—Buenas noches, ¿me pone una copa? —Buenas noches. ¿Le parece bien este vino azul? Aquí causa furor. —Vino del vulgo. Magnífico. Vamos a probarlo. Oye… ¿qué sitio es este? —¿A qué se refiere? —No sé. Estaba atrapado en una pesadilla absurda, crucé una puerta y aparecí aquí. —¿Una pesadilla? Suena prometedor. Cuénteme. —Verá, soy delegado de zona en una gran multinaci… —¿Delegado de zona? —Sí, sí. Delegado de zona. —Ajá. ¿Y eso qué es? —¿No sabe lo que es? ¡El mejor invento desde la Coca–…! —Sé lo que es. Quiero oírlo de usted. —Bien. Superviso filiales. Aseguro que sigan mi estrategia. —Entiendo. Y si no lo hacen… —¡Los aterrorizo! Ja ja ja jaaaa —Claro. Y si la forma de ellos resulta ser mejor… —Imposible. Tenemos un equipo de técnicos especialistas que… —Vale, vale. Su pesadilla. —Había un operario que me contradijo. ¡Y nadie lo castigaba! Intenté que lo destituyeran… y nada. —¿Eso era todo? ¿No había monstruos, sangre, cuchillos? —No. ¿Qué miedo va a dar un monstruo? El verdadero terror es real: que alguien cuestione tu autoridad. —Aburridísimo. —¡Perturbador, diría yo! —Categoría nueva: terror tedioso. —Era espantoso, horripilan… —Sí, sí. Terror nocturno a ser contradicho. —¡Oiga! ¿No sabe que el cliente siempre tiene la razón? —Aquí, desde luego, no. —¿Y eso? ¡Qué descaro! —Porque estás en mis sueños. Y aquí mando yo.
Korn – Y`all Want a Single
Hay pesadillas con monstruos. Y otras, peores, que sólo tienen orgullo.
La nebulosa de Orión se alzaba radiante, inmensa, envolvente. Como un rito sagrado, cada día a las 7:35 hora terrestre, Logar Maswani, tras su escaso desayuno y la oración prometida a su divinidad, se sentaba en la plaza de la cúpula para contemplar el fulgor de las estrellas. Observaba los suaves destellos y el torrente de colores que formaba aquella Xibalbá cósmica: la puerta del inframundo según los maya.
Logar siempre pensó que por eso estaba allí, frente al infierno. Había sido su alternativa a prisión: un asesino sin escrúpulos convertido en guardián silencioso, gracias a sus conocimientos técnicos. Ahora disfrutaba de una calma inmensa en los confines del espacio, a veinticinco años luz de la Tierra, en un trabajo que todos los aptos rechazaban por su lejanía.
Su estación orbitaba el artefacto de tránsito ON5-132, un portal que conectaba con galaxias remotas. Tras la meditación, se dirigía al puesto de mando, donde supervisaba androides semiautomáticos que patrullaban la estructura. Su misión: limpiar los residuos de partículas que impactaban contra el campo de fuerza.
El portal tenía una masa apenas inferior a Venus aunque su tamaño fuera mucho menor: un anillo elíptico marfil, del tamaño y forma de la isla de Corvo, en Azores, con un núcleo de plasma azul que latía como un corazón antiguo. Toda su gravedad dormía en ese núcleo denso.
Logar desconocía los movimientos de tránsito hasta poco antes del paso de una astronave: una simple notificación bastaba. No tenía que actuar. Las naves cruzaban el pórtico y, en minutos, encendían sus motores, perdiéndose como estrellas fugitivas en la inmensidad.
Solo una vez todo fue distinto. Una nave militar averiada, la Beta Caronte, emergió del portal. Venía de un conflicto cerca de Nueva Gaia. La tripulación abordó con protocolo marcial, confinaron a Logar y repararon en tres días, entre botas metálicas y androides despistados rodando como fantasmas tecnológicos.
Las naves proveedoras sí llegaban solas: robotizadas, surtían agua y alimentos para medio año, descargaban suministros y cualquier petición hecha por ansible. Logar podía comunicarse con casi cualquier lugar habitado, con pocas horas de retraso. Rara vez lo hacía.
Poco antes del almuerzo, al llegar a la sala de comunicaciones, vio el resplandor rojo de la señal de emergencia en todos los monitores. Sus implantes en muñeca y retina ya le habían avisado.
