
Querido diario:
Esta puerta era distinta. Redonda, lisa, sin gozne ni manija. Y se abrió desde su centro, en espiral. Una puerta curiosa que conducía a un sueño también distinto.
Para empezar, el paisaje. El aire era espeso y olía a minerales recién despiertos. Caminaba entre raíces que respiraban, bajo un cielo donde los colores se rozaban sin mezclarse: violeta profundo, verde líquido, ámbar encendido. De los troncos brotaban filamentos de luz, y cada paso hacía brillar el suelo, como si el planeta recordara mi presencia.
Todo me observaba: las hojas que giraban, los insectos translúcidos, los ríos que cantaban nombres perdidos. En la distancia, un arco de piedra se alzaba sobre un lago que no reflejaba el cielo, sino otro más antiguo. Entonces supe que no estaba solo; bajo la piel del bosque, algo respiraba y me dejaba entrar.
—Bienvenida tu especie, humano.
Y ahí estaba ella: capas de piel de hojas formando un contorno femenino, que sonreía confiada, con una mirada sin esclerótica aparente. Era de una belleza inaudita, extraña y salvaje. Pero la sensación de paz junto a ella era innegable. Éramos amigos cósmicos, y lo habíamos sido desde antes de que existiera el cosmos. Era la distancia la que nos brindaba calma; no podía ser de otra forma.
—Un placer conocerte, a ti y a tu… ¿mundo? ¿Es una invitación a conocerlo?
—Sí, en la medida en que los sueños nos dejen.
—Es un honor haber sido elegido para iniciar un primer contacto.
—En verdad no es así. No eres el primero en conocernos.
—¿Quieres decir que nosotros ya sabíamos de vuestra existencia?
—Sí. Hace mucho tiempo, nuestras razas se comunicaban con naturalidad, a través de los sueños. Nuestras civilizaciones avanzaban juntas, compartiendo conocimientos, resolviendo los mismos dilemas. Hasta que un día nos separamos y dejamos de lado el enlace. No sé por qué.
—Nuestra especie se ha vuelto demasiado… mundana.
—O quizá la nuestra perdió el interés. No lo sé. Tenemos percepciones distintas. Es natural: somos distintos.
—Pues me alegra que hayamos retomado el contacto. ¿Qué necesitáis de mí?
—Hemos observado tus experiencias. Te hemos visto enfrentarte a esos espectros oscuros que también nos atemorizan a nosotros.
—¿Habéis conocido a las sombras?
—Sí. Hace poco comenzaron a infiltrarse también en nuestros sueños. Como ocurre en tu mundo, no todos somos capaces de controlar el sueño, ni mucho menos de saltar entre portales como hacemos unos pocos. A algunos les hacen daño, los someten.
—No sé cuáles son sus intenciones, pero ya veo que están organizadas y planean algo.
—Eso tememos. Nos asusta pensar que algo pueda atacarnos desde ese lugar.
—¿Necesitáis ayuda?
—Y vosotros también. Necesitamos estar unidos.
—No soy nadie para hablar por toda la humanidad, pero por mi parte —y creo que también por la de mis amigos— estamos dispuestos a formar una alianza.
—Nosotros también somos pocos los que podemos hacerles frente. Será un placer colaborar con vosotros.
Esta mañana, al despertar, tenía el sabor salobre de un mundo distante en el paladar. No tan distinto al nuestro. Quizás solo en apariencia.
Aun así, me queda el sentimiento de Magallanes al surcar los siete mares: la certeza de haber descubierto rutas secretas que solo estarán abiertas a unos pocos.
Jóhann Jóhannsson – Flight From The City
Todas las estrellas unidas en una figura:
