y de otro, pero me querían quieta.
    Busqué un trabajo, y me encadenó a un mostrador.
    Ahora solo quiero huir. Y no parar de hacerlo.

    El viento se llevó una lágrima… y con ella, un pesar.
    Le agarré la mano y le propuse:

    —Saltemos juntos. Tú no quieres estar sola y yo no quiero tener miedo.

    Me sonrió.
    Miramos el mar romper.
    Nos miramos los dos a los ojos.
    Y saltamos.Pero para el otro lado.
    Salimos corriendo de la mano, en contra del viento.
    Buscamos un lugar donde ir. Uno lejos.
    Sin importar lo que dejamos atrás.
    Solo quisimos huir… un tiempo.
    Luego, ya se verá.

    The Doors – Break On Through

    —Papá, soy yo.
    He conocido a alguien que también quería tirarse del acantilado.
    Pero al final no saltamos.
    Nos dio la risa y salimos corriendo por la orilla.

    —¿Y adónde vais?
    —No lo sé. Donde no haya relojes ni jefes.

    —Vale, hija, pero vuelve para cenar.
    —Si no me arrastra antes una ola.
    —Entonces tráele una sardina al gato.

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  • Frasco de lluvia

    Frasco de lluvia

    De mariposas huyendo.

    Hoy, al sentir llover, destapé el instante que, de niño, escondí en un frasco.

    Olía a tierra mojada. En nuestra cárcel de frío soñábamos con ser lágrimas de lluvia, para poder jugar en la calle un rato.

    Mirábamos desde el balcón. Reíamos sin ganas.

    Asomados, rozándonos las manos, quemándome por dentro de lo cerca que estábamos.

    Un momento divino, roto por la merienda, que me supo amarga:

    a mariposas escapadas de mi vientre, al rumor de la lluvia.

    Ilegales – Destruye

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  • DarkHaiku: La sombra del tengu

    DarkHaiku: La sombra del tengu

    Oscura silueta,
    la sombra del cuervo cae —
    tu castigo es.

    No debí hacerlo. Tampoco conocía su precio. Despertar así ha sido castigo, pero también la revelación de un misterio.

    Perdido, buscando la antigua maldición de una historia, llegué hasta el fondo de un bosque espeso, donde la luz apenas tocaba el suelo. Entre matorrales muertos y un olor intenso a abandono, apareció el templo. Debió bastarme conocerlo desde fuera, pero la curiosidad me llevó a cometer este acto osado.

    Un nido de telarañas se enredaba entre los restos del mokoshi. La ruina, elevada sobre engawa astillada, rasgaba la tierra con cada paso. En su centro, un jardín descuidado: si alguna vez fue zen, ahora era misterio y silencio.

    Caminé entre los restos, soñando con tesoros ocultos. Solo hallé un secreto oscuro que me perseguía sin saberlo. Su sombra descendía desde el cielo, inevitable, mientras avanzaba ciego. Un susurro en la penumbra, una presencia delatada por un graznido.

    Ahí estaba él: katana en mano, alas negras desplegadas, y un alma oscura que traía mi castigo. La sangre se derramó en el suelo mientras entendía demasiado tarde la profanación que había cometido.

    Al despertar, me creí muerto. Pero no era cierto. Ahora era un cuervo más, custodio de aquel cementerio y guardián de los secretos que yo mismo he despertado.

    Luna Sea – Mother

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  • El profeta del espinazo

    Desde la penumbra llegó y gritó:
    Hola… ejem… soy el terror fagocitador que viene del espacio exterior a exterminar, rasgar y segar la vida a quien me cruce…

    La circulación se detuvo un instante; los rostros mostraron preocupación. Algunos indignados, otros asustados. A muchos les pareció una broma de mal gusto, de esas que hacían en las radios.

    —…demonio de la sombra, acabaré con toda vida, arrastrando la corrupción de la carne y la aniquilación de la…

    —Oye, ¿quién es este tipo? —dijo ella, frenando de golpe.
    —No sé, algún pringao —contestó su compañera

    —. Pues parece que hay quien se asusta.

    La que caminaba delante, que había escuchado parte de la perorata, comentó:

    —Dicen que viene del estómago, que es un virus…
    —¿Un virus? Los virus no hablan; si viene de ahí debe ser una parietal desahuciada.
    —Que va. Dicen que viene de un pollo.
    —¿El individuo se ha comido un pollo?
    —Lo suele hacer y nunca ha pasado nada.

    —Y en la podredumbre resultante escupiré entre vuestros cadáveres, destruiré vuestros restos y cubriré de pústulas la…—

    —¿Por qué se paran todas? —preguntó la de atrás—. No dejan pasar, nos estamos coagulando.
    —Es que nadie quiere acercarse a ese chalao.
    —¿Dónde están los glóbulos blancos cuando se les necesita?
    —¡Vamos a morir, vamos a morir!
    —Que no, joder, solo es un pringao dando un discurso.

    —…arrancaré de las entrañas un maloliente fulgor que os llevará a perecer—

    —¡A ver, tú, documentación! —dijo una célula blanca, apareciendo severa.

    La circulación recuperó su latido habitual mientras se llevaban al extraño preso.

    —Oye, las de adelante, ¿os enterasteis de algo? ¿Quién era el chalao? ¿Un virus o una célula de pollo?
    —Que va. Era una neurona vieja con una sustancia pegada; se volvió loca.

    Nadie lo volvió a ver… aunque, curiosamente, desde aquel día, el gran organismo empezó a toser.

    Extremoduro – Me Estoy Quitando

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  • Carta de ajuste

    Carta de ajuste

    Esa noche oscura  no resistí al monstruo de debajo de la cama.
    Me amenazaba incansable: arañando cortinas, susurrando amenazas, haciéndome creer más pequeño, menos valiente, más prisionero de temores imaginarios.

    Pero me cansé de esperar el fin y quise ir a buscarlo.
    Cuando todos dormían, me apresuré a deslizarme desde mi habitación para caer en un salón oscuro lleno de miedo.
    Vacío, poblado solo por las sombras grises que danzaban al ritmo del viento.

    Siguiendo las baldosas grises, la encontré:
    la apagada, muda y solitaria pantalla, que tanto ansiaba ver por las tardes en la merienda.
    Eclipsando diversión con noticias absurdas de ancianos muertos y princesas cantando.

    Mi dedo temblaba.
    Mi corazón sacudía mi pecho, advirtiendo que huiría lejos si seguía con mi empeño.
    Y no pasó nada al conectarlo.
    Solo una pantalla de colores raros, de figuras geométricas absurdas y un pitido sordo.
    Cuadros de colores: azules y amarillos, verdes y grises.
    Estáticos.
    Me quedé encadenado en el reflejo, desilusionado del temor, esperando un destello.

    Ocurrió algo.
    Un fundido en negro.
    Letras amarillas anunciando un secreto.
    Dos rombos blancos señalando el pecado.
    Y, por fin, ella: vestida con poco, transparente capa que iba deslizando, descubriendo su piel blanca.
    Me miraba fijamente.
    Sus labios deseaban mis besos y en su cuerpo ya no había nada.
    Curvas desnudas interrumpidas por una llamada.

    —José Miguel, ¿qué haces que no estás durmiendo?

    —Tenía miedo… —dije asustado. Sabía que lo que estaba viendo era pecado. Esperaba un castigo divino a manos de un padre desvaído—

    —¿Y te viniste a ver la tele?Mi padre ignoró el contenido de la televisión, la apagó y me acompañó en silencio a la cama.
    En silencio descubrí que el castigo de Dios no llegaría esa noche.

    Golpes Bajos – Malos Tiempos para la Lírica

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