Una pequeña astro-recolectora pedía auxilio. El protocolo exigía motivo y diagnóstico: el soporte vital estaba a punto de colapsar. Logar autorizó la apertura de emergencia, envió instrucciones y desactivó el campo de fuerza.
Los remolcadores acudieron a la Sigma Arquemist, una nave dedicada a recolectar flora y fauna en mundos habitables del universo conocido. Tripulación pequeña, menos de veinte personas; expediciones financiadas, en parte, por contrabando: drogas exóticas para ricos nuevos y minerales luminosos para coleccionistas.
La nave emergió como una enorme beluga espacial. Como Alicia cruzando la madriguera del conejo, atravesó el portal. Su motor agonizaba; los remolcadores la guiaron con suavidad.
Mientras la nave se acercaba al muelle, Logar corrió a su camarote. Desempolvó un instrumento antiguo y precioso: una daga ritual para honrar a Kali.
Aquella noche, a la hora de la cena, su diosa tendría sangre. Su sacrificio. Y su ansiado silencio de nuevo.
Me había entregado a ello, en cuerpo y alma. Este era el instante en el que el paso del tiempo dejaría de tener el mismo significado. O tal vez no. Pero como se dijo una vez; Audaces fortuna adiuvat.
– Parámetros cargados, procesando ignición.
La máquina estaba preparada para el salto. Una lluvia de luciérnagas blancas empezó a arremolinarse junto a mí. Era necesaria una precisión milimétrica para lo que tenía en mente, estaba programado. Una oración, más no podía hacer.
Mi susurrada plegaria se convirtió en grito en el momento en el que el tiempo se quebró, como una copa de vino arrojada al suelo, llenando de un aura espesa, que impregnaba el espacio que transcurría alrededor.
Como un antiguo vinilo de Black Sabbath, que pinchado a contra dirección emitía un extraño mensaje, las agujas de mi reloj empezaron a marcar de derecha a izquierda.
Todo ocurrió rápido, sentí mi cuerpo estallar en mil pedazos, un segundo…
… Y ya estaba allí, con ella. Cruzando la calle. Con el sonido de espanto que tenían las ruedas cuando debían haber frenado antes. La agarré con fuerza y hubo otro salto entre el claxon feroz del que va a chocar y no encuentra con qué.
Caímos, y no había nada, ni camino, ni automóviles, ni olor a neumático quemado. Tan solo hierba, plantas y calma.
– ¿Qué ha pasado? ¿Qué haces aquí? – Me preguntó asustada.
Nunca he hecho una proyección astral. ¿Qué no sabes qué es? Sí, eso de que tu alma se salga de su cuerpo y campe por ahí alegremente mientras tu cuerpo yace en estado catatónico. Y no será por no haberlo intentado.
Cuando era un alocado adolescente, quedé prendado sin remedio de la preciosa vecina de abajo. Que, además de preciosa, estaba muy buena.
Me gustaba y también me asustaba. Le tenía un miedo atroz. Todo lo que tenía de guapa lo tenía de bestia, y vi varios enfrentamientos con hombres, que en intentos de un acercamiento romántico quedaron mal parados.
Recuerdo cuando se enfrentó con los obreros que trabajaban en la construcción de un edificio frente a casa. ¡Cómo la piropearon aquella tarde cuando pasó insolente y pizpireta caminando alegre por la obra! ¡Cómo gritaban ellos, cuando con cara de toro desbocado saltó la valla y se les abalanzó! No dejó ni un casco sin manchar de sangre.
En vez de seducirla directamente, empecé a coquetear con el esoterismo en busca de una solución para mi reciente mal de amores. Corrí a la librería más lejana, puesto que en la cercana me conocían y no me hacían caso. Me compré La Guía Práctica Esotérica Ilustrada con Pegatinas de los Arcanos Mayores. Y empecé así a adentrarme en el mar de los misterios ocultos.
Conseguí crear, según instrucciones de mi preciada guía ocultista, un perfume embriagador con propiedades atrayentes y me presenté muy confiado en la puerta de su apartamento al más puro estilo de Mario Casas en Tres Metros sobre el Cielo. Recibí un puñetazo en la nariz que me quebró el tabique nasal. De vuelta a casa, hecho un alma en pena sangrante, todos los perros querían montarme.
