Etiqueta: Años 80

  • Carta de ajuste

    Carta de ajuste

    Esa noche oscura  no resistí al monstruo de debajo de la cama.
    Me amenazaba incansable: arañando cortinas, susurrando amenazas, haciéndome creer más pequeño, menos valiente, más prisionero de temores imaginarios.

    Pero me cansé de esperar el fin y quise ir a buscarlo.
    Cuando todos dormían, me apresuré a deslizarme desde mi habitación para caer en un salón oscuro lleno de miedo.
    Vacío, poblado solo por las sombras grises que danzaban al ritmo del viento.

    Siguiendo las baldosas grises, la encontré:
    la apagada, muda y solitaria pantalla, que tanto ansiaba ver por las tardes en la merienda.
    Eclipsando diversión con noticias absurdas de ancianos muertos y princesas cantando.

    Mi dedo temblaba.
    Mi corazón sacudía mi pecho, advirtiendo que huiría lejos si seguía con mi empeño.
    Y no pasó nada al conectarlo.
    Solo una pantalla de colores raros, de figuras geométricas absurdas y un pitido sordo.
    Cuadros de colores: azules y amarillos, verdes y grises.
    Estáticos.
    Me quedé encadenado en el reflejo, desilusionado del temor, esperando un destello.

    Ocurrió algo.
    Un fundido en negro.
    Letras amarillas anunciando un secreto.
    Dos rombos blancos señalando el pecado.
    Y, por fin, ella: vestida con poco, transparente capa que iba deslizando, descubriendo su piel blanca.
    Me miraba fijamente.
    Sus labios deseaban mis besos y en su cuerpo ya no había nada.
    Curvas desnudas interrumpidas por una llamada.

    —José Miguel, ¿qué haces que no estás durmiendo?

    —Tenía miedo… —dije asustado. Sabía que lo que estaba viendo era pecado. Esperaba un castigo divino a manos de un padre desvaído—

    —¿Y te viniste a ver la tele?Mi padre ignoró el contenido de la televisión, la apagó y me acompañó en silencio a la cama.
    En silencio descubrí que el castigo de Dios no llegaría esa noche.

    Golpes Bajos – Malos Tiempos para la Lírica

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  • Tu caricia y el olvido

    Tu caricia y el olvido

    Aquel momento, en el que rozaste mi mano sin querer, ocurrió.

    En aquel tiempo, tras rescatar mi corazón roto de sirenas encantadoras con zarpas de felino, salía poco de casa. La buena voluntad de mis amigos aquel día, tras pautarme un jarabe de espíritu, un empujón y un “¡venga, a la calle!”, me convenció de salir con ellos a tomarnos algo.

    Con ganas de volver aterrado, llorando y ofreciendo versos de terribles secuestros, llegamos sin querer al delirio del templo. Un deseo por cada golpe de cristal y la obligación de rezar gritando me arrastraron a la danza, todos juntos, sudando. Y yo, ya harto de rodar por el suelo cabizbajo, de ver fantasmas en las esquinas y de rellenar de luces de color mi cansado cuerpo.

    Supliqué a tiempo una retirada, y mis carceleros me concedieron una tregua: salir al fresco y recuperar aliento. Me vi en una madrugada de domingo muerto, viendo las chicas pasar, como en la canción de Los años ochenta, que no quise cantar por miedo a que la alegría de mi cara rompiera mis cadenas.

    —¡Yo me vuelvo a casa!

    Lo dije enajenado, me giré rápido, asustado. Tropecé contigo. Fue sin quererlo, pero en ese instante me quedé despierto, aferrándome al momento creado.

    —Ten cuidado, niñato.

    Me dijiste con tu mano en mi pecho. Yo no supe reaccionar y te dejé marchar sin poder evitarlo, quedándome plantado, sin poder mirar a otro lado.

    Los Piratas – Años 80

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