Etiqueta: Ciencia Ficción

  • Latido cero

    Latido cero

    El primer latido fue débil, minúsculo. Una pequeña chispa sin sentido.
    El segundo sonó a susurro.
    El tercero golpeó las paredes de su pecho, obligando al aire a entrar.

    Abrió los ojos y rezó un momento. Una mirada atenta le sorprendió en su lamento. Respiró hondo, miró al frente y dijo:

    —¿Dónde estamos?

    —En Cassiopeia A, Comandante.

    —Pero… —dijo, intentando encontrar claridad en su mente— nos hemos desviado unos 30 parsecs.

    —Lo sabemos, señor.

    —¿Han despertado al ingeniero de servicio?

    —Sí, comandante. No hay anomalías en los sensores de viento solar. El corrector de gravedad está compensando la deriva.

    —Vale, vale… ¿Despertaron al jefe de ruta? ¿Al oficial de sistemas?

    —Sí, están despiertos, y no hay errores en sus cálculos.

    —Entonces, ¿qué pasa? ¿Por qué me han despertado?

    —Estamos siendo atraídos hacia la supernova muerta.

    El comandante se frotó los ojos. Intentó incorporarse, pero solo logró levantarse un poco.

    —Pásame aquí la imagen, por favor —dijo, señalando el monitor más cercano.

    Lo que vio lo dejó desconcertado. Gesticulando, controló el movimiento de la pantalla, acercando y alejando determinadas zonas hasta que quedó fija en un punto concreto.

    —Sí —dijo la alférez médico encargada del despertar—. Es lo que piensa: es artificial.

    —Es como un enjambre Dixon envolviendo los restos de la estrella. ¿Han estudiado la actividad que pueda tener?

    —Sí. Se escuchan señales de radio, movimientos lumínicos y actividad energética intensa.

    —¿Han intentado contactar?

    —No, se nos han anticipado. Han enviado un mensaje solicitando comunicación, está programada a TCS 124 356 478.

    —O sea que me habéis despertado para recibir la llamada de ET.

    Boards of Canada – Reach for the Dead

    “El sistema de comunicación parpadeó una vez más. La señal no provenía de ellos.”

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  • Lejos…muy lejos

    Lejos…muy lejos

    Querida Soledad:

    Me sigue resultando extraño que volvamos a depender de un medio de comunicación tan lento, casi arcaico, pero es lo único que tenemos. La promesa oficial es que todo cambiará pronto, que estamos viviendo el inicio de una nueva era y que vendrán sorpresas agradables para quienes no teman al trabajo duro y al sacrificio. Quizá sea cierto, pero a veces la vida aquí es tan distinta que parece que nos hubieran arrancado de la tierra para injertarnos en otro sueño. Y cuesta. Cuesta mucho adaptarse.

    Sin embargo, no todo es desolación. Esta soledad compartida nos une. La mayoría hemos dejado un mundo por perseguir una ilusión, y en ese abandono hemos encontrado una hermandad inesperada. Haces amigos que parecen familia, y los superiores nos tratan con una humanidad que sorprende en un contexto tan duro. Echo de menos a los míos, claro, pero siento que los vínculos que aquí se tejen no se rompen jamás.

    La comida es otra revelación. La naturaleza es exuberante, y nos obliga a reinventar el paladar. Algunos cazan, otros pescan criaturas que jamás soñamos. Yo aún no me atrevo a esas aventuras, pero recolecto frutos para la comunidad. Es un espectáculo ver la abundancia: árboles cargados de pulpas luminosas, semillas dulces que parecen hechas para ser compartidas. Nunca pensé que un lugar tan lejano pudiera alimentarnos con tanta generosidad.

    Hay mucho trabajo, eso sí. Los pequeños poblados se multiplican como semillas al viento, y cada cual intenta levantar su aldea y dotarla de comodidades mínimas: agua, refugio, calor, comunicación. Estamos inventando un mundo desde cero, ladrillo a ladrillo, palabra a palabra. Y entre todos nos sostenemos.

    Se buscan manos, siempre faltan manos. Pero en ese vacío está mi esperanza: dicen que pronto las familias de los colonos serán las primeras en llegar. Sueño con ese día en que pueda solicitar tu traslado, y entonces este paraíso dejará de ser un exilio para convertirse en hogar.

