
—Hola, queridos seguidores. Para quien no me conozca, soy Ulanni. Bienvenidos al canal de La Colonia. Hoy vamos a preparar un poke de salmón —anunciaba la voz de la pantalla.
Cada mañana, mientras limpiaba el local, Ulanni recitaba sus recetas desde la holopantalla de la tasca.
Alberto, trapo en mano, frotaba con terquedad los restos azulados de vino que manchaban la mesa.
—Ya sabéis que el salmón, una de las especies terrestres introducidas en nuestra Nueva Tierra Kepler, ha vuelto al río a desovar. Así que tenemos salmones frescos.
Pero Alberto no miraba la pantalla.
Miraba más allá.
Su mente viajaba a la vieja Tierra: a un sol despiadado, a una playa interminable donde la arena ardía y ella caminaba descalza, riendo como quien aún no sabe que un día se irá para siempre.
—Necesitamos arroz, brotes de rafia de la pradera, cebollino, pepino kerpliano, jugo de baya rosa, salsa de soja y sésamo —continuaba Ulanni—. Como veis, aquí tenemos el salmón fileteado. Yo lo corto en tiras, pero podéis hacerlo en cubitos. Lo dejamos marinar…
Recuerdos borrosos:
el tintineo de su risa,
labios ardientes,
piel humedecida por río y azahar.
Una fragancia hecha bruma, evaporándose en la memoria como cirio olvidado en la capilla de un convento.
—Este arroz procede del delta del Draco. Una taza por dos de agua, quince minutos. ¡Perfecto cada vez!
Tras la construcción del inesperado espacio-puerto, una pequeña esperanza se volvió oportunidad. Aquella tasca —refugio improvisado para no pensar demasiado— prosperaba. Era un negocio y también una trinchera: una manera de encogerse de hombros mientras esperaba lo imposible.
—Troceamos las verduras —seguía el vídeo—. En bastoncillos, para mantener la textura crujiente. Si las dejáis en agua fría… sí, así… perfecto. Cuidado con las espinas de los brotes de rafia. Ni una sola debe quedar.
A mediodía llegaría la nave. Siempre aterrizaba chirriando, arrastrando polvo celeste, y con ella rostros nuevos, historias recientes, hambre de comida de verdad. Ese hambre que solo aparece lejos del hogar.
—…Y ahora solo queda colocarlo en el bol. Recordad: la vista también come. Mirad qué bonito. Fácil, rico y nutritivo. Ah, y si habéis visto saltar a los salmones en el río… pedid un deseo. Los noruegos dicen que, si lo haces de corazón, se concede.
Entonces, la puerta sonó.
Una silueta femenina interrumpió la quietud.
Alberto levantó la vista.
La realidad se quebró como una burbuja de sueño.
—Pero… ¿eres tú?
Y la sonrisa se hizo abrazo, y el abrazo beso, y las lágrimas corrieron como mares recién descongelados.
Era la alegría pura, feroz, luminosa…
de reencontrar lo que se había amado sin esperanza.









