
– ¡Míralo! ¡Por ahí viene!
Agapito salió de su trabajo cuando todavía no eran las cuatro de la tarde. Caminaba sin ánimos, arrimado a la sombra de los árboles por el paseo de La Castellana. El calor le hacía estragos en forma de sudor, que perlando en su amplia frente, le hacía maldecir el verano.
– ¡Está cerca! ¡Prepárate!
Lejano en pensamiento y con prisa por llegar a casa, Agapito cruzaba la zona con la celeridad que le permitía su cansado cuerpo. El trayecto era largo y la temperatura ambiente ejercía de resistencia para una caminata cómoda.
– ¡Cuenta atrás! ¡Cuenta atrás! Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco…
Su imaginación se disparó al cruzarse con la vecina del perrito. (cuatro) Siempre había contacto visual y un tímido hola. (tres) Esta vez hubo algo más, en su fantasía, claro. (dos) Soñó despierto con un “¿Qué tal estás? Aparte de preciosa (uno) ¿Querrías venir a tomar un café?”
– Aprieta, que ya está aquí. (cero)
Agapito sintió en su uniforme nuevo algo denso y caliente que, caído del cielo, humeaba a verano y olía a estiércol de ave. Al mirar la solapa manchada con dos rastros iguales, de color blanco y textura desagradable, tornó rojo de la rabia y gritó fuerte a la copa del árbol más próximo.
– ¡Hijas de putaaaaa!
Agapito agarró con rabia de la papelera un botellín de cerveza vacío, y lo lanzó con fuerza al cielo. Desde la rama reían con ganas, como solo las palomas lo saben hacer. Esquivar la botella no les supuso ningún esfuerzo, pero decidieron alzar el vuelo y dejar a Agapito allí, con el traje manchado y sus sueños rotos.
– Oye, Curruquez, ¿De verdad que estos humanos están por encima de toda la cadena alimentaria?
– No sé, Palomez. Pensar que muchos animales viven de sus alimentos y en sus refugios, me hace pensar lo contrario.
– ¡huy, mira! ¡Coche rojo! Apunta, Curruquez, apunta.
Igorrr – ADHD
