
La conocí una noche de luces brillantes conectando mentes, rima fácil en letras de Shakespeare y elegancia grotesca de tambores lejanos. Me fijé en su mirada atenta, ardiendo en verde, en su pelo ondeando al viento, lento a pesar de las prisas y de su marca en el hombro de una enorme tarántula grabada a tinta.
Al poco tiempo nos cogimos de la mano y gritamos atentos al escenario, nos sabíamos todos los versos y cuando no, nos comíamos a besos, hasta pasar de tonada, o hasta que nos acordábamos de la gente a nuestro lado que empujaban de envidia al ver nuestras caricias sin importancia ajena.
La luz encendió nuestra necesidad de intimidad, una mirada cómplice con una invitación a una copa. “Vamos a mi casa”, me dijo, “ahí son más baratas”. Cruzamos la calle de los enamorados, buscando fuego en la parada del metro, contando segundos en el trayecto.
En el portal un beso, entrando desenfreno, arañamos el sofá, volcamos la pecera, dimos cuenta del suelo. Nos amamos hasta la luz del sol, no hasta decir basta, hasta quedarnos secos.
Sin tiempo para dormir, quiso contarme un secreto, me dijo que me lo enseñaría, que esperara un momento. Esperé un instante y solo recibí un grito, escuché un misterio de un vivero tumbado. ¿Sería aquello que tiramos de tanto amor?
Sí, estaba en lo cierto. Estaba encima de mí, trepando lento, sus patas peludas subían por mi pecho. Lullaby, vino a mi mente, al ver la araña tatuada en el brazo de ella caminando por mi cuerpo. Ese era su secreto, alimentaba a su mascota con las sobras de sus amantes.
(Se deshizo en risas luego)
The Cure – Lullaby


