
Ella bailaba sola, como si no hubiera mundo a su alrededor, como si la melodía de trote de caballo fuera una barrera de cadencia sagrada y porte místico, que procurase el aire que la mantiene viva. Como los sufíes giraba, inconsciente, sintiendo revivir en cada vuelta.
Su mirada, luces verdes chispeantes en deseo, me dijo que me quería a su lado. Y yo, que obedezco siempre que se habla de instinto, me abrí paso en la marea de los perdidos, moviéndose sin control en sus ilusiones nocturnas de danza y delirio y me puse a su lado, bien cerca.
Sonrió y saboreé peligro, sentí el roce de su cuerpo impulsado por la aglomeración y no tuve mas remedio que rodear su cintura con mis dedos y contarle al oído un secreto, que respondió con sus labios y me dijo: “De acuerdo, juntémonos lejos y conozcamos mejor nuestros miedos.”
Dulce sensación de mala ventura, de su mano, en la calle de las penumbras, extraviándonos en el parque más cercano. Bajo la farola, un beso, cientos en el camino, adentrándonos entre los árboles, encontrando íntima la oscuridad del vedado. En busca de aquel lugar lejano, olvidado del paso de los que quererse querían, allá donde poder tenerte encima y continuar a solas nuestro baile agarrado.
Peligro sublime, el de mi cuello, al sentir tu aliento erizar mi piel, ansias de su sed que rozaba el recorrido de mi sangre, que latía por ti mis venas en el camino de su boca. Afilados colmillos asomaban, tras tu verde mirada de sorpresa, pues afilada era mi argenta daga, la que atravesaba en secreto su espalda.
– Esta vez fue el cazador quien se transformó en presa.
Susurré en su oído mientras el viento se llevaba su esencia.
– Esta vez perdiste mi dádiva de vida, ofrenda de amor eterno.
Se hizo olvido entre mis brazos, desprendiéndose de mis manos, tan solo quedó pavesa esparcida por la brisa del otoño.
The Jasmines – Love Son for a Vampire (Anny Lenox)