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  • Liturgia de un deseo

    Liturgia de un deseo

    Se sentía sucio.
    Sus manos, sus ojos, su piel.
    Todo supuraba un hedor vil a verbos condenados, a lujuria o fornicio.
    En la autocomplacencia estaba el castigo, pero esto era aún peor.

    Y sin embargo la tentación —¿qué iba a entender yo de instinto?— era más fuerte.

    Ahí estaba: contemplando la delgada línea de sus curvas.
    El chasquido eléctrico de la ropa deslizándose,
    esa sonrisa etérea que más allá de sus sueños quería heredar a los míos.
    Resbalándome con ella:
    en el ruido del agua de la ducha,
    en su respiración reclamando caricias,
    en mis manos rompiendo en lágrimas.

    Oscuro es el castigo por solo poder mirar.
    Aquel día frío en gimnasia.
    El ladrillo quebrado y su grieta en las duchas.
    La mano que me alzó por la oreja.
    El pecado, decían, se escarmenta en varas,
    en cruz de rodillas,
    con la pared por testigo.
    Esa misma pared que antes acariciaba mis mejillas
    en el ocaso de mi olvido.

    Tras tanto tiempo sangrando,
    de conocer el “pecado”,
    de procesiones ocultas por temor al látigo,
    de esquivar el dedo firme de quien teme mis instintos,
    entendí algo:La mirada casual, inocente, de aquel niño
    no mereció jamás tal castigo.

    Joaquin Sabina – Pongamos que Hablo de Madrid

    ¿Qué fue lo primero que te hicieron sentir “pecado” siendo inocente?

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