
El camino era largo y escarpado, un inmenso sendero maltrecho y lleno de barro en estos días húmedos, hacía que llegar a la vieja y deslucida cabaña fuese una bendición. Abrió la agrietada puerta escuchando la siniestra llamada de auxilio de las bisagras, a lo mejor la engrasaba un poco luego, pero ahora quería descansar, la noche iba a ser larga. Descargo la enorme mochila en la entrada, y se tumbó en la rechinante cama. Dirigió su mirada azul a las telarañas del techo y respiró en paz. Era urgente la necesidad de estar sola, pero, a su modo, también era una experiencia gratificantemente salvaje.
Casi se había dormido cuando escuchó jaleo fuera de la casa. Agudizó el oído y escuchó pasos, risas, conversación en susurros. Aterrada, salió a comprobar quién era. Dos hombres de aspecto cansado subían el último tramo del sendero. El más alto reía sin parar a pesar de haberse quedado casi sin aliento. El más corpulento quedó atrás, sentado en la roca más lisa, respirando fuerte, mareado por la ascensión.
– ¿Qué hacen aquí? Esto es una propiedad privada. – Tenía que echarlos de la montaña, rápido, antes de que anocheciera. Quedaba poco.
– Oye, después de la caminata vamos a descansar un poco y luego ya veremos. – Dijo el alto, aproximándose. El otro, ya de pie, empezó a acercarse.
– Este lugar es peligroso, tienen que irse.
– Si cariño, muy peligroso, pero nosotros somos muy duros, ¿verdad Paco? – El más robusto a duras penas podía respirar, no respondió.
– Se va a hacer tarde, corren peligro aquí.
– ¿Qué peligro hay aquí? Sabemos que estás sola, te hemos visto subir.
– Hay lobos.
– Bueno, nos dejas entrar en la casita, te protegemos y jugamos un ratito.
Respirando profundo, cerró la puerta y se apoyó en ella. El sistema de cierre era un tablón rudimentario que se colocaba atravesado que, al no haber considerado la necesidad de bloquear la puerta, lo había dejado lejos. Pensó en huir, así que cuando el grandullón empujo la puerta, ella había salido por una de las ventanas.
– Corren peligro, os lo he advertido. – gritó mientras salía por la ventana.
– Pero ven, gatita, no escapes, te lo pasarás bien con nosotros. ¿Verdad, Paco? ¿Paco? Venga, coño, espabila, que se nos escapa la pava.
Corrió hasta perderse entre los árboles, calculando el tiempo, se sentó en el risco frente al acantilado y se permitió disfrutar de la puesta de sol, no se escondía, no le hacía falta. Quedaba un suspiro de sol y ella había hecho un círculo de piedras a su alrededor. Hizo una reverencia al astro rey mientras era engullido por las montañas y se quedó de pie, mirando al bosque y escuchando la maleza crujir.
– ¡Aquí estás! Ven, que te vamos a proteger – Los dos hombres aparecieron, apartando las ramas de los árboles de alrededor. Aunque la claridad era todavía suficiente para distinguir detalles, ellos llevaban linternas. Al verlos, ella sonrió al ver la cara que habían puesto. Su ropa, amontonada a un lado del círculo, su pelo ondeado por el viento. – ¿Pero qué haces así, mira, Paco, ¡quiere que juguemos con ella!
-¡No! – Dijo en el mismo momento en que la luna llena apareció entre las nubes para dejar su reflejo sobre el cuerpo desnudo de la mujer. – Yo jugaré con vosotros.
Su mirada se iluminó de rojo, su cuerpo se elevó varios centímetros del suelo y empezó a cambiar, su cuerpo oscureció con las sombras, al volver a pisar la tierra, ya no eran pies ni manos, eran garras, empezó a husmear el aire, buscando a los dos hombres que ya no estaban, habían huido corriendo al comenzar la transformación.
Ahora era tiempo de cazar.
Korn – No Place to Hide