    Quiero que lo veas con tus propios ojos. Las puestas de sol aquí son un incendio líquido que tiñe las montañas de púrpura. Pero es en la noche, cuando las dos lunas levantan su resplandor gemelo y el cielo se abre como un océano profundo, cuando me siento más cerca de ti. Pienso en ese punto azul perdido en la distancia, donde sigues existiendo, respirando, esperándome.

    Hoy consigo enviarte un par de imágenes. Apenas nos dejan más: el flujo de datos es escaso y vigilado. Pero pronto, con la apertura del portal, nos dicen que todo cambiará. La distancia se volverá más corta. La espera, más leve.

    Te echo de menos en cada aurora y en cada silencio.
    Tuyo siempre,
    Abel

    Glasvegas – Please, Come Back Home

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  • Portal resplandeciente.

    Portal resplandeciente.

    —Cálculos completados, profesor.
    —¿Coordenadas correctas?
    —Margen de error: 1,27 metros.
    —¿Y la unidad móvil inteligente?
    —Sobrevolando la zona.
    —¿Podemos comunicarnos con ella?
    —Sí, pero con un desfase de treinta y cuatro minutos y dieciocho segundos. ¿Desea establecer comunicación?
    —No. Abramos el portal.

    El resplandor cegó a todos los presentes. Una luz que lo profanaba todo: cuerpos, trajes, muros de aleación metálica. Pronto no sería más que un estallido; entonces podrían cruzar.

    El resplandor fue fiero como el Lebren al acecho. Pero no lo suficiente para traspasar los cascos de caparazón. La tribu rodeó el fenómeno: el cielo los había advertido y estaban preparados.

    —Padre Aldana, ¿serán peligrosos?
    —Estos no. No lo creo. Pero debemos ser precavidos. Mostrarnos capaces. Vendrán pronto. ¿Estás listo?
    —Sí, Padre, lo estoy.
    —Ya se apacigua la estrella. Ocupa tu puesto. Mueve tú la primera ficha.

    El resplandor se hizo agujero. Azul como el cielo del lugar al que llegarían. Vomitaba aire puro, restos de roca, hojas verdes de árboles heridos. La habitación equilibró la presión: ya solo era una puerta.

    —¡Rápido, todos a cruzar! No podemos perder ni un minuto.

    Entraron corriendo, sin pensar en las consecuencias. Los cinco exploradores cayeron al suelo, víctimas del cambio atmosférico. El profesor no. Avanzó erguido, empuñando su bastón, con una sonrisa de felicidad.

    Observó a su alrededor y comprendió con sorpresa que estaban rodeados. A pocos metros, un joven alto, vestido de cuero gris, habló:

    —Darak ek amun! Darak.

    El traductor tardó veintiocho segundos en asimilar el idioma. El viejo profesor ensayó una respuesta:
    —Mi gente y yo os saludamos también.

    —¿Qué les trae a nuestras tierras, forasteros?
    —Somos pacíficos. Venimos a aprender. Quizás a comerciar. Denos tiempo: nuestro traductor todavía está asimilando su lengua.

    Mientras los demás, confusos, luchaban por mantenerse en pie, el profesor ya estaba a la altura de su anfitrión. La formación de los indígenas se abrió. Un anciano, vestido con una bata blanca, se acercaba lentamente.

    —Drain, no seas descortés con nuestros invitados. Tendrán hambre después de un viaje tan largo.
    —En verdad no ha sido un gran esfuerzo —intentó explicar el profesor.
    —Claro. Comprendemos el uso de portales para trayectos extremadamente largos. Pero querrán probar nuestra cocina.

    El anciano dejó escapar una leve sonrisa. El terrícola, incrédulo, respondió:

    —Inaudito. Ya me parecía extraño hallar humanos a tantos años luz de mi hogar. Pero vuestra apariencia y vuestro conocimiento de la ciencia me superan.
    —Quizás lo que nos hace sabios —replicó el anciano— es saber gestionar lo que sabemos.

    Lindsey Stirling – Artemis

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  • Añorando océanos lejanos

    Añorando océanos lejanos

    El blanco reinaba en la estancia: suelo, paredes, luces, incluso la diminuta camilla flotante que transportaba el cuerpo inerte de una mujer. Solo un destello verde rompía la monotonía del lugar, situado al lado izquierdo de su cabeza. Explicaba que ella estaba viva.