Intenté un hechizo de amarre con invocación espiritual incluida. El ente que acudió resultó ser el de la pescadera del mercado, que murió de intoxicación por sardinas en mal estado hace unos meses. Ella intentó convencerme de que en verdad me convenía su sobrina Paca. No se lo quise permitir, pero hizo lo que quiso y Paca apareció esa misma tarde por el barrio, buscándome desesperadamente con tres kilos de mejillones y dos de gambas. Por suerte no supo encontrarme.
Pospuse los hechizos de amarre cuando leí la posibilidad de verla en la ducha de manera oculta en una proyección astral. Y empecé a intentar los diversos métodos que existen para tal cometido. Empecé con la proyección mental por relajación meditada. Lo intenté esa misma tarde y desperté a las diez horas, muy descansado y sin haberlo conseguido.
Lo intenté por medio de un ritual, pero volvió a aparecer la pescadera, enfadada y resentida por no haber hecho caso a sus consejos y cortejar a Paca, no me concedió la experiencia extracorpórea. Y me amenazó con ser el alma en pena que aterrorizara mi morada.
El sistema de entrar en el plano astral por medio del sueño me concedió otras diez horas de descanso, pero no funcionó. Así que solo me quedaba tener una experiencia cercana a la muerte. Calculé concienzudamente la cantidad justa de matarratas mezcladas con aguardiente para poder pasar unas horas en coma. Animado por el presentimiento de que esta vez iba a salir perfecto y sintiéndome un tenaz hechicero, mezclé los ingredientes en el trayecto del colmado a casa y me lo bebí subiendo las escaleras. Me desvanecí en el último peldaño y bajé rodando, golpeándome en todos y cada uno de los escalones de mi edificio.
Es así como morí.
Y es así como no conseguí una proyección astral.
Antes de ir hacia la luz, como todavía me quedaba algo de humanidad, quise despedirme de la causante indirecta de mi muerte, mi vecina. Al entrar en su casa y verla desnuda con esa cosa tan larga colgándole entre las piernas, me di cuenta del engaño. Descubrí que era un policía nacional de incógnito que investigaba a un posible violador en serie en el barrio.
Es por eso por lo que ahora estoy en esta casa como poltergeist, señora médium, que ya es bastante lo que tengo con mi pena, como para que además tenga que estar lidiando con usted y sus preguntas dichosas.
—Hola, queridos seguidores. Para quien no me conozca, soy Ulanni. Bienvenidos al canal de La Colonia. Hoy vamos a preparar un poke de salmón —anunciaba la voz de la pantalla.
Cada mañana, mientras limpiaba el local, Ulanni recitaba sus recetas desde la holopantalla de la tasca. Alberto, trapo en mano, frotaba con terquedad los restos azulados de vino que manchaban la mesa.
—Ya sabéis que el salmón, una de las especies terrestres introducidas en nuestra Nueva Tierra Kepler, ha vuelto al río a desovar. Así que tenemos salmones frescos.
Pero Alberto no miraba la pantalla. Miraba más allá. Su mente viajaba a la vieja Tierra: a un sol despiadado, a una playa interminable donde la arena ardía y ella caminaba descalza, riendo como quien aún no sabe que un día se irá para siempre.
—Necesitamos arroz, brotes de rafia de la pradera, cebollino, pepino kerpliano, jugo de baya rosa, salsa de soja y sésamo —continuaba Ulanni—. Como veis, aquí tenemos el salmón fileteado. Yo lo corto en tiras, pero podéis hacerlo en cubitos. Lo dejamos marinar…
Recuerdos borrosos: el tintineo de su risa, labios ardientes, piel humedecida por río y azahar. Una fragancia hecha bruma, evaporándose en la memoria como cirio olvidado en la capilla de un convento.
—Este arroz procede del delta del Draco. Una taza por dos de agua, quince minutos. ¡Perfecto cada vez!
Tras la construcción del inesperado espacio-puerto, una pequeña esperanza se volvió oportunidad. Aquella tasca —refugio improvisado para no pensar demasiado— prosperaba. Era un negocio y también una trinchera: una manera de encogerse de hombros mientras esperaba lo imposible.
—Troceamos las verduras —seguía el vídeo—. En bastoncillos, para mantener la textura crujiente. Si las dejáis en agua fría… sí, así… perfecto. Cuidado con las espinas de los brotes de rafia. Ni una sola debe quedar.
A mediodía llegaría la nave. Siempre aterrizaba chirriando, arrastrando polvo celeste, y con ella rostros nuevos, historias recientes, hambre de comida de verdad. Ese hambre que solo aparece lejos del hogar.
