
Una sombra.
– ¿Miguel?
La figura salió desde las brumas, despacio.
– Hola, Miguel… ¿Eres tú?
Despacio, caminando con la lastimosa parsimonia de una danza fúnebre, suspiro agónico por llegar de entre las sombras.
– ¿Miguel?
Acercándose lentamente con marcha suplicante, como si la carencia de alma fuera una característica del movimiento, desplomando su peso en cada paso, con un esfuerzo inconsciente para mantener la cadencia sin caer despedazado en el suelo.
– ¿Estás bien?
…
“Que pregunta más curiosa” susurraba en forma de melodía su agónica mente, mezclada con la confusión de ideas que perecían en el fondo de su cerebro, la constante destrucción de recuerdos que iban quedando agrietados en un rincón, como fotografías viejas, quemadas por el tiempo y, sobre todo, por la aparición del hambre. Hambre atroz, que lo envuelve todo, su cuerpo, su estómago, su ser. Apresurándose sin conseguirlo bien, fue consciente de que la pregunta correcta era otra. “¿Estarás tú bien si logro atraparte?”