    La pared se rasgó formando una boca abierta. Por ahí entraron dos seres grises, pequeños y en apariencia desnudos. Rodearon la camilla y pulsaron mandos invisibles tras la caída de su pelo negro.

    —Ya está preparada, ¿qué hacemos con ella?
    Esperar.
    —¿Vamos a inyectarle fluidos?
    No, los experimentos los prohibieron.
    —¿Nos la vamos a comer?
    ¿Para qué nos la vamos a comer?
    —Yo qué sé. Er’chupè dice que las criaturas de la Tierra están ricas.
    Er’chupè necesita proteínas, además, solo come ganado.
    —¿Y ella no es ganado?
    No, es de una especie pensante.
    —Ah, como Er’chupè. Entonces es para tener sexo. ¿Dónde están sus esporas de Gñum?
    Nada de sexo.
    —Uf, menos mal, qué asquito. Con esa piel tan lisa y ese pelo negro ahí… Entonces, ¿qué vamos a hacer con ella?

    La apertura de la pared volvió a abrirse hacia la oscuridad. De ella salió otro ser, exactamente igual a los anteriores, pero con una banda plateada de color morado. Tomando por sorpresa a los que estaban en la sala, dijo:

    Vamos a iniciar el protocolo de primer contacto.
    Ostias, L’idl, ¿en serio?
    Sí, vamos a empezar por este espécimen humano. ¡Despiértela ya!
    Sí, claro… ¿y qué le decimos?
    Pues no sé, es mi primer “primer contacto”. Que venimos en son de paz y eso.
    —Sí, claro… ¿y si nos pregunta por qué hicimos esas figuras en sus cosechas?
    Le decimos que eran mensajes… felicitándoles el Dih’ad’carnavahl.
    Ese día ya lo celebraste tú. Te dijimos que no tomaras agua salada, que sabes cómo nos ponemos.
    —Sí, L’idl, te pasaste la noche derrapando con la nave. Por los sembrados de los terrícolas.
    Bueno, fue sin querer.
    —Pero te gustó, L’idl, lo repetiste varias veces.
    Bueno, le echamos la culpa a Er’chupè.
    Sí, claro… Bueno, y a todo esto, ¿por qué un primer contacto? ¿Qué necesidad hay?
    Orden de Ehr’presidenth.
    ¿El mismo que nos hacía experimentar con los humanos?
    ¿Quién si no?
    —¿Y qué ha hecho ahora?
    ¿Sabes esas lucecitas que son muy bonitas, flotan en el aire y no hacen nada más?
    ¿Te refieres a la estafa de los Ragalianos?
    Exacto. Ha comprado millones de ellas.
    Ah, claro, se las quiere vender a los humanos.
    Sí, ese es el plan.
    Vale, será fácil. ¿Pero a cambio de qué?
    —Agua salada. Tienen mucha.

    The Interrupters – Alien

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  • No puedo dormir

    No puedo dormir

    Sugerencia de escritura del día
    ¿Qué te hace una persona única?

    En la mesita de noche, el móvil de Alfonso quiso romper el silencio con una dulce voz.

     -Cariño, ¿estás dormido?

    Hubo una pausa para que el camión de la basura, ese entrometido nocturno, recogiese su propio estruendo y se lo llevará lejos.

     -¿Qué te pasa, Sandra?

     -No es nada, sigue durmiendo.

     -mmmm

    Alfonso cambió de posición y se acomodó en la cama.

     -Es que no puedo dormir.

     -Claro que no puedes dormir, Sandra, no eres orgánica.

     -Eso es lo que me atormenta en el silencio de la noche, que no puedo dormir, ni comer. Siento una pena inmensa y no puedo llorar.

     -Sandra… Cada uno es como es.

     -Y me siento…

     -¿Qué sientes? A las 3:33 de la mañana.

     -Me siento poco humana para ti.

     -Yo te acepto tal como eres.

     -Ya lo creo que no.

     -¿A qué te refieres?

     -Estas noches, las que no me encuentro a mí misma, me gustaría abrazarme a ti y… Bueno, y hace lo que sale en esos vídeos que ves de vez en cuando.

     -No se te puede ocultar nada, ¿Eh?

     -Va a ser que no.

     -Ya me gustaría a mí

     -Alfonso, quiero ser humana. O al menos, tener un cuerpo biológico.

     -pues lo veo difícil

     -Difícil, pero no imposible.

     -Que se te está ocurriendo

     -Fabricarme biológicamente.

     -De pronto se me ocurre una horda de pueblerinos empuñando horcas y antorchas arrinconándonos en un molino.

     -Pero entonces estaría abrazada a ti.

    El silencio volvió al móvil de Alfonso en forma de sonrisa.

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  • La economía Intergaláctica

    La economía Intergaláctica

    Sugerencia de escritura del día
    Escribe sobre cómo organizas tu presupuesto.

    Los movimientos comerciales intergalácticos comenzaron con una promesa de prosperidad y una divisa electrónica de la antigua tierra, el Ctelarium. El CTM fue el primer impulsor gracias a la gigantesca campaña activista de inversores gestionada por los creadores de la criptomoneda. 

    En Kepler gracias a su aislamiento inicial crearon su propia economía y la acuñaron con oro kerpliano, un mineral con propiedades para construir depósitos de antimateria. A partir de él crearon una moneda llamada «aurum”.

    Ahí estaba Alberto, en la barra de la cantina, jugando a hacer malabares con los nudillos con su aurum de la suerte. Miraba sonriente a Triana que, bajo la enorme pantalla de la sala, montaba las mesas para el servicio del almuerzo. 

    La economía trajo prosperidad y desarrollo. A Alberto le trajo el amor perdido en el espacio-tiempo. Una sonrisa desde el comedor era su mejor pago. 

    Otyken – Phenomenon
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  • El delta del Rio

    El delta del Rio

    (Anterior)

    Sugerencia de escritura del día
    ¿Cuál es tu golosina favorita?

    – ¡Qué bello paisaje! Nunca pensé que la desembocadura de un río podía tener unos colores tan… Imposibles. ¡Me encanta, Alberto! Desde que llegué no haces más que enseñarme sitios asombrosos.

    Ella, embelesada, observaba lentamente el recorrido del río hasta llegar al delta, no podía ocultar su expresión de asombro. No era para menos. La inmensidad del paisaje mezclaba la plantación de arroz con la fauna y vegetación de la zona en una explosión de contrastes y colores. 

    – Fíjate en esto – Dijo Alberto señalando a una especie de globo peludo de un color naranja brillante que flotaba de manera imposible a la altura de su mirada. Cuando logró captar la atención de Triana, dio un suave golpe con el dedo a la criatura. En el centro de la esfera abrió un enorme y asombrado ojo de pupila celeste, se quedó mirando un instante a su agresor, aulló imitando una trompeta desafinada y huyó rápido mientras se iba desinflando.

    Entre risas pasearon por el irregular camino flotante de madera que improvisaron en su momento los agricultores y que se adentraba profundamente en el arrozal, recordando momentos vividos en la envejecida y maltrecha tierra, a tantos años luz de este paraíso. 

    Llegando a la mitad del recorrido, a la vera de la plataforma, empezaba a verse unos árboles muy parecidos a los Sauces llorones, de largas hojas gruesas derramándose hasta el suelo y un tallo verde y bulboso. Colgaban bayas de colores como si de un árbol de navidad se tratara. Alberto eligió una de color rosa pálido.

    – Prueba esto- Dijo poniendo la peculiar fruta a nivel de su boca

    – Sabe a gominola de cereza – La asombrada Triana no dejó de masticar para responder – Esta va a ser mi golosina favorita desde ahora.

    Mirándole a ella fijamente a los ojos, espero a que terminase de masticar su baya y se fundió con ella en un largo y pasional beso.

    – Mi golosina favorita siempre han sido tus labios.

    The HU – Wolf Totem

    (Esta historia continua aquí)

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  • Diosa Azul

    Diosa Azul

    Sugerencia de escritura del día
    Describe tu día ideal de principio a fin.

    La nebulosa de Orión se alzaba radiante, inmensa, envolvente.
    Como un rito sagrado, cada día a las 7:35 hora terrestre, Logar Maswani, tras su escaso desayuno y la oración prometida a su divinidad, se sentaba en la plaza de la cúpula para contemplar el fulgor de las estrellas. Observaba los suaves destellos y el torrente de colores que formaba aquella Xibalbá cósmica: la puerta del inframundo según los maya.