—…Y ahora solo queda colocarlo en el bol. Recordad: la vista también come. Mirad qué bonito. Fácil, rico y nutritivo. Ah, y si habéis visto saltar a los salmones en el río… pedid un deseo. Los noruegos dicen que, si lo haces de corazón, se concede.
Entonces, la puerta sonó. Una silueta femenina interrumpió la quietud. Alberto levantó la vista. La realidad se quebró como una burbuja de sueño.
—Pero… ¿eres tú?
Y la sonrisa se hizo abrazo, y el abrazo beso, y las lágrimas corrieron como mares recién descongelados. Era la alegría pura, feroz, luminosa… de reencontrar lo que se había amado sin esperanza.
A Commodore lo adopté allá por el 88, esa época en que recién salimos del blanco y negro, 64 como cariñosamente se presentaba. Con sus 8 bits y sus 64K era muy espabilado para su edad. En el parque, era el más rápido, el que mejor cantaba y el más silencioso al esconderse. ZX Spectrum, que siempre iba con un radiocasete de doble pletina escuchando heavy metal y Amstrad, con sus gafas de sol tintadas de verde, se metían siempre con él, le llamaban bicho cuadrado y se jactaban de tener más videojuegos. Es que 64 era muy serio para su época.
Años más tarde, adopté a Amiga, la hermana de 64, muy lista y ágil, que vestía siempre a la última moda. Éramos felices los tres hasta que Amiga se echó de novio a 386, lleno de pegatinas e implantes, era un clónico sin nombre que pasaba el día colgado en el sofá. Se dedicaban a quemar DVD que luego vendían en el mercado negro para poder conseguir expansiones.
Pentium llego a mi vida con un pantallazo azul y empezó a coquetear con extraños sistemas operativos que se administraba directamente por USB, le afectaba en el sector de arranque y le producía bipolaridad. Pasaba varios días sin poder arrancar bien, vomitando código y con un profundo mal humor. Tuvo un enfrentamiento con un servidor IBM que le costó el despiece.
Macintosh vino a casa presumiendo de potencia y estilo. Era imparable, super-conectado, triunfaba en la red. Aunque de gustos caros y delicado de paladar. Con un potente síndrome workahocolico severo que lo hace trabajar hasta desmayarse, que ocurre varias veces por semana, se resiste como un jabato a pedir una jubilación ya tardía.
Estoy esperando ansioso que mi próxima adopción sea algún tipo de aparato híbrido, compacto, ultra conectable, multifuncional, ecológico, manufacturado de manera ética y si puede ser quirúrgicamente implantable. No pido mucho más, solo que sea barato y que me dure al menos diez años. Lo normal.
En un rincón donde guardo mis trastos más preciados, todavía tengo intacto a 64, con su lector de casetes y sus enormes teclas marrones, esperando paciente a que le cargue aquel juego que siempre quiso ejecutar.
El sudor helado resbalaba en la frente de Kendra. Un leve temblor en las manos era todo lo que necesitaba él, que estaba ahí fuera, sonriendo con su cara de ángel, para comprender que ganaba control. Fallo imperdonable pensaría su abuela.
– Sin confianza no hay pacto. – Su voz era calmada, suave, la melodía del sonido de sus palabras siempre la había cautivado. Qué mejor que las palabras para dominar la mente de una joven tan inexperta.
– Sabes que no me pondré en peligro.
– Llevamos mucho tiempo hablando de esto. Confía en mí.
El círculo, como le había dicho mil veces su abuela, es la frontera entre un quizás y una agónica muerte. Por otro lado, “sigue tu instinto” era su frase favorita, bella oración para animarla en sus estudios y en sus alocados proyectos. Con él, su intuición, le advertía prudencia, y también le aseguraba que sÍ era posible una relación de confianza, que no buscaba su mal.
Aunque si esa insensata corazonada naciera de la maravillosa necesidad de comprobar lo suave de su pelo, y de cómo se deslizaría su mano sobre él, estaría perdida. En un mar de dudas, ahí, el centro del círculo, vestida solo con el relente de la noche y el reflejo de la luna llena, mirando el crepitar de la hoguera por no mirarlo a él a los ojos. Tan tierno para haber salido del mismísimo infierno que solo una mirada era suficiente para ablandar la coraza más gruesa.
– Kendra, nos conocemos, es la única forma. Si no me abres el círculo…
– ¡No puedo!
– Entonces, déjame ir.
