
El mar era tan verde y calmado que parecía poder caminar en él, iluminado por un distante sol rojizo inmóvil en una puesta del sol eterna, así era la postal que sujetaba en la mano mientras miraba un horizonte turbio, lleno de neblina, se sujetaba fuerte la gorra, que amenaza por el fuerte viento, no quería permanecer en su cabeza.
– Lo único divertido que hay aquí es que puedes saltar del segundo piso a la piscina sin hacerte daño. Siempre que no esté congelada, claro.
– ¡Qué va! La diversión está aquí.
Entraron en la extraña puerta redonda que, imitando a una cueva, quedaba en un lateral de aquel montículo rocoso. En el interior, un gigantesco lago interior, iluminado por ventanales y un sistema de luz exterior refractada, creando un paisaje digno de cualquier playa de Hawái, palmeras y surferos incluido.
En la entrada pagaron una fortuna, le pusieron una pulsera de plástico verde fluorescente y le dieron una copa de un vino espumoso color arcilla de extraño aspecto y peor sabor. Las chicas paseaban en bikini y sonreían divertidas, y la agradable temperatura hacía pensar en pasar un rato en la orilla, descalzo, mirando a la gente pasar.
– Esto tampoco está tan mal.
– ¡Ya lo creo! La bebida es gratis enseñando la pulserita, la comida no, pero no es muy cara.
– ¿Has visto? Hay un montón de chicas.
– A que te gusta, ¡Eh!, fíjate a tu izquierda.
– Me está mirando, ese pedazo de rubia me está mirando.
– Sí, te mira.
– Nadie jamás me ha mirado así.
– ¿Te gusta?
– ¡Claro que me gusta!
– Es una androide.
– ¿Qué?
– Es una chica artificial, hecha con un polímero orgánico sintético ¿A qué dan el pego?
– ¿De verdad?
– No, son de mentira, pero van incluidas con la pulsera.