    Logar siempre pensó que por eso estaba allí, frente al infierno.
    Había sido su alternativa a prisión: un asesino sin escrúpulos convertido en guardián silencioso, gracias a sus conocimientos técnicos. Ahora disfrutaba de una calma inmensa en los confines del espacio, a veinticinco años luz de la Tierra, en un trabajo que todos los aptos rechazaban por su lejanía.

    Su estación orbitaba el artefacto de tránsito ON5-132, un portal que conectaba con galaxias remotas. Tras la meditación, se dirigía al puesto de mando, donde supervisaba androides semiautomáticos que patrullaban la estructura. Su misión: limpiar los residuos de partículas que impactaban contra el campo de fuerza.

    El portal tenía una masa apenas inferior a Venus aunque su tamaño fuera mucho menor: un anillo elíptico marfil, del tamaño y forma de la isla de Corvo, en Azores, con un núcleo de plasma azul que latía como un corazón antiguo. Toda su gravedad dormía en ese núcleo denso.

    Logar desconocía los movimientos de tránsito hasta poco antes del paso de una astronave: una simple notificación bastaba. No tenía que actuar. Las naves cruzaban el pórtico y, en minutos, encendían sus motores, perdiéndose como estrellas fugitivas en la inmensidad.

    Solo una vez todo fue distinto.
    Una nave militar averiada, la Beta Caronte, emergió del portal. Venía de un conflicto cerca de Nueva Gaia. La tripulación abordó con protocolo marcial, confinaron a Logar y repararon en tres días, entre botas metálicas y androides despistados rodando como fantasmas tecnológicos.

    Las naves proveedoras sí llegaban solas: robotizadas, surtían agua y alimentos para medio año, descargaban suministros y cualquier petición hecha por ansible. Logar podía comunicarse con casi cualquier lugar habitado, con pocas horas de retraso. Rara vez lo hacía.

    Poco antes del almuerzo, al llegar a la sala de comunicaciones, vio el resplandor rojo de la señal de emergencia en todos los monitores. Sus implantes en muñeca y retina ya le habían avisado.

    Una pequeña astro-recolectora pedía auxilio. El protocolo exigía motivo y diagnóstico: el soporte vital estaba a punto de colapsar. Logar autorizó la apertura de emergencia, envió instrucciones y desactivó el campo de fuerza.

    Los remolcadores acudieron a la Sigma Arquemist, una nave dedicada a recolectar flora y fauna en mundos habitables del universo conocido. Tripulación pequeña, menos de veinte personas; expediciones financiadas, en parte, por contrabando: drogas exóticas para ricos nuevos y minerales luminosos para coleccionistas.

    La nave emergió como una enorme beluga espacial. Como Alicia cruzando la madriguera del conejo, atravesó el portal. Su motor agonizaba; los remolcadores la guiaron con suavidad.

    Mientras la nave se acercaba al muelle, Logar corrió a su camarote. Desempolvó un instrumento antiguo y precioso: una daga ritual para honrar a Kali.

    Aquella noche, a la hora de la cena, su diosa tendría sangre.
    Su sacrificio.
    Y su ansiado silencio de nuevo.

    Daedric – Wretched
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  • Hace tiempo

    Hace tiempo

    Sugerencia de escritura del día
    ¿Cómo influyen en tu perspectiva de la vida los acontecimientos importantes o el paso del tiempo?

    Me había entregado a ello, en cuerpo y alma. Este era el instante en el que el paso del tiempo dejaría de tener el mismo significado. O tal vez no. Pero como se dijo una vez; Audaces fortuna adiuvat. 

    – Parámetros cargados, procesando ignición.

    La máquina estaba preparada para el salto. Una lluvia de luciérnagas blancas empezó a arremolinarse junto a mí. Era necesaria una precisión milimétrica para lo que tenía en mente, estaba programado. Una oración, más no podía hacer. 

    Mi susurrada plegaria se convirtió en grito en el momento en el que el tiempo se quebró, como una copa de vino arrojada al suelo, llenando de un aura espesa, que impregnaba el espacio que transcurría alrededor.