Hace ya unos meses que lo trataba. Lo hacía invocándolo como Acham, cada jueves, aunque ese no era su único nombre. Se mostró astuto y cauto, aun cuando también se comportaba amable y comprensivo. De palabras dulces como deliciosos parecían ser sus labios. Contaba historias conmovedoras de cuando ellos eran dioses y fueron derrotados por el Todopoderoso. Pronto se interesaron el uno por el otro e hicieron planes. Un pacto de enseñanza mutua.
– ¿Qué hacemos Kendra?, ¿me vas a dejar ir?
– No, espera.
– ¿O es que no te atreves?
En un arrebato, Kendra, de manera violenta, borró con su desnudo pie la fría línea de arena blanca que les separaba. Un instante fue mucho comparado con lo que tardo él en derribar de un zarpazo a la joven. Ella quedó sentada en el suelo con la expresión de sorpresa y la sangrante marca de la garra de aquel demonio, que dijo con su agradable voz:
– Lección número uno. No rompas jamás el círculo. Bajo ningún concepto.
Hola, amigos, soy el doctor Grifunder de Fru. Mis colegas y yo, especialistas en endocrinología, llevamos una importante investigación en la Universidad de Chewsntown de Massachusetts que revolucionará el concepto que tenemos sobre las hormonas.
Todos sabemos que las endorfinas y la oxitocina tienen unos efectos de lo más deseados, en anteriores investigaciones confirmamos que producen numerosos beneficios para nuestro cuerpo. Las endorfinas con efectos analgésicos y relacionados con la felicidad y la oxitocina con efectos parecidos, que con suficiente cantidad, hasta produce capacidad empática. Estas y tantas otras hormonas son producidas por el cuerpo y liberadas según se necesite. Cuando tenemos sexo, por ejemplo, es una de las formas más agradables e inofensivas de que estas hormonas sean liberadas al torrente sanguíneo.
Pero como dice el dicho, no todo es orégano si en el monte no amanece más temprano. Según nuestro estudio, existe una forma de contaminar dichas hormonas y producir un efecto contrario. Un estado, de insatisfacción, estrés y ecpatía, casi rozando a la psicopatía. Y esto ocurre en una relación sexual no satisfactoria.
Contamos 50 parejas voluntarias sanas y equilibradas, un periodo en las que procuramos con una serie de incentivos sexuales, en la que su comportamiento y su eficiencia eran ejemplares. En otro periodo de tiempo, los equipamos con un dispositivo que interrumpía el coito con una serie de descargas eléctricas en los genitales, inofensivas pero molestas, que producía inestabilidad emocional y mal humor en los voluntarios. Logramos demostrar así la función del coito como reguladora social.
Sospechamos que el mal coito tiene un potente efecto social, que no solo afecta al día a día, sino que nos atrevemos a pensar es causa de conflictos masivos internacionales, quizás hasta guerras. Históricas parejas como Napoleón y Josefina nos pueden dar pista de cómo nos puede afectar en sociedad e incluso en política un sexo no satisfactorio.
La moraleja de este estudio es muy sencilla; amigos, procuren disfrutar todo lo que puedan y no sean mal follados.
– Sí, ya va, ya va, cervezas de las que os gustan a los enanos.
– Oye, camarero, ponéis aquí algún aparato para ver partidos de Pelota Percutada.
– Aquí solemos hablar más que ver pantallas, pero veré que se puede hacer.
– Pues sería genial. Se te llenaría esto de enanos.
– Me veo con el local destrozado. Nunca he oído ese deporte. Pelota Percutida.
– Pelota Percutada
– Eso. ¿En qué consiste?
– Ah, es muy divertido. Lo primero es meter en un barril de cerveza a los participantes, un barril por jugador, claro.
– Sano el deporte según veo.
– una vez que esté bien remojado en cerveza, se tiene que haber bebido más de la mitad, si no se ahoga, se le da un mazo y un escudo de madera.
– Y es ahí donde empieza la matanza.
– Exacto, ya veo que entiendes el concepto de tan noble deporte.
– Sí. Masacrar todo lo que se mueve. Lo que no entiendo es que pinta la pelota en esa batalla.
– Es muy importante, es una pelota de madera maciza de haya, y se va disparando al campo.
– Por si queda alguno en pie, ¿no?
– Exacto, eres un experto en deportes, camarero.
– ¿Y hay árbitro?
– Muy importante, Aunque no hay reglas claras en este juego, todo lo mas que hayan bebido suficiente cerveza.
– ¿Entonces? ¿Para qué es el árbitro?
– Para tener a alguien al que perseguir al finalizar el partido. Los jugadores suelen estar inconscientes y no es tan divertido.
– En fin. ¿Cómo os fue la aventura de la búsqueda del libro?
– Ah, ¿aquello?, se quedó en nada. Al salir de aquí al trasgo se lo comió un basilisco. Y nosotros nos entretuvimos comiéndonos al basilisco. Ahora estamos buscando otra vez un elfo. ¿Sabes de alguno?
Los métodos de Padre eran fríos, calculados y sobre todo inexorables. Yo lo entendía, no lo compartía. Pero así son las normas. Tristes normas de convivencias en un mundo lleno de carencias. Así que decidí acceder.
Ahí estaba él, en la puerta, esperando a entrar. Guapo, avispado, con esa mirada de inocencia de niño que espera en secreto a que Papa Noel entre cargado de regalos. Hace dos años que Padre me lo asignó. Mi cuerpo me lo pedía, la soledad también. Le conocía profundamente. Había estudiado cada segundo de su existencia. Lo había desnudado en cuerpo y alma. Eso sí, desde la distancia, en la sombra. Ahora debía entrar y dominar mis miedos.
– Oye, yo… No… No sé si estoy preparado para esto. -Me dijo al entrar, revolviendo los demonios que me atormentaban. Los que se alimentaban de mis dudas.
– ¿Y si damos un paseo? Así te enseño la ciudad.
La brisa de la mañana fue liberándome de la desidia. Parece mentira lo poderoso que podía ser unos rayos de sol, buscando mi piel, en una cárcel de hormigón y cemento. El efecto en él, supongo que fue parecido, pues empezamos a hablar; de nosotros, de nuestra vida, algo que ya conocíamos, sí, pero no habíamos tratado en persona. Y ocurrió algo que no esperaba. Me sentí acompañada por ese desconocido que hoy se presentó por primera vez en mi vida ante mi puerta.
Sonreía mucho, su mirada era alegre, más allá de los fríos videos y fotos que compartíamos, de las comparaciones e informes que no dejaban traspasar la calidez de una mañana como la de hoy. Eso echaba de menos.
– Creía que iba a ser más difícil. Pero ahora al menos estoy seguro de que me caes bien.- Me comentó él animado por la charla.
– Sí, pero creo que no nos conocemos.- Hablaron mis dudas.
– Padre me fue enviando todo sobre ti, es extraño, pero te conozco bien.
– Conoces lo que Padre sabe de mí. Lo que ve, y lo que digo. Pero no conoces lo que no digo.
– Pero Padre es…
– … Es una máquina.- Había miedo en su mirada, Quizá había alguna absurda ley quebrantada por mis palabras. No había grandes castigos, solo difíciles soluciones.- Padre es una máquina creada por humanos. También tiene fallos.
– Bueno, tenemos una semana para decidir. A mí me gustas, respeto tus dudas. Tomate tu tiempo.
– A mí también me gustas. Eso creo. Solo que no creo que sea la forma. Necesito libertad, en esto y quizás en todo. En todo lo que tiene que ver con mi vida.
– Creo que por hoy ya he tenido demasiadas emociones ¿Nos vemos mañana?
Me di la vuelta, confusa, frustrada. Todas las personas que conozco hacen esto de forma automática, se someten, obedecen los consejos, se emparejan y viven felices el resto de sus vidas. ¿O no es así?
Fue entonces cuando lo vi, estaba allí, frente a mí, ya había visto ese cartel otras veces y me parecía una estupidez. Pero ahora no. De repente sentí necesidad de compartir algo más con él. Titubeé un largo segundo y le llamé;
– ¡Espera!- Él caminaba lento, cabizbajo, nadando entre las dudas que habíamos sembrado y las que nos habían impuesto. La sorpresa fue quien le hizo volver.
– Quiero enseñarte algo, Pero antes ven aquí. Necesito algo de ti.
Le abracé, fuerte, sin esperarlo, al principio el dejo los brazos flotando en la duda, pronto apretó fuerte fundiendo sus labios con los míos, en un largo instante, infinito, que no se quería acabar. Lo que ocurriera después será definitivo.
Forme parte de la colonización extra-planetaria. Disponible plaza para emplazamientos coloniales en Kepler y Teengarden b. pulse aquí para más información.