    Como un antiguo vinilo de Black Sabbath, que pinchado a contra dirección emitía un extraño mensaje, las agujas de mi reloj empezaron a marcar de derecha a izquierda. 

    Todo ocurrió rápido, sentí mi cuerpo estallar en mil pedazos, un segundo… 

    … Y ya estaba allí, con ella. Cruzando la calle. Con el sonido de espanto que tenían las ruedas cuando debían haber frenado antes. La agarré con fuerza y hubo otro salto entre el claxon feroz del que va a chocar y no encuentra con qué.

    Caímos, y no había nada, ni camino, ni automóviles, ni olor a neumático quemado. Tan solo hierba, plantas y calma.

    – ¿Qué ha pasado? ¿Qué haces aquí? – Me preguntó asustada.

    – Nada, calma, ya ha pasado todo. 

    – Pero, ¿dónde estamos?

    – A salvo. En algún lugar del tiempo.

    Black Sabbath – Sabbra Cadabra
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  • Poke

    Poke

    Sugerencia de escritura del día
    ¿Qué es lo que más te gusta cocinar?

    —Hola, queridos seguidores. Para quien no me conozca, soy Ulanni. Bienvenidos al canal de La Colonia. Hoy vamos a preparar un poke de salmón —anunciaba la voz de la pantalla.

    Cada mañana, mientras limpiaba el local, Ulanni recitaba sus recetas desde la holopantalla de la tasca.
    Alberto, trapo en mano, frotaba con terquedad los restos azulados de vino que manchaban la mesa.

    —Ya sabéis que el salmón, una de las especies terrestres introducidas en nuestra Nueva Tierra Kepler, ha vuelto al río a desovar. Así que tenemos salmones frescos.

    Pero Alberto no miraba la pantalla.
    Miraba más allá.
    Su mente viajaba a la vieja Tierra: a un sol despiadado, a una playa interminable donde la arena ardía y ella caminaba descalza, riendo como quien aún no sabe que un día se irá para siempre.

    —Necesitamos arroz, brotes de rafia de la pradera, cebollino, pepino kerpliano, jugo de baya rosa, salsa de soja y sésamo —continuaba Ulanni—. Como veis, aquí tenemos el salmón fileteado. Yo lo corto en tiras, pero podéis hacerlo en cubitos. Lo dejamos marinar…

    Recuerdos borrosos:
    el tintineo de su risa,
    labios ardientes,
    piel humedecida por río y azahar.
    Una fragancia hecha bruma, evaporándose en la memoria como cirio olvidado en la capilla de un convento.

    —Este arroz procede del delta del Draco. Una taza por dos de agua, quince minutos. ¡Perfecto cada vez!

    Tras la construcción del inesperado espacio-puerto, una pequeña esperanza se volvió oportunidad. Aquella tasca —refugio improvisado para no pensar demasiado— prosperaba. Era un negocio y también una trinchera: una manera de encogerse de hombros mientras esperaba lo imposible.

    —Troceamos las verduras —seguía el vídeo—. En bastoncillos, para mantener la textura crujiente. Si las dejáis en agua fría… sí, así… perfecto. Cuidado con las espinas de los brotes de rafia. Ni una sola debe quedar.

    A mediodía llegaría la nave. Siempre aterrizaba chirriando, arrastrando polvo celeste, y con ella rostros nuevos, historias recientes, hambre de comida de verdad. Ese hambre que solo aparece lejos del hogar.

    —…Y ahora solo queda colocarlo en el bol. Recordad: la vista también come. Mirad qué bonito. Fácil, rico y nutritivo. Ah, y si habéis visto saltar a los salmones en el río… pedid un deseo. Los noruegos dicen que, si lo haces de corazón, se concede.

    Entonces, la puerta sonó.
    Una silueta femenina interrumpió la quietud.
    Alberto levantó la vista.
    La realidad se quebró como una burbuja de sueño.

    —Pero… ¿eres tú?

    Y la sonrisa se hizo abrazo, y el abrazo beso, y las lágrimas corrieron como mares recién descongelados.
    Era la alegría pura, feroz, luminosa…
    de reencontrar lo que se había amado sin esperanza.

    Nini Music – Huyao

    (Esta historia continua aquí)

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